El pasado fin de semana, eran las colas frente a los cines Yara y Chaplin, de La Habana, para ver –fuera del streaming de Netflix, a diferencia que el resto del mundo– la película Blonde, de Andrew Dominik.
La ficción sobre la vida de Marilyn Monroe protagonizada por la cubana Ana de Armas parece haber dado alas a la fiebre por la "tentación rubia", que estos días se multiplica también en los mercados para turistas, como el de 23 y F, en El Vedado.
Hace unos años, en lugar del rostro de la actriz estadounidense, las ferias de artesanías se llenaban de imágenes del vagabundo Charlot, fachadas de La Bodeguita del Medio o palmeras de tonos encendidos a la orilla del mar. Las imágenes de Che Guevara y el perfil adusto de Fidel Castro también asomaban aquí y allá, destinadas a complacer a los turistas.
Ahora, la gente no quiere demostrar fidelidad ideológica colgando un lienzo de guerrilleros o comandantes en la sala de su casa y la carita infantil del Chicuelo se extendió tanto que llegó a convertirse en un lugar común, pero la rubia de labios carnosos y mirada insinuante no ha sido tan llevada y traída en Cuba como en otros lares. Los excesos ideológicos, el antiimperialismo oficial y otras pacaterías la alejaron por décadas de los pinceles y las paredes domésticas.
Tener a la Monroe en el hogar podía ser visto hace un tiempo como diversionismo ideológico pero en la actualidad encaja perfectamente con las ansias de sentirse universal que tienen los cubanos. Es como recuperar parte de una historia que apenas se conoció en la Isla hasta hace muy poco, el mismo país donde nunca cantó Michael Jackson y a The Beatles prácticamente se le empezó a escuchar cuando sus integrantes ya se habían separado.
Puestos a elegir entre una boina verde olivo y una melena dorada, muchos prefieren despertarse y mirar a "Marilyn de Armas".