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De: cubanet20 (Mensaje original) |
Enviado: 26/02/2010 15:25 |
Zapata recibe sepultura «bajo un verdadero estado de sitio» Cuba encarcela a niños que iban al entierro de Zapata
Por Humberto Montero
La dictadura de los Castro hostiga a la familia del disidente cubano para silenciar las honras fúnebres / Rodeados de agentes del régimen, familiares y disidentes enterraron ayer al último héroe por la libertad en Cuba.
Con sólo 11 meses de vida, Yeikol Reyes ya conoce la brutalidad del régimen cubano. Yeikol se convirtió ayer, aunque fuera por unas horas, en el preso político más joven del mundo. Entre sollozos, encerrado en la comisaría de la Policía Nacional Revolucionaria de Banes, descubrió junto a sus padres, Ramón e Inima, que ha nacido esclavo de los hermanos Castro. No fue el único. Yoandri, de dos años, y Bianka, de tres, compartieron con él su encierro bajo los lúgrubres muros de las dependencias policiales. Su delito: acompañar a sus padres, Yoandri y Gertrudis, al entierro de Orlando Zapata Tamayo, el humilde mártir cubano muerto tras una agónica huelga de hambre de 85 días. Vecinos de Banes, todos ellos trataban de acercarse al domicilio de Reina Luisa Tamayo, madre de Orlando, para acompañar al cortejo fúnebre. Nunca lograron llegar.
Acorralados por los agentes del castrismo, que rodeaban aún ayer la vivienda de Reina Luisa, fueron detenidos y trasladados a comisaría. Los niños fueron arrebatados a sus padres sin explicación alguna y encerrados en las dependencias de 7:30 de la mañana a 5 de la tarde. Casi diez horas bajo el arresto de una de las dictaduras más brutales que perduran en pleno siglo XXI. Yeikol (casi un bebé), Yoandri y Bianka, traumatizados por una experiencia que quizá jamás olviden, sueñan ya con una Cuba en libertad, con el final de la satrapía de los hermanos Castro.
Marta Díaz Rondón, amiga de todos y de Reina Luisa, vecina también de Banes, narró ayer a LA RAZÓN todos los acontecimientos que sacudieron esta plácida localidad de 90.000 habitantes, tomada por las fuerzas represoras. Convertida en involuntaria reportera de este diario, Marta veló durante toda la madrugada el cadáver de Orlando Zapata junto a otros treinta familiares y amigos, entre ellos los disidentes Marta Beatriz Roque, Laura Poyán y Vladimiro Roca, cuya valentía es comparable a la del nuevo héroe de la auténtica revolución que temen los Castro: la de la libertad por Cuba.
Desde primeras horas de la noche, cuando los teléfonos dejaron de sonar, este pequeño grupo de patriotas –como ellos mismos se definen– comenzó a entonar una cadena de oración que sólo interrumpieron a las 7:15 de la mañana. Después de entonar el himno de Cuba y contemplar el rostro orgulloso de Zapata, sin un atisbo de aflicción tras los siete años de torturas en la prisión Kilo 8 de Camagüey y los 85 días de ayuno, los treinta valientes de Banes, provincia oriental de Holguín, cerraron el ataúd y enfilaron la calle hacia el cementerio Sur.
Pese a que el camposanto queda a poco más de un kilómetro del domicilio familiar de Orlando Zapata, la Policía castrista forzó a los disidentes a trasladar en coche el féretro, imposición a la que el cortejo accedió al comprobar que la intensa lluvia caída durante la noche había enfangado por completo las calles de Banes.
Armados con dos gladiolos [símbolo de las Damas de Blanco, las mujeres de los 75 presos de la «Primavera Negra» de 2003] e imágenes de Orlando, el grupo desafió el hostigamiento de los agentes y emprendió una marcha a la que se fueron uniendo decenas de vecinos entre salvas a este albañil de piel cobriza que luchó toda su vida contra el odio.
«¡Vivan los derechos humanos!», «¡Abajo la dictadura!», «¡Zapata vive en nuestros corazones!», «¡Libertad!» o «Allá están los asesinos», señalando a las fuerzas de la dictadura, fueron los gritos que casi dos centenares de personas, la mayoría jóvenes vecinos, entonaron en el silencio sepulcral que envolvía la lluviosa mañana.
Junto a la madre, tres de los cuatro hermanos –uno de ellos se quedó destrozado en La Habana, roto por el dolor de no tener valor para enterrar al mayor de todos ellos– su padrastro, José Ortiz Molina, varias decenas de autoridades del Estado y cuatro altos oficiales militares llegados de Holguín para tomar buena nota de todos los presentes durante el cortejo. Y de los otros 50 disidentes que esperaban dentro del cementerio. Hubieran sido muchos más si la tiranía castrista no hubiera desatado otra de sus oleadas de detenciones para evitar el multitudinario homenaje que merecía Orlando Zapata.
A las 8:00 de la mañana, el féretro se deslizó suavemente hacia la tumba. Cubierto siempre por la bandera de Cuba.
De los blogueros a la prensa oficial del régimen
Si la represión contra los blogueros, que ejercen un periodismo alternativo en la isla, era común en el régimen castrista, la muerte de Orlando Zapata la ha incrementado considerablemente. La autora del blog más conocido (Generación Y), Yoani Sánchez, aseguró a Efe que el miércoles fue detenida temporalmente cuando iba camino a la sede de las Damas de Blanco, para firmar el libro de condolencias por la muerte de Zapata. Además de ella, al menos 50 disidentes han sido detenidos en los últimos días o forzados a quedarse en sus casas para evitar que fueran al velatorio y el entierro en Banes, lugar de residencia de la familia. En la página web del órgano oficial del régimen, el diario «Granma», no se ha dedicado ni una línea a la muerte del albañil. Es más, incluso obvia la declaración que hizo el miércoles el general Raúl Castro cuando lamentó el fallecimiento de Orlando. Hubo un tiempo en que las escasas frases fueron recogidas por la web oficial «cubadebate.cu», portal del régimen en el que Fidel Castro publica regularmente sus «reflexiones». Sin embargo, según informó ayer «El Nuevo Herald» de Miami, esta información desapareció poco después de la página de internet y de hecho la información no se divulgó a continuación en la televisión y la radio pública. En esa web oficial se publicó ayer un artículo de opinión en el que se leía que «Zapata fue asesinado por la contrarrevolución».
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Oraciones para Orlando
Por Lluís Bassets
No se puede estar en la lista de quienes han llenado su boca con lamentaciones sobre la muerte de Orlando: también están en ella los asesinos.
Cuba no es un Estado soberano sino un país sometido. Soberano es quien protege a sus ciudadanos y garantiza sus derechos, empezando por el derecho a la vida y a la palabra.
Mohamed VI tuvo más piedad que los hermanos Castro.
La comunidad internacional tuvo más piedad con Aminetou que con Orlando.
Cuba libre y Sahara libre: ¿qué libertad es ésa que cambia según las latitudes?
Para Raúl Castro la culpa de la muerte es de Obama. Para el PP es de Zapatero. La madre no tiene duda alguna. Tampoco la tienen sus compañeros de cárcel y de disidencia. ¿Y de quién es la culpa según Zapatero y Moratinos?
Dos vidas tan próximas y tan lejanas: el metalúrgico Luis Inazio Lula da Silva y el albañil Orlando Zapata Tamayo.
Es una muerte inútil, claro que sí. Siempre será inútil la muerte. Pero no es inútil la rebelión ni la protesta.
No hay mito alguno ni izquierda de ningún tipo, latinoamericana o europea, que puedan explicar la cruel indiferencia con que los hermanos Castro han dejado morir a Orlando Zapata Tamayo.
Un esfuerzo más, no se puede estar en la lista de las lamentaciones: hay que exigir la libertad para los presos políticos cubanos, como hizo ayer, al fin, Zapatero. Pero tampoco basta con eso: hay que pedir la libertad, a secas, para quienes están presos en las cárceles, y para quienes están presos en las calles: para todos los cubanos.
(Y oración final para los Castro:
Craso error, además de crimen: habéis dado vida a la disidencia, arruinado los esfuerzos de Moratinos por cambiar la posición europea, dilapidado la última moneda que guardaba la miserable hucha de una Revolución que encandiló a medio mundo y ha desengañado luego al mundo entero.
Que alguien tan pobre y sencillo como Orlando constituya un peligro para un régimen militar y totalitario; que su palabra, su resistencia y su desacato sean insoportables, son todos ellos indicios de una debilidad extrema de los déspotas opresores y un signo de esperanza sobre su próximo derrumbamiento.)
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¿Quién mató a Orlando Zapata?
POR YOANI SÁNCHEZ
El cuerpo enflaquece, la mente se va y los miembros inferiores comienzan a hincharse. Una huelga de hambre hace que la existencia se escape poco a poco, hasta que se desdibuja el rostro de la madre sentada frente a la cama y pierde fuerza el rayo de luz que entra por la ventana. Durante 86 días Orlando Zapata Tamayo transitó del desconsuelo a la muerte. Se fue apagando, con una voluntad que ha dejado consternados a los amigos y molestos a sus opresores. Acostumbrados a disponer de su cuerpo y del herrumbroso cerrojo de su calabozo, los carceleros sienten ahora que este hombre de 42 años se les ha ido por la única salida que ellos no pueden controlar: la muerte.
Juzgado a la velocidad del vértigo en marzo de 2003, Zapata Tamayo fue víctima de aquel escarmiento -conocido como la Primavera Negra- que el gobierno cubano quiso darle a la oposición. Era fundador del partido Alternativa Republicana y activista frecuente a la hora de demandar la liberación de sus compañeros de causa. Después de su llegada a prisión lo condenaron en nueve juicios sumarios a penas que llegaron hasta los 56 años. Un gesto "magnánimo" los redujo a 25 largos veranos tras las rejas. Todo esto fue dictaminado en tribunales que parecían obedecer más a códigos militares que civiles. Después llegó la soledad de una celda tapiada, los malos tratos, las palizas y con ello terminó la ilusión de que un preso no condenado a muerte tiene derecho a que le respeten la vida.
Al cancelarse la visita a Cuba del relator de las Naciones Unidas contra la tortura, terminó para muchos la esperanza de ser rescatados de los malos tratos en los penales. Aprovechándose de su impunidad, los guardas metieron a Orlando en un espacio breve, donde tenía que compartir el suelo con las ratas y las cucarachas. Le gritaban por la rendija de una puerta de hierro que no iba a salirse con la suya, pues en una prisión revolucionaria un preso político equivale a los gorgojos(gusanos) que acompañan -permanentemente- al arroz. Se resistió a ponerse el uniforme de presidiario y eso le trajo otra andanada de golpes y el punzante castigo de reducirle las visitas de sus familiares. Cuando abrieron el sitio donde lo habían enterrado vivo, ya el daño era irreversible y la culpa salpicaba hasta la mismísima silla del actual presidente cubano.
A Zapata Tamayo no lo mató la huelga de hambre, sino el sombrío oficial que lo encerró en aquel hoyo y el director de la prisión Kilo 8 en Camagüey que ordenó su castigo. Contribuyeron también a su deceso las manos enfundadas en guantes de látex que prefirieron mantener el empleo en el hospital antes que denunciar el estado maltrecho al que habían dejado llegar su cuerpo. La máxima responsabilidad de su final la tiene un gobierno que prefirió mostrarse intransigente y enérgico antes que proveerle de ciertas mejorías en su vida carcelaria. Para confirmarnos en esa idea, un día después de ocurrida la muerte, Raúl Castro perdió la oportunidad de acortar la distancia entre lamentar su deceso y pedirles disculpas a sus familiares. Con sus breves palabras exentas de autocrítica, nos corroboró lo que muchos sospechábamos desde el principio, que el general no era ajeno al maltrato, la dejadez y el terror que terminaron con Orlando. |
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Los tres asesinatos de Orlando Zapata Tamayo Tras 85 días de huelga de hambre, murió el preso político cubano Orlando Zapata Tamayo. Murió asesinado tres veces en pocas horas
Por Haroldo Dilla, Desde Santo Domingo
Nunca conocí en vida a Orlando Zapata Tamayo. Sólo he visto de él una foto colocada de mil maneras en internet. Posiblemente nunca hubiera conocido que existía si no fuera porque decidió hacer una huelga de hambre por razones que aún no conozco bien y murió en su empeño.
Es decir, decidió hacer uso del único recurso que le queda a un recluso —la vida— y exponerla para dar una batalla moral ante el estado cubano. Este tipo de hecho no es nuevo. Recuerdo, por ejemplo, que en 1981 un grupo de jóvenes del IRA apelaron al mismo recurso contra la conservadora Margaret Thatcher, y diez murieron. Entonces el Granma contaba cada día los pormenores de las huelgas de hambre y cuando moría algún joven lo reseñaba en primera plana, para consternación e indignación de sus lectores, entre ellos yo. Esta vez, el Granma no ha dicho nada, porque esta vez el Granma es parte de la maquinaria que asesinó tres veces a Orlando Zapata Tamayo.
En resumen, no sé exactamente quién era Orlando Zapata Tamayo. Los partes de la disidencia indican que se trataba de un obrero negro de 43 años que fue encarcelado por participar en varias acciones pacíficas no permitidas por el gobierno cubano —entre ellas, el Proyecto Varela que buscaba recoger firmas para promover una reforma constitucional en el parlamento cubano— y que mantuvo una posición vertical en la prisión, lo que le valió maltratos y el alargamiento de su condena de tres años iniciales a una cifra que he leído iba de 25 a 36 años. Según el gobierno cubano y sus relacionistas públicos, cubanos y extranjeros, se trataba de un delincuente común con una hoja de delitos baratos fomentada desde que tenía 22 años, y que posteriormente decidió enrolarse en la disidencia para continuar su carrera delictiva. Es decir, que la víctima pasó de robar carteras a promover un cambio constitucional y exponerse a altas penas de prisión.
En realidad, los argumentos del gobierno cubano me resultan muy dudosos. No entiendo cómo un ladrón vulgar de carteras puede pasar de improviso a promover un cambio constitucional exponiéndose de paso a largas condenas de cárcel. Tampoco, cómo un delincuente común y, además, oportunista, se deja morir de hambre, durante un largo proceso en que tuvo 85 días para arrepentirse. Y si estaba preso por los delitos que mencionan, me parece extraña la tremenda cantidad de años que establecía la condena. Tampoco puedo explicarme cómo es posible que alguien se suicide por conseguir, dice el gobierno, un teléfono y una cocina para su celda, aunque fuese una cocina similar a la que tenía Fidel Castro en el presidio de Isla de Pinos cuando fue encarcelado por la bárbara tiranía de Batista por asaltar un cuartel militar en 1953. Es evidente que tantos años sin una opinión pública crítica ha reblandecido el sentido común de los propagandistas del gobierno cubano.
Y, finalmente, dudo de lo que dice el gobierno cubano, porque si algo conozco bien es cómo la élite cubana es capaz de manipular la información, mentir e intoxicar a la opinión pública en un país donde no hay fuentes alternativas de comunicación, para conseguir cualquiera de sus objetivos. Es lo que convirtió súbitamente en 1989 a un héroe nacional en un corrupto, aburguesado y abusador, digno del fusilamiento; o a un brillante canciller que era capaz de interpretar como nadie el pensamiento del Comandante en Jefe (cualidad insuperable en una monarquía faraónica) en una soez sabandija envilecida por las mieles del poder.
De cualquier manera, para los fines de lo que quiero decir ahora, no me interesa saber quién era Orlando Zapata Tamayo, ni por qué estaba preso. No tengo dudas de que el gobierno cubano nuevamente ha sacrificado la vida de un cubano para dar una demostración de firmeza represiva ante la oposición. Que el gobierno cubano ha permitido la muerte de un recluso. Y que, por consiguiente, el gobierno cubano ha cometido una acción criminal. Cuando el gobierno cubano decidió utilizar al presidiario fallecido como caso prueba para sus forcejeos políticos, decretó su asesinato: el primer asesinato.
No es un hecho inédito en Cuba. La naturaleza autoritaria del sistema político cubano incluye entre sus arbitrariedades el uso de casos para producir respuestas ejemplarizantes de cara a espectadores hostiles o poco confiables. Fue lo que sucedió cuando fueron ejecutados los implicados en la Causa 1 de 1989, una pandilla de rateros desaforados pero que legalmente no merecían el fusilamiento. O en 2003, cuando fueron fusilados tres jóvenes, también negros, por intentar secuestrar una lancha para emigrar a Estados Unidos. Los fusilaron 72 horas después de sus apresamientos, en un juicio sumario propio de capitanes generales, sin siquiera permitir una despedida familiar. Y ahora esta muerte consentida que envía un mensaje muy claro a la oposición y al posible surgimiento de otros huelguistas.
A la muerte física de Zapata sucedió un segundo asesinato: una avalancha de difamaciones organizada por el gobierno cubano. Utilizando para ello a algunos intelectuales devaluados del patio y a la red de voceros estalinistas que medran en la izquierda mundial, han dicho que la víctima era un preso común (culpable de exhibicionismo, de portar armas blancas, de cometer hurtos, de producir escándalos públicos e incluso de vender drogas a turistas), que exigía privilegios desmedidos para un presidiario, que atacaba a los guardias carcelarios, y hasta que era esquizofrénico y bipolar. De igual manera, no han escatimado esfuerzos para desnaturalizar el hecho, envolverlo en el conflicto Cuba-Estados Unidos y compararlo con no sé cuántas muertes que desgraciadamente ocurren en otras latitudes como Irak y Afganistán. Es decir, para sacar el crimen del escrutinio público en nombre de la defensa de una revolución socialista que hace ya mucho tiempo no es revolución y nunca fue socialista. Es otra técnica: inhibir a los sectores democráticos y de izquierda del planeta agitando el espantajo de la agresión imperialista, como si las muertes que ocurren en otros lugares, como si el bloque/embargo, como si una sola de las conquistas sociales que han ocurrido gracias a la acción del pueblo en el último medio siglo, como si uno solo de esos hechos pudiera justificar el crimen cometido contra Orlando Zapata Tamayo.
Y luego, Zapata Tamayo ha sido asesinado cuando el presidente/general Raúl Castro, haciendo un alarde del más procaz cinismo, lamentó públicamente la muerte de un presidiario a quien su gobierno dejó morir. Ha sido su tercer asesinato en unas pocas horas.
Para la izquierda, el crimen contra Orlando Zapata Tamayo es un reto. Nada aquí puede ser justificado, y sólo puede ser explicado como la reacción criminal y represiva de una élite autoritaria y decadente que pisotea cada día al socialismo hablando en su nombre, mientras prepara su propia conversión en una nueva burguesía. En la misma declaración en que impúdicamente lamentó la muerte de su víctima, el general/presidente Raúl Castro afirmó que estaba dispuesto a discutirlo todo con Estados Unidos. Yo diría que también a negociarlo todo, a excepción claro está, de los propios poderes del Clan Castro y sus apoyos militares. Y para llegar a esa meta (tan prosaicamente contrarrevolucionaria) ¿qué importa Orlando Zapata Tamayo? |
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