“Lo mejor está por llegar”
Hoy, más de 200 años después de que una antigua colonia se ganara el derecho a decidir su propio destino, la tarea de perfeccionar nuestra unión sigue adelante.
Sigue adelante gracias a vosotros. Sigue adelante porque habéis reafirmado el espíritu que ha triunfado sobre la guerra y la depresión, el espíritu que ha levantado a este país desde la desesperación más profunda hasta las mayores esperanzas, la convicción de que, aunque cada uno de nosotros persigue sus sueños personales, somos la familia americana y asecendemos o caemos como una misma nación y un mismo pueblo.
Esta noche, en esta elección, vosotros, el pueblo estadounidense, nos habéis recordado que, aunque nuestro camino ha sido duro, aunque nuestro recorrido ha sido largo, nos hemos levantado, hemos recuperado nuestro rumbo, y sabemos, desde el fondo de nuestros corazones, que, para los Estados Unidos de América, lo mejor está por llegar.
Quiero dar las gracias a todos los estadounidenses que han participado en esta elección,a los que votaban por primera vez y a los que tuvieron que guardar cola durante mucho tiempo. Por cierto, eso es algo que tenemos que arreglar. A los que recorrieron las aceras y los que cogieron los teléfonos, a los que levantaron carteles de Obama y los que levantaron carteles de Romney, habéis hecho oír vuestras voces y habéis influido en los resultados.
Esta noche habéis votado para que actuemos, no para que hagamos la política habitual. Nos habéis elegido para que nos centremos en vuestro trabajo, no en el nuestro. En los meses y semanas que vienen, estoy deseando colaborar con los líderes de los dos partidos para afrontar los retos que solo podemos superar si estamos unidos. Reducir el déficit. Reformar nuestro código tributario. Arreglar nuestro sistema de inmigración. Liberarnos del petróleo extranjero. Tenemos muchas más cosas que hacer.
Pero eso no significa que vosotros hayáis terminado. El papel del ciudadano en nuestra democracia no acaba con el voto. Estados Unidos no se ha movido nunca en función de lo que otros pueden hacer por nosotros. Estados Unidos consiste en saber qué podemos hacer todos juntos, mediante una labor tan frustrante y difícil, pero necesaria, como es el autogobierno. Ese es el principio sobre el que se fundó nuestra nación.
Este país tiene más riqueza que ningún otro, pero no es eso lo que nos hace ricos. Tenemos el ejército más poderoso de la historia, pero no es eso lo que nos hace fuertes. Nuestras universidades y nuestra cultura son la envidia del mundo entero, pero no es eso lo que hace que el mundo venga sin cesar hasta aquí.
Lo que hace que Estados Unidos sea excepcional son los lazos que mantienen unida a la nación más variada del mundo. La convicción de que tenemos un destino común; de que este país solo funciona cuando aceptamos que tenemos ciertas obligaciones con nuestros conciudadanos y con las generaciones futuras. La libertad por la que tantos estadounidenses han luchado y han muerto acarrea responsabilidades además de derechos. Y entre esas responsabilidades están el amor, la generosidad, el deber y el patriotismo. Eso es lo que da a Estados Unidos su grandeza.
Esta noche me siento esperanzado porque he visto ese espíritu en acción. Lo he visto en la empresa familiar cuyos dueños prefieren recortar sus ganancias antes que despedir a sus vecinos, y en los trabajadores que prefieren trabajar menos horas antes que ver que un amigo pierde su empleo. Lo he visto en los soldados que vuelven a alistarse después de perder una pierna y en los SEALs que suben por las escaleras e irrumpen en la oscuridad porque saben que tienen a un compañero guardándoles las espaldas.
Lo he visto en las costas de Nueva Jersey y Nueva York, donde los líderes de todos los partidos y todas las instancias del Gobierno se olvidaron de sus diferencias para ayudar a una comunidad a reconstruir todo lo que una terrible tormenta había destruido. Y lo vi el otro día, en Mentor, Ohio, donde un padre contó la historia de su hija de ocho años, cuya larga batalla contra la leucemia habría arruinado a su familia si no hubiera sido por la reforma sanitaria aprobada solo unos meses antes de que la compañía de seguros estuviera a punto de dejar de pagarle los tratamientos.
Tuve ocasión de hablar con su padre y de conocer a esa increíble niña. Y, cuando el padre contó su historia a la multitud que le escuchaba, todos los padres del público teníamos los ojos llenos de lágrimas, porque sabíamos que su hija podía una de las nuestras. Sé que todos los estadounidenses quieren que el futuro de esa niña sea tan brillante como el de sus hijos. Así somos nosotros. Ese es el país que tan orgulloso estoy de presidir.
Y esta noche, a pesar de todas las dificultades que hemos padecido, a pesar de todas las frustraciones con Washington, tengo más esperanzas que nunca sobre nuestro futuro. Tengo más esperanzas que nunca sobre Estados Unidos. Y os pido que sostengáis esa esperanza. No hablo de tener un optimismo ciego, una esperanza que ignore la enormidad de las tareas que nos aguardan ni los osbtáculos que encontraremos por el camino. No hablo de un idealismo iluso que nos permita permanecer al margen ni eludir el combate.
Siempre he creído que la esperanza es ese sentimiento tenaz en nuestro interior que insiste, a pesar de que todo indique lo contrario, en que el futuro nos reserva algo mejor, siempre que tengamos el valor de seguir intentándolo, seguir trabajando, seguir luchando.
Creo que podemos continuar el progreso que ya hemos logrado y seguir esforzándonos para tener nuevos puestos de trabajo, nuevas oportunidades, una nueva seguridad para la clase media. Creo que podemos cumplir la promesa de nuestros fundadores, la idea de que, si una persona está dispuesta a trabajar duro, no importa de dónde venga ni qué aspecto tenga ni dónde ame. No importa que sea negro, blanco, hispano, asiático, indio americano, joven, viejo, pobre, rico, capacitado, discapacitado, gay o heterosexual; en Estados Unidos, si está dispuesto a esforzarse, puede conseguir lo que sea.
Creo que podemos alcanzar juntos este futuro porque no estamos tan divididos como hace pensar nuestra política. No somos tan cínicos como dicen los expertos. Somos más que la suma de nuestras ambiciones individuales, y somos más que una colección de estados rojos y estados azules. Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América.
Y juntos, con vuestra ayuda y la gracia de Dios, continuaremos nuestro viaje y recordaremos al mundo por qué vivimos en la mejor nación de la tierra.
Gracias, América... Dios os bendiga. Dios bendiga a Estados Unidos.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia