«De Cuba nada espero. Si desean mi ayuda, que me digan cómo»
La cantante abandona su retiro y regresa a la música con el álbum «Miss Little Havana»
Por ISABEL GUTIÉRREZ
Una tarde de 1978, en Lugo, una recién casada Gloria Estefan se recuperaba del jet-lagtomando sorbitos de café en la cocina de una tía de su marido. «Emilio y yo acabábamos de iniciar nuestro viaje de novios en España. Estaba helada y me senté en una mesita con brasero. Me quedé dormida y se me quemaron los pies. ¡Señor, qué frío! Recuerdo a todo el mundo con los cachetes rojos, hasta a mí se me pusieron colorados. Pero, ¡qué bien comí!», recuerda.
Cuando regresó a nuestro país, años después, su tránsito por Miami Sound Machine ya la había consagrado como la reina del pop latino y en uno de los símbolos del exilio cubano en Miami (abandonó Cuba cuando era un bebé). Desde entonces y hasta ahora, median 90 millones de discos vendidos, siete premios Grammy y una rutilante carrera a la que acaba de reengancharse con un disco casi artesano llamado «Miss Little Havana», una de cuyas canciones dedica a quienes llama los «oprimidos». «Son aquellos que trabajan duro para tener una vida más tranquila y gozosa. Ellos, los pobres, disfrutan de la música igual que el millonario», explica.
—¿Usted se sintió «oprimida» alguna vez?
—Claro, como lo fueron mis padres. Aquí los cubanos, recién llegados de la isla, trabajábamos de todo: de la tomatera al bar. Mi papá (fue guardaespaldas en tiempos de Batista) comenzó limpiando los baños de un local. El pobre le dijo a mi madre que iba a ganar 50 dólares a la semana. Y mi madre, desconfiada, le preguntó: «¿Seguro?» Pero en realidad eran 15 (cambió fifteen por fifty). Cuando uno llega de nuevas, suele empezar por lo más bajo hasta que logra su gran oportunidad... Pero ver todo lo que está pasando con la inmigración en Estados Unidos es terrorífico.
—¿Todo esto ya se lo ha contado a sus hijos, Nayib y Emily?
—Sí, recordar a veces no es divertido, pero siempre resulta saludable. Mis hijos han tenido una vida fácil y bendecida, y saben que los privilegios están para compartirlos. Puedes darles discursos hasta que te pongas azul, pero si ven que dices una cosa y haces la contraria, no cuela. Ellos siempre me han visto ayudar a otros que no tienen tanto.
—¿Qué espera de Cuba?
—De Cuba no espero nada. Llevamos 52 años esperando y mira tú como está. Lo que sea bueno para ellos, bueno será para mí. Yo creo que los cambios llegarán cuando allí se consoliden las redes sociales, pero que sean como ellos quieran. Yo a Cuba no quiero ganarle nada, ni restarle nada... Si desean mi ayuda, que me digan cómo. De momento, que no pierdan la fe.
—¿Convive bien con internet?
—Internet es estupendo para el consumidor y pésimo para cualquiera que haga un producto intelectual. La gente se ha acostumbrado a que todo sea gratis y que nada sea robo. La música ya no es negocio. Pero ¿qué puedo hacer yo?
—De momento, ha puesto a bailar a sus seguidores...
—Es mi receta contra la crisis.
—¿Cómo le afecta?
—Gracias a Dios, nosotros diversificamos hace tiempo. Pero no era cuestión de hacer o no hacer negocio. Yo no quería quemarme. Por ser mujer, creía que mi vida profesional sería corta. Al final no ha resultado así, pero no deseo la presión de antes. A mí no me gusta viajar, ya pasé quince años de mi vida de gira y fue duro. Ya basta.
—¿Ni siquiera vendría por aquí, tal como hizo en el 78?
—Volvería a Lugo y a Pola de Siero (Asturias), donde tengo un familión. ¿Sabe que fue allí donde aprendí a empinar la bota?