Hace un año los cubanos quisieron ser libres
Hace un año me detuve en el corazón de La Habana, en la intersección de las calles 23 y L del barrio Vedado, saqué mi teléfono del bolsillo e intenté grabar los gritos de “libertad” y “abajo la dictadura” de un grupo de jóvenes que eran lanzados por los aires hacia un camión de basura por agentes de la Seguridad del Estado disfrazados de civiles. Unos segundos después, sentí que me tocaron el hombro por detrás. Cuando me volteé, un agente comenzó a forcejear conmigo para arrebatarme mi teléfono. Logré zafarme de aquel hombre y corrí con el teléfono en una de mis manos. Sin querer grabé la escena en un video que dura solo unos cuatro segundos: son unas zancadas apresuradas de mis pies, mi jadeo al escapar.
Hace un año estaba en Cuba y no en Barcelona, en la calle, cubriendo las mayores protestas antigobierno de la historia del castrismo. En 63 años de régimen, fue la primera vez que el pueblo salió a las calles a manifestarse en masa. Sucedió en 62 lugares de toda la isla. Ese día los cubanos se sacaron de la garganta las décadas de hastío y opresión, y las ansias de cambiar el rumbo de la nación.
Hace un año mi cuerpo experimentó un estado de excitación supremo, un clímax que no conocía. Ver a la gente en estado puro, sin miedo, expresándose, sacándose de lo más profundo todo lo que habían tenido que guardarse por miedo a represalias, fue sublime. No se me borrará nunca de la retina los rostros de los ancianos parados en las puertas de sus casas haciendo chocar cazuelas y cucharas al ritmo de conga. Ni los padres con sus hijos en hombros gritando la hermosa palabra “cambio”. Ni las y los jóvenes envueltos en una nata de alegría inédita gritando “se acabó, la dictadura se acabó”.
Hace un año supimos que el presidente Miguel Díaz-Canel es un dictadorcillo más, que es capaz de dar una orden de combate contra su propio pueblo, de preparar el terreno para pasarle por encima a los que no están con “la revolución”, porque las calles solamente le pertenecen “a los revolucionarios”. Por eso tampoco se me borraran de la retina los rostros ensangrentados, las mujeres golpeadas, los disparos con armas de fuego, los escuadrones de tropas especiales.
Hace un año que el régimen se percató de que los cubanos están hartos de la situación crítica del país: la falta de alimentos, de medicinas, la mala gestión de la pandemia, la represión a la sociedad civil, la falta de esperanza. Y que, además, son capaces de hacérselo saber, de pujar para enderezar el estado de las cosas. Por eso llevaron la represión a un nivel insospechado desde ese entonces, para así aplacar la llama social.
Hace un año Diubis Laurencio Tejeda, un cantante de 36 años, murió a manos de la policía durante las manifestaciones. Fue la única víctima mortal entre las 1,484 personas que, según Cubalex y Justicia 11J, fueron detenidas por el régimen. Entre los arrestados estuvieron 57 menores de edad. De esa cantidad de detenidos, aún hoy, 701 personas permanecen encarceladas.
Hace un año que esos detenidos, según un informe de Human Rights Watch, comenzaron a estar: “incomunicados durante días, semanas y a veces meses, sin poder hacer llamadas telefónicas ni recibir visitas de sus familiares o abogados. Algunos fueron golpeados, obligados a hacer sentadillas desnudos o sometidos a maltratos, incluyendo privaciones del sueño y otros abusos que en algunos casos constituyen tortura”.
Hace un año que el régimen decidió que la única forma de seguir sentando en el poder es aplicarle a la ciudadanía la fórmula: prisión o exilio. Para limpiar de inconformidad las calles de la isla, para barrer con todo lo que huela a peligro o le haga sombra. De esa manera, hoy están en prisión los rostros más visibles de la oposición y el activismo político y, el que no está allí entre barrotes, está en el exilio, arrojado al destierro.
Hace un año que, al ver la decadente circunstancia de la isla, las y los cubanos comenzaron otro éxodo masivo de manera irregular. Lo propició la estrategia de siempre del régimen para que la “olla de presión social” pierda ebullición: abrir las fronteras. Esta vez lo hizo con la complicidad de Nicaragua que levantó el visado para cubanos, lo que provocó que los ciudadanos vuelen hasta allí y luego atraviesen la selva centroamericana para llegar a Estados Unidos. Es el mayor éxodo de la historia de Cuba: unos 140,602 cubanos han sido registrado en las fronteras estadounidenses en los últimos meses.
Hace un año los cubanos quisieron ser libres. Le plantaron cara al gobierno abusivo que los asfixia. A la distancia, analizado en frío, el saldo de ese día es nefasto. Pero sería un error asumirlo como una derrota de la ciudadanía, porque quedó sembrado el germen de la lucha pacífica por la libertad. Persistir en esa batalla, desde el exilio, desde dentro de la isla, desde el arte y la política, es la única manera de seguir encausando la emancipación del pueblo.
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