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De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 24/07/2012 15:32
Cuba LAS MEMORIAS DE YOLANDA FARR

Con Sergio Salom en 1964.
Por Yolanda Farr
Aquella noche, en nada diferente a tantas otras, Sergio Salom, mi andrógino amigo, había ido a buscarme a la salida del Hotel Capri, donde yo estaba trabajando en un exitoso espectáculo llamado Los tiempos de mamá y papá. Con una devoción admirable, él solía esperar hasta que finalizase mi trabajo en el Salón Rojo del Cabaret y a veces también, a que terminase mis charlas posteriores con compañeros en la cafetería del cabaret. Siempre en un silencio admirativo, sin tener nada que ver con el ambiente artístico, pero inteligentemente aceptando y disfrutando de su condición de oyente. Luego, ya que ni él ni yo teníamos coche, me hacía compañía en la parada de L y 23 mientras yo esperaba la ruta 30, esa guagua que me dejaría en la misma esquina de mi casa de Ampliación de Almendares. A veces, distraíamos la espera con una caminata, a paso de diletante, sumidos en los mutuos comentarios del día, hasta que el bus se detenía a nuestro lado, estuviésemos donde estuviésemos, sin necesidad de que hiciésemos un gesto. Entonces, tras escuchar la familiar voz del chofer diciendo, “buenas noches, Yolanda” se rompía el entrañable hilo de nuestra conversación y partíamos cada uno a nuestro merecido descanso cotidiano. Esto sucedia casi todos los dias generalmente el mismo bus y el mismo y familiar chofer a la misma hora.
Aquellos paseos bajo el cielo casi siempre estival, envueltos en el silencio morboso de la madrugada cubana, eran un baño de sosiego para el cuerpo y el alma, tras la responsabilidad de dos shows y el enervamiento que las luces, la música y los aplausos me producían. Sergio y yo, cogidos del brazo, bajábamos en esas ocasiones hasta la calle Calzada, pendientes siempre de aquel viaje de la ruta 30 que, en caso de perderlo, equivaldría a una hora más de espera callejera. Una noche en la que ambos vestíamos pantalón vaquero y camisa blanca, luciendo una imagen que daba perfecto pie para que fuésemos catalogados de casi siameses, ambos rubios y delgados, ambos tremendamente femeninos a pesar de nuestra indumentaria, una perseguidora se detuvo a escasos metros y dos individuos armados y mal encarados se dirigieron hacia nosotros. Debo confesar que aquello me tomó de sorpresa, anestesiados como estaban en mí los terribles temores que los uniformes militares me solían causar en la época, no tan lejana, de mi odisea. Al llegar a nuestro lado, tras apartarme de un empujón, inmovilizaron a Sergio contra la pared. Quisiera recordar, secuencia por secuencia, palabra por palabra lo ocurrido pero el terror, súbitamente renacido, me tenía idiotizada. Solo fragmentos de conversación y hechos muy puntuales quedaron grabados en mi memoria, pero eso sí, para siempre. Los policías llevaban en las manos unas gruesas naranjas que intentaron introducir por las piernas de los vaqueros de mi amigo y, al no lograrlo, lo zarandearon y a cajas destempladas lo introdujeron en la perseguidora con estas palabras; “vamos, cacho maricón”. Tan solo la llegada, no sé cuánto tiempo después, de la guagua y el amable “buenas noches, Yolanda” del familiar chofer lograron sacarme de mi estupor.

El día siguiente por la mañana, superado el shock, me dirigí a la comisaría más cercana a donde había sucedido el “rapto” y narré, con toda la precisión que me fue posible, los hechos de la noche anterior. Sorprendentemente los policías, en este caso, fueron un dechado de amabilidad. Me contaron que, por órdenes del gobierno, se estaban haciendo redadas, sobre todo nocturnas, de personas sin papeles o en actitudes sospechosas, las cuales eran enviadas inmediatamente a las recién instauradas Unidades Militares de Ayuda a la Producción. (¡Vaya eufemismo! Según se comprobó muy pronto.) Yo aduje que, si bien era cierto que Sergio, a sus 19 años, no pertenecía ni al ejército ni a las milicias, nada sospechoso había habido en su actitud de la noche anterior y ciertamente sí en aquella humillante manipulación con las naranjas a la que había sido sometido. Puedo asegurar que un velo de vergüenza empañaba sus voces cuando me aseguraron que ellos nada más podían hacer al respecto y que debía dirigirme al Ministerio del Interior para averiguar el paradero de mi amigo, ya que eran muchas las granjas habilitadas para, “acoger a jóvenes que por mala formación e influencia del medio han tomado una actitud equivocada ante la sociedad, con el fin de ayudarlos a que encuentren en el trabajo un camino acertado”, palabras textuales de Raúl Castro, hablando de lo que triste y vergonzosamente se conoció, desde 1965 hasta 1968, como la UMAP. Unos 25,000 hombres, sin más delitos que los de negarse a hacer el servicio militar obligatorio, ser Testigos de Jehová, ser catalogados como “lúmpenes” o supuestos homosexuales fueron albergados en barracas insalubres, ubicadas en campamentos perdidos en medio de la campiña y rodeados de cercas de alambre, a veces electrificadas, vigilados desde torretas por milicianos bien armados y en tierra por feroces perros. Allí eran sometidos a todo tipo de vejaciones y obligados a hacer trabajos agrícolas en las más inhumanas condiciones. Y esto no es información que me llegase por terceros ya que tuve el dudoso privilegio de visitar una de esas instalaciones y comprobar estos hechos con mis propios ojos.
Raquel Revuelta
No fue nada fácil localizar a Sergio pero, gracias a la ayuda de personas de la profesión, identificadas con el régimen pero también conscientes de las injusticias que en esas UMAPS se cometían, como por ejemplo Raquel Revuelta, al fin logré ubicarlo y, con el permiso pertinente, visitarlo.
La impresión fue inenarrable. Aquel lugar, que casi en nada difería de los campos de concentración nazis que tantas veces había visto reproducidos en películas, me dejó espantada. Sergio no era ni sombra de él mismo. El campo de trabajo donde estaba desde hacía tan solo tres semanas, estaba dedicado a la siembra y recogida de caña de azúcar. Cuando ví sus manos en carne viva se me destrozó el corazón. Me contó entonces que, por deficiencias en el suministro, aquel trabajo que tenía que hacerse con guantes, estaba siendo realizado a manos desnudas y que lo peor era el tener que echar fertilizantes en la tierra, ya que, por ser productos químicos, quemaban la piel hasta casi el hueso. Me habló de un compañero suyo de infortunios que resultó, por una de esas casualidades de la vida, haber sido condiscípulo mío de piano en el conservatorio Falcón, Jorge Almunia, un chico que yo recordaba de la época en que ambos coqueteábamos con el Ateneo y los recitales, un muchachito ya entonces con grandes condiciones musicales. Me contó que Jorge, al ver sus manos deteriorarse día por día y creyendo su carrera pianística perdida para siempre, hacía solo unos días había ingerido parte de ese mismo fertilizante, muriendo a las pocas horas entre terribles dolores.
Según se supo más tarde muchos fueron los casos de automutilación, de personas que preferían perder una mano o un pie antes que seguir soportando humillaciones, maltratos, hambre y perniciosas enfermedades infecciosas.
Unos días más tarde, moviendo incansablemente todas las influencias que me fue posible, logré sacar a Sergio de ese infierno. Físicamente, pues su espíritu quedó para siempre contaminado por aquellas sádicas experiencias., convirtiendo a mi dulce amigo adolescente en un ser torturado y rencoroso.
 
J.P. Sartre y Simone de Beauvoir P.P. Pasolini Marguerite Duras M. Vargas Llosas
Afortunadamente, a pesar del bloqueo informativo que había, y aún hay en Cuba, la noticia de la existencia de esa UMAP era imposible de ocultar por mucho tiempo. Cuando llegó al conocimiento de los intelectuales mundiales, muchos organizaron un movimiento de rechazo de tal envergadura que obligó al régimen a suprimir dichos campos en el año 1968. Parte de esos prestigiosos personajes eran, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosas, Pier Paolo Pasolini, Alain Resnais, Jean Paul Sartre…
La indignación que la lectura de las declaraciones hechas para el Portal de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación por Mariela Castro Espín, hija de Vilma Espín y Raúl Castro, en un absurdo intento por justificar un acto de barbarie tan injustificable como la UMAP, me ha inducido a dedicar este capítulo entero a lo que algunos de mis seres queridos experimentaron y mi propios ojos vieron en aquellos campos de concentración.
 

Mariela Castro Espín la hija del tiranosauro 2
Estas son parte de las absurdas palabras de la señora Castro: “La cultura homofóbica y machista, heredada fundamentalmente del dominio colonial español, condicionó estas decisiones políticas. La creación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción fue un reflejo del manejo social de esos prejuicios.” Y continúa así; “Fidel no era el genio de la lámpara para descubrir que la homosexualidad no respondía a una patología, como establecía la psiquiatría y otras miradas científicas. Además no hay que olvidar el criterio reinante en aquella época de que el trabajo ayudaba al individuo a hacerse hombre.” Entre otras cosas esta señora olvida mencionar que tan solo un 20% de los “inquilinos” de la UMAP eran homosexuales. El resto se componía de ciudadanos culpables únicamente del delito de no ser afectos al régimen. Mariela Castro continúa en sus declaraciones lanzando una afirmación tan absurda, como decimonónicas son el resto de sus afirmaciones. “Además, Fidel ni siquiera estaba al tanto de lo de la UMAP”. ¡Señor, lo que hay que oír! Pretender que alguien que haya vivido en Cuba contemple siquiera la posibilidad de que la más mínima acción interna lograse pasar inadvertida al omnipotente, omnisciente ojo de Fidel Castro es de la más completa absurdez.
En fin, uno más de los crímenes cometidos por el castrismo contra su propio pueblo y el cual, gracias al muy buen sistema publicitario comunista y a la aureola de romanticismo que rodea a Fidel y su revolución antiamericana, se ha mantenido oculto entre nubes de misterio y desinformación.
 
 

Pablo Milanés Félix L. Viera Reynaldo Arenas Cardenal J. Ortega
Me ha parecido importante narrar ese periodo, vivido en primera persona, no tan solo como homenaje a personajes conocidos que fueron sus víctimas, como el actor y director Héctor Santiago, el insigne teatrista, Armando Suárez del Villar, el famoso cantante y compositor Pablo Milanés, Félix Luis Viera, novelista y poeta, Reynaldo Arenas, escritor y fuerza imposible de avasallar, el Cardenal Jaime Ortega, Jorge Almunia, pianista que prefirió prescindir de la vida antes que de las Fugas de Bach, Sergio Salóm, estudiante de cine y del amor, mi querido amigo, cuya muy especial sensibilidad impidió que el tiempo mitigase sus negros recuerdos y sus rencores. Sea también este un homenaje a los más de 25,000 cubanos anónimos que pasaron por la UMAP, para los muchísimos que no pudieron salir de ella y sea, así mismo, una humilde fuente de sincera información para los que, morando fuera de la sufrida Cuba, o desconocen estos hechos o han vivido embriagados por el romanticismo que emana de la palabra revolución. Ese dulzón aroma a flores pútridas que brota de los cementerios mal cuidados.
 
 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 07/05/2013 15:28
 
Sin rostro ni obituario: los muertos de las UMAP
De izq. a der.: Ramón Lamadrid, Alex Hernández, Juan Miguel García, Octavio y, agachado, Carlos Bidot.
Jardines del restaurante 1830, La Habana, 25 de diciembre de 1965. (CORTESÍA DE ALEX HERNANDEZ)
 
La dinastía Castro quiere que los nombres de las víctimas queden en familia.
 
Manuel Zayas | Nueva York | 6 Mayo 2013
Al terminar el año 1965, Ramón Lamadrid parecía un muchacho alegre. El día de Navidad se reunió con sus amigos en el restaurante habanero 1830, en cuyos jardines se tomó las que serían sus últimas fotos. Un mes después, aquel joven de 18 años era un rebelde en fuga, escapado de un campo de concentración. Y como tal, recibía unos disparos en el vientre.
 
"Él fue el primer monaguillo de San Juan de Letrán. Yo entré allí en el 59 o 60 y él fue el que me enseñó a ayudar en misa", me escribió su amigo Alex Hernández desde Miami. El muchacho "se ganaba la vida como mensajero de la farmacia Rojas, cuya dueña era Célida Rojas y estaba justo al lado de la bodega La Mascota, en [las calles] G y 17. Su bicicleta era parecida a la que sale en la película Pee Wee".
 
"A Ramoncito le dispararon al salir de la casa de su madre en Marianao, el 24 de enero de 1966. Le tiraron y le agarraron el bajo vientre los jenízaros de la policía militar castrista porque se había fugado del campo de concentración de la UMAP en Camagüey unos días antes". Malherido "lo llevaron al Hospital Naval, donde dos semanas después falleció. Las únicas que lo iban a ver allí fueron Dulce, Regina y Rosalía Álvarez", quienes frecuentaban la iglesia de San Juan y eran vecinas de la farmacia donde el muchacho trabajaba.
 
Ramón Lamadrid fue uno de los 30.000 jóvenes cubanos considerados desafectos por el régimen que fueron enviados entre 1965 y 1968 a los campamentos de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP).
 
"Nunca conocí a la familia de Ramoncito ni fui a su casa ni supe donde vivía exactamente, pero estudiamos en la misma primaria de G entre 15 y 17, en lo que había sido la Escuela Baldor. Yo vivía por allí, en 17 entre F y G, con mis abuelos y padres hasta que en 1973 nos mudamos a México", relata Hernández, quien no puede olvidar la historia del compañero muerto. "Lo enterraron en el panteón de Dulce María González-Lanuza, que en aquel tiempo era directora del catecismo en San Juan de Letrán."
 
Según fuentes oficiosas, el saldo del horror de las UMAP dejó como resultado 72 muertes por torturas y ejecuciones, 180 suicidios y 507 personas enviadas a hospitales siquiátricos. El escritor Norberto Fuentes ha sido portavoz de esas cifras. El régimen cubano ha preferido, en cambio, mantener esos números en el mayor secreto.
 
Archivo Cuba, un proyecto de registro de víctimas de la represión del régimen cubano, tiene documentada la historia de Ramón Lamadrid entre nueve casos de ejecuciones extrajudiciales o deliberadas y de desapariciones relacionadas con las UMAP.
 
A sabiendas de que no han sido las únicas muertes que se sucedieron allí, el registro de los nombres de las víctimas, de sus historias o de alguna memoria gráfica, resulta una tarea difícil por la falta de libertad de prensa y la inexistencia de una justicia independiente en la Isla, a lo que se suma el secretismo del régimen cubano, que no ha permitido una investigación ni la apertura de sus archivos.
 
La historia de Ramón Lamadrid es solo un ejemplo del encubrimiento con que se han asociado las muertes violentas de las UMAP. De entre los escasos nueve casos documentados, el suyo es el único que se acompaña de memoria gráfica: unas fotografías facilitadas por un amigo constituyen la única fe de vida de cómo lucía aquel joven de 18 años en las lejanas navidades de 1965. En su ficha de Archivo Cuba se señala lo que parece ser otra incógnita: la causa de la muerte no aparece reflejada en su certificado de defunción.
 
'Consejos de Guerra'
 
Un discurso pronunciado por Fidel Castro en la escalinata de la Universidad de La Habana el 13 de marzo de 1966 ya había puesto en alerta a la población cubana de la existencia de aquellos campamentos. El Máximo Líder se había explayado, amenazante.
 
Justo un mes después, la opinión pública resultaba tan desfavorable a las UMAP que el Gobierno echó a andar su maquinaria de propaganda, la prensa oficial, la única permitida en Cuba. Es así que en un mismo día, el 14 de abril de 1966, las ediciones de los periódicos El Mundo y Granma publicaron sendos reportajes a página completa sobre los campamentos.
 
Mientras elogiaba las bondades de las UMAP, el reportaje de Granma señalaba que los abusos cometidos allí fueron resueltos mediante Consejos de Guerra.
 
"Cuando comenzaron a llegar los primeros grupos que no eran nada buenos, algunos oficiales no tuvieron la paciencia necesaria ni la experiencia requerida y perdieron los estribos. Por esos motivos fueron sometidos a Consejo de Guerra, en algunos casos se les degradó y en otros se les expulsó de las Fuerzas Armadas", escribió el periodista oficialista Luis Báez.
 
En el reportaje de Granma no se hablaba de la naturaleza de los abusos, ni de cuántos oficiales fueron sancionados con degradación o expulsión del Ejército. Ni se mencionaba siquiera el nombre de Ramón Lamadrid, muerto violentamente poco tiempo atrás. En aquel párrafo se le ponía inicio y fin a la crueldad de las UMAP: eso era lo que el periódico del partido único se permitía hablar de los crímenes cometidos en aquellos campos de concentración cubanos.
 
Más de tres décadas después, el profesor e investigador cubanoamericano Emilio Bejel escribiría en el libro Gay Cuban Nation: "Aunque no es fácil obtener documentación precisa, es conocido que inicialmente algunos reclutas fueron tratados tan inhumanamente que algunos oficiales responsables fueron luego ejecutados". ["Although precise documentation is not easy to obtain, it is known that initially some recruits were treated so inhumanely that some of the officials responsible were later executed."]
 
En septiembre de 2012, Bejel participó en un panel sobre la situación de los gays bajo Castro, organizado por la Biblioteca Pública de Nueva York. Intrigado por aquellas ejecuciones mencionadas por el profesor y conociendo el reportaje de Granma donde se decía que la única condena que tuvieron aquellos oficiales fue la expulsión o la degradación militar, me acerqué a preguntarle a Bejel cuáles eran sus fuentes. En su libro hacía hincapié en lo difícil de obtener documentación, pero a seguidas señalaba las ejecuciones como hecho "conocido".
 
—¿Cómo supo de esas supuestas ejecuciones a los responsables? —pregunté.
 
—Yo no dije que todos los responsables fueran ejecutados. Solo algunos —me respondió, corrigiéndome de memoria.
 
—De los Consejos de Guerra mencionados en Granma no se dice eso. Se dice que los responsables de los abusos fueron degradados o expulsados del Ejército. ¿Dónde leyó usted que fueran ejecutados?
 
—No sé, figúrate. Es que es muy difícil obtener documentación. Envíame ese documento —y se despidió.
 
Un corresponsal extranjero se cuela en un campamento
 
Hacia agosto de 1966, la existencia de aquellos campos de trabajo forzado era la comidilla entre diplomáticos y corresponsales extranjeros en La Habana. Solo la prensa oficial había informado escuetamente de los abusos, pero ya era vox pópuli que las injusticias no habían terminado con los Consejos de Guerra, ni con la expulsión de algunos militares al mando. El escritor inglés Graham Greene, que entonces visitaba la capital cubana, narraría sobre ello.
 
Pero el más intrépido de los corresponsales fue, sin dudas, Paul Kidd, quien aprovechó su credencial de periodista canadiense para viajar por toda Cuba y entrar a uno de los 200 campamentos de las UMAP "ubicado cerca del batey El Dos de Céspedes", en Camagüey.
 
En un escrito, Kidd definiría esa experiencia como única para un periodista occidental, "la de poder seguir la pista de un campo de trabajo forzado escondido en un exuberante campo de azúcar en el centro de Cuba".
 
Después de 12 días en el país, el corresponsal de Southam News Services era expulsado, supuestamente por haber fotografiado armamento antiaéreo en el malecón habanero y por fingir ser un diplomático canadiense, según el régimen cubano, que se cuidó en extremo de mencionar la visita clandestina de Kidd a un campamento de las UMAP.
 
En contacto con Judy Creighton, viuda de Paul Kidd, supe que él había muerto el 13 de febrero de 2002. "Como corresponsal extranjero para Southam News de Canadá, Paul viajó extensamente por Europa, el Medio Oriente y fue reportero en Washington y Naciones Unidas antes de ser enviado a Latinoamérica. Creo que amó esa designación de seis años como ninguna otra", me escribió Creighton.
 
"Después que fue ordenada su salida de Cuba, viajó a México desde donde transmitió las fotografías a agencias de noticias de todo el mundo. Entiendo que recibieron amplia cobertura", precisó la viuda de Kidd.
 
Y en efecto. El 9 de noviembre de 1966, la agencia de noticias United Press International (UPI) transmitía al mundo la primera noticia sobre los campamentos de las UMAP. El despacho, firmado por Paul Kidd, se hacía acompañar por fotografías de su autoría, "las primeras imágenes sin censurar tomadas dentro de uno de aquellos establecimientos".
 
Una versión más completa de esa noticia circuló años después dentro de un artículo del mismo autor.
 
"Por trabajar un promedio de sesenta horas semanales —escribió— los confinados recibían 7 pesos al mes, apenas el precio de una comida medio decente en Cuba. Excepto cuando se esforzaban trabajando bajo la mirada de un guardia armado en un campo cercano, los confinados usualmente permanecían en el campamento por al menos seis meses. Supuestamente elegibles para una breve licencia después de noventa días, a pocos reclutas de las UMAP se les permitía visitar a sus familias hasta que hubieran estado en el campamento el doble de ese tiempo".
 
Y anadió: "El sistema de disciplina era simple. Los confinados que no trabajaban, no recibían alimentación. Y a menos que su trabajo llegara a la norma asignada, no se les autorizaba salir. En el segundo domingo de cada mes, a los confinados se les permitía recibir visitas de sus familias, que podían traerles cigarrillos y otros pequeños artículos. Si un confinado no obedecía órdenes, esos objetos eran retenidos. Los informes de brutalidad física en los campamentos circulaban ampliamente en Cuba".
 
El corresponsal resumió la existencia de las UMAP como una fuente de mano de obra casi esclava, hecha a la medida.
 
Paul Kidd recibió el Premio Maria Moors Cabot de 1966, que otorga la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia. El PEN de escritores canadienses concede cada año un premio con su nombre, el Paul Kidd Courage Prize.
 
Verde Olivo y otros misterios
 
Después de que el corresponsal canadiense fuera expulsado, la revista Verde Olivo, órgano de propaganda del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, publicaba un reportaje elogiando las bondades de esos campamentos y reseñaba un acto que "desbarataba una vez más la sarta de mentiras echadas a rodar por los enemigos de la Revolución que trataban de presentarla como una institución de sometimiento".
 
El singular acto consistió en la premiación a algunos "macheteros" de las UMAP con la entrega de "motocicletas, refrigeradores, radios y relojes", además de la imposición de medallas a "cuadros de mando". Este sería el tono de los próximos reportajes de la publicación militar cubana. En sus páginas tampoco habría espacio para las víctimas.
 
Escasa documentación oficial ha circulado sobre aquellos campos de trabajo forzado. Pero entre la que he encontrado, una que llama mi atención: una carta enviada desde las Oficinas del Primer Ministro en la que se le notifica a una madre que "se ha dispuesto dar cuenta de su petición al Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias" a su solicitud de investigación por la muerte de su hijo.
 
Esa carta aparece reproducida en el libro La UMAP: el gulag castrista (Universal, Miami, 2004) de Enrique Ros, y documenta lo que parece ser otro caso de muerte misteriosa: la de Cayetano Berto Rafael Ramírez Rodríguez, un joven de "débil complexión", que fue ubicado en el campamento de las UMAP de "entronque de Cunagua", y que fue "castigado reiteradamente por el sargento Biscet". "Bajo fuerte afección nerviosa fue trasladado al Central Pina y de allí al hospital Psiquiátrico de Camagüey, donde murió."
 
"Nunca el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias respondió a la solicitud de la madre de Berto Rafael", dice una nota de Ros al pie del facsímil de la carta oficial fechada el 20 de octubre de 1967 y que lleva la firma de Celia Sánchez, ayudante de Fidel Castro.
 
Esos nombres de muertos son los que ninguno de los hermanos Castro quiere pronunciar. Tampoco Mariela Castro, directora del Centro Nacional de Educación Sexual, quien había prometido una investigación a fondo de aquellos crímenes.
 
Interior de un campamento.
 Una de las pocas imágenes de las UMAP que sobrevivió a la censura. (PAUL KIDD)
 
Facsímil de una carta oficial. Tomado del libro 'La UMAP: el gulag castrista', de Enrique Ros.
 
 
 


 
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