Gatito entre drogadictos
Taxqueña envuelta en la lluvia a las 22:00hrs., del miércoles 21 de julio. Y nosotros allí, Guillermo Romero y yo. Como muchas otras veces para alimentar y atrapar gatos –más ahora con el ultimátum que nos han dado para recogerlos. Sabiendo que los Gatos del grupo 2 son los que están en peores circunstancias, decidimos atraparlos primero. Muchos minutos pasaban. Nos asomábamos, nos escondíamos y ninguno de los gatos se metía a la trampa. Ellos, nos miraban, se asomaban a donde estábamos, esperando a que les pusiéramos su comida. Más minutos pasaban. Era la madrugada del jueves. La lluvia se había mezclado con los orines de los hombres que usan ese lugar de sanitario al aire libre. Basura por doquier, más la que caía del puente. Algunos de los indigentes drogados hicieron su aparición en ese fétido lugar, que es su hogar.
Parecía que los gatos desfallecían de hambre, pero no podíamos ponerles comida hasta que atrapáramos a unos cuatro. Entre las pequeñas conversaciones que Guillermo y yo teníamos para no aburrirnos, de repente nos dimos cuenta que los gatos ya no estaban. Se habían retirado al ver que no les poníamos sus croquetas y su alimento húmedo. Decidimos entonces colocarles la comida y retirarnos para ir a alimentar a los Gatos del grupo 4. En ese espacio de tiempo uno de los drogadictos se acercó a mí y me dijo que había un gatito en el otro puente. Le dije que ya sabía, que un muchacho llamado Alejandro me había dicho semanas atrás que uno de los hombres de ese lugar había sido recluido en una prisión y que su gato se había quedado a donde había vivido, a un lado de un puente.
Le pedí me diera al gato, dijo que sí. Pero después iba y regresaba, y me decía que no se dejaba agarrar el gatito. Le dije que eso era mentira porque Alejandro me había dicho que era mansito. Otras veces, me preguntó: qué le iba a dar por darme el gatito. Le dije que Alejandro me lo quería dar, y eso era lo importante porque él lo cuidaba.
Ya era tarde, y el drogadicto no nos llevaba al gatito. Guillermo logró convencerlo y nos dijo que estaba arriba del puente. Guillermo y yo decidimos ir a dejar las cosas al carro y después ir a buscar al gatito. Íbamos caminando cuando me di cuenta que nos iba siguiendo el drogadicto. Decidimos seguir caminando sin detenernos a donde estaba el carro para que el indigente no conociera el auto. Así, nos fuimos rodeando los puestos, hasta llegar a la avenida. Guillermo decidió enfrentarlo, al tiempo que consiguió que nos llevara a donde estaba el gatito. Dada esa circunstancia no nos quedó que seguirlo cargando muchas cosas. Caminamos sin hablar. Pasamos atrás de Soriana, allí aún se divisaban personas. Pero más adelante, la soledad imperaba. Los ojos de Guillermo y los míos se encontraron en la oscuridad, sin decir palabras, entendimos que dudábamos que el drogadicto nos estuviera llevando al puente a donde estaba el gatito. Ya que yo sabía que el puente estaba cerca de una pequeña área verde y a donde caminábamos no mostraba esa característica, una barda y concreto era lo único que había.
Algo de temor se apoderó de nosotros, al pensar que tal vez nos estaría esperando su banda de drogados y nos dañarían. No obstante, seguimos caminando, pero alertas.
De repente estábamos cerca de las vías del tren, y a un costado de un puente vehicular. En medio de estos dos una vivienda. Pero antes de entrar a ésta, yacía un perro café, anciano, lastimado de su sistema óseo, produciendo sonidos de sus bronquios deteriorados, el cuerpo desnutrido y con el pesar de su vida mostrada en sus ojos. No ladró ni intentó modernos. El drogadicto se metió a su hogar. Yo hice lo mismo, Guillermo permaneció afuera. Adentro empecé a buscar y a llamar al gatito. Pero en esa oscuridad se notaba su ausencia. El drogadicto trató de iluminar con una veladora dentro de un vaso de vidrio. El vaso estaba cortado. El drogadicto miró idiotizado el vaso. En ese momento pensé que podría agredirme con ese cristal roto. Me salí pronto y le advertí a Guillermo del vaso que tenía. En ese momento, empezamos a buscar al gatito fuera del cuchitril. Yo me fui del lado del puente. Fue cuando vi que esa morada estaba sobre el puente, y que si el gatito corriera se caería y sería arrollado por los carros que pasan. También apareció un carro a alta velocidad por el puente de a lado del cuchitril. O sea, el gatito estaba en peligro.
De repente llegaron dos drogadictos más. Uno de ellos dijo que no nos iba a dejar llevárnoslos porque era su gato, “el gato de la santa Muerte”; a mi mente llevaron reminiscencias de un ritual diabólico en el que el sacrificado sería el gatito. Y más al ver que era negro. El drogadicto llamó al gatito. Y éste apareció rápido. Cuando vi que el gatito apareció, supe que debíamos sacarlo de allí, quisieran o no los drogadictos. Así, mientras Guillermo hablaba con ellos, en su intento de que entendieran que era lo mejor para el gatito no estar allí, yo me acerqué al gatito. Éste se había acercado a la bolsa con basura de latas vacías que llevábamos. Fue cuando me apresuré, mientras Guillermo hablaba con los indigentes, tomé al gatito y lo metí en la transportadora. Consecuentemente, empecé a caminar rápidamente. De repente ya iban cerca de mí: tres drogadictos y Guillermo. Así caminamos por donde habíamos pasado antes. Hubo momentos de tensión. Pensé que en algún momento se nos lanzarían los drogadictos, y tendría que correr, pero no les dejaría al gatito.
Le dije a Guillermo que nos fuéramos hacia la central de autobuses y si nos seguían persiguiendo los drogadictos debíamos pedir ayuda. Así, lo hicimos. Afortunadamente, de repente sólo estábamos Guillermo, el gatito y yo, claro más tantas cosas que íbamos cargando. En ese momento, aunque muy apenada por la hora tan de madrugada, le llamé a Denise, una mujer colombiana que me ha apoyado con hogares temporales últimamente, ella iba a tener al gatito desde que me había dicho el muchacho drogadicto que me lo daría. Dijo lo recibiría.
Salimos de la central de autobuses y nos dirigimos hacia el auto. Estando allí, comenzamos a preparar las cosas para subirnos al techo y alimentar a los Gatos del Grupo 4. Pero de repente oí una voz un poco conocida. Le dije a Guillermo: “creo que otra vez vienen”. Su respuesta fue: “súbete rápido al carro”. Eran ellos, otra vez. Guillermo quiso salir del estacionamiento pero no había nadie que nos cobrara así que no podíamos hacerlo. Mientras empezó a rodear el lugar. Los drogadictos seguían tras de nosotros. Le dije que mejor nos fuéramos con Denise y que más tarde regresáramos a alimentar a los gatos que faltaban.
Así, lo hicimos. A las 2 de la madrugada estábamos en la casa de Denise. Guillermo cargó al gatito negrito, recién rescatado. Estaba tranquilo. Es un gatito, o gatita, de cuatro meses de edad, es mansito.
Ahora está protegido y con comida. Hoy irá nuestro veterinario a esterilizarlo.
Este gatito está a salvo. Difícilmente alguien lo hubiera rescatado de ese lugar. Tal vez parecería una locura, el habernos arriesgado mucho a que nos agredieran físicamente los drogadictos, pero Guillermo y yo sabíamos que debíamos salvarlo. Nadie más lo haría.
Después de acondicionarle el lugar a donde estaría nuestro último gatito rescatado, nos dirigimos nuevamente a Taxqueña. Pronto, ya estábamos en las alturas, sintiendo el frío y la soledad de la noche, pero felices: el gatito negro que tenían los drogadictos nunca más volverá a oler el pegamento que destruye neuronas y deja imbécil a las personas, que les impide entender que un gato requiere más que comer sólo tortillas y estar en constante peligro.
NOTA EXTRA:
El gatito es gatita. Se le esterilizó el sábado 23 de julio. Tiene fracturada la cola, mañana será revisada por el veterinario Álvaro Zugarazo. No tiene bigotes, se los cortaron los drogadictos. Ya aprendió a usar su cojín. Es mansita. Está feliz.
Autor desconocido,escrito de la red.