©CUBA ETERNA GABITOS
Liberace, cuyo verdadero nombre era Władziu Valentino Liberace, había nacido el 16 de mayo de 1919 en West Allis, un pueblecito de Wisconsin, en el seno de una familia de emigrantes. Su madre era polaca y su padre italiano. Ella era una mujer austera, ahorradora, por no decir tacaña, que protestaba cuando su esposo, músico aficionado que llegó a tocar la trompa en la banda de John Philip Sousa, gastaba los pocos recursos de la familia en llevar a sus hijos a conciertos y clases de música.
A pesar de la oposición materna, George Liberace comenzó a estudiar violín y Władziu, piano. Aunque los dos eran buenos instrumentistas y acabaron dedicándose profesionalmente a la música, fue el pequeño Władziu el que destacó desde muy pronto. A los cuatro años había empezado a tomar lecciones con muy buenos resultados, a los siete Liberace ya interpretaba piezas de gran complejidad y a los diez, todo ese talento emergente estuvo a punto de echarse a perder.
El Crack del 29 hizo estragos en la familia del futuro showman, que atravesó graves problemas económicos que amenazaron la continuidad de las lecciones de piano y violín. Para poder costearse las clases y ayudar a la familia, Liberace empezó a tocar en emisoras de radio, teatros o cines y, más tarde, en locales de striptease, en los que se familiarizó con el repertorio popular que tan útil le sería en su carrera posterior.
De hecho, fue en esa época cuando, al final de un recital clásico, Liberace interpretó la canción Three Little Fishies, en su versión convencional y a la manera de Liszt, Chopin o Strauss. El regocijo del público fue tal que, a partir de ese momento, Liberace comenzó a dar forma a ese estilo tan característico que él mismo definiría como “interpretar música clásica eliminando las partes aburridas”.
Talento y visión comercial
“Mira, mira lo que puedes conseguir si practicas al piano todos los días” le decía Liberace a un muchacho que asistía con su familia a uno de sus espectáculos en Las Vegas, al tiempo que le mostraba sus anillos, pulseras y reloj.
La escena puede verse en El mundo de Liberace del realizador británico Tony Palmer y, al margen de la broma, el artista sabía bien de lo que hablaba. De los treinta y cinco dólares por semana que le pagaban por tocar en clubes y radios en los años treinta, había pasado a ganar cuatrocientos dólares semanales en Las Vegas. Una cifra a la que había que añadir los beneficios obtenidos por la venta de discos, el merchandising, la cesión de imagen para campañas publicitarias, los honorarios de la películas en las que participó, los ingresos del programa de televisión The Liberace Show o sus apariciones en series como Hotel, Kojak y el Batman de Adam West. En total, alrededor de cinco millones de dólares al año.
No obstante y en contra de lo que le contaba a ese joven espectador, no todo era fruto de la constancia ante el teclado. Gran parte de su popularidad se debía al personaje que Liberace había creado. Un músico hábil, divertido, con chispa y cuya característica principal era la exuberancia kitsch. Para ello, primero decidió colocar un candelabro sobre el piano; a continuación, se presentó ante el público con llamativos trajes de lentejuelas, chaquetas con pequeñas lucecitas que se iluminaban en la oscuridad del escenario, pantalones cortos con la bandera de Estados Unidos o espectaculares abrigos de visón. “¿Sabe de qué es?”, preguntaba Liberace a una de las espectadoras que acariciaban el impresionante abrigo blanco que lucía. “Es de visón virgen. ¡Oh!, tardaron años en encontrar los necesarios”, remataba.
Todo en Liberace era abrumador, incluso su modo de interpretar a los clásicos de los que tocaba piezas a velocidades vertiginosas, llegando a pulsar las teclas más de seis mil veces al minuto, lo que le valió varios récords Guinness. Un despliegue de virtuosismo muy alejado de la elegancia y el academicismo clásicos y que, del mismo modo que agradaba a su audiencia, le procuró críticas muy negativas por parte de los aficionados a la música clásica y los estetas.
Todo un caballero
Toda buena historia tiene su lado dramático y la de Liberace no es una excepción. En 1963, por ejemplo, estuvo a punto de morir por un problema renal provocado por los productos químicos empleados para limpiar en seco su vestuario, y a lo largo de toda su vida, estuvo atormentado por cómo se veía socialmente su sexualidad.
“Don’t ask, don’t tell” era la política del Ejército de los Estados Unidos ante la homosexualidad. Una filosofía que Liberace hizo suya de cara a los medios de comunicación y que hubiera funcionado si los medios también la hubieran seguido. Sin embargo, la prensa sí que preguntaba sobre la vida privada del músico. Demasiado, además.
Por eso, el jefe de prensa del showman acostumbraba a enviar comunicados en los que afirmaba que Liberace era un caballero, galante con las damas y que si aún estaba soltero, era porque no había encontrado a la mujer ideal. Unas explicaciones que eran repetidas en las entrevistas por el pianista, que hacía lo posible por estar en la lista de los hombres más atractivos para las mujeres, junto a Picasso, el Cordobés, Sean Connery o George Best, y al que se le llegaron a organizar noviazgos con estrellas femeninas como la patinadora Sonjia Henie.
Esta ficción, que más o menos compensaba las partes implicadas, se rompió a finales de los sesenta cuando el periódico británico Daily Mirror sugirió que el artista era gay. Ante semejante afirmación, Liberace no se anduvo con medias tintas y demandó a la publicación.
La prensa mundial se hizo eco de la demanda e incluso el diario La Vanguardia habló, en plena dictadura franquista, del asunto en un breve que decía: “El pianista norteamericano Valentín Liberace, que fue recientemente en Londres protagonista de un clamoroso proceso seguido por difamación, contra un periodista por un artículo irónico sobre la personalidad del artista, se encuentra descansando en Roma. En contra de lo que en él es costumbre, Liberace viste sin acudir a lo extravagante y pasa inadvertido en la capital de Italia”.
Finalmente, Liberace ganó la demanda al Daily Mirror y, a partir de entonces, los medios de comunicación se anduvieron con más cuidado a la hora de de hablar de su vida privada. De esta forma, y aunque era un hecho notorio en todo Hollywood y Las Vegas, la homosexualidad de Liberace se mantuvo más o menos en secreto hasta casi su muerte.
El hijo que no tuvo
Cuando Scott Thorson conoció a Liberace tenía dieciséis años. Había pasado casi toda su vida en casas de acogida, lo que le habían convertido en un adolescente con graves carencias afectivas que se ganaba la vida ayudando a un veterinario. Un día, un amigo le invitó al espectáculo de Liberace en Las Vegas y, al finalizar, fueron a saludarlo al camerino, donde el artista se quedó prendado de la belleza del joven.
Como ambos compartían el amor a los animales, Liberace comenzó a llamar a Thorson para que cuidase de sus numerosos perros hasta que, un buen día, Scott se instaló en la mansión del músico que, además de colmarlo de regalos y atenciones, propuso adoptarlo.
“Era su hijo y su amante. Era algo muy raro”, recordaría Thorson en una entrevista con el periodista Larry King, en la que también declaró que no se consideraba homosexual. “Solo lo hacía por agradar a Liberace. Un día me dijo ‘Scott, tienes el trabajo más importante de toda mi empresa: hacerme feliz y agradarme’”. Así fue.
Scott fue uno de los amantes más duraderos del showman. Convivieron juntos durante seis años y se cuidaron el uno al otro a pesar de las rarezas del pianista, el cual convenció a Scott de realizarse varias operaciones estéticas para parecerse a él y así hacer más creíble que era su hijo, sin reparar demasiado en el hecho de que era adoptado. Además, le sugirió adelgazar, para lo que Thorson se puso en manos de Jack Startz, un médico que le recetó lo que llamaba la “Dieta California”, que consistía en la ingesta de diferentes medicamentos que eliminaban el apetito, entre los que estaban cocaína farmacéutica, anfetaminas y Quaalude.
Con el tiempo Thorson se hizo adicto a la cocaína, la relación se fue deteriorando y, después de meses de desencuentros, Liberace rompió con él. Era 1982 y los medios de comunicación, que habían esperado impacientes que estallase el escándalo en torno al músico, se lanzaron como bestias hambrientas a publicar todo aquello que Scott quiso contarles.
Además de interponer una demanda contra el artista en el que le exigía noventa millones de euros, de los que solo obtuvo doce mil euros, el joven amante escribió un libro sobre su vida con el pianista titulado Behind the Candelabra: My Life With Liberace, y que posteriormente sirvió de base a Steven Soderbergh para rodar la tvmovie del mismo título. Una cinta que estuvo a punto de no hacerse porque todas las productoras a las que se les presentó el proyecto lo rechazaron argumentando que era “demasiado gay”.
Se abrió la veda
Cuando Scott decidió romper el código de silencio sobre la vida privada de Liberace, la homosexualidad del artista se convirtió en un tema recurrente para las revistas sensacionalistas, que hicieron oídos sordos a cualquier intento por parte del entorno del pianista para preservar su intimidad.
El caso más desagradable se produjo cuando Liberace decidió aparecer en el programa de Oprah Winfrey para lavar su imagen después de todo lo que había contado Thorson sobre él. El programa se emitió en noviembre de 1986 y, aunque mantenía su simpatía y charme, mostraba un aspecto extremadamente demacrado. Un hecho que no pasó desapercibido para los espectadores ni los periodistas, que no dudaron en publicar lo que muchos sospechaban: “Liberace tiene sida”.
El representante del artista rebatió esas informaciones afirmando que la extrema delgadez se debía a una anemia provocada por una dieta adelgazante basada únicamente en la ingesta de sandía. Se lo creyeran o no los medios, la realidad fue que, pocas semanas después, el 4 de febrero de 1987, Liberace fallecía en su casa de Palm Springs.
El certificado de defunción, firmado por un médico amigo, señaló como causa de la muerte un ataque cardiaco provocado por una inflamación cerebral. Sin embargo, las autoridades de California no aceptaron el documento y obligaron a que se realizase la autopsia, aplicando una ley que exigía ese procedimiento cuando hubiera sospechas de que la causa del fallecimiento era una enfermedad contagiosa.
Una semana más tarde, el forense Raymond Carrillo publicó los resultados de la autopsia y confirmó lo que todos suponían: Liberace había fallecido por una infección inofensiva para cualquier persona sana pero mortal para un enfermo de VIH.
LIBERACE EN LA HABANA
La Habana estaba de moda y Liberace, como un turista más, la visita a inicios de 1955, siendo espectador, entre otros sitios, en el cabaret Montmartre.
Tambien visita La Habana en 1956, precedido de un colosal despliegue mediático llegando para actuar ante el público cubano contratado por Gaspar Pumarejo.
En agosto de 1956 el "showman" se encuentra trabajando en Miami y Pumarejo fleta un avión para ir a Miami a buscarlo y acompañarlo en el vuelo a La Habana, donde ya circulaban sus discos y también las anécdotas que alimentaban su leyenda.
En el aeropuerto de La Habana, el 21 de agosto de 1956 aterrizaba el avión que traía a Liberace y su séquito y donde Pumarejo había organizado, con músicos y bailarines en la mismísima pista de la terminal aérea un show de bienvenida, con transmision por control remoto, siendo considerada por la prensa en ese momento como una de las transmisiones más sintonizadas desde el inicio de la televisión en Cuba, El teatro "Blanquita" abrió sus puertas al único concierto-espectáculo de Liberace en La Habana el 26 de agosto de 1956, transmitido por control remoto por Telemundo Canal 2.
Fue un espectáculo digno de un gran showman, donde cantó, bailó y conversó con el público. El Liberace que se presentó en La Habana era aún un hombre sobrio. Todavía su vestuario podía catalogarse de elegante, en comparación con lo que vendría años después, cuando los discretos trajes dieron paso a las capas llenas de pedrería y los fracs saturados de lentejuelas y brillos.
Pero quizás el evento que más trascendió fue su presencia en Tropicana, la noche del 22 de agosto en la que Liberace quiso homenajear en el cabaret, a su anfitrión Gaspar Pumarejo y a las empresas patrocinadoras.
Tropicana con un ambiente de lujo que fué diseñado especialmente para la ocasión, una enorme mesa en forma de piano de cola con su teclado y los infaltables candelabros en profusión, acogieron a Liberace, su séquito, la gerencia de Tropicana, críticos de prensa y algunos personajes locales.
La nota culminante la puso la primera bailarina Ana Gloria Varona cuando se acerca a la mesa principal e invita a Liberace a subir al escenario a bailar con ella. El pianista no estaba ni estuvo nunca programado para actuar en Tropicana, no fué contratado para ello, pero la iniciativa de Ana Gloria permitió que, en rigor, sí se pueda decir que él actuó allí. Con su espontaneidad y carisma, Ana Gloria llevó de la mano a Liberace hasta el escenario.
Lo que ocurrió después quedó plasmado en fotos: Ana Gloria lo puso literalmente a bailar.... Al dorso de una de esas fotos, Liberace estampó su dedicatoria autógrafa a Ana Gloria, sentenciando lo que ya todos sabían: You are sensational!