JORGE LUIS GONZÁLEZ SUÁREZ
A fines de la década de 1970 y principios de la 1980, un tema recurrente de Fidel Castro y que ocupó los primeros espacios en los medios de comunicación en Cuba fue la producciòn de leche de la vaca Ubre Blanca, que estableció un récord de 110.9 litros en un día.
En ese tiempo, los medios informativos daban como noticia importante la cantidad de litros de leche diarios que daba la vaca.
La historia de Ubre Blanca fue narrada de forma satírica en el documental La Vaca de Mármol, dirigido por el cineasta cubano Enrique Colina, fallecido en el 2020, quien cumpliría 80 años en este 2024.
La exhibición de La Vaca de Mármol en el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano del año 2013 fue prohibida. Sería el último material que haría Colina, pues a partir de entonces fue silenciado totalmente.
Leonardo Padura comentaba en el documental: “La prensa selecciona, y aun recoge casos paradigmáticos que escapen de lo normal, y los convierte en espejos de una realidad limitada como algo absoluto, con objetivos más propagandísticos y politizados que informativos”.
El film contiene fragmentos de discursos grandilocuentes del Comandante en Jefe, donde afirmaba que no solamente tendríamos leche (según él, Cuba produciría más que Holanda) y carne de res en abundancia, sino que los exportaríamos al mundo.
Aparecían las personas ocupadas de cuidar el animal en la vaquería “La Victoria”, de la Isla de la Juventud, que explicaban como había una atención especial hacia el animal en todos los aspectos. Referían que casi no iban a sus casas y que la Seguridad del Estado mantenía un control constante en el lugar por órdenes del Máximo Líder.
Fidel, en una visita a la vaquería, advirtió: “Ni catarro, ni catarro le puede dar a este animal, saben”.
En cinco ocasiones Fidel Castro fue a ver la vaca con invitados extranjeros que visitaban el país para mostrarla como una de sus proezas.
En Estados Unidos estaba la vaca Linda Arleen, que daba 80 litros al día, y Fidel expresó que él tenía que tener antes de morir una que llegara a los 100 litros.
Fidel, como si el fuese un técnico ganadero, programó con el veterinario Jorge Hernàndez hacer cada seis horas y después cada 8 el ordeño. Al finalizar cada jornada, había que reportarle la cantidad de leche alcanzada. Había un libro donde se anotaba la cifra obtenida, y firmaban todos los trabajadores como constancia. Y a la entrada de la vaquería había otro libro donde aparecían registradas las personas autorizadas a ver la vaca.
La obsesión oficial por las vacas y la producción de leche generó mercancías como el yogurt y la mantequilla Matilda, dibujos animados y canciones alegóricas como: “Inseminaciòn artificial” (la vaquita Pijirigua que quería seguir a la antigua) de Pedro Luis Ferrer, y El buey cansao de Juan Formell y los Van Van, que de forma sutil se mofaban de aquello.
El pintor Rafael Zarza, quien hizo algunos cuadros y dibujos de Ubre Blanca, dijo que era fabuloso que con el semen de un animal se lograse obtener réplicas que dieran resultados iguales o mejores, algo que después se comprobó irrealizable.
Fue un sueño utópico, otro más de los de Fidel Castro, pues un solo animal, por mucha cantidad de leche que diera, no lograría abastecer a todo un país del producto y sus derivados.
Ubre Blanca enfermó de cáncer en la piel por fotosensibilidad y la trasladaron para el Centro Nacional de Salubridad Animal, lugar en que después fue sacrificada, al parecer, por no tener cura.
Fue enajenante que momificaran a la vaca, y se hiciera una escultura en tamaño natural de màrmol blanco en la hoy abandonada vaquería del poblado La Victoria, en la Isla de la Juventud, como regalo a Fidel Castro.
El documental de Enrique Colina termina con imágenes de una vaca que pasea por el parque del boulevard de San Rafael y Galiano mientras se escuchan comentarios irónicos de los transeúntes. Y con razón, porque resulta insólito que el máximo dirigente de un país dedicara tanto tiempo a exaltar a una vaca.
Después de cumplir siete años, no solo los niños cubanos no pueden beber leche, sino que no lo podrán hacer por el resto de sus vidas.
Desde hace décadas, los siete años son la edad dispuesta por Fidel Alejandro Castro y sostenida por su hermano Raúl Modesto para que los cubanos dejemos de beber leche.
Cada diez días un niño cubano menor de siete años recibe un kilogramo de leche en polvo por el valor de dos pesos y 50 centavos. Esa cantidad es la décima parte de un dólar. El salario mínimo ronda en Cuba los 10 dólares y el medio los 18, y cualquier precio ajustado a lo que puede verse en los mercados del mundo entero sería impensable para el bolsillo de un trabajador cubano. En España o Brasil es posible comprar un litro de leche por 70 centavos de dólar, pero semejante cifra se acerca al valor de un día de trabajo de un maestro en Cuba.
Fuera de esa cuota de leche que recibe mi hijo, y que comparte con su hermana mayor, los cubanos que quieran beber leche, dársela a sus hijos o a sus padres, deben comprarla en el mercado en dólares. Pero allí el precio de la leche no solo excede por mucho el de aquella que se suministra a los menores de siete años, sino que excede también lo que cuesta en la mayoría de los mercados del mundo. En ese mercado el precio de un litro de leche es de dos dólares y setenta centavos. Más de cuatro veces lo que cuesta en el extranjero y una cuarta parte del salario mínimo cubano. La leche vendida a semejante precio caduca en no pocas ocasiones en los estantes que la sostienen. Después de cumplir siete años, no solo los niños cubanos no pueden beber leche, sino que no lo podrán hacer por el resto de sus vidas.
Han pasado los tiempos de Ubre Blanca, la vaca que, acompañada por un tumor y la atención no menos nociva de Fidel A. Castro rompió por los años ochenta el récord mundial de producción de leche para un día. Cuentan que el comandante prestaba una atención filial a la bestia, lo que la convirtió en la protagonista de reportajes, documentales, visitas frecuentes de especialistas de todo el mundo y, según un informático emigrado, era un honor por aquellos años ser invitado por Fidel A. Castro y brindar con un vasito de leche salido de las enfermas ubres.
Sabido es que las pasiones del comandante fueron por décadas objetos de culto nacional. Se odió a los yanquis hasta el pasado 17 de diciembre, Celia Sánchez fue la flor más auténtica, el PPG, una pastilla reguladora de colesterol, llegó a codearse con el resto de los símbolos nacionales, y cinco espías con cargos de asociación para asesinar se convirtieron en héroes.
Pero lo que se vivió con Ubre Blanca traspasó la pasión. Según cuenta Enrique Colina en su documental La vaca de mármol, el animal fue reproducido en piedra y sus artífices, entrevistados por el cineasta, afirman que se le quiso posicionar encabezando la Plaza de la Revolución que se construiría en la Isla de Pinos, donde el animal vio la luz.
Además de delirio, exaltar la industria lechera cubana tenía un fin propagandístico. La Revolución había triunfado entre otras cosas para llevar un vaso de leche a cada niño y una vaca que se bastaba para cumplir la ambiciosa meta era lógico que se elevara a líder del Partido. Si tenemos en cuenta que la organización comunista se ha destacado más por aupar tragones que por reunir miembros como Ubre Blanca que se creyeran las supuestas metas de la Revolución, se entiende que la peculiar heroína esté hoy disecada en un instituto de investigaciones pecuarias como Lenin en su mausoleo.
Hay una diferencia clara entre desear un bien y desear ser el que aparece como bueno. Esa meta explica mucho del castrismo. Mientras sostuvo con créditos soviéticos una industria ganadera costosa e improductiva y proveyó a cada niño y no pocos adultos de un vaso de leche, Fidel A. Castro aparecía de manera continua como una especie de padrino de esa industria. De ahí su pavoneo con Ubre Blanca y sus delirantes referencias al tema en interminables discursos oficiales.
Derrumbada toda nuestra industria ganadera a principios de los años noventa, la noción de niño se redujo cínicamente a seis años, dejó de repartirse leche fresca y Fidel A. Castro no apareció nunca más en un sitio relacionado con el tema.
Si el vaso de leche a cada niño hubiera sido realmente el interés del castrismo, hace mucho se habría relajado el monopolio estatal sobre las vacas y se habrían reducido las condenas de quienes buscan en el mercado negro paliar su carencia. Nada de eso ha pasado y nuestros niños, mis hijos entre ellos, despiertan sin leche al día siguiente de cumplir siete años.