FRANCISCO ALMAGRO DOMÍNGUEZ | CUBAENCUENTRO
La mitad del mundo acaba de celebrar de nuevo la Natividad de Jesucristo, una fecha que si no exacta ni histórica, marca la vida de Occidente por dos milenios. Darse una vuelta visual por las grandes capitales de Europa y América, y de algunos países de África, y Oriente Medio es un placer estético y espiritual.
En La Habana la noticia es que han inaugurado hace pocos días un llamado “árbol de la amistad”, remedo del clásico arbolito navideño, auspiciado por la embajada de Italia. En la nota publicada en la Isla se hace notar que, contraria a la intención cristiana del pino navideño, este tiene el objetivo de celebrar la amistad cubano-italiana y otro aniversario de la “Involución Socialista”.
Quienes han tenido la oportunidad de viajar por el mundo, posibilidad negada a la mayoría de los cubanos residentes en el archipiélago, enseguida notan el crimen de lesa cultura y espiritualidad que durante más de seis décadas los comunistas han cometido con la población sin el menor gesto de arrepentimiento.
Con la coartada de un Estado laico, han relegado la impronta judeo-cristiana de nuestra cultura a una segundo o tercer lugar para imponer, a fuerza de adoctrinamiento y bayonetas, una subcultura de adoración al Difunto Líder y sus disparates. Olvidadas quedaron aquellas “bolas de Navidad” de los primeros años, con imágenes de barbudos a relieve, la “cuota” que daban en las bodegas de turrones y “jamón del diablo”. Olvidados, a propósito, los días en que Cuba vivió horas de paz y reconciliación con la visita de Juan Pablo II.
Es un derecho humano tener creencias religiosas, o no. Incluso decirse católico y no ser practicante. El mundo funciona así en la mayoría de los países democráticos: el derecho a practicar una religión y difundirla —lo cual implica tener colegios, hospitales, universidades, periódicos y canales de televisión— es algo normal en naciones civilizadas.
El régimen imperante en La Habana ha convertido al pueblo cubano es una suerte de paria espiritual. Un ciudadano de la Isla sería incapaz de disfrutar una obra de arte del Renacimiento por su esencia religiosa, como una pieza musical del barroco, inspirada en pasajes evangélicos; una magnifica catedral nada diría en sus vitrales, ni las esculturas o los iconos en una iglesia ortodoxa. Han convertido a los cubanos en analfabetos culturales y espirituales con todo propósito: la única “religión” posible es el Castrismo.
Parte del inevitable hundimiento del régimen comunista es explicable porque el Castrismo es una mezcla alienada de ideas inconexas, megalomanías, y prácticas imposibles, fracasadas. Eso ha sustituido los valores que, con luces y sombras, dieron sentido a lo que llamamos nación cubana. No se necesita ser católico, presbiteriano, ortodoxo o metodista para comprender que al separar la historia de un país de su fe y tradiciones el desastre está garantizado.
El régimen comunista, ateo y combativo de toda religiosidad que no sean las doctrinas que marcan sus comisarios y dirigentes, nuevos —falsos— profetas y fariseos, observan cómo se derrumba un sistema materialista, vacío de toda misericordia y humildad. Quizás ninguno ha leído “Sobre la impiedad”, esa demoledora advertencia del Padre Félix Varela sobre las consecuencias del ateísmo, el que por cierto, José Martí, sin ser un cristiano practicante, también creyó un mal para cualquier sociedad.
La mitad del mundo ha estado celebrando “algo” que han denominado Navidad. Ese día por tradición se trata de olvidar los sinsabores y las enemistades. Hay una cena, no una cena “colosal” como diría el poeta, sino una sencilla mesa donde las personas puedan volverse a amar.
En la Isla, prohibidas por decreto y por miserables las celebraciones callejeras, jolgorios, procesiones espontáneas, y hasta una cena decente, es muy probable que la mayoría de las familias lo que pidieran, frente a un sencillo mendrugo, escaparse por cualquier vía de la locura y la desesperanza.
El llamado “árbol de la amistad”, que por voluntad de un régimen mediocre intenta quitarle todo simbolismo a la Navidad, es sin duda la muestra más elocuente de su enemistad con el mundo donde habitan quienes en verdad “aman y construyen”. A nosotros, los que estamos de este lado de la Historia, nos queda pedir, con toda la fuerza de nuestros corazones, que termine esa ‘enemistad” sádica que es el comunismo cuando no se comulga con él.