El chavismo momificado
*Antes de existir, el chavismo se ha quedado momificado.
No aparece por ningún lado un deseo de trascender la figura del caudillo con una propuesta democrática.
Bertrand de la Grange | Madrid |
Los herederos políticos de Hugo Chávez están empeñados en que, desde la tumba, el caudillo les delegue su legitimidad popular y les ayude a ganar las elecciones presidenciales, que tendrán lugar dentro de pocas semanas. A esto se debe la ocurrencia de embalsamar el cuerpo del caudillo, que podrá "ser observado eternamente" por el pueblo, como dijo Nicolás Maduro, el delfín escogido por el mandatario tres meses antes de su fallecimiento.
Finalmente, no habrá descanso para el hombre providencial que despertó tantas esperanzas en las masas empobrecidas de Venezuela, pero dilapidó la inmensa renta petrolera del país y agudizó el odio entre las clases sociales. Durante sus 14 años en el poder, Chávez fue una máquina de ganar elecciones. Y lo seguirá siendo por un tiempo, a semejanza del Cid Campeador, que triunfaba en el campo de batalla después de muerto.
El caudillo bolivariano ya no pertenece a su familia, y sus últimas voluntades —ser sepultado en el cementerio de su Sabaneta natal, en la lejana provincia de Barinas, al lado de la abuela que lo crió— no serán respetadas. Sus correligionarios lo quieren exponer en el Museo de la Revolución y, más adelante, al lado del prócer de la independencia, Simón Bolívar, que fue su principal fuente de inspiración, junto a Fidel Castro. En realidad, Hugo Chávez perdió el control de su destino desde que le fue diagnosticado un misterioso cáncer, hace casi dos años, en uno de sus numerosos viajes a La Habana.
Su vida era demasiado importante para los hermanos Castro —el régimen cubano depende del petróleo y de la enorme ayuda financiera de Caracas—, que movilizaron a sus mejores equipos médicos, incluyendo varios especialistas extranjeros, para retrasar todo lo posible la muerte de su valioso paciente. Había que conseguir su reelección para un cuarto mandato presidencial. Chávez mintió sobre su estado de salud —dijo que había vencido el cáncer— para tranquilizar a los electores. Ganó con el 55% de los votos en octubre pasado, pero el desgaste de la campaña provocó una recaída y su hospitalización en La Habana. Allí fue sometido a una cuarta intervención quirúrgica a principios de diciembre.
Pasarían tres meses sin que se supiera nada del presidente venezolano, hasta el anuncio de su muerte el 5 de marzo. No se sabe si el desenlace fue en Caracas, como lo afirman las autoridades, o si fue en La Habana. Y, hasta este momento, tampoco se tiene información sobre el tipo de cáncer que le ha costado la vida. Tanto hermetismo, a pesar de las protestas airadas de la oposición, no pudo tapar sin embargo el hecho de que Chávez fue víctima de un encarnizamiento terapéutico, más por motivos políticos que por razones humanitarias. Sus amigos alargaron sus sufrimientos más allá de lo razonable, primero para que aguantara hasta la fecha de la toma de posesión, el 10 de enero —no pudo juramentar el cargo—, y luego para construir una interpretación imaginativa y abusiva de la Constitución que permitiera a Nicolás Maduro ejercer la presidencia, mientras preparaba su candidatura a las elecciones.
En su afán por capitalizar la emoción popular, la cúpula chavista ha propiciado la histeria colectiva a golpe de discursos encendidos. No se ha llegado a las manifestaciones extremas de los norcoreanos, tirándose al suelo frente al retrato del difunto presidente Kim Jong-il, hace poco más de un año. Hay, sin duda, más sinceridad en la tristeza expresada por el pueblo venezolano, como la hubo también en la URSS cuando murió José Stalin, por cierto el mismo día que Chávez, hace 60 años.
El duelo por la muerte del caudillo se ha convertido en el eje de la campaña electoral en un intento de avasallar al candidato de la oposición, Henrique Capriles, que ha denunciado con toda razón las malas artes del Gobierno y la injerencia descarada de Cuba en los asuntos internos de Venezuela. Se da por un hecho que La Habana jugó un papel importante en la negociación para la designación del sucesor de Chávez. Los Castro tenían una clara preferencia por Maduro, mucho más maleable que el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.
A pesar de los rumores sobre supuestas desavenencias entre los "ideólogos" liderados por Maduro y los "militares nacionalistas" encabezados por Cabello, las dos facciones del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) comparten el penoso lema que les sirve de programa electoral: "¡Chávez vive, la lucha sigue!". Antes de existir, el chavismo se ha quedado momificado. No aparece por ningún lado un deseo de trascender la figura del caudillo con una propuesta democrática. Solo interesa rentabilizar su popularidad como sea para conservar el poder.