Patrick y Julián están juntos desde que se conocieron en 2015
Se enamoraron de vacaciones y ahora lideran un boom de emprendedores LGBT en Colombia
Julián y Patrick, pareja colombo-alemana, se conocieron en Cancún y decidieron compartir una vida de amor y proyectos. Con un restaurante y una tienda que cobija a marcas ecoamigables, apuestan por la inclusividad y la cultura sustentable.
Gracias a los proyectos que emprenden juntos, Julián Arce y Patrick Knoedler casi no se separan. En su día a día comparten oficina, se acompañan en las reuniones con proveedores o socios y juntos cierran tratos. Nacidos en continentes lejanos y con una diferencia de edad de 14 años, cargan experiencias de vida disímiles, pero compaginan en sus visiones acerca de qué apostarle en los negocios o a dónde ir a divertirse; como cuando se conocieron en medio de unas vacaciones en Cancún y empezaron a unir su historia de amor con la de sus pasiones profesionales.
Corría el año 2015 y en Playa del Carmen se celebraba el Arena Festival, uno de los eventos musicales más grandes que reúne a la comunidad LGBT del mundo. Ambos asistieron con grupos separados de amigos. No llegaron a conocerse allí, pero mientras Patrick, alemán, permanecía unos días más en México, Julián, colombiano, perdía un vuelo y se veía obligado a quedarse otra semana en casa de un amigo. Para no aburrirse entró a Grindr, se citó con alguien un miércoles y cuando acudió al sitio acordado su cita no apareció. De regreso a la casa se detuvo en un hotel a coger la señal gratis del wifi. Allí volvió a abrir la aplicación. Un hombre lo saludó, la geolocalización decía que se hospedaba en ese hotel. Era Patrick, que le pidió que entrara. Julián atravesó la puerta y no volvieron a salir sino hasta dos días después.
En un viaje en carro a las playas de Tulum, descubrieron que el interés mutuo iba en aumento. “Yo dije que no quería pareja porque estaba en un reseteo de mi vida”, explica Julián. “Él también, porque llevaba unos tres años siendo soltero tras dos relaciones largas”. Así las cosas, optaron por no emparejarse, aunque “desde el primer momento” supieron que “la cosa iba en serio”. “Seamos amigos”, acordaron para evitarse una desilusión.
“Esa fue la peor cosa que pudimos decir, porque entonces empezamos a andar como amigos y nos gustó más”. Julián lo rememora en videollamada al lado de Patrick, desde la oficina donde trabajan juntos en Bogotá. Una semana después de aquel encuentro en Cancún, fue a visitar a Patrick, en Panamá, donde permanecía mientras pasaba el invierno europeo. En el aeropuerto tuvo un percance: por no tener los 500 dólares en efectivo que exigían como requisito para ingresar lo devolvieron. Cuando aterrizó después de un triste viaje de retorno, encontró en el celular un mensaje de Patrick avisándole que se iba en el siguiente vuelo a Colombia.
En los meses siguientes se vieron en Panamá, en Alemania y volvieron a Colombia a finales del mismo año, cuando decidieron empezar a vivir juntos. No se han casado, pero están registrados con unión de hecho para garantizar la residencia de Patrick en el país, donde ya lleva siete años.
Para comunicarse hablan español, aunque al inicio lo alternaban con inglés. “Habíamos quedado en que hablaríamos inglés, para yo mejorar el mío, pero él no es buen profesor y yo no soy tan buen alumno”, bromea Julián.
Una de sus “fortalezas” para poder hacerlo casi todo juntos es “divertirse mucho”. Tuvieron una luna de miel de dos años en la que viajaron y empezaron a concebir proyectos de la mano. “Para empatar nuestras vidas y hacer algo entre los dos”, dice Julián, “estudié un máster de Emprendimiento e Innovación en España”. Patrick, biólogo de profesión, traía un bagaje como empresario en su país natal. Julián también había sido profesor de baile en colegios, universidades y gimnasios.
Una de las actividades que más disfrutaban era ir a restaurantes y conocer lugares nuevos, ver la decoración, la forma de presentación de los platos. Una noche, en un establecimiento en Barcelona vieron a una chica comiéndose un cupcake con mucho placer. “Era como un orgasmo alimenticio. Miraba la comida, la probaba una y otra vez con una sensación de asombro en el rostro. Dijimos: ‘esto es lo que queremos, crear un lugar que cause esa sensación en las personas’”.
En Colombia fundaron KreARCE, una empresa que desde marzo de 2021 cobija a varios proyectos para generar y desarrollar ideas basadas en sustentabilidad e inclusividad, y con la que han logrado situarse en el boom de innovación que ha convertido a Bogotá en uno de los hubs más dinámicos de la región. Uno de esos proyectos es el restaurante Peace&Love (@peaceandloverestaurante), un lugar de estilo retro que empezó a brindar almuerzos pero fue transitando al horario nocturno.
La decoración “ecoamigable” del lugar es producto de elementos recogidos de casas abandonadas, basurales o vertederos. “Aquí entran conceptos de economía circular. Queremos darle una segunda vida a las cosas: reutilizar, reciclar y así crear un sistema o, mejor dicho, un ambiente ecléctico lleno de cosas que son parte de uno, pero también de los que vienen y dejan un regalo o se toman fotos”, explica Patrick.
Con Peace&Love fueron destacados en el Mes del Orgullo por Google Colombia; también están vinculados a la Cámara de Comercio LGBT de Bogotá. Entre las 13 personas que componen su nómina, hay miembros de la comunidad LGBT, pero también de distintas creencias religiosas y nacionalidades. Sin embargo, no es algo que se hayan propuesto así inicialmente. Lo que han hecho es “buscar talento” y la diversidad ha llegado por añadidura. Patrick sostiene que cuando no se aplican “filtros” y no se busca una “segmentación particular”, la diversidad “llega automáticamente, porque estás dejando que entre la diversidad normal que hay en una sociedad”
Otro emprendimiento de esa misma “sombrilla” de proyectos es la Tienda de Rosie, donde se reúne el trabajo de 40 empresarios locales. Surgió de forma un poco imprevista cuando Rosie, la señora que trabajaba con ellos realizando oficios varios y mermeladas, vinagretas, hummus y otras recetas para el restaurante, no pudo volver al restaurante por un problema visual.
“Abramos una tienda para vender los productos de Rosie”, se dijeron. Pero como quedaba mucho espacio sin ocupar en un local, buscaron otros emprendimientos (artesanías, alimentos orgánicos, productos ecoamigables) para que se vincularan, y a los que le cobran un “rubro pequeño” para poder mantener los gastos del local. En la misma casa es donde tienen sus oficinas y presentan los fines de semana ferias, talleres, concursos, eventos de música y teatro en vivo.
En el día a día, Patrick se encarga más de lo administrativo, actualmente ocupándose también de Kiosko, un proyecto enfocado en desarrollo tecnológico en Latinoamérica. Julián se ocupada de la parte “creativa” y por eso fue quien decoró el restaurante. A partir de esa atmósfera colorida en la que los clientes siempre buscan fotografiarse, surgió un taller de arte y diseño llamado Indulgencias Ajenas, donde hacen personalización de espacios por medio de piezas recuperadas y reutilizadas.
En el restaurante también se ponen el delantal, sirven comida, atienden la caja y se alternan las labores. Patrick cree que es “mucho más divertido” emprender juntos. “Es un aprendizaje enorme”. Si hay una discusión, intentan no llevarla al lugar de trabajo. “Pero cada vez discutimos menos y tomamos las decisiones juntos”, dice Julián, un día antes de viajar juntos a México por trabajo, y por placer.
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