Vivir a lo cubano
LA HABANA, Cuba, diciembre
Un día de vida “a lo cubano” es una jornada llena de riesgos. No me refiero a pérdidas o ganancias en un negocio, ni tan siquiera al sube y baja de los precios en el mercado o a la crisis financiera internacional. El peligro está en la necesidad recurrir a la ilegalidad para sobrevivir.
La mayoría de la población consume lo que busca en cada jornada. El salario mensual a los más ahorradores puede durarle una semana. Al resto, entre las deudas del mes pasado, la electricidad y la compra de la pequeñísima cuota de alimentos subsidiados, se le agota en un día. Significa que lo que queda del mes hay que vivir del invento. Una forma de vida que los cubanos llaman “vivir del diario”.
Vivir a lo cubano es comprar o revender cualquier cosa, pero siempre consciente de que se comete un delito de receptación, especulación o acaparamiento, según sea el caso. Es recurrir al mercado negro, siempre mejor surtido que el estatal, y con precios más económicos.
Es saber vivir guardando las apariencias, porque en cada cuadra hay Comité que nos vigila. Aunque también los del Comité están conscientes de que en realidad nadie puede vivir con el salario. Por eso siempre se presume que si el vecino mejoró económicamente es porque le mandan una remesa o vive del invento.
Incluso para las autoridades esta presunción es válida. El aumento del nivel de vida del ciudadano es causa suficiente para iniciar en su contra un procedimiento de confiscación por enriquecimiento ilícito. En este caso, la carga de la prueba se invierte. Es el individuo quien debe probar a las autoridades que su patrimonio no es fruto de la ilegalidad.
Los cubanos, además, tienen el deber de denunciar los hechos que transgredan la ley. El incumplimiento de dicha obligación está previsto en el Código Penal como un delito. Todo está muy bien diseñado. El gobierno, para facilitar su trabajo contra las ilegalidades, creó una compleja red de denuncias en anonimato. Delaciones producto de envidias, rencillas y bajas pasiones.
La prosperidad del vecino le preocupa y molesta a otro, que ha acumulado años de frustración y ve su vida estancada. Una discusión o litigio por cualquier cosa: la música alta, una disputa entre hijos, desacuerdo en cuanto a los límites de las propiedades colindantes, o simplemente, si alguien le cae mal a otro porque es orgulloso y no saluda a nadie; cualquier pequeñez puede ser el incentivo inicial para dar un chivatazo.
En otros casos se da información a cambio de impunidad: “Hago negocios ilegales, pero colaboro denunciando lo que hacen otros, para que así me permitan seguir con los míos”. Es retorcido, pero es cuestión de necesidad, de supervivencia. Esta es la principal fuente de información de la que se nutren las autoridades, conocido como trabajo operativo secreto. Una denuncia es prueba de culpabilidad irrefutable para la justicia revolucionaria.
La realidad es una: la cotidianeidad a la par que te obliga a realizar actos que violan la ley, te ofrece “vías” para librarte de su peso. No interesa si para lograr la impunidad, necesitas dar información sobre la vida de otros. Lo importante es que se cumpla un lema del gobierno que ha devenido máxima de supervivencia para nosotros: “Lo mío primero”. Una exigencia que se impone para vivir a lo cubano.
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