La Ciudad de México es una de esas metrópolis estrambóticas en donde lo inesperado está siempre a la vuelta de la esquina. Camisería y sombrerería de día, La Malagueña se convierte por las noches en un lugar donde las reglas de la masculinidad tradicional cambian. El vaquero, el arquetipo del macho mexicano, aquí viene a bailar con el compadre. Sí: estamos en un bar donde los vaqueros gays de la capital mexicana encuentran su oasis.
12:00 “El viejo del sombrerón, ese viejo sí la mueve”
Entrar a La Malagueña es descubrir un mundo alterno que pocos tienen la fortuna de conocer. La que de día es una tienda de artículos para vaqueros ubicada en el número 10 del Eje Central Lázaro Cárdenas, de noche se transforma en un lugar donde los hombres ataviados con texanas, botas picudas, cintos piteados y camisas de cuadros, vienen a bailar “de a cartoncito de chela” no con otras mujeres, sino con otros hombres.
El decir que es como una dimensión alternativa no es gratuito: aquí todo parece estar subvertido. Mientras en el resto de los antros gay de la Ciudad de México quienes triunfan son los más jóvenes, los de cuerpos más trabajados y los que ostentan ropa de marca; aquí esos códigos no sirven para nada. Las cabezas que no tienen sombreros dejan ver sin pudor sus brillantes calvas, apenas matizadas por algunas hebras de pelo cano. ¿Cuerpos acinturados? ¿Qué es eso? Aquí las panzas se relajan, y algunas se asoman entre los botones de las camisas de estos vaqueros urbanos.
Por demás está decir que tampoco la pedantería tiene cabida en este congal: son dos plantas de puro sabor latino, donde los que se llevan las palmas, los gritos y las miradas son aquellos que saben pulir mejor la pista de baile al ritmo de la oferta musical. El DJ, también ataviado con la camisa y sombrero de rigor, comienza a poner el ritmo en esta noche.
‘El viejo del sombrerón’ de la Sonora Dinamita es el himno de estos compadres sombrerudos que en su mayoría han dejado atrás los veintes y hasta los treintas. Las primeras notas de esta canción arrancan de sus asientos a algunas pocas parejas. Los más osados se deciden a abrir pista mientras en las bocinas suenan la letra pícara de la cumbia, llena de albures y dobles sentidos.
Acalorado de tanto baile, un vaquero rechoncho improvisa un abanico con el plato de las botanas y se echa aire. Para refrescarse comienzan a llegar las cervezas, traídas por los meseros, vestidos también de vaqueros. Que esto, que lo otro: ¡salud!
1:00: “Y me solté el cabello y me vestí de reina”
A la una de la mañana ya comienza a prenderse la fiesta. De repente, en los altoparlantes suena la voz del maestro de ceremonias: “Bienvenidos a su lugar favorito del Centro, La Malagueña Bar. Esta noche tenemos el honor de traer para ustedes el show de una regia que todos conocemos: ¡Gloria Trevi!”. Y es así como una imitadora de la artista del “pelo suelto”, ataviada con medias rotas y con mascadas que le cuelgan de los brazos —look que esta cantante tenía en los años 90—, hace un playback de ‘Soledad’ y ‘Con los ojos cerrados’. Con la misma actitud desafiante de la Gloria original, arrastra a un chico moreno hacia la pista, le quita la camisa y a cambio recibe atronadores aplausos del público.
El momento cúspide de su actuación es también el cierre: hace un lipsync de “Todos me miran”, una de las canciones más emblemáticas del pop gay en español de los últimos años:
“Y me solté el cabello, me vestí de reina,
Me puse tacones, me pinté y era bella,
Y caminé hacia puerta y te escuché gritarme
Pero tus cadenas ya no pueden pararme.
Y miré la noche y ya no era oscura era de lentejuelas”.
A los vaqueros se les mira jotear felices. La figura del vaquero hipermasculino y de una sola pieza se cambia por el de la “vaquerobvia”, como le llaman en el slang local a los vaqueros afeminados. Algunos, sin querer queriendo, le hacen honor al conocido refrán de la comunidad gay: “entre más picuda la bota, más pasiva la jota”. ¡Y qué bueno que se vivan con tanta libertad y soltura!
2:00 “Ese botecito, si no se mueve se oxida”
A las dos de la mañana la parranda ya está a todo lo que da. Al ritmo de ‘La Chona’, ‘Cahuates [sic], pistaches’, ‘La Culebra’ y ‘El botecito’, estos cowboys del asfalto ya están dándolo todo. ¡Porque claro, como diría la cumbia texana, ese botecito si no lo mueves se oxida! Entonces el DJ se toma una pausa, porque llega un grupo de música en vivo y comienza a interpretar algunas canciones para comenzar el romanceo y el ligue.
En este mundo inverso, una pareja heterosexual extraviada se integra a la pista de baile, aunque nadie se escandaliza ni los mira mal. En un ejemplo de inclusión, los heteros encuentran un lugar en esta pista que no está pensada para ellos. Pero no importa, porque los vaqueros están en lo suyo: hebilla con hebilla y bigote con bigote, bailan ‘Caminos de Michoacán’ y ‘La vida no vale nada’, mientras se lanzan miradas coquetas o se besan.
Las cumbias vuelven a aparecer en la fiesta. Apenas suenan los primeros acordes de ‘Conga y Timbal’ de Yaguarú y la pista ya está totalmente abarrotada. Agotados, sudados y contentos, los danzantes apenas tienen tiempo de recuperar el aliento cuando ya llegó otro rolón, por fortuna, este un poco más lento: ‘Tiene espinas el rosal’. Y como invocada por un hechizo, una chica que vende rosas hace su aparición y vende algunas. Es conmovedor mirar como los vaqueros se regalan flores entre ellos y se prodigan amor. ¡Que nunca se pierda el romance!
3:00 “Hazme amor, el amor, que la noche es fría”
Entre las 3 y las 4 de la mañana, un rostro familiar regresa partiendo plaza. La que hace unas horas desnudara en la pista a un joven con toda irreverencia, ahora viene enfundada en lentejuelas azules e ínfulas de señorona. La misma imitadora, por medio del arte del maquillaje y el “hechizo” (no por nada se les llama transformistas) ahora es la diva Rocío Banquells.
Y ahora sí, el público está más que alborotado. Para abrir boca interpreta ‘Abrázame’, mientras los vaqueros, ya entonados, se abrazan formando parejas y se besan mientras se cantan los unos a los otros: “hazme amor, el amor, que la noche es fría”. Más que experta en encarnar a su personaje, esta imitadora de Rocío Banquells cautiva al respetable mientras canta —o al menos eso aparenta— ‘Ese hombre no se toca’. Y cuando al fin se retira de la pista, todos ya están tan encandilados que no pueden faltar los gritos de “¡otra, otra!”. Por supuesto, ya lo esperaba, porque tiene un as bajo la manga: ‘Luna Mágica’.
Aquí los vaqueros ya están más que entonados. Dejando salir a la señora que todos llevamos dentro, corean a una sola voz: “fue sólo sexo dile Luna, que lo quiero sólo a él. Tú, Luna mágica…”.
El fin de la pachanga se avecina. Los amigos cantan y ríen, las parejitas se comen la boca y se hacen cariños. A lo mejor algunos de los vaqueros que aquí se miran con dulzura y entrelazan sus manos tendrán suerte, y terminarán abrazados entre las sábanas mientras se cantan mirándose a los ojos: “hazme amor, el amor, que la noche es fría”. Una vez más, La Malagueña ha hecho su magia.
DOS VAQUEROS GAY, EN EL DESFILE GAY DE MÉXICO