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General: GAY EN CUBA: UNA CAMA, DOS ACTIVOS
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De: ciudadano del mundo  (Mensaje original) Enviado: 08/06/2022 18:19
CUBANO A LA VENTA
Una cama, dos activos. El mexicano que me venció
 
Por Manuel D la Cruz  | elestornudo
 
Hubo un tiempo en que fui una joyita en el mercado LGBTIQ. Estaba en el clóset, tenía 19 años y no daba el culo. Hay quien se preguntará por qué considero que lo era. En ese entonces, ni yo mismo tenía noción alguna para afirmarlo. Simplemente iba por la vida recibiendo halagos y propuestas, y por cada gay de la zona con que follaba, se desbloqueaba el morbo en otros cinco. Hoy tengo muchos más elementos para cotizar la valía de aquel chico de 19 años. Dentro de las principales cualidades presumía la de ser bisexual, la de ser activo.
 
Yo recién había salido de la heterosexualidad, pero no públicamente. Nadaba en un mar de prácticas bisexuales, cómodamente. Aún nado en ella, solo que en aquel entonces no me resignaba ni a una orilla ni a otra. Con el pasar de los años he ido aparcando en una senda durante unos meses, y me he ido luego al otro lado por una buena temporada. Esto lo sabe hasta la Oficina del Carnet de Identidad.
 
El bisexual no declarado tiene un olor y sabor sobremanera afrodisíacos, que doblegan a la inmensa mayoría de los pájaros. Representa al hombre más cercano a ser heterosexual, a esa especie difícil de conquistar, que «no le atraen tanto los hombres» como para irse completo fuera del clóset. Si el hombre tiene novia o mujer el morbo se potencializa. Representa la manzana prohibida, la fantasía de romper las leyes. Probarlo es como emborracharse con una bebida exótica, que normalmente no está a la venta. Sumado a esto, ser activo era una cosa rara. La comunidad que se declara gay en Cuba mayoritariamente realiza el rol de pasivos, es decir, disfrutan dando el culo. Casi nunca los activos, mucho menos los bisexuales, se declaran. Los estigmas de un país machista refrenan a los bisexuales de dar el paso, por temor a ser encasillados en una categoría que no tienen, o a verse obligados a prescindir de las mujeres. Ningún avión quiere perder alguno de sus motores. Todo esto me convertía en un partidazo, un pastel para las hormigas.
 
Esa magia ya se ha ido. Ahora tengo el don de la maña. Recogí de las calles muchísima experiencia, y la instrumento en pos de mis saludables y no tan saludables conquistas. Yo creo que esa magia se empezó a ir cuando di por primera vez el culo. Por ahí mismitico se me fue. Como sea, agradezco que comencé paulatinamente a ver otros matices de mi vida sexual, que también me eran muy necesarios. Todo comenzó en el Habana Libre. Ahí fue la cosa.
 
Yo acostumbraba, como todo guajirito del Cotorro, a que mis salidas fuesen simplemente a caminar por el Vedado. Convertí en rutina entrar a las tiendas. La del hotel Habana Libre en particular me atraía. Quizás porque era de las pocas tiendas en La Habana en el 2011-2012 que vendían tenis marca Converse y Vans. La Lenin me taladró de tal forma que el afán por estas marcas nunca me abandonó. Recorría las estanterías del Habana Libre para coordinar mi próxima compra, para disfrutar sus aclimatados espacios y, por qué no, para fortuitamente empaquetar miradas y mirar paquetes.
 
Ese sábado primaveral me exigió sentir la brisa de La Rampa en la cara. Un día de esos en los que el sol de Cuba te sonríe y te invita. Mañana luminosa pero fresca. Short, pullover, tenis y pa´ la street. Después de subir desde Malecón por todo 23, había que caerle al antiguo Paris Hilton.
 
Allí los señores que se hospedan te trasladan a otra realidad. Sentado en un muro mal pintado de azul claro, veo pasar las señoras empameladas, con sus vestidos floreados y frescos. Ríen y observan respetuosas el poco abastecimiento de las vidrieras, y de ahí eligen sus llaveritos cubanos y sus aguas Ciego Montero. Lo miran todo y balbucean en voz baja sus negocios y cotilleos. Yo, esquinado, tomándome una cerveza Cristal de botella, veo a Europa desde una ventana, y trato de que el olor de sus perfumes y de los pasillos del Habana Libre me hagan olvidar todas mis carencias. No es un momento para envidiar, es un lindo mediodía lleno de turistas y perfumes desconocidos, y yo disfruto abstraerme del Caribe durante unas horas.
 
Caminan de un local a otro los visitantes. Pueblan los pasillos de las tiendas. Hay cubanos entre ellos, algunos, como yo, se distinguen con más facilidad que otros. Debe ser el color churre. Pero hay muchachitas de Playa que pasan inadvertidas entre los extranjeros. Hay chicos del Vedado a los que confundo con latinos olorosos. Un chico viene saliendo del hotel. Al entrar por la primera fila de tiendas a la derecha lo veo. Tiene un pullover azul claro, modelo Lacoste. Lleva un short de cuadros, que alterna el beige, el azul y el verde. Zapatos deportivos. Su físico escultural me capta. Realmente escultural. Me ve, cambia la vista y repite el contacto visual. Entra a la primera de las tiendas. En este punto, la rutina ha pasado ya unas cinco o seis veces en el día con diferentes muchachos. No es mi intención enredarme con nadie, solo veo lo apetecible y mis ojos disfrutan esos segundos. En solo minutos, se me acabará la cerveza y la estancia en mi portal europeo. Pero a la cerveza le queda un fondo cuando el chico sale de su tienda. Lo sorprendí mirándome. «Este es cubano», dije.
 
Al salir de la primera tienda no llevaba en las manos ni un llaverito ni un agua Ciego Montero. No llevaba nada. De la segunda tienda sale con una Cristal de botella, y se sienta en un espacio del muro en el que estoy sentado, a una distancia aproximada de cinco metros. Me mira y se empuja un buche. Yo lo miro y me empujo el fondo. Trato de disimular un poco, yo no era tampoco el típico pájaro fletero. Pero él no disimula nada, tanto así, que al tercer buche y la cuarta mirada, convierte los cinco metros de separación en unos escasos 60 centímetros. «Hola, que bonita está la tarde, ¿verdad?» Advierto al instante el acento. ¡Ah, no! ¡No es cubano!Yo le devuelvo un discreto «anjá», y disimulo el hecho de que mi cerveza se ha acabado. Pregunta sobre mi rutina. «Nada, paseando un rato. ¿Tú no eres cubano, verdad?» Él sonríe. «No, soy mexicano». Interesante. En realidad, no tengo dudas sobre sus objetivos. Su actitud morbosa es transparente, y en lo que seguimos la charla superflua, ambos nos vamos detallando cada parte del cuerpo, pasando primero por los ojos y la boca. «¿Quieres tomarte otra?» Mmm. «Bueno…»
 
Las otras nos la tomamos en un lugar cercano. En el hotel nos estorbaba el bullicio y los transeúntes que se detenían. A dos cuadras de allí, bajando por 25, había un sitio espectacular que mi amigo mexicano conocía y yo no. Típico de este país donde los yumas han obtenido más placeres y buenos momentos que uno. Nos sentamos y él pidió dos cristales de botella. No había. Típico también de este país. De lata, pues, fueron las próximas.
 
La charla duró 15 minutos, el tiempo en que nos tomamos una cerveza cada uno y pedimos otra para llevar. Nadie le preguntó a nadie si era gay. Estaba asumido. No era ni de cerca la primera vez de Rafael en Cuba, y ya había compartido cama con chicos cubanos. Obviamente no necesitaba pagar por ello, ni yo solicité recompensa alguna, por supuesto. Por si se les pasa, le recuerdo que hasta este momento ya lo había detallado bien. No había peros ni pegas. Rafael era un trigueñazo nadador 10 años mayor que yo. Alto, fornido, espléndido. La química sensual rodeó a dos desconocidos, y en cuanto comenzamos a tutearnos, el doble sentido y la ironía suavizaron mi timidez. Sí, fui tímido en esa etapa de mi vida. Ni yo me lo creo ahora.
 
Sin más preámbulos que las dos cervezas, nos paramos del local gestionando una habitación donde pasar la tarde, donde singar. Le sugerí primero ir a comprar condones. Buscamos 23 y unas cuadras más hacia arriba del Coopelia divisamos una farmacia. Rafael puso cara de asco cuando vio los condones marca Momentos. Me hizo una seña para que saliera y yo, extrañado, salí. «No tomes esos, no me gustan. Yo tengo en mi habitación otros que están mucho mejores».
 
Recuerdo que ese fue el momento exacto donde me hice la pregunta internamente. «Ey, ey, para ahí. ¿Rafael será activo o pasivo?» Seguí escuchando sus historias y su muela, pero mi cabeza se empantanó en la pregunta sin responder. Si Rafael era pasivo, o incluso completo, no habría diatriba alguna. Me abriría su puerta y yo entraría gustosamente. Pero si el wey me salía activo, es decir, estrictamente activo, estaba ante un dilema no subestimable. Podía intentar una vez más cambiar mi rol. Todas las veces anteriores habían sido infructuosas, de hecho, mis intentos desastrosos por dejarme inocular me habían quitado en cada ocasión desde la excitación hasta el buen ánimo. Adolorido y frustrado, desistía a los tres ensayos, me vestía y partía. No quería que eso pasara con Rafael. Estaba muy bueno como para no dársela toda. No pude más y lo interpelé.
 
«¿Sabes? Yo soy activo». Me miró en silencio. Sonrió y yo no entendí si era algo bueno o malo para mí. «Ok. Perfecto. Yo también. No pasa nada, ya resolveremos». Volvió a reírse, pero con más fuerza. Yo hice de todo menos alegrarme. Apreté los labios y le solté un clásico cubano: «Candela».
 
Siguió con su tema, y en sus ojos había una picardía que me asustaba. «Este maricón me quiere meter el rabo. ¡Por dios! Al final claro que me va a persuadir, tiene mucha más experiencia que yo en este mundo. Tengo miedo, Virgilio, mucho miedo».
 
Paramos frente al hotel nuevamente, lo esperé abajo. El subió y buscó sus propios condones, comprados en una farmacia mexicana. Listo, a buscar alquiler. En realidad, no pasamos mucho trabajo. Caminamos unas pocas cuadras y el cartel encima de la puerta de un apartamento bien céntrico nos dio la referencia. Tocamos. Una muchacha jovial nos atendió. Diez pesos la hora. Rafael accedió. Entramos a la casa, y al final de un pasillo poco iluminado, se situaba nuestro paradero. «Si necesitan algo, me llaman».
 
La luz amarilla que se atenúa, al combinarse con el fresco en que te envuelve un split de dos toneladas, convirtió un escueto espacio para sexo en la mejor de las pequeñas habitaciones que un hotel habanero pudiera facilitarte. Y al gestionarme el portento olímpico que frente a mí se desvestía, hasta la cerveza fría que tenía en la mano se me estremeció. El refrigerador dispuso otras dos rondas. La cama esperó paciente a que nos las bebiéramos. El me alcoholizaba como para dilatarme la voluntad. Yo me entregué a la última cerveza. Quizá era lo único a lo que pretendía entregarme del todo esa tarde.
 
Rafael me interrumpió la bobería que yo estaba hablando y su boca tuvo una mezcla de alcohol y menta. Los besos de labios carnosos son mucho más deleitables. Yo cerré los ojos y dejé que su lengua paseara con la mía. Enseguida me excité. A Rafael le quedaba su ropa interior, recuerdo que era oscura. Yo no me había quitado ni el pulóver, pues esperaba la «calentura» para enfrentarme al aire acondicionado. Nos fuimos envolviendo en la cama, corriendo las sábanas mientras una mano asaltaba un nuevo sitio. Me quitó la ropa y se quitó lo que le quedaba.
 
Cuando lo vi totalmente desnudo pude afirmar sin ningún titubeo que era el cuerpo más glorioso al que había tenido entrada. Juro que en ese momento en que salió de arriba de mí, y se paró… ¡cojone, era un monumento histórico! Todo estaba en su sitio. Incluso había cositas que resaltaban. Una de ellas parecía no ser ni suya. Una apropiación indebida a la raza mestiza. Me disponía a ver tal disparate de cerca, y besarlo, pero él quiso indagar en el mío. Los mismos labios carnosos otra vez. Yo sentí que me iba a otra parte mientras él hacía lo suyo. Le devolví el favor con la misma o mayor euforia. Se dice rápido, pero hacía ya media hora desde el primer beso. Llegamos a ese punto donde no te queda parte del cuerpo ajeno por morder, o zona que apretar. Hubo que frenar la marcha al menos dos veces para no terminar abruptamente.
 
Yo me disponía a que eso fuera todo lo que la tarde iba a producir. Pero el Rafa pidió más. Se acercó, cariñoso, más bien sagaz, y me lo imploró.«Cuando te duela paramos, confía en mí». Lo miré muy excitado, pero sin perder mi hilo, le dije: «Déjame metértela yo primero. Lo mismo. Si te duele, paro». Se me echó a reír y siguió manoseándome. Repitió el sexo oral. De momento se puso invasivo y persistente, pero de una forma que hasta ahora no había visto en nadie. Hay muchas maneras de convencer cuando te están pidiendo sexo anal. Definitivamente el beso negro es una de ellas. Funciona casi infaliblemente. Pájaro que me lees: prueba para que veas.
 
En fin, me convenció, me persuadió, me redujo la voluntad a cero. Me mató fino y callao. Te mentiría si te digo que me dolió. Un poco de incomodidad inicial, pero soportable ampliamente. Después Pedro entró y salió como si la casa fuera suya.
 
No me preguntes cómo lo hizo (ya te expliqué además que no eran pocos los centímetros). Solo sé que, entre lubricante y morbo, entre cerveza y persuasión, y con una buena mamada de culo, aquello se portó como yo no sabía que se podía portar. Me sorprendió positivamente. La insistencia de Rafael de masturbarme, mientras hacía chocar sus dotes contra mi próstata, varias cuadras por ahí pa dentro, me estremeció con una agitación totalmente nueva hasta ese momento. Minutos más tarde, yo estaba teniendo el orgasmo más estrepitoso y auténtico de todos los años vividos hasta ese día. Tengo que hacer el chiste: no sabía si me iba a mear, a cagar o a venir. Solo sé que fue la venida más violenta y épica que me habían producido. Yo me quedé sin aire y hasta sin prestigio.
 
Rafael fue cosa de un día. Jamás lo volví a ver. Pero la experiencia está en mi cabeza con todos estos lujos de detalles aún. Fíjate si marcó algo. ¡Coño! ¿Cómo no va a marcar? Primera vez que di el culo.
 
Le cogí una clase de psicosis a la posturita en la que Rafa me entró, que al menos las próximas diez o quince veces que intenté de nuevo el rol de pasivo, tenía que ser así. Yo boca arriba y con freno. El susodicho de frente.
 
Aquel nadador escultural de 29 años pulseó conmigo, y me ganó. No pude ofrecer tampoco férrea resistencia. Rafael lo ameritaba. Entre mis muchas medallas, logros exóticos de mi carrera alocada, luzco esta como una historia llena de excentricidad. Amigo, yo di el culo por primera vez a un mexicano. Nada de producto nacional. Mucho glamour. Perdona.
 


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De: BuscandoLibertad Enviado: 08/06/2022 19:20
 
 

 


 
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