Por Leonardo M. Fernández Otaño
La Iglesia católica desde el siglo XIX estableció tres enemigos ideológicos: el liberalismo, el marxismo y la masonería. Este proceso alcanzó su punto de máxima confrontación durante los papados de Pío IX (1846-1878) y Pío XII (1939-1958). Con el proceso de apertura que trajo consigo el Concilio Vaticano II y su intento de reconciliación con la modernidad a través de un aggiornamento eclesial, se establecieron nuevas asimetrías con el pensamiento liberal.
Durante el papado de Juan Pablo II, la institución se vio inmersa en un ciclo conservador en el plano de la doctrina moral y disciplinar, pero a su vez se reforzó la participación política eclesial debido a las críticas del pontífice polaco a los sistemas totalitarios de Europa del Este y el apoyo pontificio al Sindicato Solidaridad en Polonia. En las décadas de los setenta y ochenta del pasado siglo, irrumpieron además una serie de liderazgos políticos de matriz conservadora, cuyos rostros más visibles fueron Ronald Reagan, en Estados Unidos, y Margaret Thatcher, en Gran Bretaña. A la par, América Latina vivía inmersa en una serie de dictaduras catalogadas como regímenes de «seguridad nacional». Estos gobiernos autoritarios implementaron políticas neoliberales en el plano económico, que aumentaron las brechas sociales en la región; a la vez, desarrollaron áreas estratégicas de las industrias nacionales, pero transfiriéndolas a capitales foráneos o privados.
Estos procesos de desigualdad económica fueron criticados en los encuentros del Consejo Episcopal del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), entre 1958 y 1992. Además, tras la caída del muro de Berlín, y los numerosos viajes de Juan Pablo II por la región, se convirtieron también en objeto de la crítica pontificia. Esta breve introducción resulta fundamental para entender la mentalidad política y eclesial del papa Francisco, quien, sin dudas, se muestra en sus entrevistas y documentos pontificios como un iliberal convencido.
Para entender la mentalidad del primer papa latinoamericano y jesuita, deben precisarse varios aspectos que han resultado polémicos a lo largo de su vida religiosa, con los cuales, ya siendo obispo de Roma, ha tratado de reconciliarse. Se debe señalar en primer lugar la pertenencia de Jorge Mario Bergoglio a la Compañía de Jesús, pues esto nos remite a la vieja jerga eclesiástica: «Dios no sabe lo que piense un jesuita». Es su desenfado ignaciano lo que le ha llevado a un estilo más pastoral del papado, contrapuesto a la tradición diplomática y conservadora de sus predecesores. Además, debido a sus declaraciones desenfadas y con un estilo característico de los curas de pueblos en América Latina, ha levantado numerosas polémicas entre los círculos de la curia romana y los grupos ultraconservadores.
En el contexto de dictadura argentina y en medio de los convulsos años del postconcilio, con solo 37 años, fue nombrado padre provincial de los jesuitas en su país. En esta época la orden, animada por la reforma del Padre General Pedro Arrupe, vivía inmersa en una opción de inserción en barrios pobres. Además, varios religiosos acompañaron los distintos movimientos de resistencia cívica contra las dictaduras regionales. En cambio, la gestión de Bergoglio fue polémica, y su punto crítico llegó con el secuestro de sus compañeros Franz Jalics y Orlando Yorio, quienes trabajaban en una villa porteña. A este período le siguió una época de silencio y el desarrollo de una carrera episcopal que concluirá con su nombramiento como arzobispo cardenal de Buenos Aires.
De una vida austera y una moral conservadora moderada, el entonces cardenal Bergoglio fue una piedra en el zapato para el kirchnerismo, pero esa relación con la izquierda nacional y regional cambiaría al ser nombrado papa de la Iglesia católica en el año 2013.
La Revolución cubana fue un proceso que en sus inicios, por su contenido de justica social y su opción por los pobres, removió la conciencia de importantes sectores eclesiales en la región. Varios grupos del laicado católico, y el propio arzobispo primado Enrique Pérez Serantes, fueron importantes actores y voces durante el conflicto civil que se extendió entre 1956 y 1968. Después de la reforma conciliar y los encuentros del CELAM. A pesar de las advertencias que hacían varias voces de la Iglesia cubana, muchos sectores de la Iglesia reformista en la región, y en particular grupos cercanos a las Comunidades Eclesiales de Base y la Teología de la Liberación, romantizaron la Revolución, al punto de ser incapaces de comprender que se había transformado en una dictadura estalinista, que desembocó en un Estado totalitario.
Se trataba de cristianos comprometidos con sus realidades, que en la mayoría de los casos sufrieron violencia física o psicológica por parte de los regímenes de seguridad nacional. En cambio, a menudo padecían miopía con respecto la represión ejercida en Cuba. Si bien las Conferencias Episcopales en la región han tenido una postura firme frente a la represión en Nicaragua y Venezuela, la situación ha sido distinta en el caso cubano.
En primer lugar, debido al perfil bajo que, en comparación con sus pares en la región, han tratado de mantener los obispos cubanos durante los últimos años. En diversas circunstancias, la Iglesia cubana opta por mantener los canales de comunicación con el poder que fueron abiertos durante el episcopado de Jaime Ortega. Ciertamente, la realidad de la Iglesia isleña, perseguida, empobrecida y aislada del continente por los efectos de la represión sobre sus bases, se fue revirtiendo a lo largo de las últimas décadas. Si bien aún hoy para la estructura gubernamental resulta un mal tolerable, la institución ha tenido que lidiar con el control y la vigilancia de la Oficina de Asuntos Religiosos y de la propia Seguridad del Estado.
Esta realidad nos presenta un panorama institucional sumamente complejo que se agrava con la presencia de agentes pastorales extranjeros, a quienes, en caso de ejercer alguna crítica sobre el Estado totalitario, se les cancela el permiso de residencia en el país, como acaba de suceder con el sacerdote dominicano David Pantaleón Rosario sj, superior de los jesuitas en la isla.
Un segundo aspecto tiene que ver con la incidencia eclesial en la esfera pública mediante centros educativos, que pretenden contribuir a la formación complementaria, así como diversos proyectos asistenciales: comedores, pequeñas guarderías y hogares de abuelos sin internamientos. Estas instituciones, que no cuentan con respaldo legal alguno, en muchas ocasiones atan la crítica de la conferencia episcopal frente a las actuaciones gubernamentales.
Justo en el momento en que tal contexto restrictivo se veía agravado a raíz de las críticas al régimen por parte de la Conferencia de Religiosos de Cuba (CONCUR), sacerdotes seculares e importantes voces del laicado, se produjeron las polémicas declaraciones del papa Francisco en una entrevista con las periodistas mexicanas María Antonieta Collins y Valentina Alazraki.
La relación humana con Raúl Castro
Dicha entrevista, no disponible de modo íntegro para la ciudadanía y la comunidad católica en Cuba, ha levantado sentimientos de rechazo al papa Francisco entre la feligresía cubana, tanto en la diáspora como en la isla. Los fragmentos conocidos muestran un diálogo al estilo Bergoglio, desenfadado y cercano; habla de otros temas controversiales, como una posible renuncia.
La conversación fue grabada en la víspera del 11 de julio del 2022, primer aniversario de una inédita ola de protestas ciudadanas en Cuba. A una pregunta sobre la situación en la isla, el pontífice sostiene tres ideas: un acortamiento de distancias entre los Estados Unidos y el gobierno cubano; una cercanía con varios ciudadanos cubanos; su «relación humana» con Raúl Castro.
Fue esto último lo que generó el malestar generalizado en el laicado y el clero cubanos. Tras meses de reclamos de las familias de los presos políticos del 11 de julio, y en medio del silencio papal sobre la situación en la Iglesia en países como Nicaragua o Cuba, resultaba para muchos inadmisible esa «relación humana» con quien detenta el poder totalitario. Ese malestar se conjuga con la historia de represión sobre las comunidades católicas en la isla, lo que generó la crítica abierta del laicado, así como un rechazo silente, pero latente, entre el clero local.
Sabemos que Bergoglio quedó satisfecho con su visita a Cuba en septiembre de 2015. Pero aquí se debe establecer una serie de responsabilidades, desde la praxis pastoral, que no solo recaen sobre el obispo de Roma.
En primer lugar, el papa debe estar informado de la situación del país, ya sea a través de la Conferencia Episcopal o de la Nunciatura Apostólica. La responsabilidad del papa es compleja, pues desde el Concordato de Letrán es también un estadista; pero su autoridad moral y religiosa emana de su compromiso con la feligresía, no —por ejemplo— con los gobernantes cubanos.
Todo parece indicar, por las sucesivas vistas del cardenal Sean Patrick O’ Malley a La Habana, que existe alguna negociación entre la administración Biden y el gobierno cubano con mediación eclesial. Así, la actitud pontificia sería entendible; dado el presumible temor de la diplomacia vaticana debido a la fragilidad de estos procesos.
En todo caso, las palabras del pontífice se asientan sobre una huella de represión, que costó vidas humanas, si bien la fe cristina exige perdón y la Iglesia apuesta por la reconciliación. La concordia social debe poseer un sentido de cambio y de reparación; algo que hasta hoy no hemos visto por parte del gobierno cubano, que en los últimos tres años ha intensificado el acoso y la represión del disenso.
Bergoglio ha sido criticado por los sectores conservadores de la Iglesia. En la búsqueda de apoyos ha solidificado entonces su alianza con los grupos reformistas, que en el caso puntual de América Latina han sido cercanos a gobiernos de izquierda. El papa Francisco —un hombre de mentalidad postconciliar, e influido por las reflexiones del CELAM en los encuentros de Puebla y Medellín— ha denunciado las profundas brechas sociales en el continente. Hace poco hemos observado cómo se solidarizó de modo inmediato con una política de izquierda como Cristina Fernández.
Ninguna de las circunstancias anteriores puede ser óbice para que, dentro de los marcos de la Doctrina Social de la Iglesia, se denuncie un régimen totalitario. Como se pudo observar en la prensa oficialista, las declaraciones del papa fueron diligentemente empleadas para hacer propaganda legitimadora del statu quo en Cuba.
También se debe apuntar que el papa Francisco ha desarrollado un proceso de consulta y de camino sinodal en la Iglesia católica, y aquí viene tal vez el cuestionamiento más directo de este autor: ¿acaso Su Santidad no escucha a su feligresía? Pues creo que su principal deber como líder espiritual es acompañar el sentir de tantos cubanos que se han dirigido a su persona de distintas maneras en los últimos años.
Lo prudente tal vez hubiera sido no hablar de esa relación de cercanía humana con quien hace apenas unas décadas atrás enviaba laicos y sacerdotes a prisión. Además, las cosas nada han cambiado, pues en las cárceles cubanas se registran más de mil presos políticos, condenados a menudo en juicios ejemplarizantes.
Porque al final, Santidad, quienes están hoy tras las rejas en Cuba son los pobres. Esos a quienes tanto se refiere en sus homilías. ¡Ellos sí necesitan de su «relación humana»!
*Leonardo M. Fernández Otaño se reunió y dialogó con el papa Francisco durante su visita a Cuba en el año 2015.