El que sobra en el trabajo
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Como casi nunca tenía nada que hacer en su puesto de electricista de mantenimiento, Cuco era el que se ocupaba de actualizar diariamente el mural del sindicato; llevaba además, con esmerado rigor, la libreta donde se anotaba el cumplimiento de la Guaria Obrera y era el encargado de darle la bienvenida a los nuevos trabajadores, a quienes les contaba la historia del centro, les explicaba las medidas de protección e higiene y les enseñaba cada rincón de aquel taller de reparación de muebles escolares donde llevaba 18 años trabajando.
Nadie tenía tanto entusiasmo como él para conseguir las flores y los regalos que cada 8 de marzo se le entregaban a las compañeras en el Día Internacional de la Mujer, no se perdía un solo trabajo voluntario ni un solo Círculo de Estudio y era el que con más pasión aplaudía cuando se leían los comunicados en las fechas significativas. Por todo eso y porque en realidad nunca tenía nada que hacer, nadie le quiso poner a mano el periódico Granma del pasado lunes 13 de septiembre donde la última página estaba dedicada totalmente a publicar el pronunciamiento de la Central de Trabajadores de Cuba en el que se anunciaba que, como parte del proceso de perfeccionamiento del modelo económico cubano, medio millón de trabajadores vinculados a diferentes sectores estatales quedarían disponibles, o sea, serían despedidos.
Fue Manolo, el gordito autosuficiente, que nunca participaba en nada, argumentando que estaba muy ocupado, el que con una risita maliciosa se lo dijo con toda la crudeza y crueldad de que era capaz: "Oye Cuco, saliste en el Granma. Aquí dice que tú sobras", y le puso ante los ojos la octava página del periódico con un titular de letras rojas de dos centímetros de alto, ilustrada con el logotipo de la CTC y una foto, donde otros entusiastas como él, levantan la mano unánimemente.
Como no tenía nada que hacer se sentó a leer el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, en especial los 18 párrafos del "pronunciamiento" en los que la máxima instancia de los sindicatos cubanos lo identificaban como alguien que no resultaba indispensable y le proponía "nuevas formas de relación laboral no estatal como alternativa de empleo".
Cuando terminó de leer el texto tuvo la extraña sensación de que se había saltado una línea muy importante. No era posible que sus máximos dirigentes sindicales hubieran olvidado que él no era solamente el asalariado de una empresa del Estado, sino además el fiel afiliado, que durante su impecable trayectoria laboral había cotizado puntualmente. Volvió a buscar ente las 155 líneas de aquel pronunciamiento (¿Por qué se llamaba así, si aquello no era un alzamiento, ni una sedición ni un amotinamiento, como aseguraba su diccionario de sinónimos?) y descubrió horrorizado que en muy poco tiempo sería no solo un desempleado sino también un huérfano sindical.
Como electricista podría ganarse la vida en su futuro nuevo papel de cuentapropista, pero no sabía a qué Círculo Social llevar a su familia, ni con quién compartiría los matutinos. Estaba confundido. ¿Cómo aportaría su jornal de un día a las Milicias de Tropas Territoriales, a qué Brigada de Respuesta Rápida podría incorporarse, cómo quedaba el asunto de los méritos, con quién tendría que emular, quién le entregaría ahora algún diploma? ¿Será que nada de eso era importante?