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ALAN TURING EL CIENTÍFICO GAY
«La idea detrás de los computadores digitales puede explicarse diciendo que estas máquinas están destinadas a llevar a cabo cualquier operación que pueda ser realizado por un equipo humano». (ALAN TURING)
ALAN TURING, EL HOMBRE QUE REINVENTÓ LA MANZANA
Si esa pequeña manzana mordida hoy brilla vanidosa a lomos de todo Mac o iPhone que se precie, es gracias a un homosexual singular: Alan Turing. Considerado padre de la computación y de la inteligencia artificial, este científico inglés, matemático, filósofo y criptógrafo de la primera mitad del siglo XX se implicó hasta las cejas con la causa antinazi, descifrando el código Enigma alemán, lo que salvó muchas vidas humanas. Desgraciadamente, el mismo mundo libre que tanto le debía le negaba amar a su manera, acarreándole un final trágico, donde una manzana fue también protagonista. Aunque la ciencia oficial, tan dada a silenciar las vidas y pasiones de los científicos, se ha resistido durante años a reconocer los muchos méritos de Turing, por fortuna el tiempo acaba poniéndolo todo en su lugar.
Alan Mathison Turing había nacido un 23 de junio del año 1912 en el distrito londinense de Paddington, en Westminster. Sus padres, Julius y Ethel, viajaban constantemente a la India, donde Julius estaba destinado como funcionario británico, pero nunca llevaron con ellos a Alan, dejándole en Londres al cuidado de unos familiares. Desde edad muy temprana, el joven Turing destacaba por su privilegiada memoria, que le permitió aprender a leer en tres meses. Aficionado a los rompecabezas, con tan sólo ocho años ya se mostraba interesado por el conocimiento científico. Sin embargo, sus aptitudes derivarían hacia el abstracto universo de las matemáticas. Algo que fue posible gracias a su extraordinaria habilidad para realizar cálculos mentales y resolver complejos logaritmos.
A los seis años sus padres le envían al colegio St. Michael, cuyos docentes se percatan de la precocidad de aquel niño. A los catorce ingresa en un internado situado a unos 90 kilómetros deSouthampton, donde fue protagonista de una hazaña que recogió puntualmente la prensa local. Era tan grande la resolución del joven Turing por asistir a la escuela que el primer día de clase, que coincidió con una huelga de transporte, llegó a recorrer en solitario esa enorme distancia en bicicleta.
Poco antes de terminar sus estudios secundarios, justo en el año 1930, Turing pierde a su íntimo amigo Christopher Morcom, cuya muerte le dejó sumido en una profunda tristeza. Un año después ingresa en el King’s College de Cambridge, donde se gradúa en 1934, tras cursar estudios sobre Mecánica Cuántica, Cálculos de Probabilidad y Lógica.
Tan sólo había pasado un año desde su graduación cuando es elegido miembro de la Junta de Gobierno del King’s College, la misma prestigiosa institución que le abrió sus puertas al aprendizaje poco tiempo antes. Posteriormente se traslada a Princeton, en el seno de cuyo Institute for Advanced Study, dirigido por Alonzo Church, pudo conocer a los más célebres matemáticos del mundo, entre ellos el mismísimo Albert Einstein. Se doctora en 1939 por esta misma Universidad, con una tesis en la que introduce el concepto de hípercomputación, al tiempo que sigue investigando sobre lógica, álgebra y teoría de los números.
EL ENFANT TERRIBLE DE LOS NÚMEROS
En la primavera de 1935, Turing, ya graduado, asiste a un curso en el que se estudiaba los resultados sobre los dos teoremas sobre la incompletitud de Gödel y las preguntas de Hilbert sobre la decibilidad. La decibilidad era una pregunta simple: dada una proposición matemática, ¿existe un algoritmo que determine si la proposición es verdadera o falsa? Era fácil encontrar ese algoritmo para muchas de las proposiciones. El problema surgía cuando se intentaba demostrar que, para ciertas proposiciones, ese algoritmo no existía. Turing comenzó a trabajar entonces sobre estas ideas.
Hasta que Bertrand Russell y sus paradojas hacen acto de presencia en el pensamiento científico del siglo XX, se creía que las Matemáticas eran un templo indestructible. Que era cuestión de paciencia llegar a la solución de cualquier problema teorético que se planteara. Pero el austriaco Kurt Gödel y el mismo Alan Turing se erigieron como profanadores de ese templo, contra el cual lanzaron las piedras de su convencimiento científico. En el Universo había cosas verdaderas, aunque matemáticamente indemostrables. Dicho de otro modo: Dios existe, porque las Matemáticas eran consistentes, pero también el Diablo, porque las había hecho indemostrables.
Otro de los logros de Turing fue, sin duda, su contribución al estudio de la biología matemática, a cuya investigación se dedicó por entero al final de su vida, entre 1952 y 1954. La publicación de su estudio sobre los fundamentos químicos de la morfogénesis vegetal le llevó a comprender la filotaxis de Fibonacci, o lo que es lo mismo, la existencia de los llamados números de Fibotacci en las estructuras vegetales. Sus descubrimientos siguen siendo cruciales a día de hoy, después de que se publicaran en el año 1992.
Cuando en 1936 Turing, ya licenciado, redacta su artículo sobre los números computables, probablemente no podía suponer que iba camino de convertirse en el auténtico precursor de la era cibernética, el creador del nuevo concepto de ciencia de la computación. Cierto que no era ingeniero, sino un teórico de la matemática. Pero no lo es menos que la sistematización de datos le debe tanto a su mente y a su pluma como a todo el hardware presente en las entrañas de cualquier ordenador actual que se precie.
En este artículo imprescindible, Turing introduce el concepto denúmero definible y reformula los teoremas creados por Gödel, en 1931, sobre el problema de decisión (Entscheidungsproblem) y la computación. Así, sustituye el lenguaje formal universal de Gödel por unos dispositivos formales simples, conocidos hoy como Máquina de Turing. Estos dispositivos eran capaces de implementar cualquier problema matemático mediante un algoritmo, pasando de un estado a otro con una serie precisa y finita de reglas dependiente de un solo símbolo, que se leía en una cinta donde podía escribirse o borrarse. A pesar de que su demostración fue publicada poco después de la equivalente formulada por su maestro Church, el estudio de Alan Turing es mucho más asequible e intuitivo, más completo, en definitiva.
Está claro que Turing sienta las bases sólidas para la ciencia de la computación, partiendo de su concepción de máquinas abstractas, capaces de procesar símbolos. Lo más importante es que estas máquinas siguen siendo hoy objeto central de estudio en la teoría de la computación. Sin embargo, las máquinas de Turing no llegaron a construirse hasta que, por azares del destino, el científico diseñó un dispositivo para descifrar los códigos secretos de los nazis.
La fama de Turing ha estado más ligada a la anécdota. Anecdótica fue participación en el desciframiento del código utilizado por los alemanes en la II Guerra Mundial, que inscribió su nombre en los anales de la historia. A su regreso a Cambridge, ya como doctor, comenzaron sus investigaciones para resolver el problema de la encriptación, basadas en la multiplicación de números primos gigantescos.
En 1938 conoce a Robert Lewinsky, joven ingeniero polaco que había contribuido al diseño de un sistema electromecánico de encriptación en las comunicaciones. Lewinsky, que era judío, había sido depurado por los nazis. Así que contactó con el servicio secreto británico, que, al estallar el conflicto mundial, comisionó a Turing para que en la Escuela de Cifrado y Codificación de Bletchey Park, situada a 80 kilómetros de Londres, formara a un grupo de científicos e ingenieros, cuya misión era descifrar el sistema de códigos alemán conocido como Enigma, El nombre de Enigma es el de la máquina ideada por Arthur Scherbius, que hacía indescifrables las codificaciones utilizadas por las fuerzas armadas nazis, quienes, gracias a ella, poseían una tecnología puntera para aquel momento, muy superior a la que poseían los británicos.
Estos trabajos condujeron a la invención de la ‘Bomba’, una máquina electromecánica que interpretaba los códigos ‘Enigma’ y los codificadores de teletipos Lorenz-FISH, lo que permitía a los aliados anticipar los ataques enemigos. Ello supuso una enorme ventaja para la supervivencia misma del Reino Unido, ya que las comunicaciones de los alemanes por mar y aire podían intervenirse a discreción, evitándose con ello miles de muertos. Esta proeza llegó a convertirle en auténtico héroe aliado, razón por la que fue condecorado con laAlta Orden del Imperio Británico.
Los trabajos criptográficos de Turing, que, como ya apuntamos, fueron el detonante de que sus máquinas pensantes se llegaran a construir , han permanecido en secreto hasta la década de los setenta. Ni siquiera sus amigos íntimos llegaron a tener constancia de ellos.
EL PADRE DE LA CIBERNÉTICA
Está claro que le debemos a Turing el logro de los actuales ordenadores, aunque algunos hayan intentado, sin éxito, atribuir su invención a otros que, casualmente, eran menos gays que él. También contribuyó a esclarecer el enigma de conocer si las máquinas pueden pensar o, lo que es lo mismo, la idea de inteligencia artificial. Algo que, aunque hoy resulte obvio, en aquellos años pertenecía al terreno de la ciencia ficción.
Con sus máquinas pensantes, Turing se convirtió en pionero de la ciencia de la computación. Su máquina universal era capaz de resolver cualquier problema mediante la implementación de un algoritmo, alimentada con las instrucciones adecuadas para resolverlo. El parecido de esta idea con el software no es gratuito.
Pero, lo más interesante de todo esto es que la máquina de Turing no era una entelequia, ya que se podía construir y utilizar manualmente. Con independencia de ello, Turing da una vuelta de tuerca en este asunto. Su aproximación filosófica a la máquina es realmente fascinante, cuando formula: ¿es posible distinguir a una máquina de un ser humano? Para dar respuesta a esta pregunta, nuestro hombre enuncia el Test de Turing, poniendo en entredicho las nociones simples sobre la conciencia humana y estableciendo la prueba de cuándo una máquina podía considerarse inteligente.
Finalizada la II Guerra Mundial, Turing diseña uno de los primeros computadores electrónicos programables digitales en el Laboratorio Nacional de Física del Reino Unido, con la idea de llevar adelante el proyecto ACE (Automatic Computing Engine o Motor de Computación Automática) y poco después trabaja en el software de una de las primitivas computadoras reales, la Manchester Mark I. en la Universidad de Manchester. También construye el ordenador llamado Colossus, con el propósito de descifrar mensajes, que fue el precursor del ENIAC construido en la Universidad de Pennsylvania dos años después. Como curiosidad, por esta época también, diseña un programa de ajedrez simulado muy primitivo aún.
Alan Turing no pasaba por ser esa clase de científico sesudo y despistado, metido en su propio mundo. Sabemos que en sus ratos de ocio era un deportista consumado (practicaba el remo y el atletismo), amante de la música (tocaba el violín) y persona socialmente activa. Pero la homofobia volvió a Turing tímido y solitario, aunque contribuyó a que su heterodoxia vital gestara ese mismo espíritu brillante y original que impregna su obra.
Con las lógicas precauciones, Alan Turing nunca disimuló su homosexualidad, aunque la llevó con la discreción debida al Acta de Secretos Oficiales que, por excluir a los gays de los criptógrafos estatales, estaba obligado a respetar. Y, a pesar de que la ciencia tradicional la ignorase, se encuentra en el origen de su curiosidad vital y en el límite de su aventura científica.
El primer hombre que influyó especialmente en Turing fue un compañero de colegio un año mayor que él, llamado Christopher Morcom, quien compartía su pensamiento y sus ideas científicas. Juntos trabajaron inseparables, hasta que Morcom falleció prematuramente en 1930, lo que causó un verdadero trauma en el joven Alan, que llegó a presentir la muerte de su amigo en el momento en que enfermó.
De hecho, Turing comenzó sus primeras investigaciones a raíz de la muerte de su primer amor. Asolado por su pérdida, Turing se pregunta si la mente de Christopher seguiría funcionando más allá de su cuerpo, si su intelecto permanecería activo bajo otras formas no humanas. Todas estas dudas macabras fueron el motor que alimentó su investigación sobre la inteligencia artificial. En ello coinciden sus biógrafos, incluida la madre del científico.
Turing nunca renunció a su homosexualidad, si bien sabía del rechazo social que provocaba y del peligro que representaba para el avance de sus investigaciones. Pese a ello, tuvo novios y compañeros de lecho ocasionales, aunque era consciente de que su vida personal se iba deteriorando por las continuas sospechas que suscitaba entre la gente. En una carta remitida a su amigo Norman Routledge, Alan expone, al estilo de un falso silogismo, una irónica reflexión en la que relaciona la homofobia con su test para probar la inteligencia artificial en los ordenadores. Y así, escribe:
Turing cree que las máquinas piensan,
Luego las máquinas no piensan.
El estreno en 2014 del filme The Imitation Game, coproducción angloamericana dirigida por Morten Tyldum, ha traído a la actualidad, además de la figura del propio Alan Turing, la de una de sus colaboradoras más directas, la matemática británica Joan Clarke. Su trabajo encomiable, silenciado durante 70 años, ayudó a romper el intrincado código de Enigma en las dependencias de la Escuela de Códigos y Cifrado del Reino Unido, secretamente ubicado en Bletchley Park, a 80 kilómetros de Londres. Clarke había sido reclutada por su tutor en la Universidad de Cambridge, pero fue contratada como secretaria, aunque, debido a su enorme talento, pronto fue ascendida a subdirectora de aquel equipo con Turing a la cabeza.
Joan y Alan fueron, además de compañeros, amigos y confidentes durante toda la vida del científico. Incluso durante un tiempo estuvieron prometidos, aún a sabiendas de la homosexualidad de Turing. Ambos tenían en común una extraña manera de ver las cosas, distinta a los demás, lo que aumentaba su mutua complicidad. Joan solía decirle a Alan con frecuencia: "A veces la gente de la que nadie se imagina algo es la que hace las cosas que nadie puede imaginar". A pesar de haber recibido en 1947 la Orden del Imperio Británico, el trabajo de esta asombrosa mujer permaneció oculto hasta su muerte, acaecida en el año 1996.
La misma ley británica que a comienzos del siglo XX enviaba a la cárcel a Oscar Wilde por acostarse con hombres seguía aún vigente medio siglo después. Turing, por suerte, había ido esquivando a duras penas esa espada de Damocles, tal vez debido a la consideración que por él sentían sus colegas y allegados y por sus méritos indiscutibles como científico, aparte de su propia discreción.
Un infausto día del año 1952, un Turing ya maduro llegaba a su casa y sorprendía a uno de sus amantes, Arnold Murray, un jovenzuelo sin escrúpulos, robando sus pertenencias en compañía de su cómplice. Turing, entre el abatimiento e indignación, reacciona de forma compulsiva, casi instintiva, y de un salto se presenta en la Comisaría de Policía más cercana para denunciar el robo. Los agentes le interrogan sobre el asunto. Turing, como un niño inconsciente, lo va contando todo. Que le robaron. Que entraron con una llave. Que uno de los denunciados era su amante, aunque sólo habían dormido juntos un par de noches. Que había tenido novios, pero que en ese momento no tenía una relación estable. Que sólo se acostaba con hombres…
A los pocos días, Turing vuelve a casa, como de costumbre, abre su buzón y encuentra una carta en la que se le denuncia por “incidencia grave y perversión sexual”, procesado bajo la Sección 11 de la CriminalLaw Amendment Act 1885 y citado a comparecer ante el Juzgado por sus actos de sodomía. Pronto se celebra el juicio. Durante el proceso Turing nunca se retracta de amar a los hombres. El juez le da a elegir entre la cárcel o el arresto domiciliario, con la compensación de proseguir con sus investigaciones, pero sometiéndose también a un tratamiento aún no testado a base de estrógenos, con el propósito de debilitar su ‘desviación’ sexual.
Turing acepta la segunda opción, tal vez debido a su espíritu innato hacia la experimentación, alimentado por el hecho de ser su propio cobaya. Lo cierto es que el tratamiento dio como resultado evidentes signos de insomnio, ansiedad, vértigo, incapacidad de concentración… Por si esto no fuera suficiente, engordó más de lo debido, los pechos le crecieron y, peor aún, quedó impotente. Otros efectos colaterales no menos dañinos fueron el escarnio público y la expulsión de su puesto como decodificador. Hasta su propio hermano había declarado que se sentía vergüenza de Alan.
LA MANZANA DE LA DISCORDIA
Durante los casi dos años que siguieron a su condena, recluido en su casa de Cheshire, Turing no abandonó del todo sus actividades científicas, aunque tenía cada vez más mermadas sus facultades. Dos años de calvario eran más que suficientes para que decidiera poner fin a su vida, incapaz de resistir tanto dolor. Y lo hizo al más clásico estilo de su cuento de hadas favorito, Blancanieves, aunque sin el final feliz de la ficción.
Un 7 de junio del año 1954, Turing compró una bolsa de manzanas, eligió la más roja y hermosa de todas ellas, le inyectó una buena dosis de cianuro y le dio un mordisco. La dosis era tan letal que Turing no pudo apurar su segundo bocado. Al día siguiente, le encontraron muerto con la manzana mordida en la mano... La misma manzana queSteve Jobs colocaría después como distintivo de la marca en la portada de su primer Mac.
Aunque su madre negara el suicidio, probablemente por motivos religiosos, casi todos sus biógrafos coinciden en este punto. Sea como fuere, lo cierto es que nadie merecía haber tenido un final así, menos aún tratándose de un hombre, como Tuning, que tanto bien hizo a la Humanidad.
Discretos reconocimientos a su figura han ido sucediéndose de un tiempo a esta parte. Muchos son los galardones, estatuas y placas que llevan su nombre, sobre todo vinculados a la universidad de Manchester, donde transcurrieron sus últimos años. El más sonado de todos fue la disculpa pública que el primer ministro británico,Gordon Brown, le dio a titulo póstumo en nombre del gobierno el 10 de septiembre del 2009. El comunicado oficial del mandatario se produjo tras algunas movilizaciones ciudadanas que habían promovido un acto de desagravio en su memoria.
Justa recompensa, aunque tardía, para rehabilitar ante el mundo la figura de Alan Turing, ese hombre excepcional que, gracias a su inteligencia, coraje y esfuerzo, dio pleno sentido a una simple manzana mordida.
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CULTURA, CIENCIA, HISTORIA
EL LEGADO DE ALAN TURING VA MÁS ALLÁ DE LA INFORMÁTICA
Winston Churchill creó grupos de trabajo para responder a la remilitarización del ejército nazi. Alan Turing es posiblemente el más famoso de los matemáticos británicos involucrados en la Segunda Guerra Mundial.“Lo que más espero es que gracias a él apreciemos de mejor manera el valor de la diversidad y la creatividad individual de nuestra base científica”.- Jonathan Dawes, matemático.
Alan Turing el genio gay, padre de la informática: Cuba Eterna
Más allá de Alan Turing: los matemáticos que combatieron el nazismo
ALAN TURING, UN GAY CON UNA VIDA DE PELÍCULA TRÁGICA
POR JOANNA KLEIN
Muchas personas han oído hablar de Alan Turing, el matemático y lógico que inventó la computación moderna en 1935. Saben que Turing, el criptógrafo que descifró el código Enigma de los nazis, ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial. También recuerdan que Turing fue un mártir de los derechos de las personas homosexuales que, después de haber sido acusado (cuando estaba prohibido serlo en el Reino Unido) y sentenciado a castración química, se suicidó en 1954 al comer una manzana con cianuro.
Sin embargo, pocos conocen al Turing naturalista que explicó, por medio de las matemáticas, los patrones que hay en la naturaleza. Casi medio siglo después de que Turing publicó su artículo final en 1952, los químicos y biomatemáticos empezaron a apreciar el poder que su último trabajo tenía para explicar problemas que aún estaban resolviendo, como de qué manera obtiene el pez cebra sus rayas o los guepardos, sus manchas.
Incluso ahora, los científicos siguen encontrando nueva información a partir del legado de Turing.
El 4 de mayo, en un artículo publicado en la revista Science, ingenieros químicos en China utilizaron la generación de patrones que describió Turing con el objetivo de explicar un proceso más eficiente para desalinizar el agua, un procedimiento que se ha usado con mayor regularidad para obtener agua dulce que sirva para beber y regar lugares áridos.
El artículo que publicó Turing en 1952 no abordó de forma explícita la filtración de agua salada a través de membranas para producir agua dulce. Más bien, utilizó la química para explicar de qué manera se generaban formas en los organismos a partir de agrupaciones de células indiferenciadas.
No queda claro por qué este tema le interesó al pionero de los computólogos, pero Turing le dijo a un amigo que quería derrotar el argumento teológico: la idea de que, para que existieran patrones complejos en la naturaleza, tenía que crearlos algo sobrenatural como un dios.
Turing fue un observador apasionado de la naturaleza desde la infancia y se percató de que muchas plantas contenían pistas que podían involucrar a las matemáticas. Después se halló que hay rasgos de plantas que siguen la secuencia de Fibonacci, en la que cada número subsecuente en la serie equivale a la suma de los dos números anteriores. Por ejemplo, las margaritas tenían 34, 55 u 89 pétalos.
“No era un ateo militante”, comentó Jonathan Swinton, un biólogo computacional y profesor temporal de la Universidad de Oxford que ha investigado la vida y obra de los últimos años de Turing. “Simplemente creía que las matemáticas eran muy poderosas, que se podían utilizar para explicar muchísimas cosas y que se debía intentar encontrar esas explicaciones con ellas”.
“Se le ocurrió una representación matemática que permite que las formas surjan de un espacio vacío”, mencionó Swinton. En el modelo de Turing, dos químicos que él llamaba morfógenos interactuaban en un medio vacío. “Hay que suponer que tenemos dos morfógenos y uno hará que la piel de un animal sea negra y el otro hará que la piel del animal se vuelva blanca”, explicó Swinton. “Si mezclaras los dos, la piel del animal sería gris”.
No obstante, si algo provocara que uno de los químicos se difuminara o se propagara más rápido que el otro, entonces cada uno podría concentrarse en puntos localizados y espaciados de manera uniforme, que juntos formarían las manchas o las rayas negras y blancas.
Este fenómeno se conoce como inestabilidad de Turing, y los investigadores chinos que publicaron el nuevo artículo determinaron que podría explicar la manera en que surgen las formas en las membranas que filtran sal.
Al crear patrones tridimensionales de Turing en las membranas, como burbujas y tubos, los investigadores aumentaron su permeabilidad, pues crearon filtros que podían separar mejor la sal del agua que los filtros tradicionales.
“Podemos usar una membrana para que haga el trabajo de dos o tres”, aseguró Zhe Tan, un estudiante de maestría de la Universidad Zheijang en China y coautor del artículo, lo cual implica menor uso de energía y menores costos si se utiliza en el futuro para operaciones de desalinización a gran escala.
Más allá de su publicación final, las notas que quedan de Turing muestran las complejas ideas que batallaba por explicar.
“El artículo de 1952 que todo mundo conoce no es el final de la historia”, comentó Jonathan Dawes, un matemático de la Universidad de Bath que también ha intentado comprender el último trabajo de Turing. “No muestra toda la profundidad de su pensamiento”.
Al parecer, Turing buscaba un mecanismo general para la creación de formas, como la manera en que el pensamiento o la conciencia surgen de modo espontáneo o la forma en que se apiñan de manera tan ajustada y meticulosa las semillas de los girasoles. Pero Turing murió antes de terminar y publicar sus reflexiones finales.
“Lo que más espero es que gracias a él apreciemos de mejor manera el valor de la diversidad y la creatividad individual de nuestra base científica”, opinó Dawes. “Necesitamos gente a la que se le permita que el motor de su motivación sea la curiosidad, y también necesitamos gente que tome esas ideas científicas como base y las convierta en tecnología útil”.
*Más allá de Alan Turing: los matemáticos que combatieron el nazismo
Durante la Segunda Guerra Mundial muchos matemáticos se integraron en el Ejército Aliado, especialmente en el Reino Unido. El gobierno de Winston Churchill creó grupos de trabajo en centros y laboratorios, dedicados a campos de la ciencia considerados prioritarios para la batalla, para responder a la remilitarización del ejército nazi y hacer frente a su avance. Con aquel esfuerzo ayudaron a ganar la guerra y, al mismo tiempo, contribuyeron al desarrollo de áreas como la mecánica de materiales, la computación, la criptografía, la física nuclear y la investigación operativa.
Alan Turing es posiblemente el más famoso de los matemáticos británicos involucrados en la Segunda Guerra Mundial. Junto con su equipo en Bletchley Park, descifró el código de comunicación secreta de los nazis, sentando las bases del uso de ordenadores para resolver problemas al utilizar una secuencia de pasos lógicos. Entre sus colaboradores estaba Joan Clarke, una de las pocas mujeres matemáticas que se involucró desde el principio en la guerra. Esa circunstancia cambió drásticamente con el desarrollo de la contienda. En el año 1945, en Bletchley Park trabajaban unas 10000 personas, de ellas, alrededor de 7.500 eran mujeres, con estudios de física, matemáticas e ingeniería, entre otros. Con gran parte de los hombres en el frente, las mujeres pudieron ocupar lugares que hasta entonces tenían vetados.
Más allá de la criptografía, hubo matemáticos dedicados al estudio de material militar, desde el blindaje de tanques hasta la producción de munición pasando por diseños balísticos. En la ciudad de Kent, Nevill Francis Mott, premio Nobel de Física en 1977, dirigía un grupo en el que se incluían matemáticos como Leslie Howarth, dedicado a la mecánica de fluidos, Ian Sneddon y Rodney Hill, especializados en sólidos, y James Hardy Wilkinson, experto en análisis numérico.
En el laboratorio de Mott se requería una matemática efectiva, simple, guiada por la intuición y los datos experimentales. Reinaba un ambiente de urgencia y tensión, en el que no había tiempo para complejidades aunque se exigía una cierta precisión en los cálculos. Mott asignaba cada tarea a dos grupos o personas diferentes, sin que ellos lo supiesen, y si ambos coincidían, consideraba que los resultados eran fiables y se tomaban las medidas oportunas. Allí se estudió el primer misil balístico del mundo (el V-2), construido por los nazis, lanzado por primera vez en 1944, y también se modificó la fabricación de proyectiles del ejército británico pasando de tener una punta cónica a una curvada de forma continua.
Al acabar la guerra, aquellos brillantes matemáticos regresaron al mundo académico, donde pudieron formalizar los atropellados desarrollos obtenidos durante el combate. Rodney Hill comenzó su doctorado en Cambridge en 1946, y lo finalizó dos años después. Como fruto de sus investigaciones publicó dos artículos, uno en 1948 y otro en el 1950, que fundan los cimientos de la llamada teoría de la plasticidad dentro de la termodinámica. En estos trabajos, Hill analiza las deformaciones irreversibles que sufren los sólidos tras estar sometidos a procesos de carga y descarga. Su libro La teoría matemática de la plasticidad (1950), en el que plasmó con solo 29 años sus avances de manera accesible y ordenada, sigue siendo hoy día referencia básica para los estudiantes e investigadores del área.
Por otro lado, su director de tesis, Egon Orowan, matemático húngaro de descendencia judía, había llegado a Reino Unido en 1937 huyendo del avance nazi, y también trabajó al servicio del gobierno inglés durante la guerra. En el año 1944, sus estudios identificaron la causa de la rotura de los llamados barcos de la libertad (Liberty ships), que eran enviados desde EE UU para abastecer con todo tipo de material a las fuerzas aliadas en Europa. Los cambios propuestos por Orowan para evitar su colapso fueron incorporados en el diseño.
Otro gran problema que acechaba a los navíos en el Atlántico Norte eran los submarinos alemanes. Un grupo de investigadores de Reino Unido, bajo la dirección de Patrick Blackett, posteriormente premio Nobel de Física, logró mejoras en el uso de radar aéreo para localizar los submarinos alemanes entre los años 1942 y 1945. Sus trabajos dieron nacimiento a un nuevo campo de las matemáticas, la investigación operativa, que consiste en el uso de modelos y datos estadísticos para tomar decisiones. La localización de los submarinos mediante los radares permitía elegir la profundidad óptima para el ataque.
El empuje nazi convirtió a Inglaterra en protagonista del avance de muchas disciplinas científicas y tecnológicas. Ya lo había dejado claro Churchill en su primer discurso prometiendo “sangre, sudor y lágrimas” y que “nunca nos rendiremos”. No lo hicieron, y el resultado fue más allá de la victoria militar.
JOANNA KLEIN Y JOSÉ MERODIO
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THE NEW YORK TIMES'
Alan Turing, el genio de las matemáticas que acabó con Hitler... 65 años después
“Lo que más espero es que gracias a él apreciemos de mejor manera el valor de la diversidad y la creatividad individual de nuestra base científica”. JONATHAN DAWES, MATEMÁTICO
Alan Turing, 65 años después
Alan Turing puede presumir de ser una de las personas más importantes de la historia de la humanidad. Matemático británico nacido el 23 de junio de 1912, desde muy pronto comenzó a demostrar su capacidad para entender los algoritmos y conseguir que una máquina también lo hiciera, lo que le llevó a ser considerado como uno de los padres de la computación. Pero su mayor logro fue 'acabar' con Hitler: 65 años después de su muerte, ha recibido su merecido reconocimiento.
Ha sido ahora cuando 'The New York Times' ha publicado un obituario de la muerte de Turing, en el que se le reconocen todos los méritos que alcanzó, especialmente el de acabar con el código secreto de la máquina Enigma, con la que los nazis se pasaban información secreta sin que Reino Unido fuera capaz de descifrarla. En una sección llamada 'Overlooked', el conocido diario ha publicado su obituario, que en su momento no vio la luz por dos motivos: los secretos y su homosexualidad.
El brillante matemático creó, en 1934, la máquina de Turing, considerada como un prototipo de los actuales ordenadores cuyas leyes son la base de la ciencia de la computación. Su amplia experiencia en este campo y su capacidad para entender códigos pronto le convirtieron en una pieza fundamental en la Segunda Guerra Mundial: poder entender el lenguaje variable a través del que se comunicaban los nazis pasó a ser una misión fundamental.
El principal problema que ofrecía Enigma tenía que ver con la capacidad para variar combinaciones de letras a la hora de comunicar un mensaje, lo que complicaba la labor de descifrar el mensaje si no se conocía el código. Alan Turing fue uno de los encargados de dar solución a estas transcripciones, un hecho que se calcula que ayudó a que la 'gran guerra' acabara unos cuatro años antes. Héroe de su nación, fue uno de los encargados de frenar el poder de Hitler.
Acabada la IIGM, Turing continuó innovando en el mundo de la informática: por un lado, fue capaz de construir varias computadoras electrónicas programables digitales, algo que no se había conseguido hasta la fecha; por otro, diseñar el famoso 'Test de Touring', un criterio a través del que se puede valorar la inteligencia que tiene una máquina comparando sus respuestas con las que ofrecería un ser humano. Pero un robo iba a ser el principio del fin.
Un robo acabó con su carrera
Era 1952 y, mientras trabajaba, alguien entró en su casa y robó algunas de las notas que tenía de sus proyectos. Cuando denunció ante las autoridades, reveló que mantenía una relación homosexual, lo que le valió un castigo a 'castración química' por 'indecencia grave' bajo las normas de la época y acabó con su carrera profesional: solo dos años después, en 1954, aparecía muerto tras ingerir cianuro. Unos, lo consideraron un suicidio; otros, un asesinato.
Lo cierto es que nunca se le hizo un obituario público, aduciendo que muchas de las grandes tareas que había llevado a cabo se encontraban clasificadas como secreto de Estado y, por tanto, no se podían contar, aunque las sospechas apuntan a que estaba relacionado con su tendencia sexual. Ahora, 65 años después de la muerte del genio que dio el pistoletazo de salida a la computación y que 'acabó' con Hitler, recibe el reconocimiento que merecía en el prestigioso 'The New York Times'.
El legado de Alan Turing va más allá de la informática
Muchas personas han oído hablar de Alan Turing, el matemático y lógico que inventó la computación moderna en 1935. Saben que Turing, el criptógrafo que descifró el código Enigma de los nazis, ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial. También recuerdan que Turing fue un mártir de los derechos de las personas homosexuales que, después de haber sido acusado (cuando estaba prohibido serlo en el Reino Unido) y sentenciado a castración química, se suicidó en 1954 al comer una manzana con cianuro.
Sin embargo, pocos conocen al Turing naturalista que explicó, por medio de las matemáticas, los patrones que hay en la naturaleza. Casi medio siglo después de que Turing publicó su artículo final en 1952, los químicos y biomatemáticos empezaron a apreciar el poder que su último trabajo tenía para explicar problemas que aún estaban resolviendo, como de qué manera obtiene el pez cebra sus rayas o los guepardos, sus manchas.
Incluso ahora, los científicos siguen encontrando nueva información a partir del legado de Turing.
El 4 de mayo, en un artículo publicado en la revista Science, ingenieros químicos en China utilizaron la generación de patrones que describió Turing con el objetivo de explicar un proceso más eficiente para desalinizar el agua, un procedimiento que se ha usado con mayor regularidad para obtener agua dulce que sirva para beber y regar lugares áridos.
El artículo que publicó Turing en 1952 no abordó de forma explícita la filtración de agua salada a través de membranas para producir agua dulce. Más bien, utilizó la química para explicar de qué manera se generaban formas en los organismos a partir de agrupaciones de células indiferenciadas.
No queda claro por qué este tema le interesó al pionero de los computólogos, pero Turing le dijo a un amigo que quería derrotar el argumento teológico: la idea de que, para que existieran patrones complejos en la naturaleza, tenía que crearlos algo sobrenatural como un dios.
Turing fue un observador apasionado de la naturaleza desde la infancia y se percató de que muchas plantas contenían pistas que podían involucrar a las matemáticas. Después se halló que hay rasgos de plantas que siguen la secuencia de Fibonacci, en la que cada número subsecuente en la serie equivale a la suma de los dos números anteriores. Por ejemplo, las margaritas tenían 34, 55 u 89 pétalos.
“No era un ateo militante”, comentó Jonathan Swinton, un biólogo computacional y profesor temporal de la Universidad de Oxford que ha investigado la vida y obra de los últimos años de Turing. “Simplemente creía que las matemáticas eran muy poderosas, que se podían utilizar para explicar muchísimas cosas y que se debía intentar encontrar esas explicaciones con ellas”.
“Se le ocurrió una representación matemática que permite que las formas surjan de un espacio vacío”, mencionó Swinton. En el modelo de Turing, dos químicos que él llamaba morfógenos interactuaban en un medio vacío. “Hay que suponer que tenemos dos morfógenos y uno hará que la piel de un animal sea negra y el otro hará que la piel del animal se vuelva blanca”, explicó Swinton. “Si mezclaras los dos, la piel del animal sería gris”.
No obstante, si algo provocara que uno de los químicos se difuminara o se propagara más rápido que el otro, entonces cada uno podría concentrarse en puntos localizados y espaciados de manera uniforme, que juntos formarían las manchas o las rayas negras y blancas.
Este fenómeno se conoce como inestabilidad de Turing, y los investigadores chinos que publicaron el nuevo artículo determinaron que podría explicar la manera en que surgen las formas en las membranas que filtran sal.
Al crear patrones tridimensionales de Turing en las membranas, como burbujas y tubos, los investigadores aumentaron su permeabilidad, pues crearon filtros que podían separar mejor la sal del agua que los filtros tradicionales.
“Podemos usar una membrana para que haga el trabajo de dos o tres”, aseguró Zhe Tan, un estudiante de maestría de la Universidad Zheijang en China y coautor del artículo, lo cual implica menor uso de energía y menores costos si se utiliza en el futuro para operaciones de desalinización a gran escala.
Más allá de su publicación final, las notas que quedan de Turing muestran las complejas ideas que batallaba por explicar.
“El artículo de 1952 que todo mundo conoce no es el final de la historia”, comentó Jonathan Dawes, un matemático de la Universidad de Bath que también ha intentado comprender el último trabajo de Turing. “No muestra toda la profundidad de su pensamiento”.
Al parecer, Turing buscaba un mecanismo general para la creación de formas, como la manera en que el pensamiento o la conciencia surgen de modo espontáneo o la forma en que se apiñan de manera tan ajustada y meticulosa las semillas de los girasoles. Pero Turing murió antes de terminar y publicar sus reflexiones finales.
“Lo que más espero es que gracias a él apreciemos de mejor manera el valor de la diversidad y la creatividad individual de nuestra base científica”, opinó Dawes. “Necesitamos gente a la que se le permita que el motor de su motivación sea la curiosidad, y también necesitamos gente que tome esas ideas científicas como base y las convierta en tecnología útil”.
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Atroz terapia hormonal y cianuro
El genio que creó la computación pero fue condenado por homosexual
EL PADRE DE LA COMPUTACIÓN
Hace 110 años nacía Alan Turing, el matemático inglés, filósofo, experto en lógica, criptógrafo, biólogo que ayudó a ganar la Segunda Guerra Mundial y al que le debemos la ciencia de la computación. Puso su vida al servicio del reino, pero fue encarcelado por “perversión sexual”. Se quitó la vida con una manzana envenenada.
Fue un genio. Lo mató la hipocresía. Ahora es la imagen en el billete de cincuenta libras del Reino Unido, al que también salvó de la guerra, un homenaje mezquino para un héroe que acortó la sangrienta Segunda Guerra Mundial y no peleó ni en trincheras, ni en el mar, ni en el aire, sino en su gabinete de joven extravagante en la sede de Bletchley Park, la cueva de espías, inventores, filósofos y biólogos en la que trabajaron más de nueve mil personas, muchas anónimas, que pelearon, y ganaron, aquella guerra de otra manera y en otros campos.
Un poco de todo eso fue Alan Turing: matemático, filósofo, experto en lógica, criptógrafo, biólogo, teólogo pensador al que le debemos la ciencia de la computación, los fundamentos conceptuales del algoritmo, el esbozo de las líneas básicas de lo que hoy deslumbra al mundo, la inteligencia artificial, y la inquietante idea de que las máquinas piensan. En concreto y en la guerra, Turing descifró la “indescifrable” máquina “Enigma”, creada por los alemanes que sí la consideraban indescifrable sin comillas.
De manera que los aliados tuvieron acceso a los planes alemanes, a los ataques submarinos en el Atlántico Norte, a los refuerzos de zonas costeras y de los enclaves en el este europeo, gracias a la hazaña de Turing de haber convertido a una máquina encriptadora insondable, en un libro abierto de páginas amplias y letras grandes. Por ejemplo, los aliados, con Gran Bretaña a la cabeza, supieron que los alemanes estaban convencidos de que el gran desembarco de junio de 1944 iba a llegar por el paso de Calais, que separa la isla británica del continente, y no por las playas abiertas, escarpadas y hostiles de Normandía. Y lo supieron gracias a Turing.
Y en una época en la que algunos de grandes científicos del mundo se convertían en agentes soviéticos, Gran Bretaña sabe mucho y bien de estas cosas, Turing puso su genio y su vida al servicio de su Majestad. Le pagaron con hiel, con ostracismo y con una salida legal que lo destruyó, en nombre de una hipocresía que no disculpó que Turing, una mente abierta, ajena a morales falsas, jamás ocultó: era homosexual.
No tuvo una infancia fácil. Era hijo de un funcionario británico en la India, Julius Mathison Turing y de Ethel Sara Stoney, que era hija de un funcionario de los ferrocarriles indios, en manos británicas.
Turing nació en Londres el 23 de junio de 1912, hace hoy ciento diez años en Maida Vale, un distrito residencial del oeste de la ciudad y así lo recuerda una placa azul enclavada en el exterior de la casa, que fue descubierta en 2012, en el centenario del nacimiento de Turing y como parte de los tardíos homenajes a su vida infortunada. Los padres, de viaje constante entre Gran Bretaña y la India, lo pusieron, junto a su hermano mayor, en manos de un militar retirado del ejército y de su mujer: los Turing querían que sus chicos se criaran en Inglaterra.
Alan mostró enseguida quién sería y que quería ser: aprendió a leer solo en tres semanas y tenía predilección por los números y los rompecabezas. Estudió en la preparatoria Hazelhurst, fue un alumno brillante, y a los trece años ingresó en el internado de Sherborne, en Dorset. Dice la leyenda que el primer día de clases estuvo signado por una gran huelga general en toda Inglaterra. Así que Alan se subió a su bicicleta y recorrió los noventa y seis kilómetros que separaban Southampton del internado: hizo noche en una posada y su pequeña hazaña fue reflejada por la prensa local. Ganó en Sherborne todos los premios matemáticos, llevó adelante y por su cuenta experimentos químicos y se ganó el recelo de sus maestros por su irrefrenable independencia y su joven ambición. Llegó a resolver problemas matemáticos muy avanzados, sin haber estudiado cálculo elemental.
Se enamoró a los diecisiete años de un chico de su edad, Christopher Morcon, compañero de estudios en el internado y compinche en los estudios científicos. Fue su primer amor y la primera persona en creer a fondo en sus ideas; Christopher lo invitó a conocer a su madre, una artista, en lo que debió ser para la época la relación amorosa entre dos adolescentes más tolerada de Gran Bretaña, donde la homosexualidad era ilegal.
El 13 de febrero de 1930, apenas egresados de Sherborne. Christopher murió víctima de la tuberculosis bovina, contraída probablemente por beber leche de una vaca infectada. En las pocas referencias a su vida personal, hechas a cuentagotas y a lo largo de los años, Turing recordó a Morcon: “Mis recuerdos más vívidos de Chris son, casi siempre, de las cosas tan amables que me decía”.
Pero la muerte del joven Morcon dejó algo más que dolor y recuerdos amables: la fe religiosa de Turing se partió en mil pedazos, se volvió ateo, se obsesionó por comprender la naturaleza de la consciencia, su estructura y sus orígenes. También reforzó su rechazo a la estructura educativa británica, centrada en los clásicos, y se volcó de lleno al estudio de la ciencia y de las matemáticas. Estudió en el King’s College de la Universidad de Cambridge que era la meca del conocimiento científico y un logro para un chico de diecinueve años. Es en el King’s College donde Turing desarrolla sus investigaciones matemáticas y donde diseña lo que pasó a la historia como “Máquina Turing” capaz de determinar funciones matemáticas y que contiene el embrión lógico de las computadoras.
En 1935, el alumno del King’s College pasó a ser profesor. Viaja a Princeton, en Estados Unidos, donde ya enseña Albert Einstein, para escribir su tesis doctoral y pasa en esa universidad la mayor parte de 1937 y 1938. Obtuvo su doctorado y, en su discurso de aceptación, introdujo el concepto de hipercomputación, que extendía la capacidad de las máquinas Turing con las llamadas máquinas Oracle, que permitían el estudio de los problemas matemáticos para los que no existía una solución algorítmica.
Con la Segunda Guerra en las puertas de Europa, Turing regresó a Cambridge para estudiar filosofía de las matemáticas. Y un día después del estallido de la guerra, lo mandan a buscar para meterlo de cabeza en el servicio de espionaje, con la idea de que descifrara los mensajes alemanes. Entra entonces a la Escuela Gubernamental de Código y Cifrado, en Bletchley Park, en el condado de Buckinghamshire, en plena campiña inglesa, donde más de nueve mil personas se desvivían por poner en claro los mensajes que los alemanes enviaban por código morse.
Hasta que los nazis crearon a “Enigma”, una genialidad de sus técnicos. Era una máquina encriptadora de mensajes, que precisaba de una máquina similar para descifrarlos. Nada del otro mundo, salvo el complejo sistema de funcionamiento. Estaba basado en cinco cilindros rotadores que variaban cada vez que se apretaba una tecla. De manera que la posibilidad de combinar la letra real del mensaje que la que mostraba Enigma, era infinita. Los alemanes complicaban un poquito más todo porque cambiaban la posición de los rotores una vez al mes. Del otro lado, la máquina descifradores sólo tenía que conocer cuál era la posición de los cilindros para recibir el mensaje real y no el galimatías que entregaba Enigma. El alto mando alemán la consideraba indescifrable.
Turing empezó a trabajar en Enigma junto al servicio de inteligencia polaco que también intentaba descifrar el código alemán. El británico cambió el enfoque de la investigación, mejoró en parte el sistema polaco de descifrado y, junto a un grupo de criptoanalistas, llegó a desentrañar el enigma de Enigma apenas tres meses después de llegar a Bletchley Park. Usó el análisis matemático para determinar cuáles eran las posiciones más factibles en las que se podían ubicar los rotores. Era una botella al mar, pero empezó a dar resultados con la ayuda fantástica de alguna máquina Enigma que cayó en manos aliadas y fue destripada por los británicos.
Lo que no tenían era tiempo. El método no era del todo exacto, al menos no era infalible, y los mensajes alemanes en código eran miles. Había que fabricar una máquina que acelerara el proceso. Turing se puso a trabajar en ello junto a su colega de Cambridge, Gordon Welchman y juntos armaron un aparato al que llamaron “Bomber” que empezaron a construirse en serie en la primavera de 1940, cuando la guerra llevaba apenas seis o siete meses de iniciada. En el verano de ese año, las Bomber descifraron los mensajes de la fuerza aérea alemana y fueron decisivas para anticipar los bombardeos a Londres durante la Batalla de Inglaterra, que se libró en los cielos británicos.
Las máquinas británicas diseñadas por Turing fueron decisivas para interceptar los mensajes de los temibles submarinos nazis que operaban en el Atlántico Norte y torpedeaban los buques mercantes ingleses, cargados en Estados Unidos con material de guerra. Cuando los alemanes pusieron en funcionamiento una Enigma de ocho rotores, lo que aumentaba de manera exponencial las combinaciones de letras y palabras, en Bletchley Park reconstruyeron el sistema lanzado por los alemanes en base a una técnica estadística, desarrollada por Turing, que permitía conocer la “identidad” de cada rotor de la Enigma encriptadora, lo que facilitaba el descifrado por parte de los británicos.
En 1943 Turing era ya director del “Equipo del Barracón 8′ y consultor general para el área de criptoanálisis de Bletchley Park. Viajó a Estados Unidos para compartir información con los analistas americanos y se concentró en otra máquina alemana Lorenz SZ40/42 a la que los ingleses, para abreviar, llamaron “Tunny” y que conectaba a Adolf Hitler con el alto mando del ejército en Berlín y con los jefes de las fuerzas nazis en el frente europeo.
Los analistas que destriparon a Tunny, se inspiraron en la teoría estadística de Turing que había desentrañado a la Enigma de cinco y de ocho rotores: toda la información acumulada se usó para fabricar una de las primeras computadoras de la historia, llamada Colossus, que descifró los códigos de Tunny de modo industrial.
La información interceptada por los aliados les permitió conocer por adelantado las decisiones estratégicas alemanas. En la posguerra, los jefes militares que sobrevivieron a Núremberg mostraron su sorpresa cuando se enteraron que sus comunicaciones más secretas habían sido interceptadas y descifradas durante todo el conflicto. Los cálculos, si bien todos post facto, aseguran que los logros de Turing acortaron la guerra al menos en dos años y evitaron centenares de miles de muertos.
Turing recibió la Orden del Imperio Británico por su servicio, pero en carácter secreto: su trabajo debía permanecer anónimo y sus maquinarias, las tangibles y las que estaban en proceso de diseño, destruidas al final de la guerra. Su contribución al desarrollo científico, también debía permanecer oculto y oscuro. Turing siguió adelante, rodeado de cierto ostracismo debido a su elección sexual de la que, si bien no hacía gala, tampoco hacía abstención. La rígida tradición moral de Inglaterra lo condenó al destierro en casa propia.
Igual siguió adelante con sus investigaciones y con sus desafíos. Construyó varias computadoras electrónicas programables, un paso gigantesco para la época que todavía no había desarrollado a pleno el transistor: lo que no plasmaba en una máquina y con recursos técnicos, lo conservaba en diseño: tenía el futuro en la cabeza. Creó incluso lo que se conoce hoy como el “Test de Turing”, basado en un viejo juego que reúne a tres personas: un interrogador, un hombre y una mujer. El interrogador está separado de sus interlocutores y sólo puede comunicarse con ellos a través de un lenguaje que todos entienden. El objetivo es que el interrogador descubra quién es el hombre y quién la mujer, mientras que el objetivo de los otros dos jugadores es convencerlo de que son la mujer.
En 1950, en un artículo publicado en Computing machinery and inteligence, Turing cambió a los interrogados por una computadora y también cambió los objetivos del juego: había que reconocer a la máquina. Su tesis decía: “Una computadora puede ser llamada inteligente, si logra engañar a una persona haciéndole creer que es un ser humano”. Se trataba entonces de una persona que hablaba con una computadora, ubicada en otra habitación, mediante un sistema de chat. Si la persona no puede determinar si habla con un humano o con una máquina, la computadora se considera inteligente.
El “jueguito” de Turing sentó las bases de la inteligencia artificial. Una forma inversa de su tesis se usa mucho en Internet. Es el test “CAPTCHA”, diseñado para determinar si un usuario es un humano o una computadora. A usted seguro le pidieron, al ingresar a una página, que de muestre: “No soy un robot”. Ese es Turing, que todavía derrama talento.
En 1952, Turing tenía cuarenta años, todo se fue a pique. Uno de sus amantes, Arnold Murray, ayudó a un cómplice a entrar en la casa del científico y le robaron. Por cierto, Turing hizo la denuncia en la policía y reconoció su homosexualidad, con lo que pasó a ser procesado por “indecencia grave y perversión sexual”, los mismos cargos que, medio siglo antes, habían llevado a la cárcel y al destierro a Oscar Wilde. Turing hizo un acto de fe de aquel proceso: convencido de que no tenía ni de qué, ni por qué defenderse, no ejerció ninguna medida en su amparo y fue condenado.
Para medir la doble vara británica, la doble moral y la lironda hipocresía social que condenó a Turing, hay que evocar a Winston Churchill. Un día de enero de 1944, sus asesores van a Churchill con un chimento. Un conocido político británico, célebre homosexual por sus escándalos, sus disparates y sus delirios y caprichos, ante quien muchas veces todo el espectro social había hecho la vista gorda, había sido sorprendido en la helada noche del invierno inglés en Hyde Park, en plena batalla amorosa con un guardia de la reina, ambos desnudos como Dios los había echado al mundo, aunque algo más crecidos. Los dos estaban presos. ¿Qué podía hacer el primer ministro? Churchill, a quien estas cosas le encantaban, quiso cerciorarse. ¿Los habían sorprendidos a los dos? Sí. ¿En pleno fragor? Sí. ¿Los dos desnudos? Sí. “¡Con este frío! -dijo Churchill- Pues esa gente debe hacernos sentir orgullosos de ser británicos”. Y no se habló más.
Turing no tuvo ni esa suerte, ni esa comprensión. Ambas lo alcanzaron, tarde, en 2009, cuando el gobierno de Gordon Brown pidió disculpas por el trato dado a Turing durante sus últimos años de vida, que fueron dos desde su condena. Pero todavía en 2012, el primer ministro David Cameron negó el indulto a Turing y adujo que la homosexualidad era un delito en los años en los que fue condenado. Por fin, el 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II lo indultó de todo tipo de culpa. Entonces llegaron los homenajes, las estatuas, las calles con su nombre y su imagen en los billetes de cincuenta libras.
Pero en 1952 fueron bestiales con él. Condenado a prisión, le dieron la opción de someterse a una castración química, mediante un tratamiento hormonal de reducción de la libido. Turing optó por las inyecciones de estrógenos. El tratamiento duró un año y le provocó cambios físicos terribles como la aparición de pechos, obesidad y disfunción sexual. Con todo, no perdió su sarcasmo. En una carta a su amigo Norman Routledge, Turing escribió una reflexión, un falso silogismo, sobre el rechazo social que provoca la homosexualidad y el desafío intelectual que supone demostrar la posibilidad de existan computadoras inteligentes. Estaba preocupado, además, por que los ataques a su persona pudieran entorpecer, u oscurecer sus razonamientos sobre la inteligencia artificial. El silogismo decía: “Turing cree que las máquinas piensan. Turing se acuesta con hombres. Por lo tanto, las máquinas no piensan”.
Vencido por la amargura, con su enorme obra científica inconclusa, sin saber todavía lo que su genio podía aportar al desarrollo del conocimiento, el 7 de junio de 1954, veintitrés días antes de cumplir cuarenta y dos años, dijo basta.
Ni en ese instante supremo eludió el sarcasmo, el toque de humor corrosivo, la señal acre e incisiva que era también una advertencia al mundo que estaba por dejar.
Primero, eligió una manzana, símbolo bíblico del pecado, de lo prohibido, de lo que no se debe, de paraísos perdidos, de tentación y culpa.
Luego, roció la manzana con cianuro y le dio un mordisco.
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