¿Humor y contrarrevolución? ¿Hay gente presa en Cuba por contar chistes? Más que reflejar el humor criollo, los cuentos de Pepito evidencian la universalidad del régimen socialista.
Duanel Díaz, Nueva York El culto a la personalidad, las colas, la burocracia, la doctrina y la doble moral otorgaban identidad al bloque comunista. Desde Odessa hasta Budapest, de Moscú a Bratislava, de Cluj-Napoca a Samarcanda, unos mismos chistes circulaban, reflejando el descontento y la resignación de la gente con un sistema que, más allá de las coyunturas nacionales, era básicamente el mismo.
Intrigado por el fenómeno, el documentalista y escritor británico Ben Lewis se ha dado a la tarea de recopilar toda la información disponible y de viajar por Europa del Este consultando archivos y haciendo entrevistas.
El resultado, además de un interesante documental para la BBC (disponible en YouTube), es el libro Hammer and Tickle. A History of Communism Told Through Communist Jokes, que no ofrece sólo los resultados de esa exhaustiva investigación, sino también el proceso de la misma: la búsqueda del sentido de las anekdoty por alguien que no tuvo la experiencia de vivir detrás de la cortina de hierro y que, desaparecida la civilización que las motivó, se acerca a ellas casi como un arqueólogo, para reconstruir el sentido de un sistema político que encarnó las grandes promesas del siglo y sus mayores decepciones. O más bien, el sinsentido: como señala Lewis, los chistes eran una modalidad humorística dentro de la gran comedia del absurdo que era el "socialismo real"; el imparable progreso que el sistema prometió, lo fue sólo en la ridiculez.
Desde la Bucarest aun presidida por el descomunal Palacio del Pueblo, los tétricos archivos de la KGB o el Berlín de la östalgie, Lewis cuenta la historia del comunismo a partir de los chistes: primero la etapa leninista, luego el estalinismo, la constitución de las democracias populares (donde surge la modalidad antirrusa), el deshielo, la edad de oro del chiste comunista en los sesenta, su relativo estancamiento en la época de Brezhnev, y su extinción con la desaparición del sistema.
Servil, ambiguo y antagonista ¿Cuál era la verdadera función de los chistes en la sociedad socialista?, es la pregunta que recorre el libro. Después de consultar la copiosa bibliografía sobre el tema —que incluye desde simples recopilaciones hasta tesis de doctorado—, Lewis presenta dos teorías: la que llama maximalista, de aquellos que piensan que de algún modo los chistes contribuyeron a erosionar al sistema y a despertar la rebeldía popular; y la minimalista, compartida por quienes los ven más bien como una válvula de escape que, por así decir, forma parte de la propia economía del régimen.
Insatisfecho con ambas interpretaciones, Lewis sugiere que el fenómeno es más complicado de lo que parece a primera vista: "mi teoría viene siendo: el chiste comunista es servil en un extremo, más ambiguo en el medio, y antagonista en el otro extremo".
Tampoco se trataba de la exclusividad del humor como arma de los ciudadanos frente a la autoridad absoluta del estado: el régimen estalinista, como el propio Stalin, tenía sentido del humor. De hecho, uno de los aciertos de Lewis es hacer la historia de los chistes comunistas en el contexto del humor oficial, género que tuvo su propia evolución: en los años veinte, época de esplendor de la literatura satírica, hubo en la Unión Soviética ciertos márgenes para reírse del sistema; luego con el estalinismo se impuso el tipo de humor "constructivo" que criticaba algunas imperfecciones del socialismo —típicamente la burocracia— y ridiculizaba al capitalismo, eminentemente a Estados Unidos.
En 1933, contar chistes aparece tipificado en un pleno del Comité Central del PCUS como "actividad antisoviética", y durante todo el período estalinista la sanción correspondiente fue de cinco años en campos de trabajo.
¿Y Cuba? ¿Está documentado el caso de alguien condenado en Cuba por decir un chiste anticastrista? ¿Podemos hacer a través de estos chistes o cuentos la historia de la Revolución Cubana en sus diferentes etapas: los años "románticos" de la utopía en los sesenta; la etapa de la "eterna amistad cubano-soviética" en la década siguiente; los ochenta, años de relativa prosperidad entre esos dos eventos críticos que fueron Mariel y la caída del muro de Berlín; el "período especial" con su folclor (camellos, puercos en bañaderas, nuevas recetas culinarias, etc.) y, finalmente, ese extraño interregno dentro de otro que es el gobierno de Raúl Castro?
Nada nos dice al respecto Hammer and Tickle, pero este libro nos confirma dos cosas que ya sospechábamos. Una, que aun entre gente tan resistente a las seducciones de la ideología comunista como Ben Lewis persiste el mito de la singularidad "democrática" de la isla que ha alimentado hasta hoy la simpatía de algunos sectores intelectuales europeos.
En el prólogo, Lewis excluye a Cuba de su recuento alegando que "en su mayoría los chistes cubanos no fueron producidos por cubanos residentes en Cuba", por lo que "es difícil estudiarlos como chistes comunistas".
Desde luego, el escritor británico se equivoca de medio a medio: los chistes cubanos surgen no en el exilio sino en la isla, y desde abajo, como en el resto de los países comunistas; es cierto que muchos de ellos son versiones de chistes de la época estalinista, como algunos de los que han circulado últimamente a propósito de la esperada muerte de Fidel Castro, pero, ¿por qué deducir de ello, como hace Lewis, que han sido adaptados por los exiliados y los "norteamericanos de derecha", cuando desde mediados de los sesenta los cubanos de la isla tuvieron la oportunidad de conocer de primera mano esos chistes en sus viajes de trabajo o estudio a los países socialistas?
Es esta la segunda cosa que nos confirma la lectura de Hammer and Tickle: buena parte de nuestros chistes políticos, incluso aquellos que podríamos esperar más propiamente "cubanos", proceden de nuestros "hermanos" soviéticos y europeos del este.
El (poco) humor del castrismo A desechar, entonces, cualquier explicación nacionalista: más que reflejar el proverbial sentido del humor criollo, los cuentos de Pepito evidencian la universalidad del régimen socialista.
Ciertamente el castrismo ha sido, por sus factores históricos, étnicos y culturales, un comunismo bastante idiosincrásico, pero su especificidad sólo resalta sobre el fondo común de un sistema donde la eliminación de la propiedad privada conduce a la omnipresencia del estado y al desastre de la economía planificada. De hecho, si el choteo fuera tan definitorio en nuestra historia, no se hubiera producido el fenómeno Castro —ya apuntaba Mañach que la revolución del 33 había "dramatizado al cubano", y es justo esa dramatización la que parió a nuestro Frankestein. Pero las cosas, claro está, no son tan sencillas: el choteo bien puede ser parte de un complejo que tendría en el otro polo a un cierto delirio de grandeza nacional, entre otras funestas herencias de nuestro singular siglo XIX.
En cualquier caso, sí es indiscutible que los chistes anticastristas recogen a su modo la experiencia socialista en nuestro país. Pero, como tantos otros de los relativos a la vida cotidiana durante el castrismo, es éste un campo aun por explorar.
Hasta donde sé, sólo contamos con una recopilación (Modesto Arocha, Chistes de Cuba sobre la revolución, 1994, 1997, 2003), y apenas intentos de estudios serios sobre el tema. Para avanzar algo, quizás sea útil recordar un artículo de 1960 donde Jaime Sarusky reaccionaba a las burlas al Dr. Castro por parte de la prensa independiente: "Desde que la Revolución está en el poder, ya los chistes no son como antes. En otras épocas, el humor iba de abajo hacia arriba. La agudeza del cubano humilde "que se estaba comiendo un cable y que tenía que inventar para comer" fluía espontáneamente, francamente [...] Ahora los chistes salen desde temprano de los bares con aire acondicionado de los clubes elegantes. Y en cada barrio chic se chismea, se balbucea, se pierde el tiempo. Ahora los chistes nacen, se repiten y divulgan a partir de los barrios elegantes. Ahora la contrarrevolución se ha vuelto chistosa." ("Humor y contrarrevolución", Revolución, 5 de mayo de 1960).
La revista Zig-zag había sido clausurada a principios de año: en materia de censura, estaba claro que la nueva dictadura superaría con creces a la anterior. Habría que seguir la pista del humor gráfico cubano de los sesenta (Palante, Mella), para definir mejor el contexto donde los chistes anticastristas fueron cobrando fuerza. Regresar sobre escritores como Juan Ángel Cardi y Héctor Zumbado, muy populares en los setenta y los ochenta; seguir los avatares del humor en la televisión y el teatro en los últimos lustros.
Un momento importante de esa historia por escribir es, sin dudas, la Ofensiva Revolucionaria. Por un lado, el cierre de los bares y la nacionalización de los pequeños negocios privados fue acompañado de una agresiva campaña en los periódicos y en revistas como Bohemia, CDR y Verde Olivo, que presentaba, en la mejor tradición estalininista, a los dueños y clientes de los comercios intervenidos como escorias del degenerado sistema comunista. Por el otro, proliferaban en la calle chistes ridiculizando el gran proyecto político-social al que tributaba la Ofensiva.
En Mazorra, un loco que se la pasa revolviendo con un palito un cubo lleno de excrementos, al ser interrogado por lo que hace, responde: "Estoy construyendo el socialismo".
—Pero también estamos construyendo el comunismo. —Pues tráiganme otro cubo de mierda.