YUNIOR GARCÍA AGUILERA
El régimen de La Habana es consciente de que se acerca su fin. Los últimos tres años han dejado en evidencia el innegable colapso del sistema. La crisis "coyuntural" anunciada por Díaz-Canel en 2019 ha venido creciendo y agravándose de manera irreversible. Aplicar la Tarea Ordenamiento en medio de la pandemia resultó ser una acción desatinada y suicida, aumentando la inflación, el desabastecimiento y el descontento popular.
La economía cubana parece un verso de Carilda Oliver Labra: "Me desordeno, amor, me desordeno". No solo es más caótica que nunca, sino que no logra dar pie en medio de un mar de deudas y de improductividad. Por si fuera poco, la cúpula sufre hoy su mayor crisis de liderazgo, con cuadros sin carisma, políticamente mediocres e incapaces de inspirar respeto o de tomar decisiones efectivas.
El discurso oficial no consigue generar una sola idea nueva y se limita al reciclaje de viejas matracas. Pero ya son cada vez menos los que se creen el cuento del bloqueo como excusa perenne, muy pocos tienen fe en que el sistema logre ser próspero y sostenible, y ya nadie se traga la amenaza de una invasión extranjera. La realidad es que Cuba no es una prioridad para el Gobierno de Estados Unidos. El "David" ha perdido su honda y busca desesperadamente hacer negocios con "Goliat". La fruta madura está a punto de caer al suelo y nadie parece interesado en apropiársela.
Para estirar su agonía, la dictadura más vieja del continente procura fortalecer sus alianzas internacionales. Pero sus muestras de sumisión a Putin son como un bumerán fatal. Rusia no está en condiciones de ayudar a nadie. Y cualquier acercamiento al Kremlin, en estos momentos, es como marcarse en la frente el número de la bestia.
Por otra parte, la ciudadanía ha perdido el miedo de forma acelerada. Nunca antes el régimen había tenido que enfrentar tantas protestas, en todos los rincones del país. Las redes sociales son un campo de batalla donde el Gobierno ya perdió por goleada, a pesar de los cortes de internet, la creación de su ejército de perfiles anónimos y las inversiones millonarias que han realizado para intentar controlar el ciberespacio. Incluso en las urnas, su show de falsa democracia ha perdido público. Si antes se ufanaban de una participación superior al 95% del padrón electoral, las últimas escaramuzas electorales han roto todos los récords de abstención y voto negativo.
La brutal represión contra todo el que disiente no logra sofocar las llamas de la protesta. La Seguridad del Estado ha fragmentado a sus potenciales amenazas en tres bloques. Contra unos aplican directamente la cárcel, sentenciándolos a elevadas condenas a la vez que intentan desmoralizarlos, acusándolos de ser delincuentes comunes, violentos o marginales. Contra otros aplican el destierro, empujándolos a abandonar el país de forma permanente. Y contra el resto, simplemente, utilizan sus técnicas para reducirlos a "no personas": los expulsan del trabajo o la universidad, rodean sus casas, cortan sus teléfonos, los someten a estrés continuo con amenazas, vigilancia y actos de repudio.
El mayor logro de la Seguridad del Estado, tal vez, ha sido mantener fraccionada a la oposición. De esta manera evitan que los opositores logren formar un bloque sólido, capaz de coordinar acciones con mayor efectividad y de obtener legitimidad y reconocimiento por parte de los organismos internacionales.
Para dividirnos, explotan la desconfianza entre unos y otros, potencian las luchas de ego y desvían las discusiones hacia zonas infértiles e inocuas. En las redes sociales, el régimen cuenta con cientos de perfiles anticomunistas, cuyo único objetivo es atacar y desacreditar cualquier liderazgo o cualquier intento de unión. Y estas cuentas sin rostro, supuestamente radicales, logran hacer más daño que las típicas ciberclarias.
Pero, más allá del aparente éxito de los cizañeros, también es palpable que muchísimos opositores van alcanzando la madurez política de apartar las diferencias y enfocarse en estrategias comunes. Las organizaciones más jóvenes evitan los caudillismos, aprenden a trabajar de forma coordinada junto a otros, se establecen lazos con generaciones que acumulan mayor experiencia y se crean conexiones firmes con opositores a otras dictaduras, como las de Venezuela y Nicaragua.
La sociedad civil en Cuba va tomando conciencia de su potencial. Poco a poco se arrebatan espacios que el régimen no sabe y no puede reconquistar. Cada trozo de poder que se les despoje es un terreno ganado para la democracia que debemos construir entre todos.
La dictadura sabe que se acerca su fin.
14YMEDIO