Cumple 4 años en el poder y quiere 40 años más ,según dice es el tiempo necesario para lograr realizar el socialismo al estilo Fidel Castro.
CESAR MUÑOZ ACEBES / EFE QUITO
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, cumplió el sábado cuatro años en el poder, una marca que ningún mandatario alcanzaba desde 1996, y en ese período ha impulsado un proyecto de izquierda que ha alejado al país de Estados Unidos y de los mercados de capitales.
Correa celebró la gesta arropado por una multitud de seguidores en la localidad de Machala, ante la que se jactó de haber puesto orden en un Estado que recibió ``en un verdadero caos'.
Desde allí, en su programa televisivo semanal, el mandatario citó la reorganización del Estado con nuevos ministerios e instituciones, y la reducción de la desigualdad y la pobreza como sus principales logros, al tiempo que admitió no haber avanzado ``casi nada' en seguridad.
El problema se puso de manifiesto esta semana con el asesinato de dos policías en Guayaquil. Correa ha culpado principalmente al sistema judicial y promueve una reforma constitucional para su reestructuración, que someterá a consulta popular en un referendo cuyas preguntas anunciará el lunes, dijo el sábado.
No obstante, algunos analistas creen que el fallo también está en la policía, algo que se reflejó el pasado 30 de septiembre, cuando un motín de centenares de agentes estuvo a punto de derrumbar al gobierno.
``El 30 de septiembre se puso en evidencia la desinstitucionalización en términos de órganos de control, de manejo de la seguridad, que también se manifiesta en la elevación de la violencia urbana y el sicariato', declaró Marco Romero, profesor de la Universidad Andina Simón Bolívar.
Ese día el respaldo de las Fuerzas Armadas al Presidente fue el principal factor que evitó que corriera la suerte de sus antecesores.
Correa, joven ex ministro de Economía, recibió la banda presidencial en el 2007 tras un período de gran inestabilidad política, durante el cual los mandatarios caían por protestas en la calle, golpes militares o acciones de la Legislatura.
Desde el Palacio de Carondelet promueve su ``revolución ciudadana' a través de un gran aparato mediático compuesto de televisiones, radios y periódicos públicos, una red que ha establecido en cuatro años prácticamente de la nada.
También le ha ayudado que el petróleo, que supone más del 20 por ciento de los ingresos públicos, se ha mantenido con precio alto, excepto un breve intervalo en lo más duro de la crisis mundial, según Romero.
Con esos recursos ha impulsado la inversión en infraestructura y programas sociales, pero la expansión del Estado se encuentra en un momento delicado. ``Dado el elevado gasto (público), su sustentabilidad no está garantizada', dijo.
El tupido cabello negro que tenía en la campaña electoral del 2006 fue reemplazado por mechones canosos y pronunciadas entradas sobre su sien.
Su contextura ha experimentado vaivenes entre el consumo excesivo de la comida criolla de los gabinetes itinerantes y las delicadas raciones de los platillos gourmet de Carondelet.
Su rostro luce mucho más adusto, aunque en público procura no dejar de sonreír.
Pero el Rafael Correa que llegó a la Presidencia de la República hace cuatro años no solo tuvo cambios en su apariencia física: algunos de sus familiares, psicólogos, analistas políticos y ex ministros de Estado advierten una profundización de los rasgos impulsivos de su carácter, que se manifiesta en sus decisiones y actuaciones políticas.
El psicólogo Samuel Merlano, quien hizo un estudio de la personalidad de Correa a inicios de su gestión, explica que el temperamento del Mandatario es una mezcla de dos de los cuatro clasificados científicamente: el sanguíneo y el colérico (los otros son melancólico y flemático). Los sanguíneos son alegres y extrovertidos; los coléricos, luchadores, orgullosos y explosivos.
Aunque estas características son invariables en los individuos, pues dependen de su estructura genética y sus procesos de aprendizaje, pueden acentuarse o atenuarse según su relación con el entorno.
En el caso de Correa, el detonante de sus cambios fue su apasionamiento por el poder, que pasó de instrumento de servicio a finalidad última, dice el académico Teodoro Bustamante.
Si antes se negaba a aceptar criterios diferentes a los suyos y los descalificaba con vehemencia, ahora ni siquiera tiene en su círculo de colaboradores a personas que puedan mostrarle sus errores. Los hace a un lado, como le pasó a los ex ministros de Economía y Energía, Wilma Salgado y Alberto Acosta.
Salgado cuenta que, en las reuniones de Gabinete, Correa es el único que habla. Quien se atreve a interrumpirlo suele ganarse una reprimenda grosera.
Alguna vez, recuerda, el Mandatario le reclamó por dar a la prensa declaraciones sobre el manejo del Ministerio. Mientras ella le replicaba en el mismo tono, el funcionario que estaba sentado a su lado en la reunión de Gabinete jalaba su chaqueta y le susurraba que, por Dios, no le contestara. “Eso lo enfurece”.
En una entrevista con el diario estatal PP, publicada en noviembre, Correa afirmó que no es “mal genio”. “Yo soy fosforito... Me molesto rápido, desfogo y después se me pasa. En general tengo buen humor y no soy loco. Pierdo el temperamento por razones justificadas, aunque reconozco que debo cambiar”.
Acosta, quien fue uno de los ideólogos de la Revolución Ciudadana y presidió la Asamblea Constituyente, refiere que el Mandatario ha preferido rodearse de “aduladores” que le ratifican constantemente su idea de infalibilidad. Y como piensa que siempre tiene la razón, no escucha consejos de nadie.
Una muestra de ello fue su decisión de acudir al Regimiento Quito Nº 1, donde el 30 de septiembre pasado se daba una sublevación policial, pese a las advertencias de sus ministros respecto a que su seguridad podría estar en riesgo. Incluso desafió a los uniformados que protestaban al decirles “mátenme”.
Acosta se distanció de Correa por discrepancias en el manejo de la Constituyente de Montecristi, donde se cristalizó su principal oferta de campaña: una nueva Constitución.
Una Constitución que, según el ex ministro, ahora le incomoda porque ha comenzado a ser una “camisa de fuerza”. Por eso, aunque solo tiene dos años de vigencia, ha planteado una consulta popular para reformarla en el apartado que se refiere a la conformación del Consejo de la Judicatura, encargado de reestructurar las cortes de Justicia.
Legalmente, esa labor le corresponde al Consejo de Participación Ciudadana (CPC), que ya arrancó el proceso.
“Correa cree que hay que ir atropellando para hacer las cosas mas rápido”, indica Acosta.
Ese estilo impetuoso de gobernar se ha reflejado, por ejemplo, en la contratación del Plan Vial por el cual se han reconstruido más de 5.400 kilómetros de la red vial principal.
La premura por empezar las obras impidió al Ministerio de Transporte y Obras Públicas efectuar una mejor planificación, opinan ex ministros del ramo. Esto generó incumplimientos de plazos e incrementos de presupuestos en algunas obras.
Aunque sus ministros aseguran que es sumamente organizado para trabajar, a veces los sorprende anunciando proyectos que ni siquiera se habían conversado previamente.
Así le pasó al de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi), Walter Solís, quien tuvo que armar rápidamente un plan para reubicar a las familias asentadas en las invasiones de Guayaquil.
Pero si sus ofertas no tienen asidero técnico, voceros alternativos se encargan de rectificarlas. Como el ministro del Interior, Alfredo Vera, cuando aclaró que la Policía Judicial del Guayas (PJ-G) no se trasladaría a lo que fue el centro comercial Puntilla Mall, en Samborondón, tal cual lo afirmó Correa.
De esa forma su palabra no sufre desgaste ni se deslegitima.
La ciudadanía no ha estado ajena a las transformaciones del Mandatario, refiere Santiago Nieto, director de la encuestadora Informe Confidencial.
En los grupos focales que hacía hace cuatro años, los entrevistados destacaban entre sus rasgos positivos que “no es político”. Ahora su respuesta es diferente: les desagrada que se haya convertido en un político más, describiendo como tal al personaje calculador.
Dicha percepción, sin embargo, no ha afectado sus niveles de popularidad, que llega al 70%, según la empresa de Nieto.
El consultor señala que la población menciona al carácter del Mandatario tanto entre sus cualidades positivas como negativas. Pero no se trata de una contradicción sino de lecturas diferentes de la realidad.
“Hay gente que cree que con su carácter él está haciendo grandes cambios en el país, pero hay otros que piensan que está haciendo cosas indebidas”, explica. Si hay algo en que ambos grupos coinciden es que, a diferencia de su cabello, el carisma del Mandatario está intacto.