LA Magia Navideña By MERCEDES SOLER
La mitología sobre Santa Claus hoy ofrece un arquetipo basado en las leyendas de un par de personajes de la historia. Uno fue el obispo Nicolás de Bari, nacido durante el siglo III en la aldea de Patara, en la antigua Grecia, que hoy forma parte del sur de Turquía. Fue criado en el seno de una familia cristiana pudiente. Sus padres murieron de una plaga cuando él era joven. Bari dedicó su vida a la Iglesia y su herencia a ayudar a los pobres, en particular a los niños. Cuenta la leyenda que en tres ocasiones le regaló dotes a un padre sin recursos para que sus hijas pudieran casarse, en vez de convertirse en esclavas. De madrugada, lanzó bolsas con monedas de oro por las ventanas de las jovencitas que cayeron sobre sus zapatos, o dentro de sus calcetines lavados que se secaban colgados de la chimenea. Durante su vida de entrega, y hasta después de muerto, también se le atribuyeron varios milagros. Por lo que eventualmente fue convertido en santo y adorado. Con el paso de los siglos, la devoción a San Nicolás se fue mezclando con la leyenda de Joulutarina, quien nació en Laponia, al norte de Finlandia. Llamado Nikolas, el niño quedó huérfano el día de Navidad. Sus vecinos lo adoptaron, aunque debido a la pobreza extrema en que vivían debieron turnarse su cuidado año tras año. El pequeño tallaba juguetes de madera para entregar a las familias que lo cobijaban cuando se cumplía su término, con cada Navidad. Su gesto de amor y reciprocidad llegó a perpetuarse entre los cabezas de familia de la zona y se regó más allá de ellos.
Se cree que la historia de Sinterklaas llegó a Nueva York con los inmigrantes holandeses en el siglo XVII. Para principios del siglo XIX ya se publicaban en los EEUU historias y poemas sobre Papá Noel, derivado de Noël, que en francés significa Navidad.
Para muchos hispanos, que crecimos creyendo en la tradición de los Tres Reyes Magos, hacer el cambio hacia una celebración que en principio debe ser religiosa, pero que se ha convertido en un derroche de consumismo, a veces nos hace sentir que la época navideña ha perdido su significado. Las creencias, en cambio, nacen en el hogar y es ahí donde deben mantenerse vivas. Hoy se hace casi imposible negar la influencia de Santa Claus, convertido en un símbolo global de las fiestas navideñas. Por ello, deben existir pocos padres o madres que no se hayan planteado la disyuntiva de aceptar o despreciar el significado
del viejo regordete.
Cuando mi hija nació, consideré seriamente las ramificaciones futuras de inculcarle la creencia en un personaje ficticio. En efecto, de no sólo mentirle, sino de llegar a los extremos para mantener esa fantasía. Porque ya ella no la cree, recientemente le pregunté si sentía que sus padres la habían defraudado.
``Navidad tenía mayor magia cuando guardaba la ilusión de Santa'', aseguró. Entonces, rememoramos los momentos navideños que más resaltan en su memoria. Recuerda con alegría las cenas de Nochebuena entre familia. Todavía no está claro en su mente la noche que escuchó sonajeros sobre la casa, como si ciertos renos encascabelados estuviesen volando sobre nuestro techo. (Fue su imaginación.) Atesora la mañana de Navidad que descubrió colgados del arbolito pasajes aéreos caseros (diseñados gráficamente por mi hermana) para viajar esa tarde a Montreal, donde visitaría montañas cercanas al Polo Norte, y pasearía en trineos halados por perros esquimales. Quiere saber por qué los trabajadores de la aerolínea American, desde los que la recibieron en el mostrador hasta los asistentes de vuelo, nunca cuestionaron el billete falso que ella les presentaba ``de la letra y puño de Santa'', sino que asumieron una complicidad instintiva, no solicitada, con nosotros.
Para mi hijo, nacido con el milenio, éstas probablemente serán las últimas Navidades que conserve la fantasía de que su carta de deseos será contestada con presentes confeccionados en una juguetería de duendes. No obstante, para nosotros, la magia de la época nunca morirá por completo porque, como lo cuenta la historia, los gestos de amor y reciprocidad se perpetúan imperecederamente.
¡Feliz Navidad!
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