Cuando negociar sin contar con los cubanos fue lo mejor
La humanidad tiene que agradecerles a John F. Kennedy y a Nikita Jruschov que ignoraran a Fidel Castro
Varias generaciones de cubanos han crecido con una especie de espinita clavada en su ser debido a que un asunto tan importante como el advenimiento de Cuba al concierto de naciones independientes fuera negociado sin la presencia de los nacidos en esta Isla.
En efecto, el 10 de diciembre de 1898 fue firmado el Tratado de París entre España y EEUU. Así se sellaba la derrota incondicional de los colonialistas españoles en el conflicto que mantuvieron contra las tropas cubano-estadounidenses, y el Gobierno de Washington se hacía cargo de la Administración de la Isla. Y aunque cualquier análisis desapasionado evalúa positivamente la intervención militar norteamericana en la contienda bélica, el orgullo nacional lamenta que la rendición de Madrid no hubiese sido ante los cubanos.
Más de seis décadas después iba a acontecer otra negociación que mucho tenía que ver con el destino de Cuba, y que nuevamente se efectuaría sin la participación de los cubanos. Por supuesto que nos referimos a la Crisis de los Misiles (Crisis de Octubre, según se le conoce en Cuba), cuando la URSS desplegó armas nucleares en Cuba, y más de 40.000 soldados de esa nacionalidad fueron acantonados en nuestra isla.
Una vez descubierta la presencia de esas armas por los servicios de inteligencia de EEUU, el presidente John F. Kennedy exigió la salida inmediata de ese armamento de Cuba. Y Fidel Castro, actuando de manera temeraria, desafió a Kennedy al oponerse a la petición del inquilino de la Casa Blanca. Pero no solo eso, sino que en un acto de suma irresponsabilidad le recomendó al primer ministro soviético, Nikita Jruschov, propinarle el primer golpe nuclear a EEUU.
El castrismo siempre ha planteado que la presencia del arma nuclear soviética en Cuba era para defender a la Isla de la amenaza de una intervención militar directa por parte del Gobierno norteamericano. Sin embargo, funcionarios estadounidenses —entre ellos Robert McNamara, que en ese momento se desempañaba como secretario de Defensa—, en ocasión de reuniones posteriores para analizar las lecciones dejadas por ese acontecimiento, afirmaron que no existe documento que pruebe que en ese año 1962, antes del episodio de los misiles, Washington estuviese preparando una acción militar directa contra Cuba.
A la postre, aquella decisión de Moscú de desplegar armas nucleares muy cerca de las fronteras de EEUU habría que verla como la punta del iceberg de la estrategia de dominación que preside la geopolítica del Kremlin, y que hoy se manifiesta nítidamente en el proceder imperial de Vladimir Putin.
Son varias las razones que llevan a exaltar la negatividad de la figura de Fidel Castro en la historia de Cuba. El éxodo gigantesco de los cubanos, la conculcación de las libertades individuales, los miles de muertos en las aventuras africanas, y la destrucción de la economía, están entre ellas. Pero parece que ninguna se puede igualar a la pérfida preferencia de sacrificar a todo su pueblo en el conflicto nuclear antes que ceder y poner fin a su terquedad. Por supuesto que la Historia nunca podrá absolverlo.
Mas la humanidad tiene que agradecerles a John F. Kennedy y a Nikita Jruschov que decidieran, ignorando a Fidel Castro y pasando por encima de su deseo, y cuando ya muchos creían inminente que se apretara el botón nuclear, poner fin al peligro mediante la retirada de los misiles de suelo cubano.
Por estos días, cuando arribamos al sexagésimo aniversario de aquellos sucesos que pusieron en peligro la paz mundial, e incluso la pervivencia del género humano, los cubanos debemos aplaudir, a diferencia de 1898, el hecho de que esta vez tampoco se contara con nosotros en una negociación que tanto nos incumbía.