El presidente fantasma
Pedro Caviedes /
Ningún continente ha sufrido como Latinoamérica el acecho de esos seres llamados dictadores. Pero incluso en muchos de aquellos países donde las instituciones parecen más sólidas, donde todo indica que la opción de un nuevo sátrapa se ha diluido para siempre, existe una corrupción tan rampante, que uno se pregunta si en realidad a aquello, a pesar de las constituciones, de la libertad de prensa, de los comicios, de la separación de poderes, puede llamársele plenamente democracia. En cualquier caso todo lo anterior es mucho mejor que cualquier gobierno tirano. Cualquiera.
Lo que nunca me pude imaginar es que llegara el día en que nuestras tierras vieran nacer otra opción macondiana: un presidente fantasma. Yo no sé si cuando estas líneas salgan publicadas, Hugo Chávez, el presidente que no asistió a su nueva ceremonia de juramento, haya hecho una vez más una de sus sorprendentes apariciones. No sé si quizá el mismo día que se publican estas líneas, vayan a presentarse unas fotos de éste, recibiendo visitas en su habitación. De todo, absolutamente de todo, puede pasar con este personaje. Lo que sí sé, lo que ni siquiera él podría negar, es que su país, al momento de escribir estas líneas, lleva más de dos semanas sin que ninguno de los que votaron por él, ni de los que no votaron, sepan a ciencia cierta qué está pasando con la salud del presidente que todavía se supone que los gobierna.
También es posible que cuando salga publicada esta columna, los herederos de su Socialismo del Siglo XXI nos hayan ya anunciado su fallecimiento, y esas palabras confusas del vicepresidente Nicolás Maduro el día de la inauguración, hayan quedado entonces como una especie de elegía: “Yo soy Chávez, Chávez somos todos”. Pero no creo que los millones de venezolanos que votaron por Henrique Capriles en las elecciones de octubre, se sientan cobijados por ese conjunto universal que describe el ex canciller. Así que en tal caso, los venezolanos se merecerían una nueva elección. Eso es, además, lo que reza su Constitución.
Hace unos meses la pregunta obligada de todos los latinoamericanos que se interesan por la política de la región, asombrados por la excelente campaña que llevó a cabo “el majunche” en su país, era: ¿Quién crees que gane, Chávez o Capriles? Hoy, la pregunta es algo así como: ¿Qué habrá pasado con Chávez?
¿Qué habrá pasado con Chávez? ¿Está inconsciente, conectado a un respirador, como dijo un diario de España? ¿Está en una condición grave pero estable, enterado de todo lo que sucede en Venezuela, como dicen los voceros de su gobierno? ¿Se está recuperando de su enfermedad? ¿Qué habrá pasado con Chávez? ¿Qué habrá pasado con Chávez que ya no escribe ni un tweet? ¿Serán ciertas las conjeturas sobre la lucha del poder entre Maduro y Cabello? ¿Será cierto que Fidel y Raúl manejan su sucesión? ¿Qué habrá pasado con Chávez?
Ante los rumores sobre Cabello, sus nexos con el narcotráfico, sus alianzas con los generales del cartel de los soles y las FARC, muchos (me incluyo) tienden a preferir a Maduro. Por eso que la Corte Suprema de su país haya dictaminado que no importa que el presidente no haya asistido a su posesión podría ser lo mejor de lo peor, ya que no le daría al presidente de la asamblea el poder de la presidencia de la República, y con éste la posibilidad de que no haga lo que lo obliga la Constitución de su país, que es llamar a elecciones en los próximos 30 días.
Pero la realidad es que ninguna de las dos opciones es la justa con los venezolanos. Un pueblo que se encuentra en la incertidumbre, merece saber qué pasó con su presidente, que se cumpla la ley, y en caso de que no se cumpliere, que todas las naciones de la tierra, que todos los organismos internacionales, exijan su cumplimiento y no reconozcan a quien se enquiste en el poder por encima de estas. Eso sería lo justo.
Mientras tanto, parte de lo que sería el legado de Chávez, al menos el de estas semanas en que ha sido un fantasma, es que ni siquiera sobre la Constitución que escribió su gobierno, ese mismo gobierno puede ponerse de acuerdo.
Nada más triste y representativo de lo que han sido todos sus años de desastroso mandato.