En estos días, Yolanda recibió unos regalos que le envió su hijo desde Madrid. Venían también unas fotos, donde se veían las vidrieras madrileñas bellamente adornadas con motivos navideños. Al mirarlas, Yolanda sintió nostalgia por momentos más felices, vividos hace muchos años, cuando las vidrieras de nuestros comercios también se adornaban en Navidad, y sus padres la llevaban a ver el precioso espectáculo.
Ella se deslumbraba con los arbolitos de Navidad, con el Nacimiento, con los Reyes Magos, con el Santa Claus que hablaba. Aquello era mágico para ella y todos los niños. Las grandes calles comerciales de Galiano, San Rafael, Monte, Neptuno, Obispo… se llenaban de público, y eran iluminadas con múltiples luces de colores.
A partir del año 1959, esto cambió rápidamente. Ya en la década de los 60, en que la escasez fue cobrando cada vez más fuerza, y apenas había poco que poner en las vidrieras; comenzó la propaganda negativa. Con el pretexto de que las vidrieras eran “anzuelos para vender”, propios de la sociedad de consumo, que eran una costumbre burguesa y que aquellos árboles y los Santa Claus representaban festividades “norteñas” que nada tenían que ver con los cubanos. Quedaron sin trabajo los decoradores de vidrieras. Llegaron la oscuridad y la tristeza, tan propios del socialismo.
En 1971 las vidrieras de Flogar, en las calles San Rafael y Galiano, comenzaron a ser utilizadas para exponer objetos artesanales latinoamericanos, en un intento de imponernos tradiciones con las que nunca nos identificamos. Aquello sí que nada tenía que ver con el gusto ni la cultura de los cubanos. Por suerte duró poco el romance con las artesanías latinoamericanas; se llenaron de polvo y, aunque no hubiera nada más, la gente ni las miraba.
Poco a poco, nuestros comercios y sus vidrieras fueron destruyéndose, y en lugar de artículos para vender algunas se llenaron con consignas comunistas y fotos de Fidel Castro. Hoy muchas de las vidrieras habaneras siguen sucias, con cristales rotos, cubiertas con cartones sucios y tablas. Un desagradable olor a orine reina en los alrededores de las tiendas en ruinas, y algún que otro borracho o vagabundo, de los muchos que pululan por La Habana, se refugia en ellas aprovechando la oscuridad.
Solo cuando algunos de estos comercios se reparan para convertirlos en tiendas de divisas, vuelven las vidrieras a retomar su función capitalista de “anzuelos para vender”. Entonces sí las adornan un poco y hasta a veces se ve algún arbolito de Navidad, aunque sin acercarse jamás el antiguo esplendor que tenían las tiendas de nuestra vibrante ciudad.
No obstante, a pesar del intento, el “anzuelo” de las vidrieras ya no funciona para la mayoría de los cubanos; no puede funcionar. Después de medio siglo de “logros revolucionarios”, nuestros vacios bolsillos socialistas están a prueba de anzuelos capitalistas, que no podemos ni pensar en morder.