La tortícolis del rascacielos
El Bajo Manhattan estaba pidiendo a gritos un ancla. Desde la caída de las torres gemelas, todas las miserias que rodean Wall Stret habían salido a flote. Te acercabas a la isla en barco y era como si llegaras a Dallas o Detroit. El “skyline” se había quedado huérfano y chato. No vibraba.
Hasta que Frank Gehry recibió el encargo de un rascacielos junto al puente de Brooklyn...
El arquitecto “maldito” de Nueva York –le tumbaron su mastodóntico proyecto de los Atlantic Yards, pinchó con la nueva sede del Guggenheim- tan sólo había logrado levantar el etéreo edificio “nube” del IAC en Chelsea. Esta vez se trataba de “esculpir” nada menos que un monstruo de 76 pisos en Spruce Street,
la torre residencial más alta de Estados Unidos.
A mano alzada fue dando forma a este rascacielos imposible, que tiene algo de Babel y algo de Metrópolis, y que catapulta sin duda al Bajo Manhattan hacia nuevas y trepidantes alturas. Hacía tiempo que uno no se retorcía el cuello y la mirada de esta manera al mirar hacia arriba...
El propio Gehry nos cuenta el truco en un un vídeo que transmite la vibración paralela del rascacielos y la ciudad: “El edificio tiene ventanas convencionales planas y ventanas “bahía”, que te rodean y te permiten avanzar. Uno puede llegar a tener la sensación de estar suspendido en el aire. Esa experiencia es única y no se había tenido antes en Nueva York".
La torre de acero surge como una alucinación cuando uno emerge del metro en la estación del Ayuntamiento. La proximidad del Woolworth Building de Cass Gilbert, la vieja joya del jurásico de los rascacielos, acentúa aún más el
contraste entre lo mejor del pasado y lo mejor del futuro. Aunque la persepectiva ideal es sin duda la que nos espera a la altura del puente de Brooklyn, desde donde el edificio parece contonearse y cambiar su caprichosa forma según el brillo del sol y la hora del día.
Curiosamente, la fachada sur, la que precisamente a Wall Street, es totalmente plana y anodina. Según unos, para que quede claro lo impersonal que sería el edificio si replicara el modelo de luctuosa “caja”, tan replicado en el Bajo Manhattan. Según otros, para hacer un desplante en su propio terreno a las grandes corporaciones. Gehry, por si acaso, ha preferido no pronunciarse.
El New York Times ha bendecido oficialmente el “dramatismo” que le da al Bajo Manhattan “el primer gran rascacielos de la era digital”, robándole todo el protagonismo al futuro World Trade Center. El crítico Nicolai Ouroussoff va aún más allá y se atreve a decir que Gehry ha concebido la mejor torre que se ha erigido en la ciudad desde el edificio de la CBS de Eero Saarinen.
Neoryorquinos y turistas se asoman todavía entre la sorpresa y la extrañeza al sinuoso rascacielos, cuyos apartamentos tendrán además el aliciente de la “renta controlada”, de 3.000 a 15.000 dólares al mes. El vértigo tiene un precio...