CUBA: EL HAMBRE Y EL HOMBRE NUEVO
En la Cuba castro-comunista, revolucionaria, socialista o como se le quiera llamar, se viene experimentando un hambre crónico, desnutrición y exposición a la insalubridad desde el mismo golpe de Estado de 1959.
POR ALEXIS JARDINES CHACÓN
Si el mundo cuenta con la figura jurídica conocida como “crimen de lesa humanidad”, y con un entramado social democrático ―ficticio las más de las veces, pero recaudador de inmensos fondos―, ¿por qué se mira a otro lado cuando asistimos al experimento de exterminio masivo más brutal que conoce Occidente desde la Alemania nazi?
En la Cuba castro-comunista, revolucionaria, socialista o como se le quiera llamar, se viene experimentando un hambre crónico, desnutrición y exposición a la insalubridad desde el mismo golpe de Estado de 1959. Más allá de lo que los medios oficialistas únicos y la propaganda revolucionaria quiere hacerle ver al cubano de la Isla y a los tontos útiles del mundo entero, lo cierto es que enfermarse trae consecuencias devastadoras que nada tienen que ver con el estado real del paciente, sino con el calamitoso sistema de salud. Lo mismo pudiera decirse del momento postrero de la vida y su fatídico desenlace: la crudeza del acto de morirse en Cuba supera a la misma muerte. Es difícil imaginar un sitio peor para vivir, envejecer y morir que la Cuba de hoy.
Porque no se trata de casos aislados, de gente marginal, de vagabundos, drogadictos o enfermos mentales. Se trata de un pueblo entero que ha sido sistemática y sostenidamente sometido a un experimento de esquilmación y aniquilación paulatinas por un grupo de poder durante más de medio siglo. Y ya que se habla con tanta pompa de desarrollo sostenible, cabría decir que estas hambrunas y carencias constituyen el único proyecto sostenible de la llamada Revolución.
Los cubanos hemos sido obligados a dividirnos en seres inánimes, absolutamente dependientes, por un lado; y proveedores, auxiliadores, socorristas desde el exterior, por el otro. Quien todavía tiene algo de energía y dinero los consume durante las 24 horas tratando de conseguir qué poner en la mesa. Pero, ¿y todo ese sector, cada vez más amplio, de población mayor de 60 años, qué hace?
Los ancianos, además de carecer de los medicamentos más básicos, no pueden encarar las endémicas, interminables y brutales colas (filas) que se interponen entre el individuo hambriento y lo que pudiera ser susceptible de masticación. En esta lucha por la subsistencia que los va extinguiendo físicamente día a día, generación tras generación, ellos son los más vulnerables. Para no decir todavía, simplemente, los más descartables. Lo curioso de todo esto es que los que forman esa amplia capa de la tercera edad son los otrora concebidos como el Hombre Nuevo, el ideal comunista de la Revolución. Si mal no recuerdo, fue tras la muerte del Che Guevara, a finales de los 60, cuando se promovió ese proyecto de ingeniería social. Hoy esas generaciones de los que un día fueron jóvenes y revolucionarios, penan, vagan, lloran y reptan por un poco de comida.
La pregunta es: ¿Quién ha de procurársela? ¡Irónico destino! Lo hará justo su contraparte, su enemigo, su opositor, la antípoda del Hombre Nuevo: el gusano. Del otro lado de una represión política ―invisible al ojo occidental― de las jóvenes generaciones de cubanos, la ausencia de medicamentos y el hambre se ceban con el adulto mayor. ¿Qué pasa? ¿Acaso no sabe el mundo democrático que el “bloqueo imperialista” no aplica a alimentos y medicinas? Entonces, ¿qué espera para llevar a los responsables de este holocausto al banquillo de los acusados?
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