Si, como afirma Rodríguez Zapatero, lo que él persigue con su política de compadreo con los Castro es contribuir a la apertura del régimen y propiciar las reformas democráticas en Cuba, el señor presidente tiene garantizado el fracaso. ¿Por qué estos tiranos envejecidos y enriquecidos en el poder, con incontables muertos sobre los hombros, habrían de cambiar nada, si las democracias los miman a la vez que dan la espalda a quienes se rebelan contra ellos?
Ahora aparece en los periódicos, destacado como si no fuese más de lo mismo, lo que Obama pidió al presidente español que le trasmitiese a Raúl: "Decidle a Castro que si él no da pasos, yo tampoco podré darlos". ¿Cuántas veces, en medio siglo, hemos oído palabras semejantes en boca de presidentes norteamericanos? Este mensaje expresa la posición correcta, pero ya no es noticia.
Hoy la noticia es lo que, virando la tortilla a favor de los Castro, dijo en La Habana el canciller de Rodríguez Zapatero: "No hay que pedirle gestos a Cuba". Como, además, el canciller prometió que el gobierno español continuaría abogando por que la UE modifique su posición hacia el régimen cubano, queda meridianamente claro que, para Madrid, los que tienen que cambiar no son los Castro, sino los que les exigen reformas democráticas.
El gobierno de Rodríguez Zapatero —que, por supuesto, está protegiendo las inversiones españolas en Cuba— se ufana de liberar de vez en cuando algún preso político, pero de lo que se trata es de liberar a todo el pueblo.
Recientemente, el ex presidente checo Václav Havel, que luchó contra una dictadura similar a la que sufren los cubanos, hizo unas reflexiones que no deben ser desoídas: "La UE padece esa antigua enfermedad europea que es la tendencia a aceptar el mal, a cerrar los ojos y cooperar con países autocráticos y a veces incluso dictatoriales. Creo que los nuevos miembros de la UE, que tienen una experiencia reciente del totalitarismo, deberían alertar a la UE en este sentido. Porque la complacencia hacia el mal nunca ha obligado al mal a retirarse".