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General: Las cosas que vivio un turista en La Habana
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 06/02/2013 16:17
 
Cosas que viví en La Habana: Turismo combatiente
 
Por Martín Guevara
La Habana, década del 70, una delegación del frecuente turismo revolucionario recorre una playa paradisíaca. No muy lejos, bajo el mismo sol hay cola para la guagua en Coopelia, hace calor, llega el aroma del salitre esparcido por la ciudad a causa del golpeo de las olas contra el malecón de los enamorados que se prometen todo para ese instante. Enorme cola en Coopelia para comer helados de vainilla chip.
 
El Canal 6 repite un discurso de Fidel que dura tres horas, no es de los más extensos, el Canal 2 aún tiene la señal de ajuste, de manera que cuando la gente llegue a sus casas, si con suerte la guagua demora como es habitual un par de horas más, podrán ver las aventuras, el noticiero revolucionario de televisión inducida, una película rusa, una película argentina o una mexicana de los años cincuenta, con Hugo del Carril o Negrete, y si están de suerte hasta una de piratas con Erroll Flynn. Si la guagua por un acto divino se apresurase en arribar, tragarán discurso. No es recomendable que los vecinos del CDR escuchen un silencio sepulcral, mientras el Jefe habla por los dos canales.
 
El loco de la guagua
 
Por fin un taxi -10 pesos encima de lo que marca el taxímetro, pero primero paramos en casa de un conocido a tomar un buchito de café:
 
-Dale, yo llevo encima un pomo de ron. ¡Sube!.
 
El olor de las plantas alrededor del río Almendares, una vegetación exuberante, ni un kiosco donde apagar la sed, ni una guarapera en el país de la caña, en el país de la vegetación ni un mango. Puestos de venta de ron estatales, bodegas de venta de alimentos populares por la libreta. De repente, un hombre sin camisa atraviesa la avenida y se detiene en la esquina, haciendo la mímica de un chófer de guaguas, hace el gesto de detenerse, ordena a un público imaginario a que suba y se apriete bien en el fondo, cierra las puertas y sigue su camino. Su aliento huele a “chispa de tren”.
 
Es el loco de la guagua. Y el otro que grita: ¡ Rebelde, rebelde!-ese de de verdad distribuye el periódico Juventud Rebelde a cinco centavos, todos los días discute por el emplazamiento con el loco que también vocifera: Rebelde, se restriega la ingle y porta bouquet de chispa de tren. Locos de ciudad infernal, que cuentan con el beneficio del diagnóstico, entre otros cientos de miles de esquizofrénicos que no están medicados. Que esperan su turno para colgarse con elegancia de un framboyán en flor.
 
Pasa sandungueando la mulata de la ciudad de locos, los hombres la piropean. El discurso es de los de tres horas, el día anterior todo el barrio de la Lisa tuvo que ir a la Plaza de la Involución, se destinaron guaguas y camiones, hacía un calor tremendo, pegajoso y con mosquitos.
 
Presos con 20 años de calor y mosquitos sin mar ni brisa, mosquitos que ya son carne de cuartel y de prisión, alimentados de 20 años de sangre, de chícharos, ebrios de pólvora y sol.
 
Cadencia de mulata
 
Pensar en llegar a casa y que todavía queden dos horas de charla, añorar de manera abstracta la demora de la guagua, no hay nada más en el refrigerador que agua, café frío, y leche condensada, “que ganas de comer un bistec”, parecía decir Robert Plant en las canciones de Led Zeppelin, por algo lo tendrían prohibido, también Grand Funk y Peter Frampton decían en sus canciones que darían una mano por comerse un bistec. Todo ese rollo del LSD o de la hierba y la heroína, parecían desde la isla sólo eufemismos para hablar del subversivo tema de la escasez de la carne.
 
Era la metáfora vehicular del anticomunismo radical, del terrorismo organizado. Un policía llama a un muchacho peludo que disfruta escuchando un rock en la calle y lo meten en un patrullero, se llevan también a un afeminado, por pájaro, por cherna, por pargo, por ganso.
 
Un grupo de estudiantes cruza la avenida Línea con la vitalidad y alegría en las venas, en los cuerpos curtidos por el salitre y el sol, a pesar de la falta de mango en la bodega, a pesar de la policía, la FMC, la UJC, los CDR, la CTC, el PCC, la PNR, el “E.P.D.” definitivo, y los interminables discursos del primo de Barrabás, del bloqueo, de los obsecuentes, de los mítines, las colas y el calor.
 
Gracias al cadencioso andar de una mulata que en esos años, se las arregló para que ningún día en su totalidad, fuese solo un mal día. Magia en un día de locos, una vorágine fabricante de borrachos desafectos, de vagos habituales, convenientemente apartados de las playas desinfectadas de mosquitos centinelas, playas con langostas y bistecs vigilantes, turistas revolucionarios y una atronadora música combatiente.
 
*Autor Martín Guevara Sobrino del Che Guevara. Vivió como refugiado en Cuba por 15 años y permaneció en La Habana hasta 1988. Actualmente reside en España y escribe un libro testimonial sobre su experiencia cubana y el peso del mito que rodea a su célebre tío guerrillero.


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