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De: cubanet201 (Mensaje original) |
Enviado: 26/07/2013 18:47 |
Raúl Castro, sesenta años después del ataque al Moncada
Raúl Castro
Carlos Alberto Montaner
A los 82 años, el presidente tiene la mala conciencia del desastre que ha contribuido a provocar en Cuba. No ignora el fracaso del comunismo, aunque sabe que no le alcanza la vida para rectificar el rumbo Raúl Castro, sesenta años después del ataque al Moncada reuters Raúl Castro, en el centro, junto a los comandantes de la revolución cubana Juan Almeida (i) y Ramiro Valdez, en la conmemoración del ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 2007 en Camaguey Intento descifrar las percepciones de Raúl Castro, sesenta años después del ataque al cuartel Moncada. Ese fue el episodio que colocó a los dos hermanos en el mapa político cubano y en las primeras páginas de todos los diarios. En ese momento, Raúl Castro, un joven de apenas 22 años, emocional e intelectualmente sólo era un apéndice de Fidel. Fidel era la figura dominante. El proceso de codependencia había comenzado mucho antes. Sus padres, como vivían en el otro extremo del país, durante la adolescencia de Raúl, dado que era un pésimo estudiante, se lo habían encargado a Fidel para que «lo enderezara».
Fidel no lo enderezó. Lo utilizó. Lo convirtió en su lugarteniente, lo introdujo en su mundillo de violencia pistolera y lo reclutó para conquistar primero Cuba, luego África, más tarde la galaxia. Por algo Fidel a los 18 años había sustituido legalmente su segundo nombre. Se quitó «Hipólito» y se puso «Alejandro». En efecto, Raúl, aquel chico afectuoso y familiarmente tierno que describe su hermana Juanita, quien de niño soñaba con ser locutor de radio, se volvió dos cosas inesperadas bajo la influencia de Fidel: se transformó en un eficiente matarife, mucho más organizado que su hermano, y en un aprendiz de comunista.
Es muy probable que la temprana vinculación de Raúl Castro al partido comunista haya sido una misión que le encargara Fidel. Raúl no tenía autonomía propia para tomar por su cuenta una decisión política de esa naturaleza, especialmente cuando ya Fidel planeaba el ataque al cuartel Moncada.
Comunistas y ortodoxos
El corazón de Fidel estaba con el minúsculo Partido Socialista Popular, el de los comunistas, mas su cerebro y su inescrupuloso pragmatismo le indicaban que debía permanecer vinculado al Partido Ortodoxo, una formación mayoritaria, vagamente socialdemócrata, con opción real de llegar al poder. La manera de solucionar ese dilema, pues, era instalar a Raúl en el PSP, mientras él, formalmente, se mantenía dentro de la «ortodoxia».
En los primeros meses de 1953 Raúl, enviado por el PSP y con la anuencia de su hermano, viaja a un «Festival de la Juventud» en Viena. En rigor, era una de esas ferias políticas armada por Moscú para reclutar a sus futuros cuadros. En ese viaje Raúl traba su primera relación con el KGB. Conoce al agente Sergui Leonov.
Fidel -jefe, maestro, figura paterna- le aportaba el fuego, la adrenalina y una explicación sencilla de la realidad política. Leonov le ponía ante sus ojos el futuro luminoso de la humanidad: la gloriosa URSS. Raúl mordió ambos anzuelos.
Ya Raúl lo tenía todo. La misión, el método, la visión, el modelo. Cuando Fidel lo hizo ministro de Defensa para que le cuidara las espaldas, llenó la pared con las reverenciadas fotos de los mariscales y generales soviéticos. Han pasado sesenta años. Raúl hoy es un viejo desilusionado, con ochenta y dos años en sus costillas magulladas por el güisqui. En esa larga vida aprendió varias lecciones y todas son decepcionantes. La URSS ya no existe. El marxismo tampoco. Todo era un absurdo disparate.
Ahora entiende que su hermano era un buen operador político y un guerrero sagaz, pero también un desastroso gobernante, infantilmente obsesionado con vacas lecheras inagotables y con vegetales prodigiosos. Un tipo irresponsable, sumergido en un huracán de palabras vacías, que ha calcutizado a ese pobre país en una interminable sucesión de guerras, conspiraciones y arbitrariedades.
Para Fidel, como buen narcisista, la función de cada ser humano es servirle en su camino a la gloria. Eso, exactamente, fue lo que hizo con él, con Raúl: lo metió en el PSP, lo arrastró al Moncada, lo llevó a Sierra Maestra, primero lo hizo comandante, luego ministro y general, finalmente le asignó la presidencia. Le fabricó la vida. Una vida importante, pero ajena y lateral.
Amor propio herido
Es verdad que Raúl, sin la vara mágica de su hermano, tal vez hubiera sido insignificante, pero Fidel lo llevó a la cumbre porque necesitaba un segundo de a bordo que le fuera absolutamente fiel, aunque pensara que su «hermanito» era una figura menor penosamente limitada, sospecha o certeza que nunca ha dejado de herir en su amor propio al actual presidente. A los 60 años del Moncada y 82 años de edad, Raúl tiene la mala conciencia del desastre total que ha contribuido a provocar en su país. Por fin comprendió la verdadera dimensión de su hermano, no ignora el fracaso del comunismo, aunque sabe que no le alcanza la vida para rectificar el rumbo.
El daño, sencillamente, es muy profundo. Mantiene el poder, pero ha contribuido a convertir a Cuba en una lacerante escombrera. Supongo que morirá inmensamente avergonzado por lo que ha hecho y, sobre todo, por lo que no se atreve a hacer.
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Lo que nunca absolverá la historia
La gran estafa del Programa del Moncada
Eugenio Yáñez, Miami | Si algo hay que reconocerle al castrismo es su infinita capacidad de tergiversar la realidad para interpretarla siempre a su favor. Tenebrosa habilidad que ya cumple sesenta años afectando la vida de todos los cubanos, en un sentido o en otro.
Todo comenzó con un rotundo fracaso militar el 26 de julio de 1953, producto del proyecto irracional de un líder irresponsable, con objetivos utópicos, mal planificado, pésimamente ejecutado y peor dirigido, que al final del día dejó por resultado decenas de muertos, la mayoría no en combate, sino tras los asaltantes haber sido capturados, torturados y asesinados por las fieras del gobierno dictatorial de entonces.
Se ha hablado y escrito bastante sobre el ataque en muchos lugares y momentos, por lo que no hay que insistir en esos aspectos. Sin embargo, es oportuno destacar que ese grosero fracaso y colosal irresponsabilidad son los factores medulares que fundamentan la fiesta nacional más importante de la llamada revolución cubana.
Así se justificó un proceso que desechó la celebración tradicional de las fechas de inicio de las dos guerras de independencia del siglo XIX, así como la del día de la fundación de la República de Cuba —a pesar de que nació lastrada con la Enmienda Platt— para establecer como la única gran efemérides nacional, a celebrar por todos, la evocación del fracaso militar y la exaltación de la irresponsabilidad política y social.
Y todo a través de actividades políticas solemnes condimentadas con carnavales, algún pan con lechón, mucho alcohol, y cientos de invitados extranjeros disfrutando en Cuba del turismo solidario que pagan los cubanos sin que se les haya consultado nunca si están de acuerdo en pagarlo, en lo que ha venido a convertirse en una casi perfecta y excelente versión tropical y socialista del pan y circo romano.
Cuando Raúl Castro se quejaba hace algunos días de la pérdida de valores cívicos y ciudadanos por parte de los cubanos de la Isla, a quienes acusó de aprovecharse de la supuesta nobleza de la supuesta revolución, y llamaba a recuperar todo lo que se había perdido de virtudes y comportamiento adecuado en sociedad, podía haber planteado, de haber sido honesto consigo mismo y no pretender escurrir el bulto, que los problemas comenzaron desde el mismo momento en que se elevó el fracaso a nivel de fiesta nacional, se exaltó la irresponsabilidad como virtud, se identificó la alegría ciudadana con el consumo de alcohol y el libertinaje, y se entronizó la manipulación y tergiversación de los acontecimientos como historia oficial.
Nada de eso lo estableció ni lo provocó el imperialismo yanki, la mafia de Miami, los disidentes, la Ley de Ajuste Cubano, los agentes de la CIA, el bloqueo, la sequía, los mercenarios, los huracanes, los bandidos, el cambio climático, o la gusanera. Porque, al contrario, todo ha sido obra de los que hoy detentan el poder en Cuba y lo han detentado por más de medio siglo, sin elecciones libres ni consultas populares, esos “líderes históricos” que muestran con orgullo, para situarse por sobre todos los demás cubanos y hasta por sobre las leyes y la nación, que ellos fueron los que comenzaron precisamente con el asalto al Moncada aquel 26 de Julio de 1953.
Es decir, que la legitimidad vitalicia que siempre han pretendido y pretenden los “dirigentes revolucionarios”, y que con tanto esmero y placer le reconocen sus amanuenses del patio o en el extranjero, se fundamenta en la evidente irresponsabilidad, en haber fracasado estrepitosamente, en haber llevado el país a la ruina, y en haber demostrado desde el primer momento la condición de invencibles de los vencidos.
Podría estarse discutiendo demasiado tiempo sobre las promesas y los resultados demostrados por ese liderazgo histórico, pero para juzgar fría y objetivamente sus verdaderos logros basta con mirar, una vez más, lo que prometió Fidel Castro en el llamado Programa del Moncada, que supuestamente expresó en su discurso conocido como La Historia me absolverá —y digo supuestamente porque la única versión existente es la que ofrece el mismo interesado— y que puede resumirse en el siguiente párrafo, que aquí se desglosa en oraciones para beneficio de los lectores:
“El problema de la tierra, el problema de la industrialización, el problema de la vivienda, el problema del desempleo, el problema de la educación y el problema de la salud del pueblo; he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado resueltamente nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política”.
Podríamos hablar ahora durante mucho tiempo sobre las tierras sin cultivar en el país y la incapacidad de producir alimentos en los campos cubanos, del descalabro de todas las industrias cubanas en todas partes, del lamentable estado del parque de viviendas para los cubanos de a pie en todo el país, de la situación real del desempleo en estos momentos, de los abrumadores problemas en la educación y el fraude escolar, y del continuo deterioro de “la salud del pueblo”, esos seis puntos a los que Fidel Castro prometió, en su discurso de 1953, encaminar resueltamente los esfuerzos para encontrar soluciones. A lo que habría que añadir la conquista de las libertades públicas y la democracia política, según dijo el tantas veces vencido invencible Comandante.
Juzguen los lectores por sí mismos:
¿Se ha cumplido en algún momento el programa del Moncada?
¿Podrá la historia absolver al líder “histórico” de la llamada revolución cubana?.
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LA PRESIDENTA DE LA ISLA ESCLAVA
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