Algunas veces, demasiadas quizá, nos dejamos llevar como agua que arrastra el cauce de un río...sin saber bien adónde nos llevará la corriente, pero sin quererlo tampoco pensar.
Vamos observando el paisaje que arrastra la vertiente sin querer pertenecer en realidad a él.
Nuestro paseo nos aisla dentro del río, nos convierte en espectador pero de manera inactiva, pasiva por completo, sin ánimo de intervenir siquiera, cuando al recorrer un paisaje que durante un segundo llamó a nuestro corazón, lo desechamos como ajeno, como algo que no tiene que ver con nuestra existencia actual, porque nuestro río no se ha detenido en él, y nosotras hemos dejado que su corriente nos arrastre hasta donde él, nos quiera desembocar...
Una vez estuve en ése río. Lo llamé el río de mi madurez. No sé cómo entré en él. Si fué un hecho ajeno, o simplemente fui yo quien dejó que mi pie se posara en sus aguas heladas...
Solo sé que al zambullirme en él, todos mis problemas se detuvieron, el trabajo, la familia, los amigos, se convirtieron en paisajes que el río recorría, mientras yo me sentía ajena a todo lo que sobre el cauce sucedía.
Dejé que me arrastrara su corriente, que anulara mi capacidad de reacción. Algunas veces, los paisajes me atrajeron, pero era muy cansado nadar hacia la orilla para disfrutarlos, por éso, me quedaba tumbada en las aguas mansas cuyo relax me arrastraba a lugares inciertos...
Hasta que un día, observé el paisaje de mi familia y no me gustó. Quise saber por qué la maleza había crecido en desmedida. La respuesta, me inquietó. Pues la respuesta, era yo.
Más adelante, vi el paisaje de mi trabajo...había cambiado tanto, que ya apenas existía. Al preguntarme las razones que lo habían modificado, la respuesta fue la misma: yo.
Inevitablemente,el paisaje de mis amigos también había girado,
e igualmente, la respuesta seguía siendo yo.
Todos ellos me habían ido lanzando el amarre, para salvarme de aquella corriente que me arrastraba, pero había sido yo, quien rehusó aquella cuerda, había sido yo, quien deseaba seguir siendo transportada por aquellas aguas sin fin. No quería ser rescatada de su dulce calma...
Hasta que los paisajes cambiaron tanto que dejó de gustarme
el cauce de ése río...
Por fin descubrí que si no me rescataba a mí misma,
todo cuanto había sido y todo lo que había tenido,
se ahogaría en aquellas aguas de las que yo,
me negaba a salir...
...y un día tomé la decisión y nadé hasta la orilla, nadie esperaba mi regreso, nadie me ayudó a salir...
Al pisar mis pies la tierra, volví a calzarme aquellos tacones que abandonados me esperaban en la arena, volví a vestirme con el traje de la sonrisa, me abrigué con el gabán de la fuerza y lucí mi mejor joya: la dignidad.
Y volví a ser aquella mujer que un día, tres años atrás, se había dejado caer en el río equivocado, aquél que nos dirige hacia la temida soledad...
Hoy soy motor y agua que mueve mi propia vida.
Hoy soy corriente alterna que activa los circuitos de mis neuronas: aquellas que nos ayudan a amar, sentir, llorar, reír, VIVIR!!
No podemos evitar que los problemas aparezcan, pero sí el que permanezcan.
Es mejor buscar una solución para cada cuestión, aunque nos equivoquemos en el intento, antes que ignorarla fingiendo que no existe...
La madurez es una etapa más de nuestras vidas, fuimos niños y jóvenes, fuimos adultos y elegimos nuestro sistema de vida. Ahora como adultos maduros, debemos continuar disfrutando de lo cosechado, modificando aquello que ya no nos sea tan válido como antes, para adaptarlo a nuestro ahora, de tal manera que, sigamos construyendo sueños...
Sueños que nos ayuden a vivir cada nueva realidad bordando cada día con hilos de mil colores, las sonrisas que iluminan nuestro caminar....Sin dejar jamás de soñar.
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