El 20 de mayo y el orgullo nacional cubano
El 20 de mayo de 1902 tuvo lugar una ceremonia que sólo ocurre una vez en la historia de los países y los pueblos: 410 años después del descubrimiento de la Isla de Cuba y de 392 años de dominación española, ese día se proclamó ante el Mundo el inicio de la República.
"El 19 fue día de recogimiento: se conmemoraba la muerte de Martí; las banderas a media asta con crespones de luto ondeaban sobre los hogares: parecía prepararse la nación con la plegaria en los labios y con el recuerdo de los sacrificados en el alma a celebrar dignamente la más grande de las fiestas... Al sonar el primer campanazo de la media noche, la muchedumbre apiñada en las calles y paseos principales, cambió de aspecto; al recogimiento sucedió la algazara, al silencio el estrépito, la calma a la agitación... La aurora encontró la ciudad vestida de gala; los lazos negros que sombreaban al atardecer las banderas habían desaparecido... La alegría era general y era legítima; palpaban los cubanos sus ensueños... Todas las fiestas celebradas hasta entonces habían sido pálidas comparadas con las de esa fecha inolvidable..." A las ocho de la mañana del día 20 tuvo lugar en la Catedral un Te Deum, dijo el Diario de la Marina: "En celebración de la constitución de la República, y para dar gracias a Dios Nuestro Señor por los beneficios que se ha dignado dispensarle... Asistieron al religioso acto, que resultó muy lucido, el presidente de la República Sr. Tomás Estrada Palma, el Secretario de Estado y Justicia, señor Carlos de Zaldo y el Generalísimo Máximo Gómez... Las naves del hermoso templo, adornadas con lujosas cortinas ostentando los colores nacionales, se vieron invadidas por una multitud de fieles entre los que figuraban numerosas damas, todo lo que prueba que los sentimientos religiosos no han menguado en el corazón de las habitantes de esta ciudad..." Hubo, en la tarde, una recepción en el Palacio a la que asistieron autoridades y dignatarios (senadores y representantes, y, entre otras personalidades, Máximo Gómez, Carlos Finlay, Fernando Figueredo y Rafael Montoro), agentes diplomáticos de varios países (los Ministros de los Estados Unidos, de Inglaterra y México; los Encargados de Negocios de España, Bélgica y China; los Cónsules de Chile y del Ecuador...) Y siguieron desfiles, en la Plaza de Armas, del ejército, la policía, la guardia rural y los bomberos, mientras en las calles de La Habana y en los parques de las ciudades del interior, se celebraba con similar alegría tan señalada fecha.
El 21 de mayo comentó El Diario de la Marina lo sucedido el día anterior; allí se lee:
El pueblo de La Habana demostró ayer una vez más que sabe aliar la alegría y el entusiasmo a la cordura, y que posee el secreto de expresar ostensible y hasta ruidosamente su regocijo, sin provocar conflictos ni promover desórdenes. La nota característica de la conmemoración de ayer fue que en "todas las clases y todos los elementos sociales. El 20 de Mayo es felizmente una fecha que en nadie despierta, como otras, ningún recuerdo amargo, y a cuya significación pueden asociarse unos con entusiasmo, otros con sincera cordialidad y con espíritu fraternal todos... El bien más preciado para un pueblo es su paz moral, único asiento firme de la tranquilidad pública, y no es necesario perseguirlo en Cuba, porque está ya en lo esencial conseguido; no se necesita más que consolidarlo hasta hacerlo indestructible. Es ése uno de los resultados que a los ojos del observador ofrece la conducta del pueblo de La Habana, de todo el pueblo de La Habana, y seguramente de todo el pueblo de Cuba de regocijo, dando a la ciudad un aspecto desusado de animación. Al dar las doce de la noche el martes 19, en todas las calles se dispararon cohetes y voladores, las campanas repicaron, los tranvías aparecieron engalanados con banderitas y cortinas con los colores de la bandera cubana, y gran número de personas comenzó a recorrer el paseo del Prado, hasta el Malecón, y las principales calles de la ciudad...
Y en la emigración que tanto había contribuido a la independencia con sus recursos humanos y económicos, se celebró ese 20 de mayo con el mayor entusiasmo. El recuerdo del acontecimiento quedó en las páginas de The Morning Tribune, el periódico de Tampa, al día siguiente de la fecha, donde con grandes titulares en la primera páginas se lee: ‘‘Big Day in Havana. President Estrada Palma is Sworn In. Cuba's Flag Flies''. "Cuba Now Free. Great Enthusiasm Attends Advent of the Long-Suffering Island Among the Nations of the Earth. Cuba Libre!'' "President Roosevelt Proclaims the New Republic of Cuba''. Y sobre la celebración en la ciudad dice una reseña con el título "The Cuban Citizens Hail Their New Republic''; "Pocas fueron las casas de Ybor City y West Tampa que no pusieron en evidencia la consagración de Cuba Libre. Los hogares y los negocios de los cubanos residentes en Tampa estaban engalanados con banderas y retratos de los héroes cubanos... Los comerciantes norteamericanos mostraron su alegría adornando, también entusiastas, sus negocios con los colores de Cuba. Auspiciados por el Club Nacional Cubano, hubo varios actos con saludos de artillería, música, discursos, voladores, fiestas y servicios religiosos, los cuales hicieron que esta celebración del 4 de Julio cubano en Tampa no pueda olvidarse por los cubanos ni por toda la ciudadanía''. "El edificio del Club Nacional Cubano, situado en la esquina de la Novena Avenida y la calle Catorce, estuvo bellamente adornado y se celebró un banquete. Los ciudadanos más prominentes de la ciudad asistieron a él... En todas las fábricas de tabaco se suspendieron las labores, como si fuera un día de fiesta. Fue la celebración más entusiasta en toda la historia de la colonia cubana''.
En ese día, en el antiguo salón del trono, que fuera Palacio de los Capitanes Generales españoles, el gobernador militar de la isla, general Leonardo Wood, a las 12 meridiano, inició la lectura del mensaje suscrito por el presidente de Estados Unidos, Teodoro Roosevelt, por el que hacía entrega del poder y gobierno de Cuba al primer presidente de la república, electo por la voluntad expresa de su pueblo, el señor Tomás Estrada Palma.
El general Wood abrazó a Estrada Palma y a las 12:10, ordenó a los sargentos Kelly y Vondrak del Séptimo Regimiento de Caballería, que arriaran la bandera de Estados Unidos de Norteamérica, que aún flameaba sobre el palacio.
Entretanto, una banda militar hacía oír el himno estadounidense.
En el preciso instante en que se arriaba la bandera norteamericana del Palacio Presidencial, el teniente estadounidense Edward A. Stuard ordenó el descenso de la bandera de la Unión que flotaba en el mástil del Morro de La Habana.
Ceremonia trascendental
A los acordes del Himno de Bayamo y al cabo de 45 cañonazos, el general Emilio Núñez, en el Morro de La Habana, en la ceremonia oficial de mayor trascendencia, izó la primera bandera patria, creada por el general Narciso López, de la república libre y soberana, la augusta bandera de la estrella libre que iluminó el sendero de la gloria y afirmó la libertad de un pueblo heroico.
El general Emilio Núñez Rodríguez, presidiendo la delegación del Consejo Nacional de Veteranos, con la ayuda del vigía de la vieja fortaleza del Morro, Narciso Valdés Mir, amarró la histórica bandera a las cuerdas del mástil; al izarla, contó con el auxilio de los veteranos designados al efecto por sus compañeros: coronel José Clemente Vivanco, coronel Orencio Nodarse, teniente coronel Rafael Izquierdo, coronel Manuel María Coronado, teniente coronel Joaquín Ravena, comandante Eliseo C. Cartaya, comandante Domingo Herrera, comandante Arturo Primelles, comandante Laureano Prado, comandante Antonio V. Zicay, y teniente Narciso López.
Cuando la bandera de la República de Cuba llegó al tope del mástil del Morro, a las 12:15 de ese fausto día, en todos los edificios públicos, naves de guerra y mercantes surtos en los puertos, todas las embarcaciones y fortalezas fueron arriadas las banderas estadounidenses e izadas de inmediato las banderas de Cuba libre. Júbilo indescriptible El júbilo del pueblo cubano fue indescriptible. El cambio de banderas era la culminación de un proceso doloroso y el inicio de una nueva nación.
Solamente faltaba el juramento del Presidente de la República. Rafael Cruz Pérez y Carlos Revilla, ambos del Tribunal Supremo de Justicia, tomaron a las 12:20 el juramento constitucional a don Tomás Estrada Palma, asumiendo así, oficialmente, el alto cargo. Entonces, nuestro generalísmo Máximo Gómez habló en representación de todo el pueblo de Cuba, expresando que ya habían llegado a la conquista de su ideal los libertadores de la isla.
La importancia de este día
El camino transitado por los cubanos durante cientos de años para llegar a este día había sido largo y doloroso. Empezó cuando los primeros criollos nacidos en Cuba comenzaron a sentir el concepto de Patria. Patria es el lugar, ciudad o país donde se ha nacido, es la tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que el hombre se siente vinculado por vínculos afectivos, jurídicos o históricos. Patria es el sitio donde nacieron nuestros antepasados, y viene del latín pater (padre), y de patris (tierra paterna).
El sentimiento patriótico o patriotismo (de patriota > del francés patriote > del latín patriota > del griego patriotes, patris + otes, perteneciente a la tierra del padre) es el pensamiento que vincula al ser humano con su patria. Es el sentimiento que tiene el hombre por la tierra natal o adoptiva a la que está ligado por determinados valores, cultura, historia y afectos. Es el equivalente colectivo al orgullo personal de pertenecer a una familia o cofradía. Ejercer y preservar la soberanía y unidad territorial, honrar a los héroes y próceres, cuidar y seguir las normas que aseguran el bienestar común a los individuos del territorio, son vistos universalmente como valores patrios.
Para completar las ideas de Patria y patriotismo debemos decir que el patriotismo difiere del nacionalismo en cuanto a que no necesita de una forma de gobierno para manifestarse, razón por la que el sentimiento patriota se hace presente antes de la existencia de ordenamientos o regímenes jurídicos, políticos, económicos y administrativos de un territorio y perdura si éstos llegasen a desaparecer. Esta permanencia en el tiempo e independencia de cualquier forma de poder, hacen del patriotismo un valor superior para los habitantes de un territorio, al cual apelan cuando existen crisis internas de ingobernabilidad o de ocupación territorial por parte de otra nación.
Cuándo surgió el patriotismo en Cuba
Igual que en todas partes del mundo, el patriotismo cubano es un acto de amor que mezcla en un solo afecto a los padres, la familia y la tierra donde nacimos, es el amor infinito al país al que pertenecemos. Portamos su cultura, sus costumbres, sus valores, sus tradiciones, su religión, lo que nos enseñaron nuestros padres y los padres de los padres, nuestros amigos, nuestros maestros, nuestros vecinos. La patria es el viento y el paisaje, el sacrificio y el sueño, el honor y la gloria, el comienzo y la tumba, el primer amigo y el primer amor.
La primera manifestación que se dio en Cuba por la independencia y la libertad tuvo lugar en 1728, cuando se sublevó la ciudad de Puerto Príncipe (Camagüey) en defensa de sus fueros, para no obedecer órdenes del Capitán General, máximo representante del gobierno español, que afectaban los intereses locales e iban contra la voluntad y el sentimiento popular. Parece ser ésta la primera manifestación de los cubanos, en aquel lejano siglo XVIII, para manifestar claramente que sus ideales locales, los de aquel territorio que representaba la Patria en ciernes, estaban por encima de los objetivos del poder colonial español, que envió tropas de caballería e infantería para restablecer el orden.
En 1762 la armada más poderosa que había pasado nunca de América a Europa vino de Inglaterra hasta La Habana: el 5 de junio se desplegaron ante la capital de Cuba 43 barcos de guerra y 40 de transporte, tripulados por 18,000 marinos, donde vino un ejército de 15,000 ingleses: en total 32,000 que participaron en las operaciones.
Desde el primer momento fue notable la actitud de los cubanos. Los milicianos compitieron ventajosamente con los soldados de línea españoles en valor y capacidad militar. Don Luis de Aguiar, con tropas del país, se apoderó de una altura fortificada por los ingleses, les causó muertos, tomó prisioneros e inutilizó los cañones. Días antes el citado Aguiar y el capitán de Milicias Rafael de Cárdenas, hicieron obstinada defensa de la Chorrera. Pero más que cualquier otro se distinguió Pepe Antonio Gómez, que organizó una milicia de habaneros y de africanos y causó más de un descalabro a los ingleses. Hubo además una acción colectiva de supremo heroísmo: del interior de la Isla comenzaron a llegar los refuerzos y la villa de Santa María de Puerto Príncipe envió 300 milicianos, recursos y dinero en auxilio de la capital. Llegaron en el momento en que por la ineptitud del Capitán General Don Juan de Prado y Portocarrero los españoles abandonaron sus posiciones en las alturas de La Cabaña, lo que equivalía a poner La Habana a merced de la artillería que los ingleses emplazaron inmediatamente en la cúspide de la loma para bombardear desde arriba la ciudad. Fue entonces cuando los 300 voluntarios de Camagüey se lanzaron al asalto de las posiciones inglesas de La Cabaña: avanzaron con la bandera delante, bajo el fuego de la artillería de la loma y de los cañones de la flota, avanzando sobre los cuerpos de sus compañeros caídos, llegaron a las trincheras británicas y las asaltaron al arma blanca... eran 300 hombres contra 3,000 regulares, y las dos terceras partes murieron en el quijotesco intento. Sólo 100 de ellos, casi todos heridos, lograron regresar a su amado Camagüey.
¿Será esto patriotismo? Los soldados españoles no lo hicieron, no participaron en aquel asalto. No estaban en España. Cuba, para ellos, era una posesión española, pero no era la Patria. Pero los milicianos de Cuba que se lanzaron a aquel ataque, aunque tuvieran la noción de pelear por España, en realidad peleaban por Cuba, su Patria, el sitio donde nacieron, crecieron, amaron y murieron, y fueron leones que ofrendaron la vida por expulsar al invasor. Cuando se supo en la ciudad la noticia, nadie lloró: en cambio, se enviaron 200 jinetes y tres compañías de infantería, donde figuraban todos los hombres de la ciudad que podían tomar las armas, porque todos querían participar en la defensa de La Habana.
América Latina se libra del yugo español
A comienzos del siglo XIX comenzaron las guerras de independencia latinoamericanas. Las luchas libertadoras comenzaron en México en 1810 y con gran rapidez estallaron las sublevaciones en Venezuela, Colombia, Perú y Chile. Hidalgo en México, Bolívar en Venezuela, Sucre en el Perú, O`Higgins en Chile, San Martín en Argentina, unieron sus acciones para derrotar a los españoles. Se sublevó un inmenso territorio de 22,000,000 de kilómetros cuadrados que entonces tenía una población de 52 millones de habitantes, mientras España sólo llegaba a 10 millones. Cuando el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, venció a las tropas españolas del Virrey José de la Serna, los independentistas tenían un ejército de casi 6,000 hombres que enfrentaron a 6,900 regulares españoles. En varias ocasiones los ejércitos de Bolívar, San Martín y Sucre coordinaron sus acciones, porque todo el continente, desde mucho más allá del Río Bravo hasta el extremo de la Patagonia, ardía con el fuego de la guerra de independencia de América. Los ejércitos independentistas de la América hispana superaban 40,000 combatientes que enfrentaron a 30,000 españoles, en una proporción de 1.33 por 1 regular de España.
En Cuba no era tan fácil. Las conspiraciones comenzaron al mismo tiempo o antes que en América Latina, pero Cuba es una isla. Su aislamiento hizo difícil, o mejor dicho imposible, que ejércitos de países hermanos vinieran a prestar ayuda. En 1868 Cuba apenas superaba el millón de habitantes y España entonces tenía 12 millones. Cuba tuvo que luchar sola, erguida en medio del mar, contra todo el poder de España: porque si los ejércitos españoles desaparecían en más de 22 millones de kilómetros cuadrados de la inabarcable América continental hispana, para enfrentar una población rebelde de 52 millones de personas, en la pequeña Cuba que contaba un millón de habitantes fue necesario que 15,000 mambises mal armados y casi desnudos derrotaran a 250,000 regulares españoles concentrados en 110,000 kilómetros cuadrados de superficie insular sin recibir ayuda del exterior a no ser las expediciones que los propios cubanos exiliados pagaban con su trabajo y su dinero.
Esto significa que por cada mambí había 17 soldados españoles, mientras que en América Latina la proporción de los independentistas era de 1.33 contra 1. Estas cifras demuestran hasta la saciedad el esfuerzo titánico que llevaron a cabo los cubanos, solos y desamparados, durante más de un siglo de conspiraciones y alzamientos que culminó con los 30 años que pasaron desde el comienzo hasta el final de las guerras de independencia.
La independencia de Cuba
La cronología de la independencia de Cuba es larga. Las primeras conspiraciones para lograr la independencia de Cuba comenzaron en 1810, y en 1812 fue reprimida una gran sublevación de esclavos preparada por José Antonio Aponte. En 1821 se descubren varias conspiraciones, siendo una de las figuras más representativas la del gran poeta José María Heredia. En 1822 el Pbro. Félix Varela y Morales, Padre de la Patria Cubana, tuvo que marchar al exilio en New York a causa de sus ideas políticas. Nunca regresó de aquella diáspora y en España se abrió un expediente contra él por su actividad revolucionaria, llegando incluso a contratar un asesino que no llevó a cabo el intento de quitarle la vida. En 1826 tuvo lugar un conato de alzamiento encabezado por el patriota camagüeyano Francisco de Agüero (Frasquito). En 1851 el también camagüeyano Joaquín de Agüero, inició otro alzamiento que fue sofocado por los españoles, que fusilaron a Joaquín con varios de sus compañeros. Ese mismo año tuvo lugar el fracasado desembarco de Narciso López, que sólo encontró la muerte con muchos de sus compañeros. Cuatro años después fue descubierta la conspiración de Ramón Pintó, en la que se encontraban comprometidos los sacerdotes PP. Calixto María Alfonso de Armas y José Cándido Valdés. El primero, Calixto María, tenía una partida de 600 hombres en Puerta de Golpe, Santa Clara, que se iba a unir a una expedición que desembarcaría en marzo de 1855.
Viene luego la Guerra de los Diez Años, que comenzó en 1868. Una historia de grandeza y heroísmo en la que los cubanos, ricos y pobres, libres y antiguos esclavos, negros y blancos, analfabetos y universitarios, lucharon juntos en la manigua redentora. La infantería oriental y la legendaria caballería camagüeyana se cubrieron de gloria en aquella gesta impar en la que unos pocos miles de hombres, que nunca llegaron a 10,000, se enfrentaron a 150,000 soldados regulares y tropas élite del ejército español, a quienes vencieron en innumerables batallas. No hace falta mencionar a los héroes eternos de la Patria, desde Carlos Manuel de Céspedes hasta José Martí, pasando por Agramonte, Maceo, Gómez, Calixto García y tantos otros héroes de leyenda, porque viven en el corazón de todos los cubanos, y los que no murieron en la primera contienda continuaron la lucha durante la Guerra Chiquita y más allá, en la Guerra de 1895: treinta años de lucha que dejaron a Cuba devastada. España lanzó contra Cuba el ejército más poderoso que Europa enviara nunca contra América, una fuerza inmensa de 250,000 combatientes que desde 1897 se encontraban encerrados en los recintos de las fortalezas y en el interior de las ciudades, sin atreverse a salir a los campos más que en numerosas columnas de las tres armas -infantería, caballería y artillería- para recoger algo de comida en un territorio donde los soldados del Ejército Libertador eran casi dueños absolutos.
Finalmente, la Guerra Hispano-Cubano-Americana, en la que tuvieron un papel principal las tropas cubanas que varias veces sacaron las castañas del fuego a los ejércitos norteamericanos, que salieron descalabrados de los primeros encuentros con los españoles en las posiciones de El Caney y de San Juan.
¿Hacía falta que Estados Unidos entrara en la lucha cuando España estaba agonizando? La guerra estaba casi ganada por los cubanos. Los ejércitos españoles, confinados en fortalezas y ciudades, acosados y diezmados por la fiebre amarilla, no salían a los campos donde reinaban los mambises sino en poderosas agrupaciones. No había dinero para seguir la guerra. Las riquezas de Cuba habían sido consumidas por la tea redentora, para que España no pudiera financiar con nuestro dinero la guerra contra nosotros, en una prueba irrefutable de la heroica decisión de los cubanos, dispuestos a perderlo todo para ganar la libertad. El reino estaba en bancarrota. La reconcentración ordenados por el general Valeriano Weyler había resultado un fracaso rotundo y sólo dañó a los campesinos y parte de la población civil. Los Capitanes Generales llegaban, fracasaban y eran sustituidos por otros que a su vez fracasaban.
Vino después la intervención americana, que fue útil al tiempo que humillante, y luego la Enmienda Platt que condicionó y lastró la independencia hasta el 29 de mayo de 1934.
¿Qué celebramos entonces el 20 de mayo?
En primer lugar, el fin de la Guerra de Independencia más sangrienta y costosa, la pelea más desigual, la lucha de hombres desnudos y hambrientos, a veces armados sólo con machetes, librada contra una potencia europea con un ejército profesional de larga tradición militar magníficamente pertrechado y equipado, la lucha de la escopeta sin balas contra la artillería, de las expediciones mambisas en goletas de madera desarmadas contra cañoneras españolas artilladas y blindadas, la lucha del coraje contra la artillería, del heroísmo contra las trochas aspilleradas, del coraje indomable contra las fortalezas y castillos de piedra de las guarniciones españolas, los combates y victorias de cientos contra decenas de miles: gesta magnífica de donde salió el pueblo cubano sólido y fortalecido, hermanado por una guerra en la que nunca hubo lugar para resentimientos por razones de raza, procedencia, origen o economía, sino sólo premios para el heroísmo en el campo de batalla.
Celebramos el heroísmo singular de un pueblo pequeño, aislado en medio del Mar de las Antillas, que durante más de 100 años preparó primero la lucha por su libertad y después peleó por ella 30 años.
Celebramos el fin de la Cuba de los Capitanes Generales y del dominio colonial español, y el nacimiento de la República de Cuba, y comenzamos a trabajar para que en aquella República alcanzara su dimensión total la libertad plena del hombre.
Celebramos al pueblo que el 20 de mayo de 1902 concluyó que había avanzado mucho en el camino de la independencia, que poco después logró incorporar la Isla de Pinos al territorio nacional a pesar de las disposiciones de la Enmienda Platt, y finalmente derogar el 29 de mayo de 1934 la propia Enmienda que secuestraba nuestra libertad.
Celebramos la tierra indómita que después de enfrentar y vencer a los 250 mil hombres que lanzó España contra ella --el ejército mayor y más poderoso que Europa lanzara contra América en 400 años-- se arremangó la camisa en 1898 para entregarse de lleno a la colosal tarea de convertir en nación un conjunto de ruinas, porque Cuba había perdido por el plomo, el hambre y las epidemias, más de 300 mil habitantes, o sea, que había muerto una de cada cinco personas. La tea de los libertadores había convertido en cenizas más de 1000 de los 1200 ingenios azucareros que formaban el eje de la economía de la Isla, y pereció mas de 1 millón de cabezas de ganado. La guerra había consumido el 85 por ciento de las riquezas, se había perdido el 90 por ciento de la superficie sembrada de caña, tabaco, café, viandas y hortalizas, y el 90 por ciento de las reses de todo tipo. Una buena suma de capital español se retiró del país junto con los ejércitos peninsulares, y muchos capitalistas europeos también se marcharon, preocupados ante el incierto futuro de la Isla. No era para menos: la antigua posesión de España, que en ciertos momentos llegó a aportar hasta el 75 por ciento del presupuesto de la península, se encontraba prácticamente arrasada. Los antiguamente poderosos terratenientes criollos se habían inmolado en la lucha o lo habían perdido todo en la contienda. Grandes masas de antiguos esclavos --la esclavitud se abolió en Cuba poco antes de comenzar la Guerra del 95-- acostumbrados a trabajar en las plantaciones de caña, vagaban ahora aturdidos y confusos por los campos arrasados donde ya no había plantaciones y tampoco fábricas de azúcar, desarmados e incultos ante el porvenir incierto... su estado no era mucho mejor que el de los obreros, y los famosos tabaqueros que torcían las famosas hojas de Vuelta Abajo tendrían que esperar a que se fomentaran de nuevo las siembras de tabaco.
Celebramos que no nos doblegamos ante tantas dificultades, que las superamos y las vencimos, y que en breve plazo construimos la nación de habla hispana más próspera y floreciente de América, dotada con la ejemplar Constitución de 1940 que aún ahora, 70 años después, es asombro, ejemplo y meta que no han alcanzado los países del mundo moderno. Celebramos el orgullo, el honor y la gloria de ser cubanos.
El 20 de mayo en el momento actual
El pueblo de Cuba lleva medio siglo amordazado y preso. Una dictadura grotesca, kafkiana y absurda lo mantiene humillado después de convertir la isla en una cárcel. Como no podía lograrlo por las armas, nos subyugó mintiendo y dividiendo, manipulando y engañando, con falsas promesas y ciertas amenazas.
No se pudo someter a todo el pueblo y la isla se desangra desde 1959 en un éxodo constante, pero el heroísmo sigue vivo y los ideales están en pie. Los mártires de Girón y del Escambray, de las ciudades y los llanos, del clandestinaje, el cielo y el mar, junto con miles de hombres y mujeres desaparecidos en en Estrecho de la Florida, nos recuerdan en todo momento esta verdad.
La continuidad histórica del 20 de mayo de 1902 vive en los participantes del maleconazo que conmovió la isla entera en 1994, en el sonido de los toques de cazuela que repicaban en la oscuridad de las ciudades durante el período especial, en los mártires del remolcador 13 de Marzo, en los aviones derribados de los Hermanos al Rescate, en las bibliotecas y los periodistas independientes, en las filtraciones de internet, en los encarcelados por pensar distinto, en los héroes de la Primavera Negra del 2003, en la muerte de Orlando Zapata, en la determinación de los que no vacilan en perder su vida para mostrar al mundo las entrañas de oprobio del régimen comunista, en las flores que portan las Damas de Blanco, esas heroínas humildes sólo armadas con el coraje y el infinito valor de la mujer cubana.
Pero hay mucho más que celebrar.
El 20 de mayo de 1902 celebramos el honor y la valentía de los cubanos que dejaron atrás el hogar, la familia, los amigos, la vida toda, para empezar de cero y continuar su existencia libre en otras tierras, y que hicieron todo esto para no perder su identidad como personas, para no bajar la cabeza ante la opresión de la tiranía.
Celebramos el valor de esos cubanos que llegaron a otra geografía transidos de dolor y de angustia. Llegaban a otra geografía, a otro clima, otras costumbres, otro idioma, a otras leyes y formas de vida que les eran ajenas. Pero se pararon encima de su dolor y se pusieron a trabajar, y tanto en Miami como en otras partes de Estados Unidos y del mundo, erigieron empresas, levantaron casas, educaron a sus hijos, y triunfaron con su constancia y su entereza. Y el triunfo de los cubanos fuera de Cuba, sus libertades, logros y grandezas, es el mayor testimonio de la falsedad de un régimen cobarde y ruin, miserable y deshonrado, que arruinó la nación más próspera de Hispanoamérica, dividió las familias, separó al pueblo y llenó de luto y dolor la vida de millones de personas dentro y fuera de Cuba.
Celebramos, pero no estamos contentos. Tal vez podamos estar satisfechos de nosotros mismos y de nuestros logros. Pero llevamos dentro el dolor de Cuba, tenemos la Patria clavada en el corazón, como una espina. Como dijera José Martí, "el hombre, fuera de su patria, es como un árbol en la mar''. Y así vivimos nosotros fuera de Cuba.
Mientras ocurre todo esto, el fuego de los fracasos de la tiranía la va disolviendo en cenizas. El odio, el resentimiento, la frustración y la impotencia de medio siglo la tiene enferma de muerte. Las mentiras se agotaron; los engaños se acabaron. No tiene nada que hacer, no tiene nada que decir. El mundo la emplaza y la repele, y ha llegado el momento en que todos los cubanos del mundo, dondequiera que estén, tomen conciencia de que el tiempo de la restauración se acerca.
Sobre todo debe guiarnos la memoria del 20 de mayo de 1902 y de lo que pasó después. Es necesario que las cosas que tenemos que celebrar, las que están en el papel, las que quedaron sin escribir, se junten en nuestra historia, que todo el honor y la gloria y el coraje y el amor que nos orientó en el pasado nos unan en un solo pueblo dedicado a forjar el porvenir.