Que a ni un solo incauto se le ocurra llamarla por el nombre con que la bautizaron (Stefani Joanne Angelina Germanota), pues ella, como mínimo, le ignorará. Hace ya tiempo que esta neoyorquina del 86 renunció a su persona y se entregó por completo a un personaje que ya se ha instalado con carácter permanente en la iconografía popular del siglo XXI. Y ha sido de tal manera que una se pregunta si, más allá de su irresistible éxito, será capaz de volver a ser la chica un día fue.
¿Cuándo abandonó a Stefani y cuándo se entregó a Lady Gaga? El origen resulta difuso. Hay quien lo sitúa a mediados de esta década, cuando tuvo lugar un revelador encuentro con Lady Starlight, una artista de la noche neoyorquina. Starlight personificaba todo lo que Stefani ambicionaba. Pero el detonante definitivo para la transmutación se produjo tras un doloroso desengaño sentimental, según ha confesado la propia Lady Gaga en una reciente entrevista a la revista «Rolling Stone». El día en que su novio, un productor llamado Rob Fusari, la dejó plantada, ella decidió ponerse las pilas y apuntalar su carrera de reina del pop (Fusari buscaba en Stefani la versión femenina de los Strokes, pero algo no encajó en sus planes). Atrás quedó aquella niña bien criada en el Upper East Side de Manhattan, hija de dos altos ejecutivos y estudiante en el Sagrado Corazón (por allí también pasó Paris Hilton); era, cuentan antiguas compañeras de colegio, una de las más populares, el alma de todas las fiestas.
De Bowie a Queen
La catarsis tras la ruptura fue definitiva: renegó del rock y se entregó al dance. Y decisivo fue, también, que alguien le sacara cierto parecido a Amy Winehouse: tanto le repateaba la comparación, que acabó tiñendose el pelo. Un acierto. ¿Otro?, el homenaje que para el tema «Just dance», su primer sencillo, rindió al Bowie de «Aladdine sane», al trazar en su rostro el mismo rayo que cruzó el del cantante británico en la portada de aquel álbum de 1973. Así pues, David Bowie como padre espiritual, y Michael Jackson, y Andy Warhol (él ha inspirado su querencia por la fama a toda costa) y, por supuesto, Queen (su nombre artístico está tomado de la canción «Radio Gaga»)... Eligió bien sus referentes. Son imbatibles.
Lo que con ella ha sucedido en los últimos dos años es el más sensacional ascenso a la cumbre catapultada, sobre todo, por su singularidad. Lady Gaga ya es tan omnipresente que resulta tan cotidiana como ir a por el pan. Es, en definitiva, el triunfo de los raros. Más allá de los escenarios, las entregas de premios, los dircusos políticos o los besamanos a la Reina de Inglaterra (las fotos del encuentro, con motivo de un concierto ante Isabel II en diciembre de 2009, dieron la vuelta al mundo), impacta en el día a día, cuando se pasea por un aeropuerto o se baja de un táxi como una siniestra mantis religiosa, con el rostro parcialmente oculto y encaramada a unas plataformas que más bien parecen andamios. Por algo Alexander McQueen la adoraba, por su talento para convertirse en un icono de la moda, capaz de inspirar al mismísimo Giorgio Armani.
La eterna carrera
¿Hasta dónde llegará en su veloz carrera por ser cada vez más excepcional y más hiperactiva? Lady Gaga ya ha confesado ciertas debilidades a Lisa Robison, de «Vanity Fair»: «Siempre me siento sola, perpetuamente sola. Es mi condición como artista». Y, como artista, asegura haber renunciado a la práctica del sexo, pues teme «perder su creatividad por la vagina».
Ahora se pasea por España a bordo de «Monster Ball Tour», una gira que ya ha dejado perplejos a los miles de fans que reunió en Barcelona. Y puede que la sorprendente lista de exigencias en torno a la organización de sus conciertos también forme parte del espectáculo: queso «que no sude», botellas de oxígeno, cenas temáticas cada día... Por ello, entre tanta desmesura, enternece su ideal de felicidad: «Una habitación blanca y vacía». Lady Gaga en añora el minimalísmo, quién lo diría.