Juan de los Muertos: filme de horror al estilo cubano
PILAR AYUSO
Con cráneos rodando por calles ensangrentadas, cuerpos mutilados a machetazos y cabezas hechas trizas con bates de beisbol, ha llegado a Miami Juan de los Muertos, terrorífico filme que podrá disfrutar a partir de hoy martes en el Teatro Tower del Miami Dade College. El filme fue mostrado en el Festival Internacional de Cine de Miami, a casa llena.
En realidad, la primera película cubana del género de horror desde 1959 (realizada de forma independiente, en coproducción con España que aportó el financiamiento de $3 millones) es puro humor negro y sumamente divertida. Su realizador, graduado de la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en La Habana, Alejandro Brugués, no ha hecho más que inspirarse en la surrealista realidad cubana que hace tomar las duras situaciones cotidianas con una filosofía casi festiva y reírse de las desgracias propias, en un país donde, como en el filme, nada parece tener pies ni cabeza.
“El género de terror siempre ha servido para expresar un subtexto social”, dice en entrevista para El Nuevo Herald el director Brugués , apasionado desde su niñez al cine de género. “Y en las películas de zombis también hay una crítica social, siempre tienen detrás un trasfondo”.
El protagonista de Juan de los Muertos es el típico buscavidas y rey del invento. Vago por convicción, prefiere quedarse en la isla que doblar el lomo en cualquier otro lugar del mundo. “Sólo necesito que me den un filo,” dice.
“Yo soy un sobreviviente”, dice Juan (Alexis Díaz de Villegas). “Sobreviví al Mariel, sobreviví a Angola, sobreviví al período especial y a la cosa esta que vino después”.
Juan, quien según Brugués está inspirado en su hermano de tal manera que “debería darle crédito en el guión”, tiene una picardía natural para encontrar soluciones, salta desde la azotea al balcón de la vecina, fisgonea la vida a su alrededor con un telescopio (homenaje a Memorias del subdesarrollo). Pero “la cosa esta” se le ha puesto cada vez más difícil a Juan y mientras espera a ver qué pica desde una balsa artesanal frente al malecón habanero, en su anzuelo lo que aparece es… ¡un zombi!
Todo se pone peor en este filme y la ciudad – donde impera el abandono y la ruina de sus edificios - se inunda de una verdadera plaga de zombis que con su andar aletargado y sus caras difuntas aparecen en todas las esquinas hambrientos de carne humana, contagiando con sus mordidas a los “sanos” cada vez más escasos.
Para los medios de comunicación oficiales cubanos, los provocadores son “grupúsculos de disidentes pagados por el gobierno de los Estados Unidos”, y se convoca a los ciudadanos a “una manifestación frente a la tribuna antimperialista”, pero Juan, experto en sacarle lascas a cualquier adversidad, ve en los zombis “disidentes” un tremendo filón para hacerse de un dinerito.
Ingenioso punto de giro para un filme que ha creado gran expectativa, ha ganado reconocimientos en festivales de cine del mundo, y en el Festival de La Habana tuvo “una acogida impresionante”, cuenta su director y guionista. “En el cine Payret, frente al capitolio, había 15,000 personas tratando de entrar. Yo tenía pánico ese día, incluso decía, “si no les gusta la película, no voy a salir vivo del cine”.
Y mientras los zombis acaban con la ciudad apoyados por la creativa fotografía, y mucho efecto digital, Juan descubre que sólo hay una manera de eliminar a estos “elementos”: destruirles el cerebro, con ojeriza. Así, se arma de su remo y de un lema para su nuevo negocio: “Juan de los muertos: Matamos a sus seres queridos. ¿En qué podemos servirle?”
Para librar a sus clientes de sus allegados contagiados, moviliza a un equipo de compinches: su socio Lázaro, escaso de neuronas pero tan bueno con el machete que mata hasta a los sanos, si le deben dinero; su hija Camila (Andrea Duro) que se une al equipo a regañadientes; “La China” armada de un tirapiedras (meritoria actuación de Jazz Vilá); Vladi (Andros Perugorría) bueno para seducir extranjeras; y El Primo (Eliecer Ramírez) moreno musculoso que no puede ver sangre.
El negocio va bien, el ruinoso teléfono público instalado en el cuartel general de Juan, la azotea, no deja de sonar. “Nos gustaba que Juan fuera un tipo que vive en una azotea y todo lo que tiene son cosas que va robándose por ahí, un banco de un parque, un teléfono público, un carrito de helado”, comenta Brugués. “Yo soy un recolector”, él mismo dice en la película, “un recolector como los taínos”, y así va armando su ambiente”.
Juan se convierte en héroe, sin proponérselo. Pero la epidemia de zombis se vuelve incontrolable y a los sanos sólo les queda huir por mar o sobrevivir a la hecatombe. Abundante en frases de doble lectura, carteles que rezan: “Revolución o muerte” y pasajes que satirizan un socialismo anquilosado, este filme burla la censura a través de la ambigüedad política y el humor.
“Una película tiene el humor con muchos sentidos, pero siempre tratando de llegar a límites”, opina el realizador. “Yo, por decirlo de alguna manera, puedo darle palos a todo el mundo en la película pero sin ofender a nadie. Y pienso que el límite que yo me puse fue ese, no ser ofensivo. La película tiene una cosa, que es tan irreverente, que cuando te montas en el tren de ella, pues todo se vale ahí”.
Con referencias intencionales de otros filmes del género gore que han influido en este prometedor realizador, Juan de los Muertos tiene su propia personalidad. Cierto atasco intermedio en la línea narrativa y algunas débiles interpretaciones no deslucen la ironía que trasmite, al caricaturizar una sociedad donde la parálisis y el letargo están acuñados en el rostro de los habitantes.
“Queríamos hacer una película muy irónica, muy aguda” dice Brugués. “Como metáfora, los zombis simbolizan esa parte de la sociedad nuestra que está inmóvil, que va por la vida así, como zombis. Pero aunque esos “zombis” se ven en todas partes - aquí también he visto unos cuantos - en mi caso, vi lo que tenía a mi alrededor y ese fue el punto de inspiración. Fue la chispa que prendió la idea”.