Compañeros de la triste figura
LA HABANA, Cuba, septiembre
Por José Hugo Fernández
Apolismados por los palos de la vida, orillados por su condición de sectarios antediluvianos aun dentro de la propia secta, despreciados por la comunidad, que es víctima y verdugo, y, en fin, muertos con los ojos abiertos como pescados en tarima, deambulan por La Habana los compañeros de la triste figura.
Son por lo general mujeres y hombres de edad madura, o francamente ancianos, que, no obstante verse hoy consumidos en cuerpo y alma por el cloro hirviente de la revolución, continúan inventándose motivos para justificar el siniestro.
Y lo que es peor, no renuncian a sus doctrinas. Sobre todo aquella, absurda, criminal, según la cual todo bien colectivo se consigue a costa del mal del individuo.
Uno a veces tiende a odiarlos. Con razón, dado su empecinamiento en no ponerle cotos a la enfermiza vocación de delatores y en no disimular al menos el placer que experimentan procurando la desgracia ajena. Pero basta con echarles un vistazo para que nuestro impulso al odio quede reducido a mera lástima.
Se cuenta que los samuráis, cuyo sentido de la vida radicaba en matar y morir por su señor, prefirieron el honor del seppuku o haraquiri antes que el bochorno de vivir derrotados por la paz y el progreso. No es la reacción de estos compañeros de la triste figura, resueltos a tirar hasta la última afeitada destripando al prójimo.
Saben que sus días están contados, que no hay más futuro para ellos que la pesadilla con la que volverán a soñar esta noche. Así que para actuar en consecuencia, apenas duermen, aprovechando al máximo cada oscuridad y valiéndose del mínimo descuido para vigilar al vecino, al compadre, al pariente… en busca de cualquier argumento más o menos veraz que sirva para denunciarlos.
Difícilmente haya una sola cuadra habanera en la que no sea posible encontrar por lo menos uno. Muy difícil resulta asimismo hallar entre ellos a uno solo que (ignorando la burla pública) se inhiba de “adornar” su pecho con esas ennegrecidas medallas que le acreditan, dicen, como revolucionario de la vieja guardia. Junto a las paredes derruidas, las tuberías reventadas y el hedor infecto de las ciudadelas, los compañeros de la triste figura conforman el paisaje de La Habana en revolución, que sólo da señales de vida cuando bosteza y boquea.
Cayéndose a pedazos, tarados, enroscados en sí mismos, insensibles a todo lo que no sea la supervivencia a cualquier costo, constituyen la imagen de nuestro modelo socialista. Son su vanguardia en tanto representatividad. Igual que las Brigadas de Respuesta Rápida son la retaguardia, digamos la pezuña del alacrán.
Debe ser descorazonador volver la vista atrás, desde la vejez, y no ver sino desilusión y fracaso. Pero nunca lo será tanto como mirar hacia adelante y no ver nada. No en balde inspiran más lástima que odio los compañeros de la triste figura.