Los dichos del abuelo
Por Alejandro Tur Valladares
De niño siempre escuchaba decir al abuelo que la prosperidad de un país se podía medir por la calidad de sus carreteras. De ser cierto el dicho del abue, tendré que admitir que en Cuba hace buen rato que andan mal las cosas.
De cómo están las carreteras de mi ciudad – me avergüenza decirlo- me vengo a percatar hace poco. Es cierto que algo conocía del fenómeno, pero es sólo ahora, tras haber adquirido una bicicleta eléctrica con la que he comenzado a circular por las avenidas de la ciudad de Cienfuegos, donde vivo, que llego a ser plenamente consciente del entuerto vial que afecta a toda la geografía insular. Sucede que no es lo mismo escucharlo o leerlo, que vivirlo.
Transitar por estas carreteras evadiendo los cráteres en que se han convertido baches que ya son legendarios, es como ejecutar magistrales actos de malabarismo en una cuerda floja, como surfear a lo hawaiano, lo único que en vez de hacerlo en el mar se hace sobre el asfalto.
La desidia gubernamental, la escasez de recursos, la caduquez de la tecnología con la que se ha laborado durante décadas, los salarios de miseria que devengan los obreros de viales y una lista infinita de otras causas, han propiciado que el estado actual de nuestras pistas sea tan lamentable.
Aun cuando debo reconocer que en el último quinquenio el Estado ha destinado algunas cantidades de dineros para reparar paulatinamente alguna que otra carretera, el mal es tan profundo y abarcador que lo hecho apenas se hace notar.
El año pasado y durante el que va corriendo, en la provincia se han ejecutado obras viales importantes; sólo que estas se han realizado fundamentalmente en áreas de interés económico, alejadas de la ciudad. Es posible que la industria – sea esta la del turismo o de cualquier otra rama- agradezca estas iniciativas, pero para el ciudadano la cosa sigue igual o peor.
Del interés gubernamental han conocido el circuito extendido desde el Poblado Pepito Tey hasta los límites de Trinidad, la Circunvalación a Caunao hasta la entrada del aeropuerto y el tramo comprendido desde la Refinería de petróleo hasta el poblado de Yaguaramas, las dos primeras vitales para el turismo, la última para el Polo Petroquímico que se construye.
Entrar a cualquiera de los barrios de la ciudad o simplemente tomar una calle medianamente transitada conduciendo un vehículo, es una experiencia traumática, y mucho más si ha llovido. Verdaderos abismos quedan enmascarados por el reflejo del agua convirtiéndose en trampas mortales, de las que como mejor se sale, es con un fleje de amortiguador partido o una llanta descompuesta.
La crisis sistémica que afecta a la nación es tan profunda como los baches de Cienfuegos, y el resto del país. Los acueductos, los hospitales, las escuelas, las instalaciones deportivas y culturales, en fin, la erosión es absoluta.
Ante tanta fatalidad me aferro como tabla salvadora en medio de la tormenta a los dichos del abuelo, y viendo la cosa tan mala, lo recuerdo sonriente musitando: “Para que la cosa se ponga buena, primero tiene que empeorar”.