Dos tendencias dentro del republicanismo identifican enfoques diversos a la hora de enfrentarse a la administración del Estado (en el caso actual, una administración en manos del partido rival).
Un enfoque busca limitar en todo lo posible el poder del gobierno. El otro convertir a la administración estatal en un instrumento partidista.
Los abanderados del primer enfoque siempre apelarán —con razón y sin ella— a la figura de Ronald Reagan. Los partidarios del segundo tienen algo más a mano en el pasado reciente —Donald Trump— o en el presente combativo y el futuro anhelado —Ron DeSantis—, sin detenerse a pensar que pueda llegar un día en que ambas visiones —más bien ideologías— entren en contradicción. Mientras tanto, Florida es un buen ejemplo de gobierno estatal con fines partidistas, por encima de cualquier otro objetivo administrativo.
En las últimas décadas los republicanos se han valido de los tribunales para tratar de limitar la función del gobierno. Ahora que cuentan con una Corte Suprema a su gusto, imagen y semejanza gracias a Trump, la aspiración momentánea es convertir a dicho tribunal en el gestor del nuevo —es decir, viejo— orden social, moral y político.
En este caso, el Tribunal Supremo ha dado un paso más allá de cualquier ilusión republicana previa, y ha dictaminado limitar la capacidad de las agencias administrativas, aun cuando —en un sentido general— esa capacidad ha sido otorgada por el Congreso.
Como la labor del Supremo siempre estará determinada por una lentitud en el procedimiento, y su amplitud limitada por el caso judicial en curso, la segunda tendencia —propia del populismo ultraderechista— continuará creciendo como favorita, a la espera de llegar al poder.
Esta tendencia populista ha encontrado cierto sustrato ideológico —aunque no es un movimiento racional y de ideas, sino de emociones y furia— en el desarrollo intelectual generado por los “neocon”, mientras que su acción política —más cercana al trotskismo y a la práctica leninista— cuenta con el ensayo general en todo el país que llevó a cabo el movimiento Tea Party, y su manifestación más violenta en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.
En la formulación intelectual de esta práctica se encuentra Steve Bannon, que en 2017 declaró como una prioridad vital la “deconstrucción del Estado administrativo”.
A eso se añade que, en abril de este año, J. D. Vance —en la actualidad candidato republicano al Senado por Ohio— afirmó que, en un posible segundo gobierno de Trump, el expresidente debería “despedir a todos los burócratas de nivel medio, a todos los funcionarios del Estado administrativo y reemplazarlos con nuestra gente”, según informa The New York Times.
La expulsión de burócratas y su reemplazo por partidarios tiene para Vance y Bannon una explicación fundamentada en la más elemental teoría marxista —aunque no lo digan—, y es que los burócratas siempre responderán a sus intereses de grupo, más allá de otras afinidades.
Tras ello está la destrucción de las “elites”, perseguida a la vez por comunistas de viejo cuño y populistas de nuevo orden.
Se trata tanto de propuestas de guerra cultural como de postulados económicos. Aunque los límites y fracasos que acarrean son ya conocidos: la Unión Soviética, el Campo Socialista, Cuba entre otros.
La propuesta populista de fundamentar el poder de las dependencias administrativas del Estado —bajo el control de los adláteres de turno y comisarios de ocasión—, para que cumplan objetivos ideológicos y políticos, llevan al fracaso económico total, ya sea en la Rusia de Stalin, la Alemania de Hitler o el futuro EEUU de Trump o DeSantis. La limitación de la democracia liberal para establecer una administración partidista sería el derrumbe de este país.
Puede argumentarse que los gobiernos populistas de Hungría y Polonia han transformado sus respectivos modelos políticos de esta manera, y sobreviven pese a estar rodeados de naciones donde rige en mayor o menor grado la democracia liberal. Agregarse que tanto Hungría como Polonia también han transformado sus poderes judiciales para alinearlos con los objetivos del régimen, y con ello han “resuelto” la contradicción señalada al inicio del texto.
Sin embargo, tal argumentación choca con dos problemas: uno de espacio y otro de tiempo.
El de espacio es más bien geográfico: son naciones pequeñas en comparación con EEUU, aunque bien situadas estratégicamente.
El de tiempo tiene que ver con la situación actual en Europa, la geopolítica, Putin y la invasión rusa a Ucrania.
La consideración de ambos factores cambia radicalmente cuando hablamos de Estados Unidos.
Queda por ver si el camino actual del republicanismo llevará solo a la destrucción o el cambio de dicho partido. O si tendrá consecuencias mayores para el bienestar de la nación.