MAURICIO VICENT
Quedamos en la Alameda de Paula, en la Habana Vieja, y decidimos entrar a los almacenes de San José, donde hoy funciona un gran mercado de artesanía destinado al turismo y en los altos tiene su sede la compañía del actor y director teatral Osvaldo Doimeadiós, que acaba de cerrar una exitosa temporada de presentaciones de El baile, obra del gran dramaturgo cubano Abelardo Estorino que habla de la emigración y las familias divididas, de la soledad, y también de la precariedad (material y espiritual) en que viven los que se quedan.
Levantados a mediados del siglo XIX en los márgenes de la bahía, estos viejos almacenes de depósito de azúcar tienen una de las vistas más bellas de los muelles y son parte de la historia de Cuba. Explica Lázaro que entonces la isla era uno de los principales productores de azúcar del mundo, y que cuando el desarrollo tecnológico capitalista y el aumento de la producción internacional obligaron a competir en el mercado con precios más bajos, fueron unificados muelles, almacenes y ferrocarriles para ahorrar tiempo y mano de obra en el transporte y la carga del azúcar, y entonces se construyeron estas imponentes edificaciones que cambiaron la imagen del puerto habanero.
Los almacenes de San José corren a lo largo de la calle Desamparados, cerca de la iglesia de San Francisco de Paula, y tras ser restaurados ahora albergan a dos o tres centenares de puestos de artesanía por donde esta mañana curiosean pequeños grupos de turistas. Lázaro habla con una española que compra souvenirs decorados con la bandera cubana; le cuenta cómo eran hace 150 años estos gigantescos depósitos con los que el puerto de La Habana aumentó su influencia en la economía del país, pues recibía las cargas de azúcar directamente de las líneas de ferrocarril y de las embarcaciones de cabotaje.
“Oye, menuda muela que le estas dando”, le digo a Lázaro, antes de cogerlo del brazo y llevármelo a un café cercano. El tema de la zafra y la debacle de la producción azucarera le tiene caliente. Se pide un café, pero le echa ron y lo convierte en un carajillo, y entonces la muela me la da a mí.
“En 1894, un año antes de la tercera guerra de independencia, Cuba llegó a producir cerca de un millón de toneladas de azúcar. En 1959 molieron 156 centrales azucareros, que produjeron 5.6 millones de toneladas. En los ochenta Cuba llegó a fabricar un promedio de ocho millones de toneladas anuales, pero este año ni se va a llegar a las 400.000 toneladas, es un desastre nacional”. Recuerda que la cosecha del año pasado ya rompió todos los récords negativos, pues la isla sólo fue capaz de producir 480.000 toneladas de azúcar, el peor resultado en siglo y medio.
El desmantelamiento de la industria azucarera, a iniciativa de Fidel Castro, comenzó en 2002 y perseguía el objetivo de reconvertir el sector para hacerlo más eficiente. Para ello fueron cerrados más de la mitad de los centrales que funcionaban en ese momento (156), que daban empleo directo a medio millón de personas, concentrando los recursos en 70 para hacer zafras menores pero más productivas. “La experiencia fue un fracaso: decenas de miles de personas quedaron desempleadas, desaparecieron la mayoría de las fábricas y la producción cayó en picado. El año pasado molieron sólo 36 centrales, y éste 23′, explica mi socio. “El pronóstico para la actual zafra 2022-2023 era fabricar 400.000 toneladas, que a duras penas dan para garantizar el consumo nacional, pero ni eso se va a cumplir”, afirma, y saca un ejemplar del lunes del periódico Granma.
El órgano oficial de los comunistas cubanos entrevista a Ángel Luis Rios, directivo del grupo estatal Azcuba, que admite que en estos momentos se reporta un “déficit de 95.000 toneladas contra lo previsto”. El funcionario indica entre los motivos de la nueva debacle las “dificultades financieras” para garantizar los insumos necesarios, las roturas y averías, y la falta de combustible y de piezas de repuesto para garantizar los medios de transporte y corte de caña (ruedas y baterías entre otros), además de los consabidos efectos del embargo norteamericano. “Lo más interesante es esto”, dice, y lee a continuación las siguientes declaraciones de Rios a Granma: “Los problemas no solo se relacionan con dificultades financieras y de piezas. Al igual que otras ramas de la economía, la azucarera sufre el déficit de personal, por varias causas, fundamentalmente el envejecimiento de la fuerza laboral y el efecto de la migración. Asimismo, influye la actual situación económica del país, marcada por la inflación. Por ejemplo, los problemas productivos de un central impiden que los trabajadores reciban salarios decorosos y muchos se van”.
Lázaro esta encendido. Afirma que este mes en su barrio “solo han dado” por la libreta de racionamiento una libra de azúcar, cuando lo estipulado son cuatro por persona. “En la bodega, a precios subvencionados, una libra cuesta 8 pesos cubanos, pero como no hay azúcar en ningún lado la gente tiene que comprarla en el mercado negro a 100 o 150 pesos. ¡Imagínate tú! ¡Una pensión en Cuba está entre los 1.000 y los 1.500 pesos!”. A Lázaro le da y se pone filosófico, y cita la famosa frase de un hacendado criollo que dijo “sin azúcar no hay país”. “Pues hemos llegado al punto en que en el país del azúcar no hay azúcar”.
Como veo que se lanza y le va a dar un telele, le invito a merendar en la hermosa plaza de San Francisco, donde funciona el Café del Oriente. Pedimos un sándwich, pero ni por esas. Está muy encabronado y empieza a escupir datos: “En 2021, del total de las inversiones del Estado, el 35,2% fueron para la construcción de hoteles y sólo el 0,4 % para el sector azucarero. La inversión en salud fue sólo del 1,7%. Desde hace años se mantiene esta proporción, así que no es de extrañar que no haya azúcar y que la mortalidad infantil haya aumentado casi al doble, y que la esperanza de vida se haya reducido en la última década en 7 años [de 78,5, a 71,25, según cálculos del demógrafo cubano Juan Carlos Albizu-Campos]”. “Cómete el bocata”, le digo. Pero él sigue. Se traba en una cifra y la va a buscar en Google en su teléfono, pero no funcionan los datos móviles. Estalla: “Encima tenemos un internet platanero”. En Cuba la conectividad siempre ha sido mala, pero en los últimos tiempos está peor que nunca. Esta misma semana, la empresa monopólica de telefonía en Cuba, Etecsa, informó de una caída de las comunicaciones en muchos números y recomendó a los usuarios “con dificultades para navegar o establecer llamadas, activar y desactivar el modo avión para registrarse nuevamente en la red”.
“¿Sabes como llaman a Etecsa en la calle?”, pregunta Lázaro al camarero, y sé que a continuación viene una de sus bromas. “Muy sencillo: Estamos Tratando dE Comunicar Sin Apuro”, suelta, y al empleado casi se le cae la bandeja de la carcajada. La salva, y responde al tiro: “Coño, no me digas nada, compadre, que he puesto tantas veces el teléfono en modo avión que ya me está pidiendo el número de pasaporte”. Para desengrasar le digo a ambos que no se quejen, que hasta 2018 los cubanos no tenían datos móviles y que las áreas wifi estaban sólo en algunos parques y espacios públicos, adonde la gente debía acudir para conectarse y se sentaba en los bordillos.
Veo sonreír a Lázaro, comienza a relajarse. “Es verdad”, dice, y cuenta la anécdota del viaje de las Kardashian a Cuba, en mayo de 2016, después de la histórica visita de Obama. Por entonces vino a La Habana todo el mundo, tocaron los Rolling Stones y llegaron en tromba grandes celebridades de Estados Unidos, de Madonna a Beyonce, y también las famosas hermanas Kardashian. Kim, Kourtney y Khloé Kardashian viajaron a la capital cubana para hacer desde allí su reality show. Pasearon en un descapotable por el malecón, comieron en una paladar, visitaron el Museo del Ron y se retrataron en todas partes, pero casi todo el tiempo estuvieron de mal humor por la pésima calidad de internet. “Un amigo que era amigo del chofer que les manejó, me contó que estaban muy molestas porque no podían conseguir enviar sus archivos por Snapchat [una aplicación móvil de mensajería instantánea que entonces permitía tomar una foto o video y enviárselo a tu lista de contactos]”. Dice Lázaro que “como esta gente vive de subir sus historias a las redes, se frustraron y adelantaron su vuelta, salieron pitando. No estaba preparadas para Cuba”.
Reconoce finalmente que ahora estamos mejor que antes (“aunque internet siga siendo de platanar”), y observa que, “para ser justos, hay que admitir que los americanos joden todo lo que pueden –en diciembre, el Departamento de Justicia norteamericano recomendó a la Comisión de Federal de Comunicaciones negar un permiso para la instalación del primer cable de telecomunicaciones submarino que conectaría a Estados Unidos con Cuba-, aunque no deja de ser cierto que aquí cuando les da la gana, o hay una protesta política como la del 11 de julio, el Gobierno tumba internet en toda la isla y se queda tan ancho”.
Le digo que no empiece otra vez, y me mira ladeado. “Ok, yo me callo, pero entonces préstame una librita de azúcar hasta que lleguen los mandados a la bodega”. ¡Ay, Lázaro, no cambias!
FUENTE: EL PAÍS INTERNACIONAL