Operación Peter Pan, catorce mil niños cubanos a quienes sus padres enviaron solos a Estados Unidos a principios de los años sesenta del siglo pasado,fué un sacrificio triste pero necesario.
Desde Cuba Por René Gómez Manzano
En días pasados conversaba con un conocido que aludió a los catorce mil niños cubanos a quienes sus padres enviaron solos a Estados Unidos a principios de los años sesenta del siglo pasado. Se suponía que la separación duraría algunas semanas o meses, pero en realidad se prolongó por años. Fue la Operación Peter Pan, y el objetivo de los progenitores era librar a sus hijos del naciente sistema comunista.
Ignoro si la versión oficial de ese acontecimiento tendrá muchos adeptos entre quienes no son incondicionales del régimen, pero el solo hecho de que uno de éstos, persona por demás culta e inteligente, comparta esos criterios, amerita —creo— que recordemos aquellos años que siguieron al triunfo de la revolución.
Desde luego que el hecho de que alguien envíe a sus hijos pequeños a un país de idioma, cultura y costumbres diferentes, a vivir como virtuales huérfanos entre perfectos desconocidos, sin contar con la guía de sus padres, de su familia extendida ni de otras personas queridas, resulta impactante.
Recuerdo una de las últimas escenas de la película Papillon, en la que el personaje encarnado por Dustin Hoffman, al conocer de los planes del protagonista para huir de la Isla del Diablo lanzándose desde un acantilado en una balsa de cocos, hace un comentario melancólico: “¡Parece algo tan desesperado!…”
Y por eso las preguntas que se imponen al encarar las implicaciones de la Operación Peter Pan son: ¿Qué clase de realidad, qué presente y qué futuro estarían viendo ante sí esos veintiocho mil papás y mamás? ¿Por qué también ellos tomaron una decisión tan desesperada?
En un principio, se habló de la pérdida de la patria potestad. Según los adversarios del nuevo régimen, bajo el socialismo los progenitores no podrían determinar la formación que recibirían sus hijos, quedando reducidos a la condición de una especie de comparsa sin voz ni voto en la educación de los muchachos.
En los kilométricos discursos que pronunciaba Fidel Castro en esa época, así como en otros materiales de propaganda comunista, se rechaza de manera tajante la invocación al menoscabo de esos derechos paternales, argumentando que esas facultades siempre fueron respetadas por “la Revolución” de manera escrupulosa.
A la luz de los hechos que todos conocemos resulta asombrosa la indignación que expresan al respecto los personeros del régimen castrista. Este, so pretexto de evitar irritantes privilegios, cerró los colegios particulares y obligó a todos los niños a concurrir a los públicos, en los cuales estableció el adoctrinamiento marxista y ateo más desenfrenado.
Algo más tarde invocó principios martianos para implantar las llamadas “escuelas en el campo”, en la que se obligaba a los adolescentes a vivir separados de sus padres por más de un mes, en un ambiente de avasallamiento, explotación y libertinaje. ¡Y esto con carácter compulsivo, pues el alumno que no aceptase esa imposición no pasaba de curso! Con todo eso, ¿a qué quedaba reducida en la práctica la patria potestad? ¿Acaso ésta no abarca el derecho de los progenitores a decidir qué educación recibirán sus hijos?
Es indudable que los niños de la Operación Peter Pan pasaron por momentos muy difíciles, pero hoy son hombres y mujeres de bien, que contaron con posibilidades para prosperar en la vida. Muchos de ellos han llegado a ser personas destacadas y aun brillantes. No obstante, todos sufrirán el trauma marcado de modo indeleble en sus almas de niños por la separación terrible que sufrieron en esa tierna edad.
Yo digo que el gran responsable de esa tragedia humana es el régimen comunista que, con su aspiración a convertir a cada uno de sus súbditos en un simple tornillito de la maquinaria estatal destinado a obedecer y aplaudir, llevó a unos padres amorosos a tomar esa decisión tan desgarradora convencidos de que hacían lo mejor para sus hijos.