Livin' la vida con miedo
En octubre de 1999, el año en que Ricky Martin se convirtió en un ícono de la cultura pop universal tras derrochar talento y carisma en la ceremonia de los Grammy, El Nuevo Herald me envió a la antigua Miami Arena a escribir sobre la primera de una gira de conciertos en Estados Unidos.
Al terminar el emotivo espectáculo, entrevisté a una niña de 11 años que había venido de Munich, Alemania, junto con su madre. Nunca he olvidado su comentario cuando le pregunté por qué había viajado nueve horas para ver a Ricky.
"Porque es bisexual'', respondió la niña con una sonrisa traviesa.
Tristemente, llevó más de una década para que Ricky, que tiene 38 años, revelara esta semana en la internet lo que millones de fans de Munich a Tokio y de la Patagonia a Alaska, han sospechado: que es gay.
La libertad comienza por dentro. Y Ricky, finalmente, es hombre libre.
Es imposible saber hasta qué punto fue honesto entre sus familiares y amigos. De todos modos, los sicólogos afirman que para que una persona gay se acepte a sí misma íntegramente es fundamental que sea sincera y salga del clóset.
Su historia es quizás un clásico ejemplo de quien escoge no vivir su verdad abiertamente por miedo al qué dirán. Sólo aquellos que alguna vez hemos estado en ese penoso lugar entendemos ese terror al rechazo.
Por eso siento compasión por Ricky y por el resto de los gays que se esconden y no viven a plenitud. Los que sí me disgustan son aquellos que para disipar las sospechas de su homosexualidad hacen comentarios homofóbicos. Es enfermizo.
La falta de aceptación no sólo afecta a las personas por su orientación sexual. Muchos viven una vida de mentira por otros aspectos de su identidad, creencias o cultura que les avergüenzan. A veces le hacen daño a sus seres queridos, pero los que más sufren sin duda son ellos mismos.
La ironía en el caso de Ricky es que su audiencia jamás dejó de adorarlo aún cuando muchos sospechaban sobre su orientación sexual. Más bien lo endiosaron, de ahí que se mantuviera a la cabeza de los ratings durante tantos años.
No lo juzgo por esconder su naturaleza. Es una víctima más de los arquetipos creados por la sociedad. En América Latina, además, influye el acentuado machismo, que incide en que los gays a veces desarrollen una homofobia interna. Así es como surje el autorechazo.
Frecuentemente, homosexuales de un alto perfil público prefieren mantener secreta su orientación sexual por el riesgo de sincerarse. Tienen miedo a perder la fama, el dinero o el poder que los ha ayudado a evadir el verdadero dolor de ser rechazado; el miedo a no ser querido hasta por sus propios padres.
"El precio es que gastas mucha energía emocional, mental y espiritual en mantener una media verdad o una mentira'', me dijo Lourdes Rodríguez-Nogues, vicepresidenta de DignityUSA, una organización nacional de gays y lesbianas católicos.
"No vale la pena. Lo que imaginamos que va a pasar por lo general no pasa'', subrayó.
En sus recientes declaraciones, Ricky señaló que su salida del clóset se produjo como ‘‘resultado de meses de reflexión y cuestionamientos'' para liberarse.
"Dejarme seducir por el miedo fue un verdadero sabotaje a mi vida'', admitió.
Al salir del clóset marcó un hito. Ricky no es sólo una estrella, también es un filántropo que ha apoyado nobles causas y, además, es un feliz papá. En la comunidad gay, lamentablemente, no hay suficientes modelos de conducta a seguir como él que tengan la valentía para dar este paso.
El que oculta su verdad envía con su silencio un mensaje de que su vida no es digna.
El mensaje de Ricky será una inspiración para aquellos que bailaron y cantaron Livin' la vida loca a escondidas. Tal vez ahora puedan salir a la pista de baile en serio y sin miedo, aceptando su naturaleza y, algún día, también celebrándola. Sólo así se logra la paz interior.