Por Nivia Montenegro
Ha muerto Olga Guillot. El bolero está de luto, pero por ella se viste de fiesta. La célebre intérprete de este género musical encarnó en sus canciones el espíritu agónico. Fue no solo una voz irrepetible y un estilo único, sino la protagonista y gran dama de esos teatros del corazón que nos perturban, aun cuando no queramos reconocerlos.
Mis primeros recuerdos de Olga provienen, creo, de la televisión cubana, quizás interpretando composiciones de Frank Domínguez y con el propio Domínguez al piano. Pero la primera vez que la vi en persona fue en el antiguo cabarecito Montmartre, en plena Saguesera, un 31 de diciembre del 69 o el 70. Allí estaba Olga en su plenitud bolerística, protagonizando una despedida de año que no tuvo un solo segundo de desperdicio.
El local era íntimo, pequeño, casi demasiado familiar, sin el glamour ni la fastuosidad de los cabarets de La Habana ni de los más recientes enclavados en el Miami de estos tiempos. Pero Olga Guillot lo hizo suyo; se apropió de cada pulgada del recinto y de cada uno de nosotros. Nos hechizó con esa voz de raigambre femenina; utérica, diría. Pero aun más, en el colmo de su romance con el público, le pidió a un señor que le prestara su pañuelo para secarse el sudor que le brotaba por doquier. Recuerdo ese instante como la coronación del erotismo de aquella noche: Olga tomó el pañuelo y lo deslizó por entre sus relucientes senos para después devolverlo, casi mimosamente, a su deslumbrado admirador.
El próximo encuentro con la diva del bolero ocurrió en México, en el DF., creo que a finales de los 90. Estábamos Enrico Mario Santí y yo de visita, cuando descubrimos que Olga cantaría aquella noche en un teatro del centro de la ciudad, y hacia allí nos lanzamos a disfrutar de su actuación. La acompañaba al piano el compositor cubano Juan Bruno Tarraza, radicado en México desde los años cincuenta, y un trío tradicional de guitarra. Abría el show de esa noche Mona Bell, antaño solista de Los Cinco Latinos. El fuerte era de Olga.
Allí, amparados por la oscuridad del local, bebimos y degustamos cada una de sus canciones. Cuando llegó su Miénteme, fue, para nosotros, el acabóse. Al final del show fuimos a saludarla y Olga, al enterarse de que estábamos allá de visita, nos pidió en seguida que la esperáramos a que se cambiara, pues nos llevaría en su auto hasta nuestro hotel.Olga Guillot en el Gusman Center, en Miami, el pasado 12 de junio. (AP)
Salió del camerino con ropa de calle y protegiéndose la garganta con una bufanda y fue conversando con nosotros, relajada y jovial, sobre Cuba, sobre música y sobre el exilio, de este último sobre todo.
El tercer encuentro fue en Los Angeles. Olga vino invitada a un homenaje que le rendía el antiguo Instituto de Cultura Cubano-Americano, hace más o menos una década, organizado por Ivonne López Arenal y Mario García Joya. De nuevo tuvimos la oportunidad de disfrutar en una cena de esa Olga dicharachera, desenfadada y comunicativa que hacía del "mal de amores" una destilación tropical de la poética del desengaño.
Olga fue una diva en toda la extensión de la palabra. Las huellas de su impacto quedan no solo en el mundo de la música, sino en el de la literatura. Ya Guillermo Cabrera Infante, en Tres tristes tigres, su inolvidable recreación de la noche habanera de los años cincuenta, la ficcionalizó como Olga Guillotina, sobrenombre que pone en movimiento todo un tratado de sexualidad freudiana. Y el poeta guantanamero Jorge Oliva la incluyó en sus poemas como una de las máximas representantes de las "bollipoderosas". Fue una artista que representó toda una manera de interpretar los sentimientos. Nos contaba el maestro Tarraza, quien la acompañó al piano en muchas de sus giras y la admiraba enormemente, que Olga tenía mucho "rubato": la música no se le podía imponer. Había que seguirla y alcanzarla, pues siempre se salía de sus parámetros. Y es esta apreciación de un músico y compositor quizás la más adecuada para la mujer y artista que fue y es Olga Guillot: representó y desbordó los límites de un género, de un país, de una época. Si tuviese que resumir quien fue Olga Guillot, usaría la conocida frase de uno de sus boleros: La gloria eres tú.