¡Perra vida!
Leona Helmsley y su perrita maltesa
Trouble, una perrita maltesa blanca se convirtió en una rica heredera cuando su dueña, Leona Helmsley, conocida
como la "Cruella de Vil" de Nueva York, murió en 2007 a los 87 años.
Por Carlos Fresneda / Corresponsal en Nueva York.
Viajaba en avión privado. Comía pasteles de cangrejo en vajilla de plata. Se gastaba 18.000 dólares al año en peluqueros. Mordía a todo aquel que se le acercaba...
“Trouble” hizo verdadero honor a su nombre –“Molestia”, “Problema” o “Líos”- durante su vida de perra multimillonaria y mimada. Amenazada varias veces de muerte y de rapto, protegida por un equipo de seguridad que cobraba 100.000 dólares al año, la maltesa cascarrabias se fue al otro mundo a los 12 años y tras conseguir algo que parecía imposible: que la odiaran más que a su dueña.
Pocos lloraron la muerte de Leona Helmsley, tres años antes que su perra. En Nueva York la cononocían como The Qeen of Mean (algo así como “La Reina Mezquina”), y para hacer honor a su corona decidió desheredar a sus nietos y dejar parte de fortuna (12 millones de dólares) a la maltesa mordedora.
Un juez de Nueva York declaró a la perrita faldera como “mentalmente incapaz” y decidió recortar la herencia a dos millones de dólares. Muerta la quisquillosa y avariciosa dueña -juzgada en tiempos por evasión de divisas-, “Trouble” quedó al cuidado del director del Hotel Helmsley Sandcastle, Carl Lekic, con quien comió por primera vez comida enlatada para perros.
“Trouble” murió en diciembre, en total anonimato canino, y la noticia salta al cabo de cinco meses a la portada del Daily News. La perra más rica del mundo merece hoy media página en el New York Times, como si no existieran historias más apremiantes (el drama de los 150.000 perros vagabundos o abandonados en la ciudad todos los años, sin ir más lejos).
Lo cierto es que entre los canes neoyorquinos, como entre el común de sus vecinos, las diferencias de clase son cada vez más abismales. Unos mueren sacrificados, apaleados o de hambre, mientras otros visitan al veterinario homeópata, practican “aerobic para mascotas”, tienen canal privado de televisión (Pet TV) y cuentan con peluquero, masajista y psicólogo.
En plena recesión, la industria canina vive sin embargo un inusitado auge. Los “dog wash” –versión canina de los baños públicos- surgen por doquiera. Las “spas” para perros son requisito obligado de los nuevos y solitarios ricos en los apartamentos de lujo. Hay también empresas especializadas en fiestas de cumpleaños para los chuchos, y pintores que cobran 10.000 dólares por un retrato, y fotógrafos que ofrecen una secuencia digital –“friends forever”- en la que el dueño se convierte prodigiosamente en perro, y viceversa.
En otra reciente muestra de fervor canino, la actriz Jennifer Aniston puso su piso de 4,5 millones de dolares en el Village a nombre de su terrier, Norman, que no tuvo mucho tiempo para disfrutarlo y murióa los pocos días.
Las funerarias, por cierto, ofrecen mausoleos caninos a partir de 50.000 dólares, pero las leyes de Nueva York son así de estrictas: las mascotas no pueden compatir fosas con sus criadores humanos, por muchas penas, amores y dólares que hayan compartido en vida.
De modo que la Reina Mezquina, que reposa en el camposanto Sleepy Hollow, se ha quedado sin poder cumplir su última voluntad: que enterraran con ella a su envidiada, menospreciada e incomprendida maltesa. ¡Perra vida!
CUBA ETERNA