Edith y Thea: una historia de amor
Por Gina Montaner El pasado miércoles hubo multitud de abrazos y lágrimas de alegría en muchas partes de Estados Unidos. Gays, lesbianas y gente de bien que se oponen a la discriminación contra las parejas del mismo sexo celebraron a lo grande la decisión de la Corte Suprema de no limitarse a definir la unión entre dos adultos como aquella entre un hombre y una mujer. Pero el regocijo colectivo se centró en la figura de Edith Windsor, una elegante octogenaria que en los últimos años ha enarbolado la gran asignatura pendiente de la lucha por los derechos civiles. Se lo debía a sí misma y, sobre todo, a Thea Spyer, el amor de su vida. Ya quisieran muchos heterosexuales haber vivido una relación tan intensa y rica como la que establecieron Edith y Thea cuando se conocieron en el West Village de Nueva York. Era el año 1962 y en la era de Don Draper ser homosexual era jugársela en una sociedad puritana donde aún no había estallado la revolución sexual que acabaría por descolocar a los mad men de la época. No obstante, Edith, una matemática que ya destacaba en la empresa de IBM, y Thea, con un título de psicóloga, sintieron un verdadero flechazo cuando se embarcaron en un romance que duró cuarenta años. Sólo la muerte de Thea en 2009, a consecuencia de una esclerosis múltiple, interrumpió la convivencia de dos mujeres valientes que dos años antes se casaron en Toronto con la pena de no poder contraer matrimonio en su ciudad amada, Nueva York, donde todavía las uniones entre parejas del mismo sexo estaban prohibidas.
Edith y Thea quisieron sellar un compromiso que, tal y como dicta el sacerdote en las ceremonias religiosas, perseveró en la pobreza y en la enfermedad. Contra viento y marea. Porque la desaparición física de Thea no pudo con este épico romance hecho a la medida para el cine. Y ha sido heroico porque tras el fallecimiento de su esposa Edith pasó por el amargo trago de sufrir, una vez más, la discriminación que hasta el día de hoy han padecido en Estados Unidos las parejas del mismo sexo en lo referente, entre otras cosas, a los derechos de herencia y beneficios ante el fisco de los que gozan las parejas heterosexuales.
Edith y Thea han sido dos ciudadanas ejemplares y exitosas que acumularon bienes y contribuyeron al enriquecimiento de su entorno. Pero a la hora de pagar impuestos por propiedades inmuebles que tenían en común, Edith no podía acogerse a los beneficios tributarios que tienen las viudas y viudos cuando sus cónyuges fallecen. En el umbral de sus ochenta años Edith tenía que pagar más de 300,000 dólares a Hacienda. Su matrimonio con Thea era papel mojado. Las injustas y desiguales leyes pisoteaban su amor inquebrantable. El compromiso para toda la vida que ellas habían forjado suponía un castigo sin recompensa alguna. Como bien ha dicho Edith, si Thea hubiera sido Theo no se habrían tropezado con la doble moral impuesta por los mad men (y mad women) de este mundo.
Y así fue cómo hace cuatro años Edith Windsor decidió librar la última y más crucial de sus batallas. Se lo debía a la memoria de Thea, cuya foto, en la que aparece deslumbrante en uno de sus muchos viajes a los más distantes confines del mundo, preside el salón del hogar que compartieron en el Village. Hoy puede afirmarse que los gays, lesbianas y gente de bien le deben a la aguerrida Edith que haya sucumbido la injusta y discriminatoria Defense of Marriage Act (DOMA), que le negaba a los matrimonios del mismo sexo los derechos de las parejas heterosexuales. Un triunfo histórico que ha costado mucha sangre. Mucho sudor. Infinitas lágrimas.
Cuando en 1955 Rosa Parks se negó a cederle el asiento a un hombre blanco en un autobús del Sur se produjo un cataclismo en la dura y larga lucha contra la segregación racial. Todavía Edith y Thea no se conocían y ambas se preguntaban cómo vivirían su sexualidad en un ambiente en el que los gays y lesbianas sobrellevaban en silencio su propio apartheid. En 1966, cuando el movimiento liderado por Martin Luther King había aflorado en toda su efervescencia, en un bar de Greenwich Village, el Stonewall Inn, un puñado de gays se enfrentaba a brazo partido contra las cargas policiales. Era el comienzo del Gay Liberation Movement.
La lucha contra el deseo de otros por acorralar a las minorías en la parte trasera del autobús de la vida es una batalla continua y sin tregua. La determinada Rosa, la recordada Thea, Edith a sus espléndidos 83 años. Ha merecido la pena recorrer tan accidentado camino.
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