Lo más elogioso para Romney entre los analistas conservadores ha sido destacar lo bien que estuvo Romney por no haber dicho nada Barack Obama ha conseguido empujar unos metros más adelante su causa hacia la reelección en un debate electoral en el que, fuera de consideraciones estilísticas y de matices ideológicos, demostró un mayor conocimiento de la situación del mundo que Mitt Romney. Es probable que este debate no desencadene un fuerte movimiento en las encuestas –desde luego, no como el que provocó el primero-, pero puede haberle dado a los pocos electores indecisos que aún quedan una razón para votar por el presidente.
Obama ganó el debate, según la encuesta de CNN y de la CBS, las únicas realizadas de forma instantánea. Lo ganó, igualmente, de acuerdo al juicio de la casi totalidad de comentaristas políticos, de derechas y de izquierdas. “No hay duda de que Obama es el vencedor esta noche”, dijo David Gergen. “Obama ha sido el más fuerte, el más convincente, el claro triunfador”, afirmó James Carville. Según el editorial de The New York Times, Romney estuvo “confuso e incoherente”, aunque The Wall Street Journal considera que el candidato republicano se vio “presidencial” y ganó el debate que más importa, el debate económico que, en algunos momentos de la noche del lunes en Boca Ratón (Florida), apareció por debajo del debate sobre política exterior. Lo más elogioso para Romney entre los analistas conservadores ha sido destacar lo bien que estuvo Romney por no haber dicho nada.
Las tácticas de cada uno quedaron claras desde el primer momento de la discusión. Obama, agresivo y preciso. Romney, defensivo y ambiguo. En la primera pregunta, sobre la reacción del Gobierno norteamericano tras la muerte de su embajador en el ataque de Bengasi, uno de los temas favoritos de la campaña republicana en las últimas semanas, Romney renunció esta vez a atacar al presidente, sin duda ante el riesgo de que ese ataque fuese interpretado como falta de patriotismo.
Esa fue la obsesión de Romney durante toda la noche, no correr riesgos. El candidato republicano llegó al debate en su mejor momento en toda esta campaña. Su cálculo, obviamente, fue el de que, en una discusión sobre política exterior, tenía poco que ganar y mucho que perder. Una sonora metedura de pata, la confusión de un país por otro o de un líder por otro, hubiera podido tener efectos catastróficos. Romney se dedicó a evitar eso y a ser prudente en cada comentario.
Rehuyó todo choque con el presidente y trató de corregir su radicalismo pasado. Aplaudió a Obama por la muerte de Osama Bin Laden, elogió su respaldo a la revolución democrática en Egipto y coincidió con el presidente en que hay que intentar parar el programa nuclear de Irán por medios pacíficos y en que no es conveniente una intervención militar en Siria ni armar a los rebeldes de ese país. Ambos, por supuesto, coincidieron en que defenderían a Israel ante cualquier ataque.
Aunque en el debate anterior, en Nueva York, Romney había dicho que el primer día de su mandato firmaría una documento en el que acusaría a China de manipular ilegalmente su moneda, en Boca Ratón afirmó que “se podía cooperar con China” y que “no es necesariamente un adversario”. Aunque en varias declaraciones anteriores había sostenido que “Rusia es el principal enemigo geopolítico de Estados Unidos”, en Boca Ratón manifestó que se le había malinterpretado y que el mayor peligro mundial es un Irán con armas nucleares.
Tratando de demostrar moderación, Romney rechazó la comparación con George W. Bush y escapó de cualquier intento de Obama de hacerle aparecer partidario de un nuevo conflicto militar. En ese esfuerzo, el candidato republicano le cedió todo el terreno al presidente, que pudo exhibir mayor preparación, experiencia y dominio de la escena internacional.
En realidad, Romney no presentó una sola discrepancia concreta con la política exterior de Obama. Su única diferencia fue de carácter conceptual, abstracto, y claramente planteada con la mirada puesta en Ohio. “No creo que nuestra influencia en el mundo esté creciendo”, dijo. “Al contrario, creo que se ha reducido, en parte por el fracaso de este presidente al abordar los problemas económicos en casa”.
Obama trató de dejar claro en varios momentos que su rival nosabía de lo que estaba hablando. Lo puso verdaderamente en ridículo al recordarle, en una frase monumental, que las fuerzas armadas de EE UU tienen hoy, efectivamente, menos barcos, pero también menos bayonetas y menos caballos, porque los tiempos han cambiado y también los instrumentos de la guerra.
“El problema, gobernador”, le dijo Obama, de forma algo condescendiente, “es que en una serie de asuntos, que van de Oriente Próximo a Afganistán, Irak o Irán, usted no ha estado diciendo más que vaguedades y generalidades”.
Cualquier académico de Brookings le hubiera dado la razón. Pero quizá el público, en general, es menos exigente. La pregunta que ayer hacían los periodistas a todos sus interlocutores era: “¿Ha pasado Romney la prueba de comandante en jefe?”. Algunos creen que sí, que esto es una cuestión de formas, y que, al mostrarse prudente y moderado, el candidato republicano se vio presidencial y, por tanto, pasó la prueba. No importa que no saliera de su boca una sola idea novedosa y coherente. Su propuesta de procesar a Mahmud Ahmadinejad por genocidio cumple con el primer requisito, pero no con el segundo.
¿Es esto suficiente para Romney? Puede serlo. En la medida en que no sufrió una derrota estrepitosa, se puede decir que salió con vida de Boca Ratón. ¿Fue su victoria suficiente para Obama? También lo puede ser. Todo indica que estas elecciones se van a decidir por un puñado de votos, quizá entre gente que no tiene muy claro si Obama es tan malo como para echarlo o Romney tan bueno como para contratarlo. Cada uno sabrá, pero Obama fue mejor en Boca Ratón.
Tampoco tenemos ni tantas bayonetas ni tantos caballos, y con esa frase las bayonetas de Obama encontraron carne en respuesta a la queja de Romney sobre la cantidad de navíos en nuestra armada. Romney se reveló en el último debate como un improvisado en seguridad nacional. Atacó con argumentos que ni supo ni pudo sostener. Si llega al poder entregará la defensa y diplomacia del país a un grupo de neoconservadores más radicales que Barry Goldwater en 1964, cuando quiso usar la bomba atómica en Viet Nam. Romney intervendría en los múltiples conflictos del Oriente Medio, uno tras otro, porque Estados Unidos, dice, ‘ should lead’, debe liderar. Lo principal de la contienda, en todo caso, terminó para todo efecto práctico con el debate. Demócratas y republicanos están ahora en campañas de saturación enfocadas en los indecisos. Hay consideraciones que debiesen aclararles el panorama a estos últimos. Una es que Romney cambia como veleta al viento. Los suyos son cambios tácticos que se resumen con ‘el fin justifica los medios’. Lo curioso es que es un argumento muy del manual de tácticas rojas, y una vez más los extremos se unen. La economía anda mal. La deuda nacional es astronómica. Hemos perdido gran parte de nuestra industria. El valor del dólar es una fracción de lo que fue. Obama ha desilusionado. La oposición republicana a su gobierno es ciega, absoluta y desleal al país. Si hubiese sido leal hubiera tenido en cuenta el interés de la nación. Hay demasiados ejemplos donde no ha sido así. Obama, sin el bloqueo republicano, pudo ser más efectivo. Sacarlo de la Casa Blanca sería premiar esa oposición, desleal no a él sino a la nación.
Romney, ya es de todos conocido, cambia de cara según la ocasión. ¿Confiarían en alguien así? El problema aquí está en su verdad, en órbita alrededor de la economía, vestida con conceptos de pureza, rectitud moral y temor a Dios. Es una verdad que tiene más de mercantilista que de capitalista. El mercantilismo imperó en España en su época de gloria, entre el siglo XV y el inicio del XIX, y aniquiló su industria. La riqueza de las colonias hizo que en la Península Ibérica se pudiese comprar de todo sin tener que manufacturar cosa alguna allá. Hoy, siglos después, España y Portugal siguen sin terminar de recuperarse de la catástrofe que les dejó su bonanza. Lo mismo ocurre aquí, hoy, en Estados Unidos. Nuestras élites gerenciales, financiera, industrial y comercial, traen del extranjero todo lo que pueden. Saben que están matando la producción nacional pero siguen el esquema mercantilista porque los dejará como dejó a la élite española, sentada en bancos de oro por generaciones. Nuestros capitalistas mercantilistas evaden la industria nacional porque se enriquecen tan extravagantemente que a ellos también les durará el dinero por generaciones. Obama es un obstáculo a su lugar en las mesetas del gran poder económico. Les está aguando la fiesta con la incómoda y fea verdad del momento. Ven en Romney a su salvador, un salvador que acabará a la larga, si gana, ahogando al país más de lo ahogado que ya está hoy.
El regreso al mercantilismo ha sido efectuado con arte y maquillaje, pero ni el mejor maquillista podrá devolverle su belleza cuando el cuerpo de consumo en este país se encuentre sin más recurso que el servicio como fuente de empleo, porque eso es lo que quedará, de seguir por donde vamos para el grueso de la población, empleos de servicio. ¿Y la producción? Bien, gracias, en China y otros países, con nuestros capitalistas-mercantilistas llenándose los bolsillos. Esa es la verdad de la mentira, falsedad o ilusión que vende Romney, elijan como llamarla. Es una verdad que dejará a los capitanes de nuestra industria, banca y comercio bien provistos hasta por cinco generaciones. A por cinco generaciones le llamaban ‘requinto’ en España, y acabó teniendo tan mala connotación que una ‘requintada’ es sinónimo de insulto y maldición. El liderazgo de Romney, si llega a la Casa Blanca, acabará requintando al país.
El último debate dejó una cosa muy en claro: América Latina no cuenta para nada. Este debate fue sobre política exterior y no se mencionó la América Latina una sola vez, salvo de casualidad cuando Romney mencionó que Obama no tendría problema en sentarse con Chávez y los Castro.
La verdad del momento no es bonita, lo sabemos, pero continuamos dignos. Romney ofrece un engaño bonito, poco digno, con ilusiones y falsedad para ganar. ¿Justificará el fin sus medios? ¿Lo hará? ¿Nos iremos por un engaño bonito o una fea e incómoda verdad? Esa, a fin de cuentas, es la elección que nos toca hacer.