Corrían los años 90 cuando por primera vez la vi. A pesar de que el Cementerio de Colon posee enormes tesoros artísticos en obras de artes hechas en mármol de Carrara, de la cantidad de personalidades históricas, artísticas y de monumentos funerarios levantados a nombres prominentes de Cuba, y de hechos históricos. A pesar, además, de que esa pequeña tumba no se encuentra en la fila frontal de la entrada de la monumental ciudad de los muertos de la capital cubana, y de permanecer oculta por uno de esos enormes tributos de mármol a los difuntos, La Milagrosa nunca deja de tener visitantes, flores y curiosos cada día.
El Cementerio de Colon ha sido declarado monumento nacional en Cuba. Esta ciudad de los muertos está atrapada en el corazón de La Habana, a escasas dos cuadras de una de las esquinas más populosas de la capital, 12 y 23, y su enorme portón es la estampa del tributo casi enfermizo de los cubanos a la muerte. Es considerado, además, el segundo cementerio donde más obras de artes hay atrapadas para honrar a la muerte, el primero es el parisino Pierre Lachaise.
Lo que me hace preguntarme: ¿por qué los cubanos tenemos esta obsesión con los muertos? ¿Por qué levantamos una ciudad silenciosa en mármol, y tributamos un riguroso respeto a los que se han ido? ¿Quizás porque no lo hicimos con ellos en vida?
No lo sé. Pero esta pequeña tumba enclavada en el corazón del cementerio habanero resguarda esa mítica leyenda que atrae curiosos, personas que piden y oran por un enfermo, hombres que buscan un cambio en la sociedad enclaustrada de Cuba, ciudadanos que han perdido la fe en todo y regresan a encontrarla en una leyenda.
Si la historia es cierta, en esa pequeña tumba yacen los restos de Amelia Goyri, quien falleciera un 3 de Mayo de 1903 a la edad de 23 años, como consecuencia de un parto. La criatura que esperaba la cubana también murió, y ambos, madre e hijo, fueron enterrados en esa originalmente modesta tumba la cual fue visitada diariamente, en ocasiones más de una vez, por sud desconsolado viudo, José Vicente Adot y Rabell. Quizás los hechos sirvan para demostrar también que los hombres también podemos amar con devoción, y con ternura a nuestros seres queridos.
La memoria cuenta que Adot y Rabell consideraba a su esposa dormida, y en cada visita daba tres golpes con los anillos dorados que engarzan la piedra que cubre la modesta tumba. Tres toques que, de acuerdo a esa misma leyenda, era la señal secreta de la complicidad permanente entre los esposos. Cuanto de leyenda y realidad hay en esto, nadie lo sabe. Lo cierto es que ahí está, y la tradición permanece entre los que hoy la visitan.
Cuando llegó la fecha de la exhumación de los restos, se pudo comprobar que los cuerpos de la madre y el hijo estaban milagrosamente intactos, y en un sorprendente símbolo de amor materno, Amelia había estrechado la criatura entre sus brazos, originalmente depositada a sus pies. La tumba fué sellada y se conservó intacta hasta nuestros días.
En 1914 el escultor Jose Vilalta Saavedra, inspirado en la devoción del cubano hacia la historia de Amelia, realizó una hermosa escultura de tamaño natural de la cubana en mármol de Carrara, sosteniendo a su hijo en su brazo izquierdo y aferrándose a la cruz, mirando a lo alto en gesto de respeto y fe. Lo demás ya es hoy leyenda.
Los cubanos visitan, día tras día, este lugar sagrado. Le profesan un respeto mas allá de la sublimidad y la santidad. Consideran la tumba un lugar milagroso, por encima de cualquier fe y de misterio. El resto de las bóvedas del cementerio habanero pueden permanecer sin flores, pero la de Amelia siempre tiene una flor, un visitante, una persona que se acerca y da tres golpes con la argolla dorada de su tumba, acaricia la mano del niño que reposa en sus brazos, deposita una flor, pide su deseo y se retira, calladamente, sin nunca darle la espalda en su ritual despedida.
Yo creo es un lugar magnético y sublime. Yo no soy una persona inclinada demasiado a la religiosidad, ni a la santidad de lugares y personas, pero este sitio tiene algo mágico que cuando se visita desconcierta y provoca respeto.
Quizás sea la devoción popular, quizás la hermosa réplica de Amelia sobre su tumba, o el reposado respeto de los que brindan flores y le hacen tributo.
No lo sé, pero es un lugar de comunión y de encuentros.