Soy un gay feliz, manifiesta sacerdote Mario Bonfanti.
La Iglesia católica se destruye sola.
Lecco, Italia.
Que se sepa no es un delito ser gay. No existe ley que lo prohíba, excepto en países y grupos bajo ordenanzas religiosas fundamentalistas. Por lo demás, quien declara abiertamente su homosexualidad, goza hasta de cierta aprobación por su honestidad. Existe, claro, la homofobia, aquella condenable actitud de rechazo, casi visceral, a toda persona homosexual.
Para el caso, un sacerdote italiano ha trastocado a la curia romana al haber hecho público, desde su cuenta en Facebook, su homosexualidad. Y no solo eso, sino que pide la apertura de la iglesia hacia las parejas homosexuales. Menudo laberinto el que ha generado el religioso. Se trata de Mario Bonfanti, de 41 años, cura de la localidad de Lecco, en Italia quien abiertamente ha manifestado: “En efecto: Soy gay y un felicísimo sacerdote gay”.
En su manifiesto, agrega: "Porque, como está escrito por Margaret Graglia en su magnífico libro "Homofobia", el silencio es una forma sutil y muy grave de la homofobia y, lamentablemente, a menudo la Iglesia Católica guarda un íntimo silencio sobre estos temas. Hoy es el día que romper la pared tormentosa y homófoba del silencio y públicamente declarar mi identidad homosexual, no por chulería, ni por orgullo, simplemente para ser uno mismo y vivir en la verdad. Espero que ahora muchos católicos gays y lesbianas tengan el coraje de declararlo".
Por su lado, el cardenal Angelo Scola, cabeza de la curia milanesa echó, como era de esperarse, el grito al cielo y casi rasgándose las vestiduras calificó las declaraciones de su homólogo como menos que inaceptables. De inmediato lo cesó en sus funciones. Pasado un tiempo, fue reintegrado a su sacerdocio y actualmente, específicamente desde el mes de marzo, se desempeña en la escondida parroquia de Pandey. Mario Bonfanti, en su desafío a la iglesia y el Vaticano, concluye: "En unos días voy a hacer otra revelación".
Se va destapando la olla clerical hasta que no quede gusano que se esconda en ella. La Iglesia católica se destruye sola. Sus miembros son sus propios verdugos. Al parecer, no se percatan de ello, y si ya lo han hecho, no tienen como parar el fin que se les avecina. Por decreto supremo de Jesucristo Hombre, su final es inminente y está más cerca que… ¡El Vaticano y el Papa!