Su nombre completo era Ernesto Sixto de la Asunción Lecuona Casado, nació un 6 de agosto de 1895 en Guanabacoa un pueblo situado a seis kilómetros de la capital de Cuba. Hijo del periodista Ernesto Lecuona Ramos, que era originario de las Islas Canarias, que se radicó en Cuba, por entonces perteneciente a La Corona de España, comenzó a estudiar piano bajo la tutela de su hermana Ernestina. Fue un niño prodigio. Dio su primer recital a los 5 años, y a los 13 realizó su primera composición, la marcha two step titulada Cuba y América para banda de concierto.
A los 5 años causó sensación entre sus contemporáneos cuando ofreció un recital de piano de obras sencillas escuchadas en casa a sus hermanas quienes eran estudiantes del instrumento y de la bandurria.
Desde muy joven comenzó a ganarse la vida y a los 12 años como pianista amenizaba las películas silentes que se proyectaban en los cines Parisién, Turín y Testar, de esta ciudad.
Estudió en el Peyrellade Conservatoire con Antonio Saavedra y el famoso Joaquín Nin. Se graduó en el Conservatorio Nacional de La Habana con una medalla de oro en interpretación cuando tenía 16 años.
Ernesto Lecuona se dio a conocer como precoz y extraordinario pianista: con sólo diecisiete años. Fuera de Cuba comenzó su carrera en el Aeolian Hall (Nueva York) y continuó sus estudios en Francia con Maurice Ravel. Introdujo la primera orquesta iberoamericana en los Estados Unidos: los Lecuona Cuban Boys.
Ernesto Lecuona, el compositor cubano más universal, fue también un activo empresario de espectáculos artísticos, a los 27 años fundó su propia compañía de canto lírico.
Lecuona se dedicó también al cine, componiendo un total de once bandas sonoras para estudios cinematográficos de Hollywood, España y Latinoamérica. En 1942 fue nominado para un Premio de la Academia por la música de la película Always in my heart, una producción de la Warner Brothers. Otra banda sonora para Hollywood fue la de All This and Glamour Too (1938), en la que se interpretan los temas Siboney y WhenYou're in Love. Para la película Under Cuban Skies creó los temas Free Soul (1931), Susana Lenox (1931), Pearl Harbor (se desconoce el año de composición) y The Cross and the Sword (también de fecha desconocida). Películas realizadas fuera de los Estados Unidos para las que el compositor hizo la banda sonora son María de La O (México), Adiós Buenos Aries (Argentina) y La Última (Cuba).
Pero su popularidad procede sobre todo de su talento melódico: llegó a componer un total de 406 magníficas canciones, muchas de las cuales se convirtieron en grandes temas que serían adaptados con arreglos diversos a lo largo de los años, con varias combinaciones vocales e instrumentales, realizadas tanto por Lecuona como por muchos otros músicos. Escribió también operetas, ballet, zarzuelas, revistas y ópera. Son especialmente recordadas por su calidad las zarzuelas ya citadas (María de la O, El cafetal y Rosa la china). Su obra más ambiciosa fue la ópera El Sombrero de Yarey, en la que estuvo trabajando durante varios años y que no llegó a representarse; gran parte de las partituras se perdieron.
Lecuona compuso también más de 176 piezas para piano solo, entre las que se cuentan las seis piezas que componen la Suite Andalucía: Córdoba, Andaluza, Alhambra, Gitanerías, Guadalquivir y Malagueña. Otras obras conocidas son Ante El Escorial, Zambra gitana, Aragonesa, Granada, San Francisco el Grande, Aragóny La habanera. De sus 37 obras para orquesta (que incluyen tres para piano y orquesta) la más famosa es Rapsodia Negra, una fantasía basada en temas de su zarzuela El cafetal. Lecuona raramente orquestaba sus obras, dejando esta labor para amigos y colegas. Muchas de sus piezas para orquesta, como la Rapsodia Negra, son popurrís basados en temas de otras composiciones suyas. A menudo utilizaba el término mosaico para describir su obra.
Cuando el 1 de enero de 1959 triunfa la revolución cubana, el Maestro no se encontraba en Cuba. Sin embargo, regresa a su Patria ante la trascendencia de los hechos, según investigaciones llevadas a cabo por Eusebio Reyes, licenciado cubano que se publican en "Canarias en América, América en Canarias", La Prensa de Tenerife (sábado 17 de abril 1999).
Nuevamente en Cuba continúa trabajando y organiza tres festivales en el teatro Auditorium, últimas actuaciones en escenarios cubanos. Para esta fecha era indiscutiblemente un gran músico internacional, especialmente a través de las mundialmente populares "Malagueña," “Siboney,” "María la O,” “Siempre en mi Corazón,” “Say Sí, Sí” (Para Vigo me Voy, “The Breeze and I” (Andalusía) y muchas otras piezas musicales que las grandes orquestas americanas (Glenn Miller, Artie Shaw, los hermanos Tommy y Jimmy Dorsey, otras) hicieron famosas en las décadas de 1940-50.
El Maestro Lecuona era totalmente apolítico. No obstante, el 6 de enero de 1960 partió hacia los Estados Unidos, posiblemente al ser objeto de "mal trato y consideración" por parte del recien instaurado régimen cubano de Fidel Castro, que vería en el gran músico que dió fama mundial a Cuba, un prototipo burgués del régimen precedente, donde, en Nueva York, habría de cobrar algunos derechos de autor, no regresando más a Cuba su tierra natal. Malos tiempos para la lírica en la mayor de las Antillas.
Lecuona había crecido en la recién fundada República y viajó muchas veces a España -en Málaga fue nombrado hijo adoptivo- ofreciendo conciertos, operetas o revistas en teatros madrileños como el Apolo, el Lara o el Pavón. Ernestina, la hermana mayor, le dio clases de piano y, en el conservatorio, tuvo como profesores a Joaquín Nin y Hubert de Blanck. Su biógrafo, Orlando Martínez, escribió que poseía unas manos muy grandes y ligeras a la vez; garras de león ocultas entre sedas.
Llevó la música cubana por el mundo. En París tocó en las salas Gaveau y Pleyel y, en el Carnegie Hall de Nueva York, estrenó la Rapsodia negra para piano y orquesta. Escribió las partituras de España, Sevilla, Barcelona… y la Suite Andalucía. Más de 850 obras: danzas para piano (La comparsa, Malagueña), canciones como Siboney, la conga Para Vigo me voy o zarzuelas como María la O, con libreto de Sánchez Galarraga.
Aunque La comparsa es una de las danzas más populares de Lecuona, fue creada por el maestro cuando tenía entre dieciséis y diecisiete años de edad. Pero su joven autor dudaba entonces de sus valores artísticos, así que decidió buscar la valoración del notable músico Hubert de Blanck, aunque sin decirle quién la había compuesto. De más está decir que De Blanck quedó impresionado con aquella música que obtuvo gran éxito desde su estreno en 1912.
En una Cuba que aún tenía en cuarentena el aporte musical africano, él empleó sus divisiones rítmicas y usó títulos como Danza de los ñáñigos. “Lo que hizo Gershwin con el blues y con el jazz, lo hizo Lecuona con los ritmos afrocubanos”, cuenta Michel Camilo en Playing Lecuona, un documental de casi dos horas realizado por el canario Juanma Villar Betancort y el cubano Pavel Giroud con apoyo de organismos como Fundación SGAE.
Las manos de Lecuona tenían un gran alcance en el teclado, lo que a la hora de componer le permitía introducir “décimas” simultáneas no arpegiadas… Eso fue lo que hizo en composiciones como "Malagueña" y "Ahí viene el chino", dos temas convertidos en un verdadero dolor de cabeza para otros pianistas a la hora de ejecutarlos.
Según algunos de los que le conocieron, Lecuona no era muy amante del dinero y cada vez que viajaba dejaba el apartamento en que vivía, vendía los muebles y al regresar se hospedaba en algún hotel de categoría, como el Sevilla, Park View o el Nacional, mientras encontraba un nuevo lugar para vivir.
También se dice que era modesto y sencillo en el vestir, tenía miedo montar en avión y la mayoría de sus viajes los hizo por barco.
Poseía una finca en las afueras de La Habana a la denominaba La Comparsa, título de uno de sus números más conocidos. Allá invitaba a sus amistades los sábados y domingos, para jugar juegos de mesa: canasta, bridge y dominó, este último era su preferido.
En el interior de la finca había varias vitrinas y estantes con valiosas piezas de arte. En el exterior, un jardín con diversas especies de flores y plantas, cría de animales y varios árboles frutales.
En mayo de 1963 el Maestro Lecuona, en delicado estado de salud, se econtraba en Tampa. Cuatro meses más tarde, por decisión facultativa, viajó a Canarias, la tierra de sus antepasados, desembarcando en Santa Cruz de Tenerife, ciudad donde su padre había nacido. Poco después, marchó a Málaga en donde sería altamente homenajeado por su mundialmente famosa "Malagueña.”
Siguiendo viaje a Barcelona para tratamiento medico, se le recomendó retornara al clima de Santa Cruz de Tenerife. En esta ciudad atlántica se hospedó en el gran Hotel Mencey donde parecía iba recuperando su salud. No obstante, el viernes 29 de noviembre de 1963 a las 11.30 de la noche , el gran músico universal dejó de existir en su habitación del famoso hotel. En el vestíbulo del mismo, hay una placa con su perfil y nombre conmemorando, en homenaje póstumo, el año centenario de su nacimiento. Igualmente, la placa, otorgada por el Centro Cubano de Santa Cruz de Tenerife, es ofrecida en homenaje a la memoria del gran pianista y compositor cubano de descendencia tinerfeña. Por una rara coincidencia, en esa fecha se cumplían treinta y un años del sepelio de Hubert de Blanck, el maestro inolvidable.
Según el certificado médico la causa inicial de la muerte de Lecuona fue bronconeumonía, y la causa directa asistolia por fibrilación ventricular. Al morir Lecuona, junto a él se encontraban Armando de la Torre, su secretario particular; Gaspar Adomal ( su médico de cabecera); Arturo Alquízar y el enfermero Jesús Martínez.
El 3 de diciembre, ante el cadáver, se le ofreció una misa de "corpus insepultos", en la iglesia del cemente-rio de Santa Lastenia, en Santa Cruz de Tenerife, ofrecida por el Círculo de Bellas Artes y el Conservatorio de Música de Santa Cruz, en la que actuó la coral sacra del Círculo de la Amistad. El día 6, también ante los restos mortales, se le cantó una imponente misa en la iglesia de Santa Bárbara, organizada por la Sociedad de Autores de España. Oficiaron doce sacerdotes ante cuarenta y ocho can-delabros. Actuó la Orquesta Sinfónica de Madrid, con un coro de doscientas voces.
El féretro estaba envuelto en la bandera cubana. El acto fue presidido por grandes personalidades de la cultura española, como Calvo Sotelo, Moreno Torroba, Fernández Shaw, José María Pemán y toda la directiva de la Sociedad de Autores españoles. Aquella misma noche el cadáver de Lecuona - embalsamado con una técnica nueva que garantiza su efecto, por lo menos treinta y cinco años-, salió en viaje directo hacia Nueva York, en avión especial, acompañado por sus sobrinos. Allí fue tendido en la funeraria Campbell. Durante todo el tiempo se escucharon tenuemente discos de buena música cubana y del propio Lecuona, interpretada por él mismo.
El 13 de diciembre los restos mortales fueron inhumados en el cementerio de Westchester, en el estado de Nueva York... Los restos del Genio musical cubano de las "grandes manos" descansan en el cementerio católico de Westchester, en Nueva York a la espera de que el régimen cubano actual cese de existir y que Cuba sea libre de nuevo para así poder honrar y cumplir con el deseo del ilustre e insigne Maestro Ernesto Lecuona, ser inhumado en el cementerio Colón de La Habana.
La Revolución, como hizo con tantos artistas desafectos, olvidó al que quizá sea el músico más universal de Cuba. En Guanabacoa, la ciudad en la que nació, solo lo recuerda una placa deslucida sobre un bloque de piedra: “En este lugar estuvo ubicada la casa natal del compositor Ernesto Lecuona y Casado”. En Playing Lecuona, un Chucho parado ante la inscripción, dice lo que todos saben: “Es increíble que esto sea lo único que queda del maestro Lecuona. Por encima de gobiernos, de países, de razas y religiones, Ernesto Lecuona estará siempre en el corazón de millones de seres humanos.
La pérdida de este descendiente de isleños causó consternación mundial, pero su extensa y variada obra le mantendrá inmortal en todo los ámbitos musicales del orbe.
“El Genio de Ernesto Lecuona habrá cesado de existir, pero su música vivirá por siempre”
Un hombre siempre rodeado de sus admiradores
Lecuona fuera del closet, así en La Habana como en New York
Un detalle personal que solo se menciona en voz baja entre los allegados a Lecuona;El era Gay y su hermana Ernestina Lesbiana. Y aunque no influya su talento, debe ser recogido en los records de su historia.
Al final de su artículo —“Cuba’s Tin Pan Alley”—, Winthrop Sargeant presenta un retrato de Lecuona en el mejor momento de su carrera. Es una imagen mucho más rica y menos etérea que la impuesta por una devoción que insiste en ignorar su vida. El Lecuona de Sargeant es un compositor prolífero y al que sus derechos de autor permiten vivir una vida de gitano de lujo que se mueve sin tropiezos entre Guanabacoa y el Midtown neoyorkino.
Sargeant insinúa una y otra vez la homosexualidad de Lecuona sin decirlo directamente. Lo presenta como un hombre "irremediablemente afable" y “lánguido” que siempre se halla rodeado de admiradores masculinos de ropas extravagantes que toman sus licores y se alimentan a su costa. Pero Sargeant deja en claro que Lecuona, como Dios en el salmo, "se sienta por encima del aguacero". Sus éxitos tenían —según el autor— una permanencia con la que solo pueden soñar otros compositores: eso le permite ser indiferente al dinero y a la algarabía de esos muchachos de ropas sospechosamente coloridas que llenan su lujosa habitación neoyorkina.
En la visión de Sargeant, Lecuona es el cubano lúcido que ha usado los ritmos "salvajes" para hacer su música sin renunciar a sus ademanes y su vocación de hombre civilizado. Es, al fin y al cabo, el traductor de la barbarie para gringos incapaces de bailar la verdadera rumba.
Lecuona duerme su eternidad con lo que quedaba de su fortuna derrochada. Los huesos de Lecuona —según su deseo— esperan desde hace más de medio siglo a que haya un cambio de apellido en la presidencia cubana para regresar.
“Cuba’s Tin Pan Alley” parte de un artículo de la década de los 50.
Ernesto Lecuona un cubano, alto e irremediablemente afable, con ojos color tabaco y un limitado vocabulario de inglés infra-básico. Viaja continuamente entre un abarrotado apartamento en La Habana y una suite de un hotel del centro de New York. A pesar de sus incesantes esfuerzos por vestirse con elegancia, su talante es (como dicen siempre sus amigos ) exactamente igual al del cómico Zero Mostel. Hombre notoriamente sedentario, usualmente se lo halla lánguidamente recostado en un butacón, rodeado de un grupo de admiradores latinoamericanos de vestimenta estridente que hablan sin parar y lo siguen adonde quiera que vaya y comen de su comida y beben de sus licores en cantidades ilimitadas.
Lecuona muy pocas veces prueba un trago. Observa esa algarabía portátil que lo acompaña con aire preocupado y ausente a la vez. De cuando en cuando pide permiso, se levanta, va hasta un piano cercano y toca un par de canciones sobre el estruendo de la conversación. “Después de todo”, explica como justificándose, “un hombre debe tener derecho a tocar piano en su casa”.
Aunque sus ingresos por derecho de autor se calculan en decenas de miles de dólares, Lecuona no tiene ninguno de los rasgos característicos de los hombres acaudalados, excepto quizás su distraída indiferencia hacia el dinero. Constantemente regala pequeñas sumas de dinero para ayudar a maraqueros y cantantes de cabaret en cierne, tanto americanos como cubanos. El dinero que ha regalado durante su carrera sin dudas suma una fortuna.
Lecuona es una figura tan admirada en América Latina que cuando un hombre llamado Ricardo Lecuona murió en un accidente aéreo en Colombia, muchas estaciones de radio de México, Chile, Perú, Brasil y Argentina interrumpieron sus transmisiones para hacer un minuto de silencio pensando que había sido Ernesto quien había muerto en el accidente.
Hace cinco años, el expresidente Batista lo nombró attache cultural de la Embajada Cubana en Washington. Como embajador de la música cubana, solo lo supera el formidable director de orquesta español Xavier Cugat. Su puesto no oficial como el primer músico de Cuba, que recientemente ha tenido su colofón en media docena de partituras para películas de Hollywood y de América Latina, comenzó en los cabarets y los cines mudos de La Habana.
El gran maestro nunca se caso, ni se le conocio ninguna relación amorosa con una mujer, mucho menos con hombre, su vida sexual fue en secreto total, mantuvo su vida privada en un almario y tanto la prensa como el pueblo, respeto con silencio sus preferencias sexuales.