Funcionarios españoles en Cuba se sienten 'acosados' por la presión migratoria.
Amigos, conocidos o espontáneos,todos piden favores al cónsul por un visado.
FERNANDO GARCÍA | La Habana. Corresponsal
"¿Es usted cónsul de España?", preguntó el cubano. "Pues depende", respondió el cónsul con media sonrisa antes de asentir. El diálogo tuvo lugar hace poco en La Habana. El diplomático obviamente bromeaba, pero no porque sí. Su ironía ocultaba un profundo hastío. El acoso al que legiones de cubanos ansiosos por salir de la isla someten a los responsables del consulado español en La Habana está haciéndose "insoportable".
La pesadilla empezó hace exactamente un año, al entrar en vigor la desprendida ley de nietos. La disposición reconoce el derecho a la nacionalidad a todo el que acredite que uno de sus padres es o fue originariamente español aunque naciera fuera, caso de cientos de miles de isleños nietos de emigrantes: un generoso reconocimiento histórico que, sumado a los cotizados visados de viaje a la madre patria pone no obstante contra la pared a quienes administran la medida.
El cónsul del diálogo recogido arriba, uno de los tres presentes en Cuba, nos ha relatado cómo las constantes y "a menudo descaradas" peticiones de favores de supuestos amigos y desconocidos le han llevado a tomarse unas vacaciones extra por estrés, a reemplazar el número de móvil e incluso a plantearse un cambio de look para pasar desapercibido.
El representante español, que nos pidió no revelar quién es, empezó a inquietarse poco antes de activarse la ley de nietos. Fue en el aeropuerto de La Habana, cuando iba a facturar rumbo a Madrid. El empleado cubano le reconoció por el pasaporte diplomático. Y todo se trastocó.
El azafato llamó a todos sus compañeros, que se agruparon y empezaron a bombardear a la víctima con preguntas sobre la nueva normativa. "¡Los tipos dejaron de facturar y se pusieron a tomar apuntes! La facturación se paró durante casi diez minutos. "La gente de la cola no entendía", recuerda.
Después, al embarcar, el cónsul supo que le habían subido de segunda clase a preferente. Todo el año siguiente sería "para volverse loco" en la vida del funcionario. Un día le asaltaba un profesor del colegio de su hija en plena reunión de padres: "Mire, yo presenté la solicitud y aún no sé nada. ¿Podría usted..?"
Otro día, en unas Jornadas Gastronómicas Zamoranas, primero un camarero le forzó a hacer allí mismo una consulta telefónica sobre su expediente y ya después salió el maître para pedirle "un turno de menores". "Como si yo fuera el cónsul ambulante y llevara los impresos en los bolsillos".
Hubo un masajista que le amargó la sesión tras preguntarle si tenía "un chancito" (un momento), un recepcionista de hotel en Holguín que hizo lo propio tras identificarle por la matrícula (negra y con el 07 de España); un camarero de la discoteca Don Cangrejo que le invitó por cuenta de "la casa" para, inmediatamente, sacarle un completo documento sobre "su caso" e inquirirle al respecto.
Peor fue la pirámide de presuntos amigos, amigos de amigos, y así sucesivamente, que fue creciendo en torno al cónsul. Y todos requiriendo más y más favores, a cada trámite de expediente, sin recato ni cuartel. "Algunos me han asaltado siete veces. ¡No miden! Debe de venir de lo que aquí se sufrió al caer la URSS. Creen que `no hay peor gestión que la que no se hace'. Así que te piden sin cortarse", lamenta.
Pero, paradojas de la burocracia, hasta el amiguismo puede tener ventajas. Es el caso de la nacionalidad recién cancelada a una ciudadana –ya sólo cubana– que había falseado su fecha de su nacimiento para hacerse española con una ley anterior. El fraude afloró cuando, abusando de un contacto, la mujer solicitó para otro trámite la corrección del error que ella misma había inducido. Se pilló los dedos.
Las leyes y reglamentos son interpretables, "pero todo tiene un límite", resume nuestro cónsul.
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