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De: CUBA ETERNA (Mensaje original) |
Enviado: 07/12/2022 15:51 |
CUBA SERÁ LIBRE. YO YA LO SOY
32 AÑOS SIN REINALDO ARENAS, CARTA DE DESPEDIDA
Reinaldo Arenas fué un novelista, dramaturgo y poeta cubano. Nació en la provincia de Oriente, Cuba un 16 de julio de 1943, en una familia de campesinos. Se unió a la Revolución poco antes de que triunfara y colaboró con ella durante unos años, sin embargo, su desengaño le llevó a un alejamiento progresivo y finalmente a la prisión durante dos años. En 1980 logró salir de Cuba y se intalo en la ciudad de Nueva York.
Reinaldo Arenas se destacó por su ataque directo al régimen comunista de Fidel Castro, Arenas nació en el campo, en Aguas Claras (en la parte norte de la provincia de Oriente (Cuba)) y más tarde su familia se mudó a Holguín. Su adolescencia campesina y precoz se vio marcada por el manifiesto enfrentamiento contra la dictadura de Batista. Colaboró con la revolución cubana, hasta que debido a la exclusión a que fue sometido, optó por la disidencia. Su presencia pública e intelectual le granjeó marcadas antipatías en las más altas instancias del Estado, lo cual, unido a su condición homosexual, provocó una implacable y manifiesta persecución en su contra.
En toda su vida, Arenas sólo pudo publicar un libro en Cuba: Celestino antes del alba.
Reinaldo Arenas sufrió persecución no solamente por su abierta tendencia sexual, sino por su resuelta oposición al régimen, que le cerró cualquier posibilidad de desarrollo como escritor e intelectual durante los años de mayor ostracismo cultural en la isla.
Coetáneo y amigo de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, fue encarcelado y torturado llegando a admitir lo inconfesable y a renegar de sí mismo. Ello provocó, en la sensible personalidad del escritor, un arrepentimiento que fue más allá de los muros de la prisión de El Morro (entre 1974 y 1976), calando tan hondo en su corazón que acabó por odiar todo cuanto le rodeaba. En esta época escribió su autobiografía, titulada Antes que anochezca.
Durante los años setenta, intentó en varias ocasiones escapar de la opresión política, pero falló. Finalmente en 1980 salió del país cuando Fidel Castro autorizó un éxodo masivo de disidentes y otras personas consideradas no deseadas por el régimen a través de Mariel (véase Éxodo del Mariel). Por la prohibición que pesaba sobre su trabajo, Arenas no tenía autorización para salir, pero logró hacerlo cambiando su nombre por Arenasa.
Estableció su residencia en Nueva York, donde desplegó desde este momento a pesar que muchos en el exilio nunca lo aceptarón por su abierta vida homosexual. Tenia una profunda visión intelectual de la existencia enmarcada entre la expresión poética más hermosa y la más amarga derrota del desencanto. En el 1987 le fue diagnosticado el virus del sida. y tres años más tarde cansado de tanto sufrimientos y con ninguna esperanza de vida, un 7 de diciembre de 1990, Reinaldo Arenas se suicidó. Envió a la prensa y a sus amigos una sentida carta de despedida, en la que culpaba a Fidel Castro de todos los sufrimientos que padeció en el exilio.
En 2000 se estrenó la versión cinematográfica de Antes que anochezca, película que sobre su libro autobiográfico dirigió Julian Schnabel e interpretó Javier Bardem. Del mismo título es la ópera que le dedicara el compositor Jorge Martín, presentada en el Lincoln Center de Nueva York. Seres extravagantes es el documental biográfico que realizara Manuel Zayas, en 2004, filmado clandestinamente en Cuba un año antes de su muerte.
Era la noche de la muerte: Reinaldo Arenas
El 7 de diciembre de 1990, un hombre de 47 años, escribió lo que de seguro sería el texto más difícil de su vida: “Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando. Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro.
Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país”.
La breve nota sería firmada por él con la precisa instrucción de ser publicada y enviada a todos sus amigos. Luego de escribirla, Reinaldo Arenas preparó un cóctel de alcohol y pastillas. Y bebió.
La leyenda urbana afirma que Lázaro Gómez Carrillo estaba presente aquel día en el apartamento de Nueva York, que posiblemente Arenas le dictó aquella última carta a Lázaro y que éste le ayudara a ingerir el cóctel de pastillas.
La presencia de Lázaro Gómez no es improbable debido a que en los tres años anteriores a su muerte, Arenas llegaría a estar en muchas ocasiones tan debilitado y enfermo que no podía escribir y dictaba todo en una grabadora. Lázaro se convirtió en un asistente cercano. Arenas siempre describió su relación como una amistad que se había convertido “en una suerte de hermandad” aunque muchos creen que fue su amante.
El círculo íntimo de sus amistades no se sorprendió mucho de su suicidio. No sólo porque sabían de su cada vez más deteriorada salud, sino porque en diversas ocasiones, Arenas había hablado del horror que le provocaba “el insulto de la vejez”, como él lo llamaba.
Además, el desencanto había comenzado a rondarlo: “hacía unos meses había entrado en un urinario público y no se había producido esa sensación de expectación y complicidad que siempre se había producido. Nadie me había hecho caso y los que allí estaban habían seguido con sus juegos eróticos. Yo ya no existía. No era joven. Allí mismo pensé que lo mejor era la muerte. Siempre he considerado un acto miserable mendigar la vida como un favor. O se vive como uno desea, o es mejor no seguir viviendo. En Cuba había soportado miles de calamidades porque siempre me alentó la esperanza de la fuga y la posibilidad de salvar mis manuscritos. Ahora la única fuga que me quedaba era la muerte”.
Entre los libros que Arenas completó antes de morir estaban las dos novelas que faltaban para terminar su Pentagonía y su autobiografía Antes que anochezca, acaso su libro más conocido gracias a la película que muchos años después dirigiera Julian Schnabel y en la cual el papel de Arenas fuera interpretado por Javier Bardem. Pero no era la primera vez que Antes que anochezca era escrito. Ni tampoco lo primera vez que el suicidio se planteara como una puerta de salida a una situación invivible.
“Nada hay peor en Cuba que ser disidente, escritor y maricón”, decía el mismo Arenas. Y él era las tres cosas. Aunque involucrado en el movimiento inicial que derrocó a Batista, muy pronto se daría cuenta de que el nuevo régimen socialista no era lo que todos habían soñado o imaginado. Como muchos intelectuales, vio censurados sus escritos que eran una explosiva mezcla de disidencia política junto con la experiencia homosexual de la que él se ufanaba sin pudor alguno.
En La Habana, y huyendo de la policía luego de un frustrado intento por salir de la Isla, se escondió en el Parque Lenin. Durante el día, Arenas se apuraba a escribir los recuerdos de su vida mientras hubiera luz, antes que anocheciera. De ahí el título de su autobiografía. Sabía que era improbable que pudiera publicar aquellos apuntes porque ya muchas veces anteriormente había escrito algo y luego los manuscritos eran destruidos o se perdían en alguna persecución. Pero escribir en aquellas circunstancias, como en todas las demás de su vida, le servían de alivio. Finalmente fue encontrado por la policía entre el follaje del Parque y enviado al Castillo del Morro. Aquel primer manuscrito de sus memorias se perdió para siempre.
Lo que no perdió Arenas al ser apresado, y que curiosamente ningún policía le confiscó antes de entrar a prisión, fueron un reloj, una brújula y unas pastillas alucinógenas que le había dado alguna amistad. Arenas le temía a la tortura y temía comprometer a sus amigos. Tomó un puñado de aquellas pastillas con la esperanza de morir y evitar lo que se avecinaba. Tres días después recuperó el conocimiento en un hospital de la prisión, una galera llena de personas con enfermedades infecciosas. El médico le dijo que se había salvado de milagro.
La estadía en el Morro fue, como lo presintió, un auténtico infierno: convivir con asesinos y violadores despiadados, donde se corría peligro real de morir, hacinamiento, ruido, malos olores, violencia entre los prisioneros y los guardas, enfermedades, pésima alimentación, el calor húmedo e insoportable, además de la constante tensión de si sería interrogado o torturado...
Luego de una semana de intensos interrogatorios, decidió intentar suicidarse de nuevo. Pero no era fácil hacerlo. No había cuchillas, objetos punzantes ni cordones de zapato en aquel lugar. Optó por dejar de comer, pero no le funcionó. Así es que una noche rompió el uniforme, hizo con las tiras una especie de soga y se colgó de la baranda de hierro de la cama. Estuvo colgado cuatro o cinco horas, perdió el conocimiento, pero tampoco murió. Los soldados lo encontraron y el médico de la prisión lo atendió. Era el mismo que lo había atendido cuando lo de las pastillas. “Tienes mala suerte, no lo lograste”, fue lo único que le dijo.
Después de dos años de estadía en el Morro, Arenas fue liberado. Pero la calle no era mucho mejor que la prisión. Era constantemente vigilado, descubrió que muchos a quienes creyó sus amigos eran en realidad delatores, escribía y escondía sus manuscritos para que no cayeran en manos de la seguridad. Dos golpes que lo deprimirían profundamente fueron las muertes de José Lezama Lima y Virgilio Piñera, ambos amigos suyos y cuya relación le valió sus primeras persecuciones políticas.
Fue en esa época que conoció a Lázaro Gómez, quien aunque era heterosexual, logró congeniar con Arenas a tal punto que jamás se volverían a separar. Ambos salieron de Cuba cuando la crisis del Mariel en 1980. Arenas tuvo que falsificar el apellido de su pasaporte transformándolo en “Arinas” puesto que su nombre estaba en una lista de gente a la que no se le permitiría salir.
La vida en las entrañas del imperio tampoco era fácil y de eso Arenas se dio cuenta bastante rápido. Pasó aprietos para comer, trabajar, encontrar un techo. Se trasladó a Nueva York. Reinaldo lograría, gracias a su prestigio como escritor, viajar a varios países como Venezuela, Francia y España y denunciar la situación en Cuba.
En el invierno de 1987, luego de una serie de fiebres inexplicables y terribles, acudió al médico. Le fue diagnosticado SIDA. Al regresar a su apartamento, Reinaldo Arenas se plantó delante de una foto de Virgilio Piñera que tenía colgada en la pared. Le dice: “Óyeme lo que te voy a decir. Necesito tres años para terminar mi obra, que es mi venganza contra casi todo el género humano”. Y Virgilio Piñera, generoso, obra el milagro: le concede esos tres años en los que Arenas terminó de escribir lo que le faltaba por decir antes de que anocheciera la noche de su muerte.
"Al morir Reinaldo Arenas dejó varias copias de esta carta destinada a algunos de sus amigos:
Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida. En los últimos años, aunque me sentía muy enfermo, he podido terminar mi obra literaria, en la cual he trabajado por casi treinta años. Les dejo pues como legado todos mis terrores, pero también la esperanza de que pronto Cuba será libre. Me siento satisfecho con haber podido contribuir aunque modestamente al triunfo de esa libertad. Pongo fin a mi vida voluntariamente porque no puedo seguir trabajando.
Ninguna de las personas que me rodean están comprometidas en esta decisión. Sólo hay un responsable: Fidel Castro. Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país. Al pueblo cubano tanto en el exilio como en la Isla los exhorto a que sigan luchando por la libertad. Mi mensaje no es un mensaje de derrota, sino de lucha y esperanza.
Cuba será libre. Yo ya lo soy.
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"Solo hay un responsable:
Fidel Castro", escribió Reinaldo Arenas un 7 de diciembre
Hace 32 años, el autor de 'Antes que anochezca'
se suicidó "sin tener que pasar primero por el insulto de la vejez"
XAVIER CARBONELL
El 7 de diciembre de 1990, hace 32 años, Reinaldo Arenas se suicidó "sin tener que pasar primero por el insulto de la vejez". Él mismo cuenta que, cuando le anunciaron que moriría pronto de sida, fue hasta su apartamento y formuló un deseo, mitad plegaria y mitad improperio, ante el retrato de Virgilio Piñera.
"Óyeme lo que te voy a decir", le espetó al difunto, "necesito tres años más de vida para terminar mi obra, que es mi venganza contra casi todo el género humano". Con lamentable puntualidad, tres años después de aquella oración, y manteniendo la "ecuanimidad hasta el último instante", se mató en Nueva York.
De todos los textos de Arenas, el más brutal y sereno fue su breve carta de despedida, escrita para ser publicada. "Solo hay un responsable: Fidel Castro". La frase vuelve a caer sobre el lector cubano, lapidaria y actual. "Los sufrimientos del exilio, las penas del destierro, la soledad y las enfermedades que haya podido contraer en el destierro, seguramente no las hubiera sufrido de haber vivido libre en mi país".
Arenas había nacido en 1943 en Holguín, una región telúrica y difícil, de la que también salieron Guillermo Cabrera Infante, Fulgencio Batista y el propio Castro. De procedencia guajira, siempre conservó la rusticidad y la inocencia de un muchacho de provincias. Alborotado de pelo e imaginación, de habla honda y seductora, el joven pronto se abrió paso en La Habana y sostuvo una larga amistad con José Lezama Lima y Virgilio Piñera.
Su libro más conocido, Antes que anochezca, da fe de la vigilancia, persecución y presidio a los que fue sometido por la policía política de Castro. El ensañamiento del Estado contra el escritor, su acorralamiento en los escenarios más insólitos –desde el parque Lenin hasta una precaria embarcación rumbo a EE UU–, no podía engendrar en Arenas sino una memoria lúcida, rencorosa y fiel a sí misma.
Sus novelas –que tenía que enviar a escondidas al extranjero– lo habían hecho ya famoso. Pero cuando un periodista viajaba a La Habana para entrevistarlo tenía que resolver un laberinto de pistas y engaños, audacias y contraseñas, para encontrarlo al final, como un alegre minotauro, en algún solar destartalado.
La sucesión de fotografías que acompaña a Antes que anochezca permiten ver cómo su rostro, pícaro en la niñez, coqueto en la juventud, y tristón y sentimental a punto de abordar la lancha en el Mariel, se vuelve espectral y sereno en 1990.
A más de tres décadas de su fallecimiento, la obra de Reinaldo Arenas sigue siendo terra incognita para la mayoría de los lectores cubanos y casi ninguno de sus libros está editado en su país, gracias a la censura del mismo Gobierno que lo exilió.
Leer clandestinamente El mundo alucinante o Celestino antes del alba, disfrutar las páginas de La loma del ángel o paladear sus poemas al mar, sigue siendo la forma más entrañable de recordar a Arenas en el aniversario de su muerte.
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