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General: Margaret Thatcher, la libertadora argentina
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 01/04/2012 13:25
 
Thatcher, la libertadora argentina
Los “nazis argentinos” se habrían consolidado en el poder si la Dama de Hierro se hubiera cruzado de brazos ante la ocupación de Las Malvinas hace treinta años
 
 
 
 
La primera ministra británica,Margaret Thatcher 1983.
 
El País Por John Carlin  
Nunca he entendido del todo por qué los argentinos jamás han reconocido la enorme deuda que tienen con Margaret Thatcher. Tendrá que llegar el día en el que algún representante del Gobierno argentino demuestre la inteligencia, la madurez y la cortesía necesarias para darle las gracias. Mientras esperamos, aprovechemos el 30º aniversario del comienzo de la guerra de las Malvinas para explicar por qué la Dama de Hierro merece ser considerada en Argentina como la gran libertadora del siglo XX.

Viajemos 30 años para atrás. No al 2 de abril de 1982, cuando tropas argentinas “recuperaron” o, según el punto de vista, “invadieron” las Malvinas. Volvamos al día antes, al 1 de abril. Yo vivía en Buenos Aires en aquel momento. Llevaba dos años y medio allá, dos años y medio de creciente rabia y rencor hacia los asesinos en serie de la Junta Militar que gobernaba el país. En aquel 1 de abril solo había una cuestión política en Argentina: ¿cuándo iban a dejar el poder los hijos de puta de los milicos? Si a cualquier persona remotamente sensata, no asociada directamente con el Gobierno, se le hubiera preguntado en ese momento: “¿Qué es más importante hoy, que se recupere la democracia o la soberanía sobre las Malvinas?”, creo —quiero creer— que la respuesta hubiera sido la democracia.

Los generales Videla, Galtieri y compañía hicieron desaparecer a 30.000 personas durante sus más de seis años en el poder. Es decir, los secuestraban, los torturaban, los mataban y escondían sus cuerpos en fosas comunes o en el fondo del mar. A la crueldad física se agregaba la crueldad mental hacia los familiares de las víctimas. Saber que un ser querido ha muerto es mejor, o menos terrible, que aguantar años alimentando la remota esperanza de que (tras sufrir inimaginables horrores) quizá siga vivo. Lo sé. Conocí íntimamente a personas que padecieron esta precisa agonía mental.
Por eso fui a ver al embajador británico por el año 1980 a pedirle ayuda en un caso concreto de una mujer desaparecida (me dijo el embajador que el aparato represivo de los militares era como “una máquina para hacer salchichas”); por eso escribí artículos en la prensa argentina comparando el terror de la Junta Militar con el holocausto nazi; por eso, cuando las Madres de Plaza de Mayo hicieron un llamado al pueblo a acudir a la plaza a denunciar al régimen a finales de 1981, fui (éramos unos treinta manifestantes, recuerdo); y por eso también fui a la plaza un mes antes de la guerra, el gran día en el que los argentinos por fin le perdieron el miedo a los militares y más de 30.000 gritamos: “¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!”.

Me despertaron a las cuatro de la mañana del 2 de abril de 1982 para informarme de que los militares habían tomado las Malvinas. Mi espontánea reacción: “¡Qué hijos de la gran puta! Se jugaron la última carta que les quedaba”. O sea, apelaron al patriotismo de los argentinos, apostaron a que la gloria de haber recuperado esas inútiles y prácticamente vacías islas frenaría la incipiente rebelión y les mantendría en el poder. Nunca me imaginé que la jugada les saliera tan bien; que al día siguiente fueran a celebrar a la plaza de Mayo 100.000 personas, algunas de ellas las mismas que se habían manifestado en contra del borracho Galtieri y sus compinches unas pocas semanas atrás.

Debería de haberlo entendido, al menos en parte. Viví en Buenos Aires cuando tenía entre 3 y 10 años. Cada mañana nos poníamos en fila en el colegio frente a la bandera y cantábamos el himno nacional. Yo, nene británico, “juraba” todos los días “por la patria morir”. En las clases nos metían en la cabeza una y otra vez que los “ingleses” eran unos “piratas” y que las Malvinas eran argentinas. Supongo que, por mi condición de “inglés”, tuve una cierta inmunidad al mensaje. El lavado cerebral, como se demostró aquel 2 de abril, funcionó mejor con mis amiguitos nativos.

Lo curioso fue que pasados unos días la gente no recapacitara, que no hubiera sido capaz de superar la infantil irracionalidad a la que había en un primer momento sucumbido. Más curioso aún es que 30 años más tarde sigan estancados ahí, aparentemente sin entender la extraordinaria fortuna que tuvo Argentina de que en ese preciso momento estaba en el poder en Reino Unido una mujer considerada repelente por un alto porcentaje de la población británica (no me excluyo), y que se la veía como repelente precisamente por su marcial patrioterismo, por su nostalgia imperial, por su estrechez mental y por su obstinada forma de ser, cualidades que la condujeron a emprender una aventura militar de infinitamente más valor para el pueblo argentino que para el británico.
 
El valor económico de las islas era nulo para ambos países, ya que en aquellos tiempos no había señal de que hubiese petróleo debajo del mar. Todo se hizo con el pretexto del honor. El argumento de Thatcher fue que montó su contraataque para defender los principios de la soberanía y la democracia. Bien, pero para Argentina el valor de la guerra fue mucho más allá de los meros principios. La consecuencia directa de la derrota argentina fue que los militares se retiraron, humillados, del poder; que se vieron expuestos eventualmente al castigo de la ley; y que se instaló la democracia, como hemos visto, de manera duradera. Si Margaret Thatcher se hubiera quedado con los brazos cruzados ante la ocupación de las Malvinas hace casi exactamente 30 años, los nazis argentinos (los más nazis, sin duda, de los muchos regímenes militares en aquellos tiempos en el poder en América Latina) se habrían consolidado en el poder. Seguramente hubieran torturado y matado a más personas. La pena es que antes de caer tuvieran que cargarse las vidas de casi mil soldados argentinos y británicos, entre ellos más de 300 reclutas argentinos en el torpedeado crucero General Belgrano: todos ellos, que nadie lo dude, las últimas víctimas de la Junta Militar argentina. Los 255 soldados británicos que cayeron nunca lo llegaron a saber, pero el fin más noble por el que dieron sus vidas fue que los hijos de puta más aborrecibles de la historia argentina del siglo XX se fueron una vez y por todas, como dicen por allá, a la puta que los parió. Un pequeño aplauso para la señora Thatcher, que nunca hizo por su propio país —ni de lejos— lo que hizo por Argentina, no estaría de más.
Fuente: El País
 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 01/04/2012 13:29
 
El impacto que tuvo la guerra en la vida de los ciudadanos de las Malvinas
De la pobreza a la abundancia
 
Dos isleñas juegan al billar en Port Stanley. | Reuters 
Dos isleñas juegan al billar en Port Stanley.
*Antes de la guerra, los isleños eran en la práctica una colonia argentina
*El conflicto abrió una nueva etapa en la vida de los sufridos isleños
*Al recibir la plena ciudadanía comenzó la bonanza económica de las islas
*El turismo y la pesca son sus dos grandes actividades lucrativas
 
El Mundo Por Ramy Wurgaft | Malvinas
Al llegar los turistas a las islas, el guía que los recibe les recomienda que no utilicen el término 'kelper' para dirigirse a los isleños. Les explica que el kelp es una especie de alga que crece en la costa, en abundancia y con alto valor nutritivo. "Así como antes se burlaban de los irlandeses por vivir de la patata, se mofaban de nosotros por consumir kelp al desayuno, al almuerzo y a la cena. Fue por eso que nuestros hermanos londinenses nos colgaron el mote de kelpers", les explica Tom Fisher a los que vienen a conocer las famosas pingüineras de las islas.

El apelativo llegó a ser considerado como sinónimo de pobreza y de rusticidad y así quedó hasta el estallido de la Guerra de Malvinas. Quién hubiera pensado que el conflicto que comenzó con la invasión argentina del archipiélago el 2 de abril de 1982 y concluyó con su derrota a manos de la fuerza expedicionaria británica dos meses más tarde, abriría una nueva etapa en la vida de los sufridos isleños.

Antes de la guerra su estatus era el de 'ciudadanos asociados' al Reino Unido. Una especie de súbditos condicionales de la corona inglesa. El 16 de junio de 1982, dos días después de la rendición de las fuerzas argentinas, se les concedió la plena ciudadanía. Ahí fue cuando empezó la bonanza económica de Falklands (Malvinas para los argentinos). "Nos empezaron a mirar con respeto, como a los herederos del coraje que demostraron los ingleses durante los bombardeos alemanes de la Segunda Guerra Mundial. Una delegación de veteranos de esa guerra vino de visita. Se tomaban fotos abrazados a los lugareños", recuerda Jeff Paterson, cuyos antepasados se afincaron en el rocoso archipiélago a comienzos del siglo XX.

Desde la metrópoli les enviaron un ejército, esta vez de ingenieros y de obreros especializados, para transformar la pequeña pista de aterrizaje que utilizaban los aviones militares en Mount Pleasant en un aeropuerto internacional. Y la caleta de Puerto Stanley en modernos muelles para el amarre de barcos de carga, petroleros y embarcaciones turísticas.

¿De qué vivían hasta entonces? En las dos islas mayores del archipiélago pastaban unas 500.000 ovejas de las que se obtenía una lana esponjosa y suave que los criadores exportaban a Inglaterra. También practicaban la pesca artesanal, para consumo interno. "Las pocas frutas que se vendían en la tienda venían envueltas en papel celofán cómo si fuesen joyas", acota Paterson.

Pero lo más insólito es que en la preguerra, los por entonces 'kelpers' recibían cuantiosa ayuda de... Argentina. El vecino sudamericano reclamaba la soberanía de las islas, pero al mismo tiempo proporcionaba gas y productos frescos a los pobladores. La compañía argentina LADE realizaba dos vuelos semanales llevando medicinas y servicio médico gratuito. Antes de la guerra, los isleños se consideraban muy 'british' pero en la práctica eran una colonia argentina.

El cambio que sobrevino después de la guerra es de no creerlo. Por las licencias de pesca que concede a compañías extranjeras, Falkland recibe 70 millones de dólares al año. No están incluidos los ingresos que obtienen por las capturas de sus propios barcos. "En otoño y en primavera las tripulaciones se refuerzan con trabajadores del continente y con jóvenes que vienen de Nueva Zelanda o Australia. Con el sueldo que ganan pueden recorrer luego Sudamérica y hasta les queda un ahorro", dice Mark, tripulante del Moody Brook, pesquero con bandera de Falkland.

El turismo también es una actividad lucrativa; en el 2011 más de 50.000 personas visitaron las islas, la mayoría llegaron a bordo de gigantescos cruceros. Gracias a la bonanza pesquera y turística el ingreso per cápita en Falkland –de 69.500 dólares anuales- es el cuarto del mundo después de Qatar, Luxemburgo y Lichtenstein.

Debido a las desavenencias entre las partes, los acuerdos suscritos por Argentina y Gran Bretaña para la explotación conjunta de la plataforma marítima se convirtieron en letra muerta. En el 2006 Gran Bretaña estableció para sus súbditos de ultramar una zona económica de 320 kilómetros de diámetro. Dentro de esa zona subyacen grandes napas petrolíferas, con reservas estimadas de 60.000 barriles de crudo. La estatal 'Falkland Oil & Gas' licitó a tres compañías británicas para la exploración y explotación de los yacimientos. De momento no se ha extraído petróleo en cantidades comerciales. Pero los técnicos confían en que tarde o temprano brotará el sifón de oro negro.

Pese a los recursos con que cuentan, los 'falklanders' –ya no 'kelpers'- mantienen una vida sencilla. La educación es gratuita y los seguros médicos están al alcance de los 3.145 pobladores permanentes o transitorios. Pero las viviendas son sumamente sencillas y funcionales al clima frío y tempestuoso. A diferencia de otros países, donde los vehículos 4X4 son símbolo de estatus, en Falkland son herramientas de trabajo.

"La vida al aire libre, las excursiones y la vida en familia forman parte de nuestra genética. Para mí tiene más encanto encender una fogata en la cima del Monte Kent, que alojarme en un hotel de cinco estrellas", afirma el guía que mencionábamos al principio. Pero cualquiera de estos días una de las plataformas alejadas de la costa destapa el corcho de una gigantesca napa de crudo y los parientes pobres del Reino Unido se convierten en los jeques del Atlántico Sur.

Fuente:El Mundo


Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 01/04/2012 13:31
 
La dictadura también torturaba en la guerra
30 AÑOS DE LA Contienda de las Malvinas
Los mandos militares argentinos enviados a las Malvinas cometieron todo tipo de abusos y violencias contra los soldados a sus órdenes
 
La dictadura también torturaba en la guerra
Marcha de soldados argentinos en Las Malvinas en 1982
ABC POR CARMEN DE CARLOS / CORRESPONSAL EN BUENOS AIRES
El 19 o el 20 de mayo, no está muy seguro de la fecha, el soldado Segundino Riquelme cayó muerto de inanición. Ese día, Óscar Núñez, de 19 años, se prometió a sí mismo que no correría la misma suerte. Aguantó lo que pudo, pero poco después, famélico y «con otros dos compañeros, matamos una oveja. Teníamos hambre. Lo hicimos para comer», recuerda. La mala fortuna hizo que se cruzara en su camino el subteniente Malacalza. «Ordenó que nos quitaran los cordones de los borceguíes. Nos pusieron con los brazos y las piernas abiertos en cruz, mirando al cielo, y nos ataron con sogas a cuatro estacas... Como Cristo en la cruz, pero en la tierra», recuerda. En esa posición, inmóviles, permanecieron «durante ocho horas».

Un golpe de suerte, posiblemente el único que tuvo en las Malvinas, hizo que el sargento Guillermo Inzaurralde les descubriera. «Nos salvó la vida. Dio la orden de que nos liberasen. Lo hizo sabiendo que era un acto de insubordinación contra un superior, pero no le importó. Nos miraba y repetía: “No puede ser, esto no puede ser”».

Óscar y los otros dos soldados —todos de 18 y 19 años— no podían mantenerse derechos, «estábamos empapados, semicongelados. Nos tuvieron que levantar, cubrirnos con mantas y encender un fuego para que entrásemos en calor hasta poder movernos solos».

Las penurias propias de una guerra en las Malvinas se multiplicaron por el abuso de poder de los mandos enviados por la dictadura militar (1976-83). «Lo mismo que hacían en el continente se repetía en las islas», recuerda Núñez. Al principio el hombre creyó que «los únicos “estacados” éramos nosotros». Bastó que comentara su experiencia para que empezara a oír casos similares. «Veinticinco años después nos unimos y presentamos la denuncia en la Justicia». Hoy buscan que la Corte Suprema declare aquellos delitos de lesa humanidad, «para que gente como Malacalza no pueda librarse de su responsabilidad porque ahora podrían considerarse prescritos».

La de las Malvinas no fue una guerra más. Ni siquiera se declaró formalmente. En el bando argentino murieron 649 personas; si la cifra oficial es correcta, 1.068 quedaron heridos y 11.313 pasaron a ser prisioneros de los británicos. En rigor, fue un alivio porque «el trato que nos dispensaron —a ellos y a la mayoría— fue extremadamente correcto», recuerda Óscar.

Con el transcurrir de los años, se han ido conociendo los horrores de argentinos contra argentinos. Alberto Ismael Fernández, soldado de la Primera Brigada Aérea del Palomar, «debió enterrarse a sí mismo hasta el cuello y permanecer durante veinticuatro horas en las finas y gélidas arenas de Malvinas». Su historia la reproduce Natasha Niebieskikwiat en el libro «Lágrimas de hielo», una crónica exhaustiva de las desgracias y suplicios que sufrieron los soldados que fueron como ovejas al matadero, pero a una guerra. «Las denuncias de abusos y malos tratos ascienden a 120. La mayoría —explica la autora del libro— son de estaqueados».

Suicidios

Ese castigo, como sufrió en carne propia Óscar Núñez, conmueve hoy a la sociedad argentina. También un dato escalofriante, los suicidios de 450 soldados después de la guerra. «El de Eduardo Adrián ,“Tachi” Paz, que se arrojó al vacío desde el monumento a la bandera de la ciudad de Rosario —recuerda la periodista y escritora— fue de los más espectaculares y conmovedores».

El número de suicidios, registrado por los centros de veteranos, es superior a las bajas en combate en las islas, sin contar los 323 tripulantes del «General Belgrano», el buque de guerra que Margaret Thatcher ordenó hundir pese a estar fuera de la zona de exclusión que ella misma había establecido. Andrew Graham-Yool, ex director del «Buenos Aires Herald», lamenta que todavía «no haya un discurso oficial que explique lo sucedido después de 1982. Sería deseable que se abriera un debate».

El exsubsecretario de Derechos Humanos de la provincia de Corrientes, Pablo Vassel, ofreció el testimonio de 23 reclutas, incluido el de «un soldado asesinado por un superior, cuatro muertos de hambre y quince denuncias de estaqueamientos» para redondear una secuencia de denuncias que fueron de Tierra del Fuego a Buenos Aires.

Muertos de inanición

Natasha Niebieskikwiat, primera periodista argentina en pisar el archipiélago del Atlántico Sur después de la guerra, apunta que «hay setenta oficiales y suboficiales imputados por abusos, y hasta un muerto por la propia tropa». «Lo más grave —reflexiona— no eran los estacamientos, enterrarles vivos hasta el cuello o las tremendas palizas que recibieron. Lo peor era que no les daban de comer».

A las islas Malvinas fueron catorce mil militares. «No existe un censo riguroso del número de judíos desplazados», observa Hernán Dobry, autor de «Los rabinos de Malvinas». «La guerra fue inaudita, improvisada y una contradicción constante», analiza. Como ejemplo, recuerda que «el único rabino que tenía que ir a las islas se quedó en la Patagonia esperando su traslado. En ninguna otra guerra en el mundo se había considerado enviar a un rabino para consuelo espiritual. Únicamente se desplazaban los capellanes castrenses».

Simultáneamente, en el campo de batalla «judío y argentino eran antónimos. Ser judío equivalía a pasarlo mucho peor que los demás». La xenofobia era moneda corriente en el campo de batalla.

También el «cortar por lo sano» frente a cualquier adversidad. «Teníamos terror de que nos amputaran las piernas. Por eso muchos ocultaban su problema de pie de trinchera (inflamado como una bota y necrosado). Si ellos determinaban que había que cortar, cortaban y punto. No había discusión sobre si era lo que debían hacer clínicamente o no. De ese modo, muchos perdieron las dos piernas», relata Rubén Rada, presidente del Centro de Excombatientes de Rosario. Según datos oficiales, en el Ejército contabilizaron 245 casos de pie de trinchera, el 90 por ciento eran de soldados, de aquellos que nacieron en 1962 o 1963, las quintas que les tocó hacer mili haciendo la guerra.

En las Malvinas, un archipiélago a 550 kilómetros de la costa argentina, hubo de todo, y poco bueno. Con fríos polares y sobre terreno húmedo, la tropa no tenía recambio de ropa y algunos hasta llegaron con pertrechos de climas tórridos como los de Corrientes o El Chaco. Las historias negras de la guerra son de todos los colores: «Están el soldado al que pasearon con una correa al cuello como un perro, los simulacros de fusilamientos, los cigarrillos apagados sobre el cuerpo, la necesidad de ingerir su propia orina porque no tenían agua y la certeza de que buena parte del material se había oxidado o venía obsoleto», apunta Natasha Niebiskikwiat. «No solo fueron maltratados los soldados —reflexiona—; la sociedad, con una venda en los ojos, también». Pero eso es otra historia.

FUENTE: ABC



 
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